La Visitación de la Virgen María

Lc 1, 39-56

Hay visitas que no dejan ninguna huella, hay otras visitas, como decían nuestros abuelos, proporcionan mucha alegría cuando llegan, pero dan más alegría cuando se van.  Entendiendo esto como la visita de aquel que viene y que ciertamente nos produce gozo pero que también implica los servicios y atenciones que a la larga cansan.

En cambio, hoy celebramos una visita muy especial: la visita de la Virgen María a su prima Isabel y con ella el modelo de lo que debería ser toda visita: un encuentro gozoso entre dos personas que se quieren y se ofrecen alegría y servicio mutuo.  Es una serie de exclamaciones de alegría sinceras y de alabanzas, no tanto por los méritos personales, sino por la presencia de Dios en sus vidas.  Y el recuerdo de esta visita es precisamente esto que hace experimentar la visita de Dios a su pueblo, que lo percibe tan cercano y tan solidario que trastoca el desorden que ha impuesto la injusticia y la ambición.

El canto del Magníficat puesto en los labios de María por san Lucas, expresa esta visita tan especial de Dios a su pueblo.  No una visita pasajera o efímera sino la visita que trae su misericordia de generación en generación.

No la visita egoísta que busca ser servida, sino la visita del que llega hasta lo profundo del alma y que hace que salte el espíritu.  No la visita que nada modifica, sino la visita que trastoca todos los planes inicuos y perversos.

Que hoy, al recordar y celebrar esta visita, también seamos conscientes nosotros de que este Dios de brazo fuerte nos visita y acompaña; camina con nosotros, invade todo nuestro interior y pone su mirada en nuestra pequeñez y humildad.

Hoy, tendremos visitas, que sean encuentros en este mismo espíritu: liberadores, generadores de alegría y paz.  Que cada persona que veamos se reconozca como bendecida y amada por Dios.

Hay visitas que hacen crecer y llenan de júbilo, como la de María, como la de Dios a su pueblo, como la de la Encarnación.

¿Cómo son nuestras visitas?

Viernes de la VI Semana de Pascua

Hech 18, 9-18

Jesús ya les había advertido a sus Discípulos que iban a ser perseguidos y que los llevarían a los tribunales, pero también les aseguró que Él mismo estaría con ellos y que el Espíritu Santo les daría palabras y sabiduría a la que no podrían hacer frente sus enemigos.

Pablo, es este pasaje, es nuevamente testigo de que este aviso y esta promesa de Jesús se realizan en la vida de aquel que lo testifica con su palabra y con su vida. Jesús nos dice hoy a nosotros también como lo hizo con Pablo: «No tengan miedo de hablar con valentía. Hablen y no callen, yo estoy con ustedes.»

Es pues necesario que lo anunciemos con valentía en nuestras oficinas, en nuestros barrios, en las escuelas y universidades, etc. Si el mundo de hoy vive en esta oscuridad y soledad, que lo empuja a buscar el mal que lo destruye, es porque nosotros los cristianos hemos estado por mucho tiempo callados.

Es necesario despertar de nuestro letargo y ponernos a hablar del amor de Jesús; es necesario anunciarlo y dejar que se transparente en nuestra vida, aunque esto nos lleve a tener problemas. Estamos seguros que de la misma manera que Dios libró a Pablo y a sus compañeros, así también lo hará con nosotros.

Jn 16, 20-23

¡Cuánta alegría siente una familia al recibir un nuevo miembro! Es una alegría que llena el alma, pero ¿cuánto dolor se tuvo que sufrir? Mucho dolor durante algunos minutos u horas, pero ese dolor se ha transformado en todos en una alegría inmensa.

También, cuando van a operar a una persona, ésta se siente afligida y no piensa en otra cosa que en lo que le está sucediendo, pero cuando ha pasado todo, después de esas horas de suspenso, se siente tranquila y en paz, hasta con una mayor alegría de seguir el camino con vida.

Así es la vida del hombre, los dolores siempre preceden a las alegrías, y a veces es al revés. Nunca hay un estado perpetuo de alegría o de dolor, siempre habrá una luz de esperanza en las noches de más grande inquietud.

Cristo nos quiere prevenir en este pasaje que no estaremos solos por mucho tiempo, sino que siempre le tendremos a Él cerca, y así nuestro dolor por la separación se transformará en alegría cuando le veamos de nuevo. No perdamos la esperanza, Cristo siempre regresará, aunque no lo veamos.

Pidámosle la gracia de darnos mayor confianza en su palabra, y así esperarlo con alegría.

Jueves de la VI Semana de Pascua

Hch 18, 1-8

En algunos períodos de su vida, san Pablo tuvo que trabajar con sus propias manos para ganarse el sustento. Esto hacia que, como la mayoría de nosotros, tuviera que administrar su tiempo entre el trabajo y las demás actividades.

Dado que para él su actividad principal era la predicación, utilizaba el tiempo libre en hablar de Jesús. En el mundo absorbente en el que vivimos, nosotros también debemos administrar bien nuestro tiempo y atender las obligaciones que nos vienen por ser cristianos. Entre ellas están, el dedicarle tiempo a la familia (papás, hijos, hermanos y demás parientes). Y cuando decimos dedicarle tiempo no quiere decir, simplemente sentarse a ver televisión con ellos; implica compartir nuestra vida, nuestros problemas y necesidades; es buscar en común caminos que nos lleven a amarnos más.

Esta es una de las fuentes más importantes de evangelización que podemos tener en la familia, pues al darnos tiempo de estar con ellos, no faltará la oportunidad para orar juntos y para instruirnos unos a otros en las cosas del Señor. Recuerda que hay que trabajar para vivir y no vivir para trabajar.

Jn 16, 16-20

¿Por qué sufrir si se puede evitar?

En esta escena podemos contemplar uno de los más profundos misterios de la vida de Jesús y de su forma de ser. Vemos a un Jesús que está hablando a sus discípulos. Él habla y ellos no lo entienden. Él sabe que no lo entienden. Luego les explica “sin explicarles”. Les dice también que llorarán y que luego se alegrarán. Si Dios sabe que van a estar tristes, si Jesús sabe que van a sufrir; si Jesús sabe y tiene el poder de evitarlo… ¿por qué no lo evita? ¿Acaso no los ama?

El dolor. Qué gran misterio. ¿Por qué Dios permite el dolor? Parece una locura afirmar esto pero no es verdad que el dolor sea malo. No es verdad que la tristeza sea un mal. Cristo el “todopoderoso” estuvo triste también. – “Y Jesús lloró” – Cristo sufrió moral y físicamente más que ningún otro hombre en la historia. Y lo más extraño es que pudiendo evitarlo no lo hizo. Cristo permite el dolor y también la alegría. Cristo estuvo también muchas veces alegre.

Muchas veces damos tanta importancia a estar alegres, a no estar tristes a no sufrir. Esto es dar mucha importancia a lo poco importante. ¿Cuándo dijo Cristo que lo importante era estar siempre feliz? Yo pienso que en este sentido vivimos un poco fuera de la verdadera realidad; aquella realidad que vivía Cristo y en la que viven los santos de hoy; donde lo más importante no es la alegría sino la gloria de Dios y la salvación de las almas; donde lo único a evitar no es el dolor sino el pecado y el egoísmo. Este evangelio nos enseña, entre tantas otras cosas, que estar tristes o contentos no depende de nosotros ni es lo más importante. El dolor tiene varias y muy válidas razones para existir. Hay que preguntar a Jesús. Y si Él lo considera oportuno nos lo explicará. Y si no lo considera oportuno no nos lo explicará. ¡Qué importa! Él nos ha dicho que Dios es nuestro papá y Él sabrá lo que hace. Él es Dios. Él es el importante, no nosotros. Si supiéramos lo que Dios nos tiene preparado en el paraíso…

Miércoles de la VI Semana de Pascua

Hch 17, 15-16. 22-18,1

Los atenienses, al igual que quizás la mayoría de los hombres, eran personas muy religiosas, las cuales creían fervientemente en Dios.

Hoy en día es triste darnos cuenta que los hombres van perdiendo su interés por Dios, por las cosas divinas y trascendentes. El materialismo que vivimos está llevando al hombre a una inmanencia tal en la que se pierde de vista lo sobrenatural y con ello Dios y nuestro destino final. Por otro lado nos encontramos, incluso dentro de nuestra misma Iglesia, hermanos que aun creyendo en Dios, viven con una imagen equivocada de Él.

Pablo en el Aerópago, les anuncia la auténtica visión de Dios, del Dios amoroso que en su misericordia resucitó a su Hijo y los constituyó Señor, para que todos los que crean en Él tengan vida y la tengan en abundancia.

No dejes que el materialismo te haga perder el sentido de lo espiritual; y si conoces a alguien que no tiene una idea clara del Dios Amor, háblale de su misericordia y de con cuanto amor lo está buscando.

Jn 16, 12-15

Mucho tengo todavía que decirles…

Cristo tiene todavía muchas cosas por decirte. Él quiere hablarte al oído, al corazón. Quiere verte a los ojos y, con sólo su mirada, decirte que te ama. Él es el Maestro, el Señor. Y sus palabras son palabras de vida eterna, alimento para nuestras almas.

Pero quizá tampoco ahora estemos preparados para digerir lo que Cristo nos quiere decir. Quizá aún vemos demasiado con los ojos de la carne y pensamos demasiado como los hombres y no como Dios. Quizá todavía vivimos apegados a las cosas de la tierra y no hemos aprendido aún a poner nuestros ojos y nuestro corazón en los bienes del cielo. Debemos por tanto aprender a abrir nuestras almas a la luz nueva de Cristo. Una luz que ilumina nuestras vidas y la historia del mundo haciéndonos descubrir la mano amorosa y providente de Dios. Aprenderemos a ver todo desde Dios, con los ojos de Dios. Entonces seremos los golosos de Dios. Llegaremos así a saborear, degustar, paladear el plan magistral y la maravillosa acción de Dios en la historia de la salvación.

Es cuestión de ser dóciles al Espíritu Santo, al Espíritu de la verdad. Él nos llevará hasta la verdad plena. Nos anunciará lo que ha de venir. Nos enseñará a leer los signos de los tiempos, a ver la mano de Dios en todos los acontecimientos de nuestra vida ordinaria, a amar los caminos misteriosos y fascinantes por los cuales conduce al hombre y a la creación entera a la instauración total en Cristo.

Martes de la VI Semana de Pascua

Hch 16, 22-34

Definitivamente que no hay experiencia más gozosa en el hombre que la que produce Dios en el corazón del creyente… y en aquel que lo lleva a la fe.

En este pasaje, en el cual hemos visto cómo Dios toca el corazón del carcelero y lo lleva a la fe, podemos percibir el gozo que se generó no solo en el hombre sino en Pablo y Silas, de tal modo que después de curarles las heridas preparó una fiesta, por el hecho de «haber creído».

Por ello te invito a que vayas perdiendo el miedo de hablar de Jesús, de aprovechar toda oportunidad que Dios te presenta para ser su testigo y para ayudar a tu comunidad a conocer y a amar a Dios. Yo te aseguro que no cabrás de gozo el día que Dios te conceda que por tu medio otros hermanos lleguen a aceptar la vida conforme al Evangelio.

Jn 16, 5-11

El Señor, en el Evangelio de hoy nos habla de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo que Jesús nos envía para no dejarnos solos. El mismo Jesús dice en este Evangelio a sus discípulos que no estén tristes. Que les conviene que Él se vaya porque entonces vendrá el Intercesor.

Por eso, es importante tratar de acercarnos a esa tercera persona de la Santísima Trinidad. Es una necesidad el que nos acerquemos a Él porque esa tercera persona divina es la presencia actual de Dios entre nosotros. Nuestra fe tiene su centro en Jesucristo, Dios que se hizo hombre para salvarnos y devolver a la humanidad la relación quebrantada por el pecado. Pero es el mismo Cristo quien nos prometió el Espíritu Santo y nos regaló su presencia. Y es el Espíritu Santo quien nos lleva a Jesús, y Jesús que nos lleva al Padre.

Dios Padre, en su querer acercarse al hombre, envía a su Hijo. Jesús es Dios, es Dios compartiendo su vida con la humanidad. Jesús es la voz, la palabra y el rostro visible del Padre. Él mismo lo dice: “Quien me ve a mí, ve al Padre”. Pero cuando Jesús cumple su etapa en el mundo, no nos deja solos, nos deja a su enviado, al Espíritu Santo. Cuando nosotros percibimos, vemos, oímos y sentimos al Espíritu, percibimos, vemos, oímos y sentimos a Jesús. El Espíritu Santo es para el hombre de hoy una presencia tan concreta como lo era Jesús para los apóstoles y discípulos que compartieron su vida.

Nuestro camino para llegar a Jesús es el Espíritu Santo tal como Jesús es camino, verdad y vida para llegar al Padre. El Espíritu Santo es quien nos permite comprender el mensaje el Evangelio. El Espíritu Santo es don…, es regalo…, es gracia…, que Dios da al hombre. Es el mismo “Dios” que “se da” al hombre en la plenitud de su esencia divina.

Por esto, es necesario estar abiertos a la acción del Espíritu Santo. Y esa necesidad debe ser para todos los creyentes. Estar abiertos a la acción del Espíritu Santo, no es una modalidad de algún grupo de Iglesia, es un rasgo que debe ser común a todos. Es hora de tomar conciencia de este aspecto del mensaje de Jesús. En este pasaje del Evangelio Jesús mismo dice a sus discípulos y a nosotros que el Espíritu Santo es quien nos va a acompañar durante nuestra peregrinación en el mundo.

Lunes de la VI Semana de Pascua

Hech 16, 11-15

En el pasaje que acabamos de leer podemos apreciar cómo para Pablo toda ocasión es una oportunidad para hacer conocer el Evangelio… de hecho, busca insistentemente que se presente esta oportunidad.

Sin embargo nosotros, muchas veces actuamos de modo contrario: cuando sale a la conversación algún tema de fe o de religión preferimos escabullirnos, con la típica excusa: «En cuestiones de política y religión no se puede discutir pues nunca se llega a nada».

Pensemos que si este hubiera sido el pensamiento de los primeros cristianos, todavía nosotros viviríamos en la ignorancia del amor de Dios. Quizás nosotros no nos sintamos llamados como Pablo a ir a buscar «por las orillas del río» a aquellos que no conocen a Jesús, pero lo que por vocación universal tenemos los bautizados es el aprovechar toda oportunidad que se presenta para anunciar el amor de Dios. Aprovecha hoy todas las oportunidades que Dios te presente para hacer conocer el amor de Dios. Recuerda que la fe nace de la predicación.

Jn 15, 26–16,4

En la primera parte del Evangelio de hoy Jesús, les deja a sus apóstoles el encargo de dar testimonio de Él. Momentos antes de la Ascensión Jesús les vuelve a repetir esta misión. Los apóstoles fueron testigos de la predicación de Jesús, de su Muerte y de su Resurrección. Pero es recién, con la venida del Espíritu Santo, cuando se inicia la predicación pública de los Doce, y la vida de la Iglesia.

Jesús, en este pasaje vuelve a anunciar la venida del Espíritu: «Cuando venga el Protector que les enviaré desde el Padre, por ser Él el Espíritu de verdad que procede del Padre, dará testimonio de mí»

En medio del odio del mundo y de las persecuciones, los discípulos sentirán la presencia viva del Espíritu, que es verdad y vida y que el mismo Jesús resucitado les enviará desde el Padre. Jesús no va a dejar solos a los suyos, y el Señor se los dice a sus discípulos para que no se derrumben cuando empiecen las persecuciones. Este pasaje del Evangelio, no vale solo para el pasado, sino que tiene plena vigencia para nuestra vida de hoy. Todavía hoy, es fuerte el odio del mundo a Jesús, y hoy y siempre, seguirá el Espíritu Santo, alentando fuerte en su Iglesia y reavivando en las comunidades cristianas, el testimonio de Jesús.

Como predijo el Señor en este pasaje, la Iglesia ha sufrido repetidas veces a lo largo de la historia, el odio y la persecución fanática. Otras veces, esa persecución no es tan abierta y evidente pero se manifiesta en la oposición sistemática e injusta a las cosas de Dios. En estos casos, como lo dice Jesús, suele pasar que quienes persiguen a los verdaderos servidores de Dios piensan que le agradan. Esos perseguidores confunden la causa de Dios con unas concepciones deformadas de la religión.

El Señor les profetiza a sus discípulos que sufrirán persecuciones y contrariedades, para que cuando lleguen no se escandalicen ni se desalienten, sino que por el contrario, les sirvan como ocasión para demostrar su fe. Por eso, en este tiempo pascual, y próximos ya a la celebración de Pentecostés, vamos a pedir a la Tercera persona de la Santísima Trinidad que proteja siempre a su Iglesia y fortalezca a sus fieles para defenderla de sus enemigos.

Sábado de la V Semana de Pascua

Hch 16, 1-10

Pablo y Bernabé, dos santos y grandes misioneros, eran de carácter distinto y tenían visiones y apreciaciones un tanto diferentes en cuanto al rigor con que debían proceder. Son coincidentes en el mensaje y en la entrega, pero difieren mucho entre sí, y no resisten el trabajo en común por tiempo indefinido.

Quiere decirse que en la vida apostólica conviene, en ocasiones, no estabilizarse en el grupo sino renovar equipos. Lección que no debemos olvidar. Somos peregrinos en la tierra.

“Pablo, ven a Macedonia y ayúdanos” Con esas palabras se pone hoy en primer plano de la celebración la llamada del Señor a la evangelización y el esfuerzo que ella comporta.

La voz misteriosa que convoca a Pablo y Silas con urgencia evangélica es la misma voz que debe acuciar a todas las conciencias cristianas para que no duerman en su fe, ni flojear en su caridad, ni aminoren su tensión de santa esperanza.

También a nosotros, en el siglo XXI, nos está urgiendo el Espíritu a que demos testimonio de la fe y anunciemos la Buena Noticia de Jesús, fuente de salvación.

Jn 15, 18-21

El evangelio de hoy, de san Juan nos habla de las relaciones del creyente con el mundo.

El “mundo” para Juan es, en este texto, el ambiente que rechaza a Jesús, no el conjunto de los seres creados o la sociedad sin más.

El discípulo de Jesús, que vive, como todos, en la sociedad, no participa, sin embargo, de este “mundo” que se rige por criterios contrarios a Jesús y su evangelio. En este sentido, el discípulo es un “separado”.

Si Jesús fue perseguido por este “mundo”, sus discípulos correrán la misma suerte: No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán.

Hay una “persecución contra la Iglesia” que es fruto de nuestra incoherencia, de nuestro pecado, o de nuestra incapacidad para conectar con el mundo de hoy.

Pero hay otro tipo de persecución que se deriva del choque del evangelio con muchos de los criterios que hoy son vigentes. Esta segunda es un claro signo de autenticidad. Existirá siempre. Tenemos que estar preparados para afrontarla.

Viernes de la V Semana de Pascua

Hech 15, 22-31

Una de las cosas más reconfortantes y que animan nuestra esperanza, es el hecho de que la Iglesia es dirigida y sostenida por el Espíritu.

Es una institución formada por hombres pero cuya fuerza y diligencia no provienen de la debilidad humana sino del poder de Dios. Es por ello que a pesar de que ha habido épocas de gran oscuridad y tempestad en la Iglesia, la luz y la fuerza del Espíritu no la han dejado naufragar.

Por eso estamos seguros que cuando se trata de fe y costumbres, en el seno de la Iglesia volverán a resonar la palabras que hoy hemos escuchado: «El Espíritu santo y nosotros…»  

Esta es la garantía de que caminamos en la verdad y hacia puerto seguro. Por ello los que se apartan de la Iglesia o los que rechazan su magisterio ordinario, corren el grave riesgo de perderse en humanas e inútiles discusiones y de no encontrar la paz y la verdad.

Jn 15, 12-17

De este Evangelio se pueden sacar muchas enseñanzas. Una es el verdadero amor. Otra, lo que es el verdadero amigo. Pero nos centraremos en lo que es la tarjeta de presentación de todo seguidor de Jesucristo, que somos todos los que creemos en Él, y es el mandamiento de Jesús de amarnos los unos a los otros.

¿Qué implica esto? No es solamente una simple frase piadosa que se escucha cada domingo desde los púlpitos de las iglesias. Es el compromiso de todo cristiano. Implica salir de nuestro pequeño mundo, llámese trabajo, estudios, cosas personales, placeres, gustos, para fijarnos en las necesidades de nuestro prójimo.

¿Y quién es nuestro prójimo? Es el trabajador enfermo de nuestra compañía, es la humilde muchacha que hace la limpieza de la casa todos los días, es el cocinero que prepara nuestra comida, es la viejecita sentada fuera de la Iglesia que lo único que tiene para taparse del frío de la noche es su roído chal, son nuestros familiares y demás personas con quien tratamos. Y Cristo nos llama a amarlos desinteresadamente, no para ser vistos por las personas que nos rodean y que digan “Ah, qué bueno es fulano o fulana…” sino para cumplir con nuestro deber aquí en la tierra.

¿Y qué es amarlos? Es ayudarles en sus necesidades básicas, darles educación, casa, alimento, vestido, paciencia, cariño, comprensión.

Recordemos que al final de nuestra vida lo único que contará será lo que hayamos hecho por Dios y por nuestros hermanos los hombres.

Jueves de la V Semana de Pascua

Hech 15, 7-21

Este discurso que hemos escuchado es lo que luego se conocerá en la Iglesia como el primer Concilio o el Concilio de Jerusalén. A partir de entonces, cuando ha habido diferencias en la Iglesia, o cuando ha sido necesario clarificar, sea la doctrina como la acción pastoral en el pueblo de Dios, todos los obispos, sucesores de los apóstoles y encargados del pastoreo del rebaño del Señor, se han reunido a fin de clarificar, iluminar o dar la correcta dirección a los asuntos de la Iglesia.

Desde ese primer concilio en el que se clarifica cual es la doctrina de la Justificación (que es por medio de la fe en Cristo y no por la observancia de la circuncisión), han existido 21 Concilios Ecuménicos en la Iglesia.

Todo buen cristiano debía tener una copia de los documentos del último concilio celebrado en la Ciudad del Vaticano y que es conocido como Concilio Vaticano II en el cual se trataron temas que han venido a devolverle la frescura del Espíritu a la Iglesia. De particular interés para todos nosotros es la Constitución «Lumen Gentium» sobre el papel de la Iglesia en el mundo.

Jn 15, 9-11

La auténtica vida cristiana es mantenerse en el amor de Cristo, permanecer en Él; ese amor se vive en la comunidad y se irradia al mundo. Eso es lo que pide ahora Jesús a sus discípulos. Les pide que permanezcan en su amor. Ese amor no es una simple teoría, sino la fidelidad a su palabra. Deberíamos sentir vergüenza de que el Señor Jesús nos repitiera tan insistentemente que nos ama y nos pidiera que permanezcamos en su amor.

Jesús nos ama con el mismo amor con que ama el Padre. Cristo nos ama hasta el exceso. Y Él quiere que nosotros le amemos, como Él nos ama. Es impensable, que Dios nos ame tan sin límites y nosotros respondamos a ese amor infinito con un amor frío y mezquino. Cuando realmente se ama, ese amor exige sacrificios; pero esos sacrificios, no nos son costosos porque amamos.

Eso es lo que nos pasa, humanamente hablando. Y con Dios no es diferente. Si amamos a Dios, no podremos no guardar sus mandatos. Pero no los guardaremos… porque es obligación,… ni porque le tememos,… los guardaremos por amor a Él.

Pero nos es difícil vivir este mandamiento del Señor, si el Padre no nos atrae fuertemente hacia su Hijo, y en Él aprendemos a amar. El Espíritu Santo debe ser nuestro maestro en este arte de amar. Ese Espíritu Santo que es Amor, nos va guiando al verdadero amor paternal, hasta que en nosotros haya una entrega total como la de Jesús.

Y como Jesús les había hablado a sus discípulos de su partida y ellos estaban tristes, el Señor les repite una vez más: “les he dicho esto para que mi gozo esté en ustedes  y su gozo sea pleno”. Jesús va al Padre para esperar allí a todos sus discípulos y así unirse con ellos no ya de un modo provisorio sino definitivo. Por eso nada ni nadie puede arrebatar al cristiano la alegría. Porque la alegría de un cristiano no se fundamenta en algo pasajero, en “seguridades”, en “beneficios”. La alegría de un cristiano está en la convicción de que ha sido elegido por Dios; en que su nombre está escrito en el Reino de Dios y en la seguridad que Dios nos ama; que Jesús nos ama y nos espera en su Reino

Miércoles de la V Semana de Pascua

Hech 15, 1-6

En algunos pasajes vemos lo importante que es la Jerarquía de la Iglesia para que el Espíritu pueda construir la Iglesia. En nuestra lectura hemos visto como ha surgido una diferencia en la comunidad: los paganos convertidos ¿se deben circuncidar? ¿Quién ha de decidir esto? ¿qué grupo es el que tiene la razón? Movidos por el Espíritu, deciden no tomar esta decisión por su cuenta sino consultarla con la Jerarquía de la Iglesia.

Hoy en día las decisiones difíciles en materia de fe y costumbres continúan siendo puestas en claro por los obispos, sucesores de los Apóstoles. La obediencia a la jerarquía de la Iglesia es la garantía de la unidad.

Es posible que «nuestra opinión» sea contraria, pero ni aun teniendo una revelación privada podemos ir contra el magisterio de la Iglesia. Si verdaderamente queremos hacer la voluntad de Dios y no vernos envueltos en las mentiras del demonio que se viste de luz, debemos confiar en que el poder de discernir lo dejó el Señor en la Jerarquía Eclesiástica (a pesar de ser como nosotros, hombres pecadores y débiles).

Jn 15, 1-8

Dios nos pide que nos amemos, y nos pide que lo hagamos como el propio Cristo nos amó, esto es, hasta el extremo de dar la vida. Pero ¿resume ese Mandamiento Nuevo todo lo que Dios nos pide?

Para empezar, habría que decir que el Mandamiento Nuevo nos desborda. Todos sabemos lo sencillo que puede ser amar a quien nos ama. Podemos llegar incluso a dar la vida por algunas personas, como muchas madres la darían por sus hijos. Pero amar, como Cristo, a nuestros enemigos… Entregar libremente la existencia por quien nos ha traicionado o por quien nos ha roto el corazón… Perdonar a quien nos hace la vida imposible… Todo eso es superior a nuestras fuerzas humanas. Además, en caso de que llegásemos a cumplirlo, ¿serviría de algo si no amamos a Dios y vivimos a espaldas de su Amor por nosotros? ¿Podría esa entrega salvarnos si se trata de un mero altruismo, de una obra humana realizada al margen de la gracia? No olvidemos que la Ley de Dios se resume en dos mandatos: amarás a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo. Sin cumplir el primero, ¿acaso podrá salvarnos el segundo? Dios nos pide, desde luego, que cumplamos ese Mandamiento Nuevo; pero el Mandamiento Nuevo no resume la Ley de Dios.

Si hubiera que resumir, en una sola frase, todo lo que Dios nos pide, habría que emplear el texto del evangelio de hoy: «permanezcan en mi»… Dios nos pide que nos abracemos a su Hijo Jesús, y no nos separemos de Él jamás. Unidos a Él por la gracia, seremos capaces de amar a nuestros hermanos hasta el punto de entregar la vida por los enemigos. Unidos a Él por la oración diaria, por la comunión frecuente y la renovada confesión sacramental de nuestras culpas, veremos cómo nuestra vida se llena de Dios, cómo nuestras almas se llenan de paz, y cómo nuestros corazones se llenan de una alegría sobrenatural y serena que ningún sufrimiento podrá arrebatarnos. Unidos a Él por la lectura cotidiana del Evangelio, experimentaremos en nuestras vidas una «cristificación» que nos llevará a desaparecer por completo para que sólo Jesús brille en nosotros.