Sábado de la VII Semana de Pascua

Hech 28, 16-20. 30-31

Nuevamente antes que nadie más el pueblo de las elecciones. A ellos hay que anunciar en primer lugar el cumplimiento de las promesas divinas en Cristo Jesús. Pablo ama entrañablemente a los de su raza y por ellos, con tal de salvarlos, estaría dispuesto incluso a ser un anatema, separado de Cristo. Y esto porque, se pregunta Pablo: ¿Habrán tropezado los israelitas de manera que caigan definitivamente? ¡De ninguna manera! Por el contrario, con su caída ha llegado la salvación a los paganos provocando así los celos de Israel. Y si su caída y su fracaso se han convertido en riqueza para el mundo y para los paganos, ¿qué no sucederá cuando lleguen a la plenitud? Pablo, preso, anuncia a los Judíos, residentes en Roma, que él lleva esas cadenas a causa de la esperanza de Israel, llegada a su fiel cumplimiento en Jesús.

Con absoluta libertad hace este anuncio, durante dos años, ante un auditorio más benigno y más capaz de abrir su corazón a la fe en Jesús. De Pablo aprendemos el ejemplo de amar entrañablemente a nuestro prójimo, de tal forma que podamos, junto con Cristo decir comprometidos: Padre, eran tuyos, tú los pusiste en mis manos; y yo no voy a perder nada de lo que tú me encomendaste.

No defraudemos la confianza que Dios nos ha tenido; proclamemos su Nombre de tal manera que sea cada día más conocido, más amado y más testificado por las buenas obras de todos, hasta que su Reino alcance el corazón de todas las personas.

Jn 21, 20-25

Sígueme. En la fidelidad al Evangelio uno es el que importa. En el anuncio del Evangelio el que importa es el prójimo, que, además de recibir el anuncio de salvación, se ve fortalecido con el testimonio del enviado. Sígueme. No condiciones tu seguimiento del Señor a la respuesta de los demás. Cada uno es responsable de sí mismo ante Dios. Ante los demás nuestra única responsabilidad es el anuncio fiel del Evangelio. Pablo nos ha dicho en estos días: yo no soy responsable de la suerte de nadie, porque no les he ocultado nada y les he revelado en su totalidad el plan de Dios. Si alguien se opone a la verdad, ese mismo dará cuenta de su actuación a Dios. ¿Qué será de los demás? Eso sólo lo sabe Dios. ¿Qué será de nosotros mismos? Eso lo vislumbramos por nuestra fidelidad, o por nuestra infidelidad a Dios; por nuestro amor o por nuestra falta de Él. ¿Hacia dónde se encamina nuestra vida? Ojalá y permanezcamos en el amor hasta que Él vuelva, siendo así sus discípulos amados.

En la Eucaristía Dios ha incoado en nosotros la vida eterna. Su presencia en nosotros es para seguir las huellas de su Hijo. Dios no sólo nos encomienda el anuncio del Evangelio. Antes que nada nos pide que lo sigamos. Si no lo conocemos y aceptamos personalmente en nuestra vida, pronunciaremos tal vez muy hermosos discursos, armados magistralmente, pero no seremos sus testigos por no conocerlo, por no tenerlo, por no estar comprometidos personalmente con Él

Viernes de la VII Semana de Pascua

Hech 25, 13-21

Pablo ha pedido ver al «César», es decir ha pedido ver al máximo gobernante para exponerle la fe en Cristo, como se lo pidió el mismo Señor.

Que importante es que nuestros gobernantes, no solo conozcan a Jesús, sino que busquen vivir de acuerdo a su evangelio. Recientemente se estuvo promoviendo en México la posibilidad de despenalizar el aborto, cosa que en un país cuyo censo revela que el 96 % de la población es «cristiana» no debería haber existido ni siquiera como iniciativa de ley. Si esto ocurre es porque muchos de los gobernantes (no solo en México sino en la mayoría de los países) no han sido profundamente evangelizados.

Ciertamente no es fácil llegar a esas cúpulas, pero es deber de nosotros procurar los medios (aunque sea con nuestra oración diaria), para que el Evangelio toque sus corazones y así evitar todas las injusticias y desordenes morales que vienen por la falta de conversión de muchos de aquellos que dirigen nuestra sociedad. Hagamos público el Evangelio, busquemos los medios para que todos, sobre todo los que están en nuestra esfera social, conozcan y amen a Jesús.

Jn 21, 15-19

¿Me amas más que estos? ¿Cuántas veces tendría que preguntárnoslo el Señor, si con cada pregunta quisiera purificarnos de cada una de nuestras faltas y traiciones? Dios nos ha amado a cada uno de nosotros con un amor exclusivo; es verdad que ha dado su vida por todos nosotros; pero esto no podemos aceptarlo de un modo generalizado sino personal. Pues en verdad que a nadie más en la historia amará como te ama a ti con amor exclusivo y personal. El mundo no podrá tener la oportunidad en ningún otro momento de la historia de contemplar otra persona como tú.

La iglesia no tendrá otra persona que algún día cumpla con la misión que a ti se te confió. Tú eres único e irrepetible en la historia, con tus cualidades, con tu vocación y con la misión que Dios te ha confiado.

¡Así te ha amado Dios! Si tú lo amas ese amor a Él no puede manifestarse sino en el amor a tu prójimo, velando por él como el pastor vela por sus ovejas. Es verdad que somos frágiles; y que muchas veces nuestro amor a Dios ha sido como el rocío y como nube mañanera.

A pesar de todo eso Dios nos sigue llamando para que colaboremos con Él en la construcción del Reino de Dios entre nosotros. ¿Por qué no decirle, Señor, tú lo sabes todo; pero a pesar de todo tú bien sabes que te amo? Y ojalá y nuestro amor no se nos quede en una vana palabrería, o en promesas de pocos días.

Jueves de la VII Semana de Pascua

Hch 22, 30; 23, 6-11

Ya Jesús había anunciado en el momento de la Ascensión, que el evangelio habría de ser anunciado a todo el mundo. Pablo, que ha sido llamado por el Señor a ser su testigo, tendrá ahora que ir hasta la cuna del Imperio para ahí, delante del emperador, dar testimonio de Jesús.

Es importante en este pasaje el darnos cuenta, que si en principio Pablo evangelizaba por iniciativa propia e iba a donde él quería, ahora es el mismo Señor, quien valiéndose de las circunstancias, lo envía a Roma.

Pensemos cuántas veces, Dios nos envía a diferentes ciudades, trabajos, ambientes y nos desestabiliza, para con ello llevarnos a una nueva oportunidad de predicar y de ser sus testigos. Lo que muchas veces consideramos una «tragedia» o una situación desagradable, puede ser o convertirse en la ocasión que Dios nos propone para que nuestro testimonio se haga visible y de esta manera atraer hacia Él a otras personas, que de otra manera posiblemente nunca lo hubieran conocido.

Sepamos descubrir en todo incidente la mano amorosa de Dios que nos invita a ser sus testigos, hasta los últimos confines del mundo.

Jn 17, 20-26

Nos gustan los «tiangis». Es fácil encontrar de todo y más barato. Pero, curiosamente, somos compradores exigentes. Sometemos a múltiples exámenes los artículos que nos ofrecen. Buscamos el holograma que me asegure que estos lentes son auténticos «Ray Ban» o que este reloj tan llamativo sea «Casio» original, con banco de datos y calculadora para los exámenes…

Y si nos gusta poseer cosas auténticas, más nos agrada encontrar la autenticidad encarnada en las personas con quienes convivimos. No nos gustan las hipocresías, ni los dobleces y las mentiras.

Lo que no es auténtico no convence, ni da pruebas de garantía o confianza. Por eso Cristo pidió a su Padre que los suyos se distinguieran por dos características inequívocas: la unidad y el amor.

Con estos dos rasgos es fácil discernir quién sí es de Cristo, y quien, por el contrario no lo es. ¿Eres verdadero cristiano? Será porque vives el amor y tratas de crear a tu alrededor un ambiente de unidad, a pesar de las diferencias que todos tenemos. Si no… lo serás sólo de nombre. Pero no te preocupes, que para eso se adelantó Jesús rogando por ti.

Pídele que te ayude, para que seas un cristiano auténtico según su corazón y no sólo de etiqueta.

Miércoles de la VII Semana de Pascua

Hech 20, 28-38;

La última recomendación de Pablo para la comunidad de Efeso, sería: «Los encomiendo a Dios y a su Palabra salvadora, la cual tiene fuerza para que todos los consagrados a Dios crezcan en el espíritu y alcancen la herencia prometida».

Pablo sabe bien que nuestra fuerza, como ya lo había dicho el Señor, no está en nuestros razonamientos, sino en su Palabra, la cual es «viva y eficaz». Es pues necesario mis amados hermanos, que si realmente queremos crecer en el Espíritu y alcanzar la estatura de Cristo, nos demos tiempo para la lectura de la Sagrada Escritura, en ella está la fuerza que construye una nueva sociedad, una sociedad no regida por los criterios humanos, sino por la caridad del Espíritu.

En la Sagrada Escritura encontrarás los criterios con los que se debe guiar la vida del Cristiano, consejos para los amigos, instrucción para los hijos, consuelo para los afligidos, y sobre todo la feliz noticia, que se repite a cada momento: Dios te ama, te ha amado y te amará siempre.

Jn 17, 11-19

Jesús, el Buen Pastor, antes de comenzar el drama de su pasión, encomendó a los suyos a quien sabía que velaría por ellos con tanto amor como Él lo había hecho: a su Padre. «Padre santo, cuida a los que me diste. Voy a ti y los dejo solos, cuida de ellos».

El amor de Cristo es eterno, supera la barrera del tiempo y del espacio. Su amor está presente siempre y en todo lugar. Ésta debe ser la principal alegría de un cristiano: saberse amado por Jesús y por su Padre. Con un amor más fuerte que el odio del mundo.

Este amor de Cristo es nuestra insignia, nuestro escudo y nuestra arma de lucha. No puede concebirse un cristiano que huya de la lucha, que se oculte cobardemente tras un árbol quitándose una espina cuando sus pastores y tantos hermanos son atacados por los enemigos del rebaño de Cristo.

Por eso Cristo no pidió al Padre que nos apartara del mundo y nos encerrara en un «mundo perfecto», sino que nos santificara (que nos fortaleciera con su gracia) para vencer el mal y extender su Reino.

No tengamos temor de vivir como auténticos cristianos en medio del mundo, esta es nuestra misión; si nos persiguen, Dios estará para fortalecernos, defendernos y rescatarnos. Su Espíritu nos acompaña hasta el final de los tiempos.

Martes de la VII Semana de Pascua

Hech 20, 17-27

Es esta emotiva despedida de san Pablo a la comunidad de Asía menor, nos dice: «No he escatimado nada que fuera de utilidad para anunciarles el Evangelio». Es decir, ha puesto todo lo que estaba de su parte para que Jesús fuera conocido y amado.

Si hoy hiciéramos un balance de nuestros recursos y de nuestra vida, ¿podríamos como san Pablo decir que hemos puesto todo lo que está de nuestra parte para que Jesús fuera conocido en nuestra oficina, en nuestra escuela, en nuestra familia o en nuestro barrio? Siempre he creído que si el evangelio no ha llegado «hasta los últimos confines del mundo» y si nuestra sociedad es una sociedad en la que el fantasma de la muerte nos aterroriza, es porque los cristianos hemos permanecido pasivos por muchos años (deberíamos decir demasiados).

Cada cual, se ocupó solo de sus negocios, pensando que los «padrecitos, las monjitas y los misioneros» eran los únicos encargados de llevar la buena noticia. El Concilio Vaticano II y en especial la Christifideles Laici de Juan Pablo II, en consonancia con Evangelium Nuntiandi de Paulo VI, nos recuerdan que ha llegado la hora de que cada uno de nosotros tome con seriedad su función dentro de la Iglesia y anuncie la verdad en Jesucristo. Recordemos que «solo en Cristo está la respuesta a todas las interrogantes de la vida del hombre».

Jn 17, 1-11

Si alguna vez hemos dirigido a Dios una oración mientras pasábamos por un momento poco deseable, ¿cómo ha sido ese momento de unión con Dios? ¿Qué le hemos pedido, qué le hemos dicho? Lo más cierto es que hemos dejado desahogar nuestra alma contando a Cristo las penas que atravesábamos en ese momento.

Hoy Cristo nos enseña a orar con el alma cargada de temor, de miedo, de pena. Y hoy también Cristo nos dice cuánto se preocupa por nosotros. Que un hombre deje de lado sus sufrimientos y preste mayor atención a otras angustias que no son las suyas, o una de dos: o es un loco que busca fastidiarse la vida con masoquismos o ama vehementemente a los demás. Quien no ha sufrido por una persona ni la conoce ni la ama. Sin embargo, Cristo no se cansa de probarnos su amor. Porque sufrió por nosotros nos ama.

La respuesta más humana de nuestra parte debería de ser la de la gratitud. La de nuestra correspondencia a su amistad. Sufriendo un poco Él u ofreciendo el sufrimiento que ya padecemos. Pero también le agradecemos lo que hace por nosotros, y lo hacemos guardando los mandamientos pero sobre todo custodiando el distintivo que caracteriza a todo cristiano. La caridad. Si Cristo pidió algo ardientemente a su Padre fue precisamente la unidad. “Cuida en tu nombre a los que me has dado para que sean uno” Unidad en la familia, en el trabajo. Unidad en cualquier grupo social en el que nos encontremos. Es así como podríamos consolar a Jesús y cómo podríamos agradecer lo mucho que se preocupa por nosotros.

Lunes de la VII Semana de Pascua

Hech 19, 1-8

La gran novedad del Nuevo testamento es el «don del Espíritu Santo», es decir la «inhabitación» de Dios en nosotros. A partir de Pentecostés la acción de Dios en el hombre no es desde afuera, sino desde dentro. Sin embargo, dado que su presencia es espiritual, solo la podemos reconocer por su acción. Esta es quizás la razón por lo que en la primitiva Iglesia uno de los «signos sensibles» que indicaban la presencia del Espíritu Santo en el corazón de los creyentes es lo que se llama «El don de Lenguas» o el comenzar a hablar en lenguas desconocidas. Esta manifestación la encontraremos a todo lo largo del libro de los Hechos y está siempre asociada con el bautismo y con la oración.

En medio de este mundo incrédulo que nos toca vivir, esta manifestación es de nuevo un don manifiesto en muchos cristianos, asociado hoy en día, más que al bautismo, que se recibe de pequeño, con la «aceptación personal de la salvación en Cristo» y el compromiso de vivir conforme al Evangelio.

Por ello, en muchas reuniones de oración, al igual que en la primera comunidad, se «oye orar a los cristianos en lenguas que solo los ángeles conocen». Como todos los dones en la Iglesia, éste también debe ser discernido para no engañarnos en la vida espiritual. Deja que el Espíritu te manifieste su presencia viva en ti.

Jn 16, 29-33

En este pasaje, Jesús viene de anunciarle a sus discípulos que Él ha salido del Padre y ha venido al mundo, y ahora va a salir del mundo para regresar al Padre. Y los discípulos admiran la sabiduría de Jesús que les ha respondido a una pregunta que no habían llegado a formular y hacen un acto de fe. Manifiestan que Jesús procede de Dios. Pero Jesús sabe muy bien que esa poca fe no va a ser capaz de hacerlos superar la crisis que se les acercaba y con una bondadosa ironía, les anuncia su próxima desbandada. Esos mismos discípulos que ahora le decían que realmente creían que Jesús procedía de Dios, un breve tiempo después, lo van a dejar solo en su Pasión. Pero Jesús, les aclara que nunca estará solo, porque el Padre estará siempre con Él.

Y en la última parte de su discurso Jesús le dice: “Les he dicho estas cosas para que tengan paz en mí. En el mundo tendrán tribulaciones; pero tengan ánimo, que yo he vencido al mundo. Y también el Señor nos dice a nosotros hoy, que aún en medio de las adversidades, que aun cuando nos sintamos perseguidos, en los momentos de mayor acoso, si estamos con Cristo, tendremos paz. Tendremos la paz del Señor.

Los primeros discípulos de Jesús, cuando el Señor partió, experimentaron persecuciones externas y también muchas divisiones internas. Pero no se enfriaba su amor a su Maestro. Ellos experimentaron que Jesús seguía intercediendo ante el Padre por ellos, que el Padre los amaba y los escuchaba, y que nada ni nadie entonces podía quitarles la alegría que el Señor les prometió.

La Visitación de la Virgen María

Lc 1, 39-56

Hay visitas que no dejan ninguna huella, hay otras visitas, como decían nuestros abuelos, proporcionan mucha alegría cuando llegan, pero dan más alegría cuando se van.  Entendiendo esto como la visita de aquel que viene y que ciertamente nos produce gozo pero que también implica los servicios y atenciones que a la larga cansan.

En cambio, hoy celebramos una visita muy especial: la visita de la Virgen María a su prima Isabel y con ella el modelo de lo que debería ser toda visita: un encuentro gozoso entre dos personas que se quieren y se ofrecen alegría y servicio mutuo.  Es una serie de exclamaciones de alegría sinceras y de alabanzas, no tanto por los méritos personales, sino por la presencia de Dios en sus vidas.  Y el recuerdo de esta visita es precisamente esto que hace experimentar la visita de Dios a su pueblo, que lo percibe tan cercano y tan solidario que trastoca el desorden que ha impuesto la injusticia y la ambición.

El canto del Magníficat puesto en los labios de María por san Lucas, expresa esta visita tan especial de Dios a su pueblo.  No una visita pasajera o efímera sino la visita que trae su misericordia de generación en generación.

No la visita egoísta que busca ser servida, sino la visita del que llega hasta lo profundo del alma y que hace que salte el espíritu.  No la visita que nada modifica, sino la visita que trastoca todos los planes inicuos y perversos.

Que hoy, al recordar y celebrar esta visita, también seamos conscientes nosotros de que este Dios de brazo fuerte nos visita y acompaña; camina con nosotros, invade todo nuestro interior y pone su mirada en nuestra pequeñez y humildad.

Hoy, tendremos visitas, que sean encuentros en este mismo espíritu: liberadores, generadores de alegría y paz.  Que cada persona que veamos se reconozca como bendecida y amada por Dios.

Hay visitas que hacen crecer y llenan de júbilo, como la de María, como la de Dios a su pueblo, como la de la Encarnación.

¿Cómo son nuestras visitas?

Viernes de la VI Semana de Pascua

Hech 18, 9-18

Jesús ya les había advertido a sus Discípulos que iban a ser perseguidos y que los llevarían a los tribunales, pero también les aseguró que Él mismo estaría con ellos y que el Espíritu Santo les daría palabras y sabiduría a la que no podrían hacer frente sus enemigos.

Pablo, es este pasaje, es nuevamente testigo de que este aviso y esta promesa de Jesús se realizan en la vida de aquel que lo testifica con su palabra y con su vida. Jesús nos dice hoy a nosotros también como lo hizo con Pablo: «No tengan miedo de hablar con valentía. Hablen y no callen, yo estoy con ustedes.»

Es pues necesario que lo anunciemos con valentía en nuestras oficinas, en nuestros barrios, en las escuelas y universidades, etc. Si el mundo de hoy vive en esta oscuridad y soledad, que lo empuja a buscar el mal que lo destruye, es porque nosotros los cristianos hemos estado por mucho tiempo callados.

Es necesario despertar de nuestro letargo y ponernos a hablar del amor de Jesús; es necesario anunciarlo y dejar que se transparente en nuestra vida, aunque esto nos lleve a tener problemas. Estamos seguros que de la misma manera que Dios libró a Pablo y a sus compañeros, así también lo hará con nosotros.

Jn 16, 20-23

¡Cuánta alegría siente una familia al recibir un nuevo miembro! Es una alegría que llena el alma, pero ¿cuánto dolor se tuvo que sufrir? Mucho dolor durante algunos minutos u horas, pero ese dolor se ha transformado en todos en una alegría inmensa.

También, cuando van a operar a una persona, ésta se siente afligida y no piensa en otra cosa que en lo que le está sucediendo, pero cuando ha pasado todo, después de esas horas de suspenso, se siente tranquila y en paz, hasta con una mayor alegría de seguir el camino con vida.

Así es la vida del hombre, los dolores siempre preceden a las alegrías, y a veces es al revés. Nunca hay un estado perpetuo de alegría o de dolor, siempre habrá una luz de esperanza en las noches de más grande inquietud.

Cristo nos quiere prevenir en este pasaje que no estaremos solos por mucho tiempo, sino que siempre le tendremos a Él cerca, y así nuestro dolor por la separación se transformará en alegría cuando le veamos de nuevo. No perdamos la esperanza, Cristo siempre regresará, aunque no lo veamos.

Pidámosle la gracia de darnos mayor confianza en su palabra, y así esperarlo con alegría.

Jueves de la VI Semana de Pascua

Hch 18, 1-8

En algunos períodos de su vida, san Pablo tuvo que trabajar con sus propias manos para ganarse el sustento. Esto hacia que, como la mayoría de nosotros, tuviera que administrar su tiempo entre el trabajo y las demás actividades.

Dado que para él su actividad principal era la predicación, utilizaba el tiempo libre en hablar de Jesús. En el mundo absorbente en el que vivimos, nosotros también debemos administrar bien nuestro tiempo y atender las obligaciones que nos vienen por ser cristianos. Entre ellas están, el dedicarle tiempo a la familia (papás, hijos, hermanos y demás parientes). Y cuando decimos dedicarle tiempo no quiere decir, simplemente sentarse a ver televisión con ellos; implica compartir nuestra vida, nuestros problemas y necesidades; es buscar en común caminos que nos lleven a amarnos más.

Esta es una de las fuentes más importantes de evangelización que podemos tener en la familia, pues al darnos tiempo de estar con ellos, no faltará la oportunidad para orar juntos y para instruirnos unos a otros en las cosas del Señor. Recuerda que hay que trabajar para vivir y no vivir para trabajar.

Jn 16, 16-20

¿Por qué sufrir si se puede evitar?

En esta escena podemos contemplar uno de los más profundos misterios de la vida de Jesús y de su forma de ser. Vemos a un Jesús que está hablando a sus discípulos. Él habla y ellos no lo entienden. Él sabe que no lo entienden. Luego les explica “sin explicarles”. Les dice también que llorarán y que luego se alegrarán. Si Dios sabe que van a estar tristes, si Jesús sabe que van a sufrir; si Jesús sabe y tiene el poder de evitarlo… ¿por qué no lo evita? ¿Acaso no los ama?

El dolor. Qué gran misterio. ¿Por qué Dios permite el dolor? Parece una locura afirmar esto pero no es verdad que el dolor sea malo. No es verdad que la tristeza sea un mal. Cristo el “todopoderoso” estuvo triste también. – “Y Jesús lloró” – Cristo sufrió moral y físicamente más que ningún otro hombre en la historia. Y lo más extraño es que pudiendo evitarlo no lo hizo. Cristo permite el dolor y también la alegría. Cristo estuvo también muchas veces alegre.

Muchas veces damos tanta importancia a estar alegres, a no estar tristes a no sufrir. Esto es dar mucha importancia a lo poco importante. ¿Cuándo dijo Cristo que lo importante era estar siempre feliz? Yo pienso que en este sentido vivimos un poco fuera de la verdadera realidad; aquella realidad que vivía Cristo y en la que viven los santos de hoy; donde lo más importante no es la alegría sino la gloria de Dios y la salvación de las almas; donde lo único a evitar no es el dolor sino el pecado y el egoísmo. Este evangelio nos enseña, entre tantas otras cosas, que estar tristes o contentos no depende de nosotros ni es lo más importante. El dolor tiene varias y muy válidas razones para existir. Hay que preguntar a Jesús. Y si Él lo considera oportuno nos lo explicará. Y si no lo considera oportuno no nos lo explicará. ¡Qué importa! Él nos ha dicho que Dios es nuestro papá y Él sabrá lo que hace. Él es Dios. Él es el importante, no nosotros. Si supiéramos lo que Dios nos tiene preparado en el paraíso…

Miércoles de la VI Semana de Pascua

Hch 17, 15-16. 22-18,1

Los atenienses, al igual que quizás la mayoría de los hombres, eran personas muy religiosas, las cuales creían fervientemente en Dios.

Hoy en día es triste darnos cuenta que los hombres van perdiendo su interés por Dios, por las cosas divinas y trascendentes. El materialismo que vivimos está llevando al hombre a una inmanencia tal en la que se pierde de vista lo sobrenatural y con ello Dios y nuestro destino final. Por otro lado nos encontramos, incluso dentro de nuestra misma Iglesia, hermanos que aun creyendo en Dios, viven con una imagen equivocada de Él.

Pablo en el Aerópago, les anuncia la auténtica visión de Dios, del Dios amoroso que en su misericordia resucitó a su Hijo y los constituyó Señor, para que todos los que crean en Él tengan vida y la tengan en abundancia.

No dejes que el materialismo te haga perder el sentido de lo espiritual; y si conoces a alguien que no tiene una idea clara del Dios Amor, háblale de su misericordia y de con cuanto amor lo está buscando.

Jn 16, 12-15

Mucho tengo todavía que decirles…

Cristo tiene todavía muchas cosas por decirte. Él quiere hablarte al oído, al corazón. Quiere verte a los ojos y, con sólo su mirada, decirte que te ama. Él es el Maestro, el Señor. Y sus palabras son palabras de vida eterna, alimento para nuestras almas.

Pero quizá tampoco ahora estemos preparados para digerir lo que Cristo nos quiere decir. Quizá aún vemos demasiado con los ojos de la carne y pensamos demasiado como los hombres y no como Dios. Quizá todavía vivimos apegados a las cosas de la tierra y no hemos aprendido aún a poner nuestros ojos y nuestro corazón en los bienes del cielo. Debemos por tanto aprender a abrir nuestras almas a la luz nueva de Cristo. Una luz que ilumina nuestras vidas y la historia del mundo haciéndonos descubrir la mano amorosa y providente de Dios. Aprenderemos a ver todo desde Dios, con los ojos de Dios. Entonces seremos los golosos de Dios. Llegaremos así a saborear, degustar, paladear el plan magistral y la maravillosa acción de Dios en la historia de la salvación.

Es cuestión de ser dóciles al Espíritu Santo, al Espíritu de la verdad. Él nos llevará hasta la verdad plena. Nos anunciará lo que ha de venir. Nos enseñará a leer los signos de los tiempos, a ver la mano de Dios en todos los acontecimientos de nuestra vida ordinaria, a amar los caminos misteriosos y fascinantes por los cuales conduce al hombre y a la creación entera a la instauración total en Cristo.