Lunes de la XI Semana Ordinaria

2 Cor 6, 1-10

Una de las cosas que más daño hace a la Iglesia es el mal testimonio que sus hijos dan, pues desgraciadamente no dice: «Que mal se porta esa persona», sino que dice: «Fíjate, ese es uno que se dice cristiano, y mira cómo vive igual que los que no conocen a Dios».

Es triste encontrarse hermanos en espectáculos a los cuales un cristiano no puede asistir; participando en conversación impropias para aquellos que se dicen seguidores del Señor; bebiendo en modo inmoderado, que lo hacen comportarse en un modo que pone en ridículo a su familia y sobre
todo a Cristo que vive en él. Por ello Pablo, buscaba que toda su vida se
asemejara a la de Cristo, y aun sabiéndose débil y pecador dice: «A nadie damos motivo de escalado, para que no se burlen de nuestro ministerio».

Nosotros también, en medio de nuestras debilidades, busquemos que nuestra vida dé testimonio de nuestro ser cristiano, y evitemos a toda costa ser un elemento de escándalo para la Iglesia y para el Evangelio.

Mt 5, 38-42

Perdonar es una de los más nobles trabajos de la naturaleza humana. Pero cuando se dice noble no quiere decir que sea extraordinaria. En un hombre, lo que sale de un alma limpia, es el perdón. La venganza sólo puede salir de lo que tenemos de bruto. La primera de las virtudes es saber convivir.

Un hombre bueno o un santo son como el fuego: se definen por la luz y el calor que difunden. Un fuego es aquello a lo que la gente se acerca en invierno, algo junto a lo que se está bien. El generoso olvida el mal. O al menos hace lo posible para olvidarlo. Cuando la gente pregunta, ¿por qué el Papa está siempre feliz? La respuesta es muy simple: porque se siente querido por muchas personas, pero sobre todo por Dios. Porque nunca se ha sentido abandonado. Porque experimenta su ternura incluso en la oscuridad y en el dolor.

El Evangelio de hoy es lo que algunos llamarían «una auténtica revolución del amor». «Han oído que se dijo… Pero yo les digo…» Jesús rompe los esquemas calculadores y nos traza el camino de la caridad y del perdón. No lo hizo sólo con sus palabras. Lo demostró con su ejemplo y con su vida. Al soldado que le abofeteó, le puso la mejilla derecha también; dejó no sólo su túnica, que después echaron a suertes, sino todas sus vestiduras antes de subir a la cruz; le pedimos que nos acompañara una milla y se quedó caminando con nosotros hasta el final de los tiempos en la Eucaristía. Ojalá que este pasaje nos lleve a revisar nuestra vida. Que obre en nosotros una «una auténtica revolución de amor» en nuestro corazón. Todo ello, como fruto de ese sabernos amados por Dios y por tantos y tantos hermanos nuestros en el Señor.