HOMILÍA DOMINICAL

CORPUS CHRISTI (CICLO C

El domingo siguiente al domingo de la Santísima Trinidad, la Iglesia celebra la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, la fiesta del Corpus Christi.

Cristo Jesús, antes de morir, quiso dejarnos como testamento la Eucaristía, el sacramento en el que nos da su Cuerpo y su Sangre, o sea, su misma Persona, como alimento para el camino.

Cristo está presente, como Señor Resucitado, invisiblemente, en todo momento. Cuando el día de la Ascensión iba a desaparecer de nuestra visión humana, se despidió diciendo: “Yo estoy con vosotros todos los días”. Pero además quiso estar sacramentalmente presente, como Pan y Vino. Porque sabía que nuestro camino iba a ser difícil y necesitaríamos su fuerza.

Esto es lo que celebramos hoy, en la fiesta del Corpus Christi.  Cada domingo —algunos, cada día— celebramos la Eucaristía y recibimos a Cristo como Palabra y como comunión eucarística. Pero hoy, además, le dedicamos una fiesta, o sea, lo alabamos y agradecemos especialmente que haya pensado en este entrañable modo de apoyarnos en nuestra vida, siendo nuestro alimento.

Además, hoy vamos a salir en procesión por las calles para mostrar esta fe y esta gratitud.

Las lecturas de hoy nos ayudan a entender qué es la Eucaristía.  Nos han presentado, ante todo, a Melquisedec, un misterioso sacerdote de Salem (Jerusalén), que ofreció pan y vino a Abrahán, que volvía de una batalla contra los enemigos.

Este personaje, Melquisedec, se ha considerado siempre como figura profética de Cristo Jesús, del que en el evangelio hemos leído que a la multitud, cansada y hambrienta, le ofreció alimento, multiplicando los panes y los peces. Con esa multiplicación de panes, aunque todavía no se trataba de la Eucaristía, ya nos anunciaba qué iba a dejarnos en este sacramento después de su Pascua.

San Pablo en la segunda lectura, no decía cómo Jesús, en la cena de despedida, tomó el pan y el vino, y pronunció sobre ellos unas palabras que conocemos muy bien. Para sus seguidores, ese pan y ese vino iban a ser nada menos que el Cuerpo entregado de Cristo y su Sangre derramada por nuestra salvación.

Cristo, es nuestro Alimento. Como Abraham vendría cansado de su expedición. Como la multitud, al caer de la tarde, estaría cansada y hambrienta.  Así nosotros, en nuestra vida cristiana, nada fácil en este mundo, necesitamos descanso y alimento. Cristo mismo ha querido ser nuestro “viático”, que significa “pan para el camino”.

Así podemos intuir toda la sencillez y profundidad de este gesto sacramental. Cristo ha querido ser, desde hace más de dos mil años, y hasta el fin de los tiempos, no sólo nuestro Maestro, o la Palabra viviente de Dios, sino también el Alimento que nos sostiene y da vida a sus seguidores.

Siempre que celebramos la Eucaristía, hacemos el memorial de la muerte salvadora de Jesús y de su resurrección, y así participamos de su vida y de su fuerza. Él mismo nos dijo: “Quien come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en él… vivirá de mí como yo vivo del Padre”.  La Eucaristía es un admirable sacramento de comunión con Cristo Jesús.

Pero además, ya que en el sagrario ha quedado también, sobre todo como Pan eucarístico disponible para los enfermos y moribundos, eso nos invita a que hoy, o durante cualquier día de la semana, sepamos encontrar unos momentos para escapar de las prisas de la vida y entrar en la iglesia para orar ante el Señor, presente en el sagrario, y agradecerle su don. Así podemos tener un tiempo de reposo meditativo, que nos ayuda a profundizar en nuestra fe y a tomar fuerzas para que nuestra vida cristiana vaya siendo en verdad una vida según el estilo de ese Cristo Jesús, que ha querido ser “pan partido” y “cuerpo entregado” por todos.

Sin la Eucaristía persiste el frío de la vida espiritual y la debilidad de la vida moral. “Por eso hay muchos enfermos y débiles, y son bastantes los que mueren por esta razón”: creen en la Eucaristía, pero no la apetecen ni la buscan con apasionamiento. No sienten necesidad de ella. Y viven en su seguridad, expuestos a todas las enfermedades del alma. Estos son los cristianos tibios que, ojalá, no reciban el rechazo de Dios.

La Eucaristía, celebrada en la misa y prolongada en estos momentos, personales o comunitarios, de adoración ante el sagrario, será así el motor de nuestra actividad cristiana en el mundo de hoy.

La Eucaristía es el Regalo más grande que Jesús nos ha dejado, pues es el Regalo de su Presencia viva entre los hombres.

Celebrar el “día del Corpus” es honrar a Jesucristo presente en la Eucaristía y presente también en nuestras vidas. Es dar gracias a Dios por el don de su Palabra y de su Cuerpo, entregado por nosotros, y su Sangre, derramada por nosotros.