ENCUENTRO CON LOS NIÑOS
Cuando nos engendraron, casi con toda seguridad alguien nos esperaba; esperaba un niño, una niña. Hasta incluso, quizás, lo deseaban. Pero no podían de ninguna manera esperarnos precisamente a nosotros. Para nuestros padres, ni para ningún ser humano, era posible siquiera imaginar quién sería aquél o aquélla a quién con su acto de amor engendraban.
Cuando hace algunos años nacimos, los adultos que nos rodeaban ¿atareados ya, entonces? hicieron un hueco en sus ocupaciones, en sus diversiones, en su mundo organizado, para ocuparse de nosotros.
Pero, ¿cuándo se dieron cuenta realmente de que éramos precisamente nosotros? ¿Cuándo empezaron a tratarnos, no como a un niño sino como a este niño? ¿En qué momento vislumbraron la originalidad y la irrepetibilidad que cada persona somos?
¡Qué agradable y beneficioso es que, cuando uno ingresa en un ambiente nuevo y desconocido para él y en el que a él nadie debe tampoco conocerle, alguien salga a su encuentro y le ofrezca, a él tal como es, un apoyo y una posible amistad! ¡Cuán triste es por el contrario, si los que están en un lugar recelan del desconocido que llega, o también si le reciben efusivamente por pensar que será como ellos desean, sin saber realmente quién ni cómo es!
Se empiezan a oír voces en algunos países que reclaman insistentemente se propicie el aumento de natalidad. En otros, por el contrario, la tasa de nacimientos parece excesiva.
Los adultos que se proponen engendrar nuevas personas, deben tener presente que: Son millones de millones las posibilidades de combinaciones genéticas distintas que podrían ser base biológica de seres humanos concretos. De esas posibilidades, solamente algunas existirán. La existencia concreta es, para los seres contingentes, la única –digamos–“oportunidad” de existir; si no hubieran sido engendrados en aquel preciso momento en que lo fueron, no existirían nunca pues de otras uniones –otros espermatozoides, otros óvulos– nacerán otras personas pero ellos no.
Las parejas pueden planificar cuántos hijos desean tener. Pero de ningún modo pueden saber quiénes serán esos hijos. Los seres engendrados no han pedido existir. Les hacemos ser los que ya existimos y les engendramos. ¡Qué grande y hermosa responsabilidad!
El hecho de que se pueda planificar el engendramiento o no de nuevas personas, no puede hacer pensar que se es totalmente dueño de ellas; ni que se sabe de antemano con certeza cómo y quiénes serán; ni que se puede determinar qué “persona” será, por mucha ingeniería genética que se utilizara.