HOMILÍAS PARA JULIO
XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Las lecturas del día de hoy nos hablan de la virtud de la confianza en Dios y de nuestro deber de evangelizar.
La 1ª lectura del libro del profeta Isaías invita al pueblo de Israel a la alegría y a la esperanza. Los israelitas vuelven del exilio y se encuentran con su país destruido e invadido por otros pueblos. El profeta Isaías invita a los israelitas a unirse en la reconstrucción de su pueblo y a confiar en Dios.
Casi nunca estamos satisfechos del momento presente y de cómo lo vivimos. Siempre estamos pensando en el futuro y alimentamos la esperanza de que el mañana será mejor. El niño pequeño desea ser grande; el adolescente desea ser mayor de edad; el universitario desea terminar su carrera y encontrar trabajo; el soltero desea formar una familia; el casado desea su primer hijo; el campesino espera la buena cosecha; el enfermo desea la salud.
La vida del creyente, también se alimenta de esperanza basada en la promesa de Dios que nos dice: “alegraos”, confiad en Mí, “como una madre consuela a su niño, así os consolaré yo”.
Que importante es que tengamos en cuenta siempre estas palabras porque puede que haya momentos difíciles en nuestra vida o en nuestra familia o en nuestro pueblo o en el mundo entero. El miedo y las preocupaciones no pueden ser nuestros compañeros de viaje, porque el amor y la bondad de Dios nos acompañan, nos consuela y hace amanecer para nosotros, todos los días, un mundo nuevo de vida en plenitud.
Hoy podemos llevar luto, pero con la gracia de Dios podemos reconstruirlo todo. Necesitamos no dejarnos tentar por la increencia, resistir al mal, trabajar con fe, con esperanza y con la confianza puesta siempre en nuestro Padre Dios.
La 2ª lectura de San Pablo a los Gálatas nos recuerda que el encuentro personal de San Pablo con Cristo fue decisivo en su vida y que desde entonces todo lo demás ha dejado de tener importancia en su vida.
Como cristianos tenemos que unirnos a la cruz de Cristo. Esto quiere decir que seremos blanco de persecuciones, de críticas y esto nos debe alegrar porque significa que llevamos en nosotros la marca del Señor y que lo servimos con lealtad hasta la muerte si fuera necesario.
En cambio quien sólo reciba halagos, alabanzas y aplausos de los hombres, por su forma de hablar de Cristo, quiere decir que no es un auténtico apóstol de Señor. Que nuestra gloria no sean las recompensas humanas, sino la cruz de nuestro Señor Jesucristo.
El evangelio de san Lucas nos habla de la misión que Jesús encomendó a sus seguidores.
Algunas personas critican a la Iglesia, pero en esa crítica a los que criticamos es a los sacerdotes, obispos, hasta al Papa. En esa crítica al menos temporalmente nos salimos de la Iglesia, nos hacemos paganos, o protestantes, y nunca mejor dicho por lo de la protesta. Miramos los toros desde la barrera o el incendio desde la otra orilla del río.
Hoy nos dice el evangelio que el Señor envió a predicar a 72 discípulos y esa cifra de 72 es siempre un símbolo de multitud o de totalidad. Es decir, San Lucas nos viene a decir que todos los que vemos los toros desde la barrera nos tenemos que tirar al ruedo cuando se trata de la labor principal de la Iglesia que es la de predicar a todos el Reino de Dios.
En lugar de criticar, hay que hacer llegar el mensaje del evangelio a todas partes. Que cada uno nos convirtamos en un medio de comunicación llevando el mensaje a nuestros ambientes.
En lugar de decir que la Iglesia no se tiene que meter en cuestiones sociales, que cada cristiano evangelice al mundo social y político con sus palabras y ejemplos y denuncie todo lo que es contrario al evangelio.
San Lucas nos dice que la Iglesia somos todos y que todas las responsabilidades en la extensión del Reino de Dios nos competen a todos. Y de una manera muy especial a la familia que es la primera iglesia y si en la escuela no se da formación religiosa, en realidad la Fe y los valores cristianos se aprenden en la familia y no en la escuela o con los catequistas.
En la Iglesia hay muchos espectadores y pocos espontáneos que se tiren al ruedo y sólo estos tienen derecho a criticar a la Iglesia, porque al criticarla se critican conscientemente a sí mismos.
Cualquiera que se considere Iglesia tiene necesariamente que contribuir a la extensión del Reino de Dios. La Fe, si es verdadera, es como el agua de los ríos que por donde quiera que pasa llena todo de verdor y de vida. No podemos encerrar nuestra fe en nuestro corazón y no comunicarla.
Seamos todos Iglesia, viva, alegre como el agua que da vida por donde pasa. No encerremos el agua de nuestra Fe, aunque sea en preciosos floreros del altar, porque al final esa agua huele mal.
XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Las lecturas de este domingo son una invitación a amar a Dios y al prójimo y vivir así una vida en plenitud.
La 1ª lectura del libro del Deuteronomio nos invita a poner a Dios en el centro de nuestra vida y a amarlo con todo el corazón. ¿Cómo? Escuchando su voz en lo íntimo del corazón. Tenemos que escuchar, prestar atención a lo que Dios nos dice, porque lo que Dios nos dice nos tiene que interesar enormemente para nuestra vida.
Ante Dios que nos habla al corazón no tengamos una postura pasiva, dejando que las palabras de Dios nos resbalen, como el agua resbala por una superficie grasosa. Cuando Dios habla hay que escucharlo porque nos ama. Lo que Dios nos manda que cumplamos no es algo para superhombres, no es algo inalcanzable.
Los mandamientos del Señor nos ayudan a apartarnos del mal y hacer el bien y no son difíciles de cumplir.
La 2ª lectura de San Pablo a los Colosenses nos presenta un himno de acción de gracias a Cristo porque Él es el centro alrededor del cual se construye la historia y la vida del creyente.
Para nosotros Cristo tiene que ser el centro de nuestra vida. Nuestra vida no puede estar centrada y basada en cosas secundarias que no son el Señor.
Hay que estar muy atentos porque hay ídolos, poderes o incluso “santos” en quienes centramos nuestra vida y nos desviamos de Cristo.
Quien quiera llegar a encontrarse con Dios no tiene otro camino que Cristo. Quien quiera llegar a ser perfecto no puede hacerlo al margen de Cristo. Dejemos, pues, que Cristo habite en nuestros corazones.
El Evangelio de San Lucas, nos ha presentado la parábola del Buen Samaritano.
Jesús explica, ante un representante de la religión oficial judía, cuál es la esencia de la doctrina del Reino: amar a Dios y amar al prójimo. Tras el amor a Dios, el amor a los hermanos es lo más importante.
La vida actual no es rica en amores a los más necesitados porque vivimos en un mundo en que muchas personas anteponen su bienestar social a cualquier otra necesidad. No aceptan, ni quieren darse cuenta que hay mucho dolor y mucha pobreza a nuestro alrededor, en nuestros mismos barrios.
Las heridas de Jesús, las llagas de Jesús son hoy esas personas que tienen hambre, sed, que son humillados, que están abandonados, son todos aquellos que sufren en su cuerpo. Y nosotros tenemos que “tocar” las llagas de Jesús, es decir, tenemos que ayudar y socorrer al necesitado.
Jesús es hoy ese pobre hombre herido y abandonado en el camino. Nosotros podemos ser o los ladrones que lo han lastimado, robado y herido; o bien el sacerdote o el levita que pasamos de largo ocupados en nuestras cosas cotidianas; o podemos ser también el posadero que ve una ganancia a costa de aquel pobre malherido.
Cristo es el hombre tirado en el camino, y hoy hay muchos hombres tirados fuera del camino del progreso, del bienestar, de la sociedad. Esas personas despreciadas son Cristo, aquellas ignoradas son Cristo, esa pobre mujer abandonad es Cristo.
Hay mucha gente que van muy alegres por la vida, creyéndose buenos y justos y sin embargo se dan el lujo de pasar de largo ante las personas necesitadas.
No podemos ser tampoco nosotros como el dueño del mesón, que atiende al herido por ganarse unos cuantos Euros. Hay personas que se afanan por servir a los pobres para sacar una buena tajada. Pensemos por ejemplo en las triquiñuelas de los redondeos o la exoneración de impuestos, donde se aparece dando caridad pero se tiene una doble intención de beneficiarse de los pobres, así muchos programas y caridades, disfrazados de ayuda pero que son verdaderos negocios.
Cristo hoy nos espera en cada uno de esos hombres tirados en el camino, porque Él se hace presente en los pobres y desde ahí quiere construir su Reino. ¿Seremos capaces de descubrirlo o lo asaltaremos, pasaremos de largo o nos aprovecharemos de Él?
XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Las lecturas de este Domingo nos invitan a reflexionar sobre la hospitalidad y a vivir nuestra relación con Dios desde la oración y el trabajo.
La 1ª lectura del libro del Génesis nos presenta a Abraham acogiendo a tres personajes y siendo hospitalario con ellos. Acogiendo a estos tres personajes, Abraham estaba acogiendo al mismo Dios en su casa.
Se ha perdido en nuestro tiempo un valor que era fundamental para nuestros padres. Ahora hay más desconfianza ante el desconocido o forastero, más desconfianza ante aquél que no es de los nuestros: solemos cerrar la puerta de nuestras casas; desconfiamos del desconocido que se acerca a nuestra puerta, limitamos nuestra comunicación con los demás, nos encerramos en nuestra casa o en nosotros en vez de salir al encuentro del que viene. Quizá esto es debido a la sensación que tenemos que no nos falta de nada, y llegamos a la conclusión de que no necesitamos a los demás. Pensamos que cada cual se las debe arreglar como pueda, cada uno que solucione sus problemas, pues no es nuestro problema. No nos damos cuenta de que acoger a los demás enriquece nuestra vida, nos abre nuevos horizontes, nos hace sentir el gozo de la fraternidad y nos ayuda a encontrarnos con nosotros mismos y con Dios.
Sin embargo, la hospitalidad sigue siendo una gran virtud y una gran necesidad en nuestro mundo. El acoger al hombre es dar acogida a Dios en nuestra vida.
En la 2ª lectura de san Pablo a los Colosenses, san Pablo nos ha explicado los grandes bienes que le han sido dados como consecuencia de haber recibido a Jesús con fe y amor.
Nos decía San Pablo que hay que corregir y enseñar para que todos lleguen a la madurez en la vida cristiana. ¿Cuándo se puede decir que un cristiano es maduro?Las lecturas nos vienen a decir cuando uno acepta y acoge la Palabra de Dios y la cumple, cuando uno acepta la voluntad de Dios en su vida. Normalmente queremos que Dios haga lo que nosotros queremos y no nos damos cuenta que lo que tenemos que hacer es ponernos en sus manos, para que se haga su voluntad, que es nuestra felicidad.
El Evangelio de San Lucas hemos escuchado el episodio de Marta y María. Tradicionalmente se han visto en Marta y María dos aspectos del cristianismo: el trabajo y la oración, resaltando que la oración es mejor; es donde uno se llena espiritualmente y se vacía en la acción. Hoy podemos decir que son dos aspectos que deben de ir unidos: es necesario orar y trabajar. Pero el trabajo tiene que proceder de la oración. No se pueden separar. No podemos trabajar sin Dios, ni sólo orar sin trabajar. Acción y oración no se excluyen. Vida activa y vida contemplativa no se oponen.
Hoy día corremos el peligro de caer en el “activismo”, no saber vivir sin estar haciendo algo. Esto produce en nosotros una sensación de cansancio o depresión, como si estuviéramos fuera de nosotros mismos. Hay muchas cosas para hacer y pensamos que no hay tiempo para darle al Señor, ni siquiera unos minutos de oración en casa, mucho menos para ir a la iglesia.
Tenemos tiempo para todo y no lo encontramos para nosotros; vivimos cara a fuera y no sabemos estar con nosotros mismos; buscamos las satisfacciones exteriores y somos incapaces de disfrutar de la paz interior. Todo ello es lo que Jesús nos propone cambiar y nos ofrece su ayuda para conseguirlo.
Muchos de nosotros sabemos imitar perfectamente a Marta, ocupándonos continuamente de muchas cosas; pero no sabemos hacer como María: estar con Jesús, escuchar los latidos de su corazón, abrirnos a los valores interiores en los que encontraríamos la paz y la felicidad.
Jesús quiere que lo escuchemos. ¡Pero nos inquietan tantas cosas! Vivimos muy ocupados y las actividades nos dominan. Jesús nos invita a pasar un rato con Él. Llama a nuestro corazón y nos dice: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo”. Viene a visitarnos y nos llama.
Esta presencia viva de Dios en nuestro corazón fortalecerá nuestra relación con los demás, nos ayudará a prestar más atención a las personas y podremos comunicar paz. Es necesario que sepamos escuchar a Jesús, como María, para que nuestro trabajo sea más eficaz y no nos desanimemos ante las dificultades. Necesitamos esta energía divina, a no ser que queramos que todo lo que hacemos se convierta en insatisfacción.
Hoy, Jesús también nos viene a visitar en esta eucaristía que celebramos. Dispongámonos a recibirlo, abriendo de par en par las puertas de nuestro corazón.
XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

La liturgia de este domingo nos habla sobre la oración y la actitud que nosotros como cristianos debemos tener cuando oramos a Dios.
La 1ª lectura del libro de Génesis nos presenta a Abraham dialogando y regateando con Dios para salvar a Sodoma y Gomorra de su destrucción.
Con Abraham nos damos cuenta que el deseo de salvar de Dios es mucho más fuerte que la decisión de castigar. En realidad, son los habitantes de ambas ciudades que por los excesos de su vida corrompida no dejan a Dios otra salida; ellos mismos se han autocondenado.
Si nos fijamos en la historia de las grandes civilizaciones, hallamos épocas de gran poder, construidas a veces sobre todo tipo de vicios, injusticias, falta de ética y de corrupción a todos los niveles, todas estas cosas han sido la ocasión para el derrumbamiento, el hundimiento hasta la desaparición de aquellos imperios.
Hoy día tenemos que tener los ojos abiertos y un espíritu crítico ante las deficiencias y pecados de nuestra sociedad. Estamos en un punto de nuestra historia muy parecido a Sodoma y Gomorra. Comprobamos, con dolor, que cada día hay más y más personas que ven el pecado como algo normal. Nada ven como pecado.
Hay que rezar cada día para que esta sociedad cambie y se acerque más a Dios.
La 2ª lectura de san Pablo a los Colosenses es una catequesis sobre el Bautismo.
Por el bautismo nos incorporamos a la muerte y resurrección de Cristo: morimos al pecado para renacer como hijos de Dios. Nos incorporamos también a formar parte de una comunidad parroquial, ya no somos seres aislados y solitarios formamos parte de la gran familia de los hijos de Dios.
El Evangelio de san Lucas nos muestra a Jesús orando y cómo Él nos enseña a orar y nos deja la oración del Padrenuestro que es la oración fundamental del cristiano.
Las acciones más básicas de la vida humana como reír, llorar, hablar o andar no se aprenden en la escuela, ni después de realizar un curso. Se adquieren por uno mismo a partir de determinadas circunstancias de la vida.
La oración es una de esas cosas que se aprende sin cursos especiales. La oración también se ejercita por uno mismo en la medida en que percibimos que Dios nos rodea y toca nuestra vida. En esos momentos nos dirigimos a Él y hablamos con Él. Le contamos nuestras cosas, le decimos gracias y le pedimos su ayuda.
Para orar con Dios, no necesitamos de muchas complicaciones ni de fórmulas aprendidas de memoria. Simplemente conversamos con Dios. Le podemos saludar y hablarle cómo nos encontramos. Los mejores momentos de oración son como las mejores conversaciones con nuestros amigos. Simplemente hablamos con tranquilidad contando a Dios nuestras alegrías, nuestras preocupaciones y nuestros temores.
Todos hemos aprendido a hablar sin demasiado esfuerzo. Pero una vez que hemos aprendido sabemos que hay situaciones en las que resulta más difícil dirigirnos a otras personas. Hay momentos en los que nos faltan las palabras adecuadas. Hay situaciones en las que el dolor ahoga nuestras frases. O hay alegrías tan grandes que para expresarlas nuestro lenguaje nos parece pequeño y ridículo. En esos momentos tenemos que recurrir a frases hechas. O recurrimos a las palabras que otros han dicho. Hay ocasiones en las que para expresar el sentido de lo que vivimos acudimos al texto de un poeta, o a las palabras que alguna vez escuchamos a otra persona.
Con la oración ocurre lo mismo. Normalmente oramos a Dios con nuestras palabras. Pero también hay situaciones en las que queremos hablar con Dios y nos faltan las palabras. Hay momentos en los que Dios no está tan presente en nuestra vida, en los que parece que ha desparecido de nuestra existencia. O simplemente hay ocasiones en las que tengo que rezar con otras personas. En estos momentos para rezar no basta con mi lenguaje. Necesitamos un lenguaje común.
Porque hay veces que necesitamos palabras para rezar, tenemos oraciones ya hechas. A ellas se recurre para expresar lo que uno siente en determinadas circunstancias. Por eso también Jesús enseñó a sus discípulos a orar. Él sabía que para orar no hacen falta muchas palabras. Pero también sabía que hay veces que el lenguaje se paraliza y no sabemos cómo dirigirnos a Dios. O hay ocasiones en las que tenemos que rezar juntos y no en solitario. Para esas ocasiones Jesús nos enseñó el padrenuestro.
Cuando en nuestra vida se oscurezca Dios, cuando la vida nos resulte más dura que lo acostumbrado, cuando el orgullo nos impida decir perdón… siempre podemos mirar al cielo, unir nuestras manos a otros y decir: Padre nuestro… venga tu reino… perdona nuestras ofensas…