XXVII DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)
Las lecturas de este domingo nos hablan de la pareja humana, del matrimonio y de la familia. Si hay una experiencia humana que más se acerque a lo que es el amor de Dios, esa es la experiencia del amor de pareja.
La 1ª lectura del libro del Génesis nos dice que Dios creó al hombre y a la mujer para que se complementen, para que se ayuden, para que se amen.
“No es bueno que el hombre esté sólo”. Estas palabras, dichas por Dios, nos hacen ver que el hombre ha sido creado como un ser social y no como un solitario. Si queremos realizarnos como personas no lo podemos hacer siendo seres solitarios sino relacionándonos con los demás.
La persona solitaria es aquella que tiene el corazón cerrado al amor y al compartir, que es profundamente infeliz y difícilmente conocerá la felicidad plena.
Hay personas que se preocupan sólo por hacer dinero, por realizarse en su trabajo, por el éxito y para ello renuncian al amor, a tener una familia, a no tener tiempo para los amigos. Y un día, después de haber acumulado mucho dinero o haber llegado a ser administrador de una empresa o haber obtenido la fama, se dan cuentan que están solos y que su vida ha sido una vida estéril y vacía.
La vocación del ser humano es el amor, no la soledad. Por ello Dios creó al hombre y a la mujer y los creó iguales en dignidad. Hombre y mujer son iguales; se complementan uno al otro y se ayudan mutuamente. Hombre y mujer son iguales por eso el hombre y la mujer tienen que respetarse mutuamente y se debe desterrar por completo cualquier actitud que signifique dominación, esclavitud, poder de uno sobre el otro. La relación entre el hombre y mujer debe ser desde la igualdad.
La 2ª lectura de la carta a los Hebreos, nos recuerda el amor tan grande que Dios tiene por nosotros. Dios ama tanto a los hombres, que envió al mundo a su Hijo único para salvarnos.
Por eso, nosotros tenemos que vivir escuchando y obedeciendo a Dios, porque cuando prescindimos de Dios y queremos vivir según nuestros proyectos y nuestros caminos, nos convertimos en personas ambiciosas, orgullosas, injustas e inhumanas.
Sin embargo, cuando escuchamos a acogemos a Dios en nuestra vida, aprendemos a amar de verdad, a compartir, a perdonar y nos convertimos en fuente de bendición para todos aquellos con los que compartimos la vida.
El Evangelio de san Marcos, nos presenta el proyecto ideal de Dios para el hombre y para la mujer que se aman: el sacramento del matrimonio.
El amor de un hombre y una mujer que son bendecidos por el sacramento del matrimonio tiene que ser un amor eterno e indestructible, como reflejo del amor de Dios por nosotros.
El sacramento del matrimonio pide unidad, indisolubilidad y procreación.
Igual que el oxígeno y el hidrógeno forman el agua tan necesaria para la vida, el hombre y la mujer, unidos en matrimonio forman una unidad especial para la sociedad. El matrimonio cristiano no es un contrato sino un sacramento.
El matrimonio cristiano es indisoluble, no se puede disolver: “lo que Dios ha unido no lo separa el hombre”.
La Iglesia sólo admite la nulidad, es decir, que aunque pareciera que hubo sacramento, pero hubo engaño o falta de libertad y no se dio el sacramento. La Iglesia admite también la separación, es decir, que cada una de las partes se vaya a vivir por separado para salvar las dificultades de la convivencia.
Fruto del amor son los hijos. Desde la paternidad responsable, los esposos deben decidir en conciencia cuantos hijos deben tener, los que responsablemente puedan educar.
La Iglesia sigue diciendo hoy que para los matrimonios cristianos, el divorcio no debe ser un remedio sencillo y fácil para resolver los problemas de los matrimonios.
Ahora bien, cuando no hay otro camino, otra solución que el divorcio, también hemos de tener en cuenta que por ser divorciados no han sido expulsados de la Iglesia. Los divorciados forman parte de la Iglesia, tienen derecho a escuchar la Palabra de Dios, a asistir a misa, a colaborar en la Iglesia y a recibir la ayuda que necesiten para vivir su fe, para educar cristianamente a sus hijos.
El divorcio es un mal y no está de acuerdo con el plan de Dios, pero las raíces que llegan a ese mal, están en un mal de fondo: la falta de amor verdadero a la hora de casarse y la falta de madurez humana para dar ese paso importante.
Pidamos al Señor que renueve en todos los que están casados el compromiso matrimonial que un día expresaron ante Dios y ante la Iglesia.