HOMILÍA DOMINICAL

II DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)

Comenzamos el tiempo ordinario. Comenzamos así a recorrer la Vida Pública de Jesús, sus milagros y sus enseñanzas,y lo hacemos con uno de sus primeros signos: el milagro de las bodas de Caná, en el que transforma el agua en vino a petición de la Virgen María.

La 1ª lectura del profeta Isaías nos presenta el amor de Dios como un amor inquebrantable y eterno.  El amor de Dios por nosotros es un amor que nada ni nadie lo puede romper.

¿Por qué Dios nos quiere tanto?  ¿Tan importantes somos?  ¿Tanto valemos?

Hay muchas personas que no se quieren a ellas mismas, no se valoran y se desprecian y además nos alejamos de Dios con los pecados.  Hay que preguntarse: ¿Qué ve en mi persona Dios que yo no soy capaz de ver?  Y el profeta Isaías nos dice lo que Dios ve en nosotros y lo mucho que nos ama, que hasta olvida y perdona todos nuestros pecados, todas nuestras traiciones, todas nuestras infidelidades.

Nosotros que vamos tantas veces mendigando amor y que experimentamos tantos fracasos: la novia que se siente abandonada de su novio ¡Cuántas traiciones y cuantos dolores entre novios!  El marido o la esposa que se encuentran burlados y humillados en sus personas por la infidelidad del otro.  Los padres, dolidos por el abandono y el alejamiento de los hijos.  Los falsos amigos que dejan herido nuestro corazón.  Nosotros que vamos mendigando amor y sin embargo no nos damos cuenta de cuanto nos ama Dios.

Es importante hoy que nos demos cuenta que Dios nos da su amor fiel, sincero y verdadero y para siempre, aunque no lo merezcamos.  Dios, a pesar de nuestras infidelidades, pecados y traiciones, siempre nos ama.

La 2ª lectura de san Pablo a los Corintios nos habla de los dones, de los carismas: aquellos dones y cualidades que una persona ha recibido, no para beneficio propio, sino para la edificación de la comunidad.  Todos tenemos la responsabilidad de aportar nuestro don al bien común en esta comunidad que llamamos Iglesia.

El hombre de hoy se ha olvidado del bien común y también de otras cosas importantes como son: Dios, la oración, la contemplación, la atención.  Habiendo el hombre olvidado a Dios, el hombre ha terminado por olvidarse incluso de sí mismo, ha perdido la propia identidad.  Ha perdido el “sentido” de su vida.  Ya no sabe a dónde va ni para qué.

“Ese hombre de hoy tiene todo y nada más”.  Armado de derechos, alimentado, puede disponer de placeres y comodidades que se le ofrecen abundantemente mediante la técnica, puede permitirse todas las libertades, puede romper con todos los tabúes.  Pero le falta algo.  Al hombre de hoy que tiene todo, le falta lo esencial, le falta vivir el amor de Dios, le falta acercarse a Dios, para sentirse amado por Dios.

El Evangelio de san Juan nos presenta a Jesús comenzando su vida pública y realizando su primer milagro en una boda, en Caná.

Hay una frase que se ha popularizado mucho y que va totalmente en contra de lo que hoy nos enseña el Evangelio.  Esa frase es: “Ése es tu  problema”. Forma parte del lenguaje de las nuevas generaciones y me temo que refleja una forma de enfocar la vida.

Hoy se usa mucho la frase en cuestión, quizá porque estamos acentuando el individualismo de forma alarmante y unas veces la decimos muy convencidos y otras con ironía.

En este mundo, tan civilizado, donde las reivindicaciones y el reclamo de derechos están a la orden del día, esta frase resume quizá como pocas, el gran vacío que existe en muchas personas.

“Este es su problema, yo vivo mi vida” Está bien que vivamos nuestra vida, pero también nos interesa la vida de los demás que, de alguna manera, condiciona la nuestra y la de nuestros hijos. No basta que tu hijo sea bueno, es preciso que el ambiente que frecuenta lo sea también. Por eso, no basta preocuparte de tu hijo, te deben preocupar también los demás.

Para un cristiano, estas frases: “Ese es tu problema” o “Yo vivo mi vida”, no deberían pronunciarse nunca. El Evangelio de hoy es una lección clara al respecto.

Que el vino se acabe, que la pareja de novios quede mejor o peor con sus invitados, eran, al parecer, problemas de los anfitriones, no de María, ni de Jesús, que estaban invitados y para nada habían intervenido en la organización del banquete. Sin embargo, Jesús asume el problema de los otros y lo resuelve. Así siempre. Toda la vida de Jesús será una lección repetida de esta misma historia y un esfuerzo para dejar claro a los hombres que quieran seguirlo, que, si hay algo absolutamente anticristiano, es la insolidaridad con los demás hombres.