LA AMBIGÜEDAD DEL JUGUETE
En el extenso mundo de los juguetes se acostumbra a reproducir, a pequeña escala, muchas realidades de la vida: unas, como las casas, los trenes, los aviones, las pistolas, los niños, las madres y también una amplia área de juegos en los que la abstracción o la síntesis, como es el caso de los rompecabezas, conducen a estimular al niño en la creatividad. Otros juegos, más novedosos, informatizados o robotizados, estimulan la intuición hacia unas ilusorias dimensiones, incluso espaciales, encerradas en el mundo de unas pequeñas maquinitas.
El niño, que posee una poderosa fantasía, se sabe apoyar en el juguete para sentirse integrado en su mundo. Le gusta, con muy pocos elementos –una caja de zapatos o un bastón–, reproducir escenas de los adultos. Es para él como una clase de reto hacer de padres, de «cowboy», de enfermeros, de astronautas, de extraterrestres o de «superman».
¡Qué gozoso espectáculo éste de ver jugar a los niños! Es una especie de canto a la vida. Los indicios que viven desde el juego los introducen poco a poco en la realidad –a veces cruda– de la vida. No obstante, hay que tener claro que a esta evolución lúdica no le falte alguna cosa todavía más enriquecedora: el juego, de tú a tú, con los padres. Cuando éstos tienen los hijos pequeños, saben jugar con ellos y saben hacerlos reír. A medida que los niños crecen, este contacto próximo se debilita y se reduce, a la larga, en una especie de añoranza. Pero los hijos también están dispuestos a jugar con los padres para devolverles todo el bien que han recibido. Desearían peinarlos, darles de comer, bañarlos… Es un tipo de diálogo de persona a persona, sin necesidad de unos objetos intermedios, como sería, jugar a la escalera con sus progenitores o lanzarse al juguete de evasión, como hoy en día los muñecos.
¿No tendríamos que pensar que muchas veces los niños, con quien tienen ganas de jugar no es sólo con los padres, como compañeros de juego, sino con los padres mismos, como un juguete escogido, para reproducir lo que ellos han hecho antes?
¿No hay una especie de riesgo en que los juguetes sean un sucedáneo de la amistad entre las personas?
¿Muchos juguetes no podrían conducir a los niños a una imaginación desbocada e irreal, que los puede hacer vivir un mundo que probablemente no existirá nunca?