
1Tes 4, 9-11
Uno de los motivos por los cuales san Pablo escribió a los tesalonicenses fue porque ellos se habían formado una idea falsa de la segunda venida de Jesucristo. Pensaban, en efecto, que como Jesús volvería muy pronto para conducirlos a su gloria, ya no era necesario trabajar.
No está por demás -al contrario- que aunque no sepamos exactamente la fecha de la venida de nuestro Señor, la esperemos con anhelo. Más aún, debemos «esperar con alegre esperanza» esta venida de nuestro Salvador. Y lo que importa es el significado de esta «alegre esperanza».
Pensemos en unas vacaciones o un viaje, que siempre hemos querido hacer hacia una región turística. No es muy lógico que nos quedemos sentados durante meses y meses esperando el momento de la partida. Hay que seguir viviendo la vida diaria y, además, hay que hacer las reservaciones correspondientes, se consulta a un agente de viajes y se consiguen folletos ilustrativos. La expectación comprendida en la planeación es ya algo placentero. Y pensar en el viaje futuro nos hace más agradable el presente.
Nuestra vida es un viaje para encontrar al Señor, que viene. Jesús nos dice que hemos de prepararnos.
Mt 25, 14-30
La parábola que nos relata el Evangelio insiste en que utilicemos bien los talentos que tenemos, por la principal razón de que los talentos los hemos recibido gratuitamente del Señor.
Conviene advertir que el hombre de la parábola llamó a sus servidores de confianza y les entregó la riqueza de él: no era un pago, sino un regalo. Cuando olvidamos quién nos ha hecho un regalo, estamos cometiendo un error gravísimo. La humanidad no tiene nada de qué presumir ante Dios.
De todo lo dicho se deduce que ningún cristiano, sea cual fuere su condición, debe tener complejo de inferioridad, porque Dios nos ha dado el mayor don posible: nos ha dado la vida en Cristo Jesús y lo ha hecho nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santificación y nuestra redención.
Por eso, a los ojos de Dios todos somos “personas muy importantes”