Martes de la XX Semana Ordinaria

Jue 6, 11-24

Cuantas veces nos hemos dicho: «Realmente este proyecto es más grande que mis fuerzas». Ciertamente que es importante, como dice Jesús, ver si nuestros recursos, nuestros dones son suficientes para afrontar tal o cual reto. Sin embrago habría que distinguirse de la generalidad de los casos uno en particular, y es cuando es el mismo Dios quien nos lo pide.

En el pasaje que hemos leído, Dios le dice a Gedeón que vaya a salvar a su pueblo, y si Dios es el que pide, el dará todos los recursos para que podamos hacer lo que Él mismo nos está pidiendo. Por ello es que en nuestros deberes de estado no podemos decir que ya no podemos pues el mismo Dios nos ha dado todos los dones y las gracias que necesitamos para salir adelante y para ser victoriosos en esta empresa.

Lo mismo podemos decir de la vida cristiana, sobre todo en relación a la santidad. No podemos decirle al Señor: No puedo ser santo, ya que Dios al darnos la presencia viva del Espíritu Santo nos ha dado todo lo que necesitamos para alcanzar esta meta. Si Dios te llama respóndele con generosidad, como María, y ábrete a la acción de su Espíritu… verás que con Él todo es posible.

Mt 19, 23-30

Este pasaje, es continuación del que empezamos ayer, nos podría dar la impresión de que Jesús tiene algo contra los ricos. Sin embargo nada más lejano que esto. La Escritura es testigo de que el mismo Jesús tenía entre sus seguidores amigos (algunos eran incluso discípulos) muy ricos. José de Arimatea quien le regaló la tumba y Nicodemo que le llevó los perfumes (que eran muy caros) para la sepultura… Esto sin contar al mismo Mateo y a Zaqueo, quien solo dio la mitad de sus bienes y del que Jesús dijo: «Ahora ha llegado la salvación a esta casa».

Lo que impide que un hombre pueda disfrutar del Reino es la esclavitud, la falta de libertad sobre los bienes (o sobre cualquier cosa… incluso nuestros propios pensamientos). Cuando el hombre se aferra a los bienes, como el joven del pasaje, no es libre pues es esclavo de lo que posee.

Jesús nos quiere libres… el Reino es para la gente libre, para aquellos que como Nicodemo, José de Arimatea y tantos más, son capaces de tener sin retener. De aquellos que reconocen que los bienes creados son de y para todos; que la acaparación solamente empobrece y esclaviza.

Ante esto, ¿qué tan libre eres con respecto a tus bienes… pues de esto depende que puedas disfrutar la vida del Reino?

Lunes de la XX Semana Ordinaria

Jue 2, 11-19

Un santo sacerdote decía en una ocasión, refiriéndose a nuestra naturaleza caída: «Pobrecito ser humano». Con ello iluminaba la miseria de nuestra condición, que como dice san Pablo, «está vendida al pecado».

En este pasaje vemos al pueblo de Dios, al pueblo que ha visto los prodigios y las maravillas de Dios, cometer toda clase de maldades. La causa: Han abandonado al verdadero Dios y se ha postrado ante dioses falsos, dioses que ofrecen paraísos «artificiales», dioses a los que se les puede servir con comodidad y sin compromiso, dioses que se acomodan a nuestros deseos, dioses que no exigen renuncia y que permiten la acaparación, el lucro, la venganza, dioses que conducen la vida hacia el abismo. Esto ocurrió con Israel y continúa sucediendo con todos aquellos que en lugar de seguir al único y verdadero Dios, al Dios del amor, de la salvación y del perdón, van en busca de los dioses falsos, de ídolos inertes que solo terminan por destruir la vida.

Nosotros, cristianos, no somos inmunes a la seducción de los «dioses modernos» y de hecho si nuestra sociedad que decimos «cristiana» padece de esta perversión es porque muchos de los cristianos han volteado sus ojos, si no totalmente, si con cierta aceptación, hacia los falsos dioses. Tengamos cuidado… los dioses falsos, los ídolos ofrecen un falso bienestar que tarde o temprano se convertirá en sufrimiento y soledad. Centremos nuestros ojos en Jesús y busquemos con todo nuestro corazón vivir conforme a su evangelio.

Mt 19, 16-22

A la pregunta que le hace este joven a Jesús sobre qué cosa es necesaria para alcanzar al vida eterna (que puede ser traducida como: «entrar en el Reino» esto es: para ser feliz), él le responde: «cumple los mandamientos». No le pide otra cosa. Es decir lo mínimo que necesitamos para que nuestra vida se desarrolle dentro del Reino es ser fieles a nuestros compromisos bautismales.

Hoy en día, como seguramente lo fue en tiempos de este Joven, la gente no es feliz, pues no vive de acuerdo, ni siquiera a estos simples principios establecidos por Dios y que tienen como objeto advertirnos de todo aquello que es dañino para nuestra vida. La ley, podríamos compararla al aviso que le da la mamá al niño para que no se coma el pastel caliente, que aunque se presenta muy sabroso, sabe bien que le hará mal, lo enfermará del estómago. Dios nos ha instruido sobro todo aquello que nos destruye y nos roba la felicidad, por eso Jesús le dice: «Cumple la ley». Si queremos que nuestra vida tenga las características del Reino, que se desarrolle en la alegría y la paz de Dios, que pueda ser plenamente feliz, debemos empezar por cumplir los mandamientos. ¿Por qué no haces hoy una pequeña revisión de cómo estás viviendo esta enseñanza de Jesús? Pregúntate si en realidad ¿estás buscando vivir los mandamientos?

Sábado de la XIX Semana Ordinaria

Jos 24, 14-29

Las causas más nobles y los ideales más altos pueden enfriarse, torcerse y hasta desaparecer si las motivaciones que los impulsan no se mantienen, renuevan o acrecientan.  Sólo haciéndolo puede evitarse la corrupción de valores y el estancamiento y la rutina en los procesos.  Sobre todo cuando en esos procesos se llegan a enrolar personas nuevas que no habían estado en los acuerdos y experiencias iniciales.

La Alianza de Siquem fue el momento que todas las tribus tuvieron de compartir la experiencia del éxodo, de la Alianza y la conquista.  En ella revivieron los importantes momentos en que Dios se mostró grande con su pueblo, y entraron en la dinámica de esos significativos acontecimientos.  La estela de Siquem fue le testimonio vivo de esta motivación actualizada del pueblo.

Mt 19, 13-15

Cuando veo al Papa León XIV rodeado de niños, besándolos y bendiciéndolos me imagino a Jesús en la escena que hoy nos presenta San Mateo en su Evangelio.

Los niños tienen una manera especial de captar lo religioso. Incluso nos sorprende ver con qué fervor rezan o se detienen ante una imagen de la Virgen. Es porque tienen un espíritu sencillo.

Es responsabilidad de los padres el cultivar los aspectos religiosos en los niños, igual que se les enseña a hablar o a leer. Captan muy bien lo que hacen los mayores, y si los ven rezando, yendo a Misa o explicándoles algún detalle de nuestra fe, lo asimilan con gran facilidad. Hay que aprovecharlo y no esperar a que sean adultos, porque el racionalismo propio de esa edad les impedirá acercarse a la fe.

Es fundamental la labor de los padres. Son ellos los primeros educadores. No pueden dejar esa función al colegio, ni siquiera a la catequesis de la parroquia, porque la familia es la primera escuela de la fe. ¿Cómo entenderá el amor de Dios si no ve amor en su casa? ¿O cómo será su relación con Dios Padre si su propio papá le da miedo o nunca está en casa?

Jesús también quiere que los niños lo conozcan, y hay tantas maneras de hacerlo…

La Asunción de la Virgen María

Lc 1, 39-56

Celebramos la fiesta de la Asunción de la Virgen María a los cielos. De Jesús, celebramos la Ascensión: que subió por su propia fuerza a los cielos. De María, decimos que fue asunta, que fue llevada a los cielos por Dios Padre; y que fue llevada en cuerpo y alma.

La fiesta de hoy, la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo, nos recuerda nuestra futura inmortalidad, nuestro destino final después de nuestra vida en la tierra.

Las lecturas de hoy nos hablan de María en imágenes.  En la 1ª lectura vemos una visión del libro del Apocalipsis en la que Dios triunfa sobre el mal de este mundo y en esa victoria “una mujer envuelta por el sol” juega un papel importante. Esa mujer esla Virgen María y también es la Iglesia.   Ambas tienen un papel importante en la lucha contra el mal. María, dando a luz al Hijo de Dios, que será el que venza al mal, y la Iglesia cristiana, venciendo a los enemigos que quieren acabarla.

En la 2ª lectura nos dice San Pablo, en su carta a los Corintios, que Cristo ha resucitado como primicia de todos los cristianos; es decir, que Cristo ha resucitado el primero y, después, vamos a resucitar los demás. Sin duda alguna, entre aquellos que son de Cristo, hay una persona que lo es de una manera única e irrepetible, María, su Madre, la que lo engendró como hombre, lo acarició, lo alimentó y lo llenó de toda clase de cuidados, la que compartió con Él los gozos y la penas de la vida cotidiana, la que lo acompañó en el cumplimiento de su misión, y sobre todo, la que supo estar al pie de la cruz en el momento supremo de su vida. Por esta pertenencia original y única a Cristo, María Santísima, fue llevada a la gloria en cuerpo y alma. Cristo no permitió que el cuerpo de su Madre sufriera la corrupción y se la llevó consigo.

Esta fiesta de la Asunción de María es una fiesta de la esperanza.  María, la primera creyente, participa ya de la resurrección.  María es el anticipo de nuestra resurrección, es el signo de esperanza para nosotros, que esperamos también un día ser resucitados por el Padre y participar del gozo que Cristo nos ha prometido.

Por ello, la Iglesia en este día nos invita a ser personas esperanzadas, es decir: a creer de verdad que no todo termina con la muerte, sino que hay una vida eterna para siempre, vida que ha empezado a ser posible con la victoria de Cristo y de María; creer en la existencia de otra vida después de la muerte debería hacer de los cristianos los hombres y mujeres más esperanzados.

La fiesta de hoy, nos invita también a creer que la última palabra en este mundo no la tiene el mal: la guerra, el hambre, la insolidaridad, el egoísmo, sino el bien: la paz, la fraternidad, la justicia, el amor.

Se nos invita a ser personas esperanzadas; es decir: a comprometernos para que esa victoria sobre el mal sea realidad en nuestro mundo.

Se nos invita a vivir los valores del evangelio: la pobreza, la humildad, la mansedumbre, la justicia, la misericordia, la limpieza de corazón, la voluntad de Dios, valores que nos tienen que ayudar a construir un mundo mejor.

Se nos invita a vivir el mandamiento nuevo del amor: amar a los demás es hacer el bien. Se nos invita a construir el Reino de Dios: un mundo mejor que llegará a su plenitud en el cielo. Por eso María es hoy, en el día en el que recordamos su Asunción al cielo, modelo de esperanza y de compromiso cristiano.

María no es sólo un símbolo y un anuncio de la esperanza de la Iglesia, María, como lo proclama el Evangelio de hoy, nos enseña el camino por el cual podemos llegar a la gloria en la cual ella ahora está: la fe y la humildad.

“Dichosa tú, que has creído, le dice su prima Isabel, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”. María de verdad supo creer en Dios.  Supo creer en el Calvario cuando todo era oscuridad y contrariedad, dejándose conducir dócilmente por Dio, por eso “Dios puso sus ojos en la humildad de su esclava”. Por ello, todas las generaciones la llamarán bienaventurada, por esto, María explota hoy con su canto del Magnificat: “Glorifica mi alma al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava”. La humildad es la virtud de María. Ella fue “llena de gracia”, porque supo vaciarse de sí misma. Para llegar a la gloria de Cristo, es necesario que aniden en nuestro corazón la fe y la humildad al estilo de María.

Ahora bien, la Asunción de María, contrasta con tantos agravios diarios a las mujeres, servida como noticia por los medios de comunicación a través de maltratos, ultrajes, humillaciones y asesinatos, y de otras mujeres cuyos sufrimientos son ignorados. La fiesta que celebramos nos impulsa a ir ensalzando a todas las personas, especialmente mujeres, que necesitan que su dignidad sea reconocida y sus derechos respetados. 

Que la devoción a la Virgen María nos anime en la esperanza de una vida plena y eterna y nos lleve a un compromiso mayor por transformar este mundo en un mundo mejor donde la mujer no sea un objeto para los caprichos de los hombres.

Jueves de la XIX Semana Ordinaria

Jos 3, 7-10. 11. 13-17

Somos tan débiles, que necesitamos tener siempre la certeza de que alguien más poderoso que nosotros está siempre listo para ayudarnos. Esta es la base de todas las alianzas humanas: la seguridad. Dios, que nos ha creado, sabe de esta debilidad y por ello ya desde el AT realizó una alianza con su pueblo de manera que el pueblo, teniendo a Dios como aliado, se supiera seguro y viviera en paz.

Sin embargo, aun la debilidad humana busca no solo saber sino experimentar esta protección, estar convencido de que la presencia y protección del Aliado es una realidad. Por ello vemos como desde Abraham hasta nuestros días, Dios ha manifestado de muchas maneras esta presencia y protección.

Con signos como los que hoy nos relata este pasaje de la Escritura, el pueblo se fue convenciendo de que la presencia de Dios es real y actuante. Si observas con cuidado cada uno de tus días y en general tu historia, sobre todo en los momentos más difíciles, encontrarás en ellos la presencia del «Dios que Salva», del Dios amor que busca tu paz, tu seguridad y tu felicidad.

Responde a este amor con amor y generosidad todos los días de tu vida.

Mt 18, 21—19; 1

Muchas veces se piensa que perdonar es un sentimiento, sin embargo la realidad es que es un acto de la voluntad.

Las ofensas recibidas, crean un sentimiento el cual, generalmente, queda fuera de nuestro control. Este sentimiento generara actitudes como respuesta a la herida. Por ejemplo, no sentiremos deseos de saludar o de convivir, incluso pueden nacer el deseo de venganza.

En este ejemplo que nos pone Jesús vemos que lo importante fue la actitud, que es un acto de la voluntad. El Rey quiso perdonar y perdonó, es decir lo dejó libre. El otro por el contrario dio rienda suelta a sus sentimientos y actuó equivocadamente encerrando en la cárcel a su compañero.

El perdón es una decisión que nos lleva, aun en contra del sentimiento (deuda) que permanece en nosotros, a cambiar nuestra actitud hacia la persona que nos ha ofendido. La reacción humana es la de actuar negativamente hacia la persona que nos ofendió, la gracia, que apoya nuestra decisión, nos lleva a actuar de una manera sobrehumana y a mostrar una actitud positiva (que puede empezar con una sonrisa). Si no dejas que el sentimiento crezca (reforzándolo con tus actitudes) las gracias de Dios y tu esfuerzo cotidiano harán que pronto desaparezca incluso el sentimiento causado por la ofensa.

Miércoles de la XIX Semana Ordinaria

Dt 34, 1-12

Contrariamente a lo que el mundo nos propone, la grandeza de un hombre no consiste en tener o en llegar a ser incluso el jefe de un gran pueblo, sino en ser considerado, como Moisés: Amigo de Dios.

Es por ello triste que muchos dediquen tanto tiempo y esfuerzo a conseguir bienes temporales, poder que pasa y honores que solo empobrecen el corazón, ya que si todo ese esfuerzo lo hubieran dedicado en llegar a ser buenos amigos de Dios, todo por lo que lucharon les hubiera sido concedido, junto con la paz y la alegría interior.

Jesús, antes de partir a la casa del Padre les dijo a sus discípulos: «Ya no los llamo siervos sino que los llamo amigos». Con esto confirma la continua voluntad de Dios de tenernos como amigos; somos ahora nosotros los que tenemos que corresponder a esta iniciativa de Dios y hacerla crecer.

Es por ello vital el tener tiempo para nuestra oración, ya que es precisamente ahí en donde la amistad con Dios crece y se fortalece. Date tiempo para orar… verás que la amistad con Dios da a tu vida la plenitud en el amor y la paz.

Mt 18, 15-20

De acuerdo a este pasaje de la Escritura, no podemos tomar la posición fácil de decir: «Basta con que yo esté bien… que los demás vean como le hacen». Es obligación del cristiano el ver por el bien espiritual, físico y moral de los hermanos. No podemos ver que un hermano peca y nosotros quedarnos tan tranquilos, es nuestra obligación cristiana hacerle ver su error.

Para hacerlo recordemos la parábola de la basura en el ojo, pues en ella nos recuerda Jesús que la manera de corregir al hermano es siempre con gran amor y con mucho cuidado, como cuando queremos retirar de su ojo una basurita. Debemos buscar el momento y las palabras adecuadas con el fin de no lastimarlo. Sin embargo debemos ser sinceros y auténticos. El esfuerzo, debe ir hasta hacernos ayudar de toda la comunidad, si fuera necesario.

Recordemos que somos un cuerpo y si un miembro se enferma, se enferma todo el cuerpo. Tampoco se trata de estar buscando todos los pequeños errores de los demás… se trata de las faltas que pueden llevar sea la perdición de su vida o a pecados más graves, a faltas morales que distan mucho de la vida cristiana.

Por otro lado es la invitación a ser receptivos a la corrección de nuestros hermanos. Dios nos ama como somos, pero rechaza la idea de dejarnos en estas condiciones. Él quiere que seamos exactamente como Jesús.

Martes de la XIX Semana Ordinaria

Deut 31, 1-8

Saber retirarse a tiempo es parte del arte de ser líder.  Esto supone que la persona fue preparando todo para tener un sucesor que continuara el proceso emprendido y lo mejorara.  Implica también que el líder se retire verdaderamente, sin sentimiento de derrota, fracaso o inutilidad, sin intenciones de intervencionismo ni de descalificar a los sucesores.  Se retira con la satisfacción de haber servido en una determinada etapa, de haberse realizado personalmente, y con la confianza de que su sucesor sabrá adaptarse mejor a las nuevas situaciones.

La sucesión del poder en la tarea de conducir al pueblo del desierto hacia la conquista se realizó sin dramatismos.  En un contexto religioso, Moisés bendijo e impuso las manos a Josué, a quien había preparado desde hacía mucho tiempo para la empresa.  El designio salvador de Dios continuará a través de él, alcanzando nuevas metas, sin detrimento de la original y única obra de Moisés.  Un día Jesús también encomendará su obra a los apóstoles.

Mt 18, 1-5.10.12-14

Dos grandes enseñanzas nos vienen de este pasaje de la Escritura. El primero nos ayuda a entender que la grandeza del hombre, contrariamente a lo que el mundo nos diría, no está en ser el más importante (de la oficina, de la escuela, de la ciudad… del mundo), sino en el vivir con sencillez la vida, como lo hace un niño.

El niño no se afana por estas ideas de nosotros los adultos. Su mundo infantil está lleno de pequeñas cosas, de sencillez, de mansedumbre y de inocencia.

El segundo, y que quizás hoy tiene una importancia capital, es el cuidado que debemos tener con los niños, sobre todo en su formación. Nuestros niños crecen hoy expuestos a muchos y graves peligros en su formación.

La televisión, los vídeo juegos, la falta de atención de muchos padres, que bajo la premisa del trabajo de ambos los dejan crecer sin mucha tutela, hacen que nuestros pequeños pierdan rápidamente la inocencia… los hacemos adultos en unos cuantos años. Y lo más grave es que se hacen adultos con criterios muchas veces contrarios al evangelio.

Su mundo hoy está formado por monstruos espaciales, armas, guerras, mujeres que distan mucho de ser el ideal femenino y una gran violencia. Es necesario que tomemos con seriedad lo que hoy nos dice Jesús: «El Padre no quiere que ninguno de estos niños se pierda».

La pregunta que surge es, y tú ¿qué vas a hacer?

Lunes de la XIX Semana Ordinaria

Dt 10, 12-22

En este rico pasaje de la tradición Deuteronomista encontramos de nuevo el centro de la vida del pueblo: La alianza de amor entre Dios y su pueblo.

En esta alianza, que se ha perfeccionado por la Sangre de Cristo constituyéndose en nueva y eterna y de la cual participamos por nuestro bautismo, se nos pide lo mismo que a los Israelitas: amar con todo el corazón y con toda el alma a Dios. Sería bueno que hoy pensáramos si verdaderamente nosotros estamos cumpliendo lo que se nos pide.

¿Podrías decir que amas a Dios con todo tu corazón y con toda tu alma? Antes de responder recuerda que, como dice nuestro refrán mexicano: «amor son obras y no buenas razones».

¿Podrías entonces decir que tus obras muestran a Dios que lo amas con todo tu corazón y con toda tu alma? Un amor que no se manifiesta, no es verdadero amor, sino más bien conveniencia. El amor, como dice Pablo, lo cree todo, lo espera todo, lo soporta todo, lo da todo.

Muéstrale a Dios que lo amas: dedícale tiempo (ora), visítalo (esta en todos los Sagrarios), sírvelo (está en todos los pobres), atiéndelo (está en tus hijos, tu esposa(o) y en tus padres), apártate del pecado que lo ofende; de esta manera tus palabras de amor serán congruentes con tus obras.

Mt 17, 22-27

Este breve pasaje nos ilustra cómo el cristiano está obligado a cumplir con las obligaciones puestas por el Estado, de la misma manera que Jesús lo hizo y enseño a sus discípulos a realizarlo.

Y es que, aun viviendo en el Reino, estamos sujetos a la vida social, a la vida civil, y es precisamente ahí en donde, con nuestro testimonio, podemos construir una sociedad más justa, más humana y más libre.

Es mediante nuestras acciones como vamos transformando el orden social, por lo que el pago de nuestros impuestos, el acudir a las urnas a votar en tiempos de elección, el pertenecer a organizaciones y partidos políticos y de servicio no solo es un derecho sino una verdadera obligación de cada cristiano.

No pertenecemos a este mundo, pero vivimos en él y tenemos la encomienda recibida de Jesús de transformarlo. Seamos responsables en todo lo que concierne a la vida civil, política y social de nuestro país, hagamos de él (cada uno de acuerdo al don que Dios le ha dado) un lugar en donde el amor y la paz sean una verdadera realidad.

Sábado de la XVIII Semana Ordinaria

Deut 6, 4-13

Escuchar es una de las actitudes fundamentales que hemos de tener cuando nos ponemos ante la Palabra de Dios, para poder percibir con claridad qué quiere decirnos Él en este momento concreto.

Hoy se nos proclama un texto importante: el Shemá. En él Moisés exhorta al pueblo cómo ha de ser su relación con Dios, cómo ha de reconocerlo como su único Señor, el que hizo grandes portentos para liberarlo de la esclavitud de Egipto. Y lo primero que le dice es “escucha”; es la primera actitud que debemos tener: escuchar, prestar atención. No podemos ir por la vida con una actitud distraída, atolondrada, dispersa…, hemos de estar alertas, vigilantes, despiertos, para poder oír y entender los acontecimientos y saber dar una repuesta adecuada. Todo lo que ocurre tiene un por qué y un para qué y está permitido por Alguien que espera nuestra colaboración.

Moisés les recuerda una vez más que ha sido Dios quien los ha liberado de la opresión, de la esclavitud, por eso han de estar agradecidos y han de vivir el mandamiento de amar al Señor su Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas sus fuerzas, con todo su ser. El reconocimiento de que Dios ha estado grande con ellos han de tenerlo siempre presente, de día y de noche, en todas las circunstancias y transmitirlo de generación en generación.

Debemos preguntarnos: ¿Es la escucha mi primera actitud ante la vida?, ¿tengo siempre presente al Señor?, ¿es realmente Dios el único Señor de mi vida?, ¿reconozco su obrar en mi existencia, en los acontecimientos que día a día van surgiendo?, ¿lo amo con todo mi corazón, con todo mi ser?, o ¿es para mí como una “chaqueta” que me pongo o me quito según me conviene?, ¿escucho la Palabra de Dios con amor, con avidez, con deseo de conocer su voluntad?, ¿estoy abierta a lo que Él quiera decirme…?

Ojalá podamos afirmar con el salmista “Señor, te amo, tú eres mi fortaleza”, la roca donde me apoyo, mi baluarte, mi refugio, quien me libera de lo que me oprime, de lo que me impide caminar por las sendas del bien… ¿Lo invoco con sinceridad?, ¿acudo a él con la certeza de que siempre me escucha con misericordia y puede y quiere liberarme?

Mt 17, 14-20

Se puso de rodillas. ¿Te imaginas a un padre de familia, desesperado, poniéndose de rodillas delante de alguien que aparentemente es un hombre como los demás? ¿Qué le movió a hacerlo? El amor a su hijo.

Primero lo había intentado con los discípulos, pero ellos no pudieron curar al chico de los ataques de epilepsia. Luego ve al Señor, se acerca y cae de rodillas ante Él. No tiene ninguna vergüenza. No le importa lo que digan de él.

Únicamente busca el bien de aquel a quien ama. Jesús, conociendo el amor que brotaba del corazón de ese hombre, curó al hijo.

Por su parte, los discípulos no entendían en qué habían fallado. Jesús les respondió que les faltaba fe. No dice que no tienen fe, sino que aún es muy pequeña.

La fe, aunque es un don de Dios, debe crecer y fortalecerse con nuestra colaboración. Es como ir a un gimnasio: al levantar las pesas una y otra vez, nuestros músculos se desarrollan. La fe también debe ejercitarse, ponerse a prueba, alimentarse. Si nos conformamos con la fe que teníamos a los diez años, cuando hicimos la primera comunión, es lógico que nuestro “músculo” espiritual esté raquítico.

Necesitamos una fe adulta, resistente, alimentada con las lecturas adecuadas, con la oración diaria, con los sacramentos y con todo aquello que nos ayude a fortalecerla.

Viernes de la XVIII Semana Ordinaria

Deut 4, 32-40

Hay momentos difíciles en la vida, en que nos sentimos perdidos y olvidados. Igual le pasaba al pueblo de Israel y en esos momentos difíciles, para levantar al pueblo y hacerlo caminar, el Señor le recordaba todos los prodigios realizados a su favor.

Así encontramos en este día el libro del Deuteronomio que Moisés le recuerda al pueblo todas las muestras de amor que ha tenido con su pueblo, desde el inicio de la creación con cuánto amor lo creó, cómo lo formó como pueblo y el cuidado que tuvo con él a cada paso. Le recuerda que “Él amó a sus padres” y le pide: “Reconoce, pues, y graba en tu corazón que el Señor es el Dios del cielo y de la tierra y que no hay otro”.

Recordar los portentos del Señor, contemplar y sentir su amor, no es solamente quedarse en el pasado, sino es fortalecer el presente y sentirse ilusionado por el futuro.

Hay en nuestros días una tendencia al pesimismo y la crisis económica y social ha derivado también en una crisis de esperanza y en una crisis de valores. Nos invade un sentimiento de impotencia que puede llevarnos a consecuencias fatales.

Hay quienes optan por el suicidio, las drogas o el alcohol, con tal de huir de la realidad. Pero si miramos con atención nuestra vida, nuestra persona, nuestros acontecimientos, no será difícil descubrir la mano de Dios que nos acompaña.

Un día me dio una gran lección una jovencita ciega. Buscando ser gentil, me imagino que toqué algunas de sus fibras y le hice sentir que por ser ciega, estaría en desventaja frente a muchas de sus compañeras. Me respondió: “Es cierto, soy ciega, pero el Señor ha regalado una sensibilidad muy especial para los sonidos, para el tacto, para la ubicación y muchos otros regalos que vosotros no apreciáis y descuidáis. No me siento acomplejada. El Señor me ha dado la luz del corazón”.

Hoy mi invitación será a reconocer los grandes dones del Señor y antes que estar renegando o discutiendo por lo poco que tenemos, reconozcamos sus regalos. Digámosle con mucha confianza: “Gracias, Señor, porque te has hecho presente en mi vida” y traigamos a nuestra mente cada uno de los detalles con los que Dios nos muestra que nos ama.

Mt 16, 24-28

Jesús puso dos condiciones para seguirlo; negarse a sí mismo y tomar la cruz. Es importante el orden en el que Jesús las propone, ya que quien no es capaz de renunciar a sí mismo, es decir, a no tenerse por alguien importante, a considerar a los demás mejores, en una palabra a aceptar su realidad de criatura, de su nada, no podrá cargar con la cruz.

Casi todos los estudiosos de la Biblia están de acuerdo en que la expresión «tomar la cruz» fue usada por Jesús pensando en «el ridículo y la humillación» que experimentaban los condenados a la crucifixión que tenían que pasar por la ciudad cargando el madero y después ser exhibidos públicamente.

En esta procesión hasta el lugar de la crucifixión la gente los insultaba, se burlaba de ellos, los escupía y despreciaba.

Solo quien se ha negado a sí mismo puede afrontar con serenidad, los insultos, el ridículo, la incomprensión y las persecuciones por causa del evangelio. Ciertamente seguir a Jesús no es fácil… pero vale la pena, pues: ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo si finalmente se pierde a sí mismo?