Jueves de la XXII Semana Ordinaria

Col 1, 9-14

Es importante la sabiduría humana, pues gracias a ella se realiza el progreso y se va haciendo más cómoda nuestra existencia, sin embargo es quizás más importante el tener sabidurías y conocimiento espiritual, pues es precisamente por medio de éste, como hoy nos lo dice san Pablo, que podemos llegar a conocer la voluntad de Dios.

Cuando la sabiduría humana no va acompañada de la sabiduría divina, la mayoría de las veces los resultados de la ciencia lejos de ayudar al hombre lo dañan.

Todas las ciencias Dios las ha puesto al servicio del hombre, por lo que la psicología, la medicina, las ciencias exactas, etc., por lo cual son buenas, pero éstas deben de ser un instrumento puesto al servicio de la voluntad de Dios.

Es necesario reconocer siempre que nosotros no somos nuestros propios árbitros y que todo obedece a un proyecto lleno del amor de Dios. Pidamos diariamente que el Señor ilumine nuestro entendimiento y nuestro corazón para que a la luz de su Espíritu podamos poner nuestro conocimiento a su servicio y así construir la sociedad del amor.

Lc 5, 1-11

Hoy se tiene la tentación de pensar que la Palabra de Dios, lo que leemos en el Evangelio o en general en la Sagrada Escritura, tiene el mismo valor que la que está escrita en cualquier otro libro.

Hoy Pedro, un experimentado pescador, se pone a escuchar lo que para un hombre de su experiencia resultaría una ilógica petición la cual proviene de un Carpintero. Sin embargo, la Escritura nos dice que antes de invitar a Pedro a pescar, Jesús había predicado a los que se reunieron en torno a la barca.

Seguramente que lo que escuchó Pedro de labios de Jesús, lo animó a intentar una acción fuera de toda lógica dentro de su oficio. El resultado: Una gran pesca. Pedro entonces, a pesar de ser un hombre experimentado reconoce que la Palabra de Jesús no es como la de cualquier hombre. Y a pesar de ser un experto en la materia se deja conducir por la palabra del Maestro.

Debemos, pues, por un lado, escuchar más seguido y con mucha atención la Palabra de Jesús que tenemos en los evangelios y por otro lado reconocer que esa palabra no es la de cualquier hombre, no es simplemente la palabra del Carpintero de Nazaret, sino que es la palabra de Dios, la cual tiene poder.

Date tiempo para leer la Sagrada Escritura y aprende a dejarte conducir por ella.

Miércoles de la XXII Semana Ordinaria

Col 1, 1-8

Dos elementos centrales e indisociables de la vida cristiana son, como lo menciona hoy san Pablo: la fe en Cristo y el amor a los hermanos. Y es que creer en Cristo significa creer que Él habita en cada uno de los bautizados, de manera que lo que hacemos por alguno de nuestros hermanos, sobre todo cuando están en necesidad, lo estamos haciendo por el mismo Jesús.

Es por ello que el cristiano no puede pasar desapercibido, su fe se hace manifiesta porque siempre está atento a las necesidades de los demás, podríamos decir que es el hombre «de la caridad», es el hombre que siempre tiene una palabra de aliento para los demás, que siempre tiene una sonrisa y que refleja en sus ojos el amor de Dios.

Una persona así no puede ser confundida, como el árbol que por sus frutos se reconoce. Es necesario que nuestra fe se haga manifiesta en nuestros centros de trabajo y de estudio, en nuestro barrio, pero sobre todo en nuestras familias.

No pierdas hoy esta oportunidad… ejercítate en la caridad.

Lc 4, 38-44

Una de las actitudes fundamentales de Jesús, y que sobre todo san Lucas no se cansa de resaltar, es la gran misericordia de Jesús que lo lleva a ser disponible para los demás.

Para Él no hay un momento determinado para sanar, para atender a los que lo buscan. Todo su tiempo le pertenece a los demás, para quienes Él ha sido enviado. Se ha hecho disponible para todos y todos han encontrado en Él alivio y consuelo.

En nuestro mundo agitado es fundamental el recobrar esta actitud de Jesús, sobre todo para los de nuestra propia casa. Es cierto que muchas veces estamos cansados, pero que importante es estar siempre disponible para los hijos, para el esposo o la esposa, para nuestros padres.

La falta de disponibilidad causa serias lesiones en la relación de la familia lo que va poco a poco provocando la indiferencia y la dispersión. Quizás valdría la pena hoy reflexionar sobre nuestra disponibilidad y pensar ¿qué tan dispuesto estoy para dar una mano (escuchar, acompañar, servir) a los que se acercan a mí, sobre todo los de mi propia familia?

Recuerda que servir es amar.

Martes de la XXII Semana Ordinaria

1 Tes 5, 1-6. 9-11

El pensamiento de la segunda venida de Cristo era más importante para los cristianos primitivos que para nosotros.  Los tesalonicenses ansiaban saber el día y la hora precisos de la venida del Señor, para estar bien preparados. 

Da la impresión de que ellos imaginaban que, si sabían la hora de la venida de Cristo, podían dedicarse a otras cosas o sencillamente desperdiciar el tiempo hasta pocos días antes de la venida del Señor.  Podemos compararlos con las personas que sabiendo que la Navidad es el 25 de diciembre, empiezan sus compras a toda carrera en el último minuto.

Pablo les enseña que sencillamente no sabemos cuándo será la segunda venida de Cristo: el objeto de esta comparación consiste en recalcar lo imprevisible, no el temor.  Cristo no vendrá a robarnos nada, sino todo lo contrario.  Y en la misma forma en que no sabemos cuándo nos asaltará el ladrón, así tampoco sabemos cuándo volverá Cristo.

En nuestros días probablemente ya no pensamos mucho sobre esta segunda venida del Señor.  La Iglesia nos enseña de modo indirecto cuál ha de ser nuestra actitud, en una oración que forma parte de todas las misas: «Líbranos, Señor, de todos los males…”

Lc 4, 31-37

Una de las estrategias más astutas del demonio, y que usa con gran habilidad sobre todo en nuestros días, es hacernos creer que no existe. Hoy se busca explicar muchos de los efectos que el demonio produce en el hombre por medio de la Psicología y otras ciencias afines.

Sin embargo el demonio es una realidad que atenta contra nuestra vida eterna y contra nuestra felicidad. El juego de la uija, la lectura de las cartas, consultar adivinos, poner nuestra confianza en el horóscopo, no son juegos; abren la puerta para que Satanás pueda operar con mayor facilidad en la vida del hombre y destruirlo.

No abramos nuestras puertas a lo que puede destruir nuestra felicidad en esta vida y en la otra. Dirige tu vida a Dios y el te dará la felicidad que estas buscando.

Solo Él tiene la Vida. Ora, lee la Sagrada Escritura, busca vivir en gracia y serás feliz.

Lunes de la XXII Semana Ordinaria

1 Tes 4, 13-17

Los tesalonicenses estaban agobiados de tristeza por la muerte de un buen número de hermanos cristianos.  No se trataba de la tristeza natural causada por la muerte de las personas amadas: era una pena profunda por la posibilidad de que aquellos difuntos quedaran privados de la gloria de Cristo en su segunda venida.  Sería un dolor parecido al que sienten por los muertos en campaña los que han combatido juntos, porque aquellos no llegan a ver la victoria.

San Pablo les escribe, entonces, a los tesalonicenses para aclararles el asunto y ayudarlos a sobreponerse a su pena.  Los tesalonicenses estaban plenamente convencidos de que la segunda venida de Cristo sería un acontecimiento deslumbrante.  Pero lo que no tenían muy claro en sus pensamientos era que la salvación significaba que Cristo en persona haría resucitar los muertos a la vida.  La salvación se refiere, no solamente a la inmortalidad del alma, como pensamos a veces, sino también a la glorificación del cuerpo.  En otras palabras, la persona entera, cuerpo y alma, queda bajo la influencia salvadora de Jesús, por medio de su muerte y resurrección.  Y en la misma forma que Jesús murió y fue resucitado para gozar una plenitud de vida, así también nosotros seremos resucitados el día final.

Lc 4, 16-30

Es muy común preguntar a los niños pequeños: ¿qué quieres ser cuando seas grandes? Y para orgullo de los padres los niños responden: “quiero ser como mi papá”. Si esta misma pregunta se la hiciéramos a Cristo durante su vida oculta en Nazaret, no cabe duda que respondería que Él sería lo que su Padre ha pensado para Él desde siempre. Prueba de ello es la respuesta que dio a su madre angustiada cuando se perdió en el templo: “pero no sabíais que debo ocuparme en las cosas de mi Padre”, no debería haber motivo de preocupación por mi ausencia.

En nuestra vida como cristianos todos tenemos una misión muy concreta que realizar. Cristo desenrolló las escrituras (porque estaban en forma de pergaminos) y encontró justamente aquello que Dios Padre deseaba de Él. “Anunciar la Buena Nueva, proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”. Todo esto lo cumplió Jesús a lo largo de su vida terrena y aunque algunos se empeñaban en no abrir su corazón a las enseñanzas de Cristo, como es el caso de los escribas y fariseos. A pesar de su obstinada actitud Cristo no desmayó en su esfuerzo por predicarles la ley del amor.

Por ello de la misma forma que Cristo predicaba las enseñanzas de su Padre nosotros también atrevámonos a predicar el evangelio sin temor ni vergüenza. Antes bien pidámosle confianza y valor para que nos haga auténticos defensores de nuestra fe.