Jn 14, 1-6
Hoy nos hemos reunido para recordar a aquellas personas que nos han dejado. Algunos recientemente: son familiares, amigos o vecinos, que siguen estando muy cerca del corazón y cuya ausencia nos causa dolor y tristeza. Y otros quizás no tan cercanos, que han marcado nuestra vida y que siguen estando presentes en nuestro recuerdo y cariño.
Hoy es un día para recordarlos a todos ellos. Porque siempre que muere alguien conocido, alguien con quien hemos compartido algo, es como si muriese una parte de nosotros mismos. Porque no vivimos solos, no somos un mundo aislado, sino que nuestra vida está llena de otras vidas, está formada por todo lo que los demás nos han dado, por todo lo que hemos compartido, por las alegrías y las tristezas que hemos vivido juntos.
Hoy recordamos a los difuntos no sólo en nuestro corazón, sino que los recordamos a todos juntos, como comunidad cristiana, y los recordamos ante Dios.
En estos días de noviembre, y especialmente hoy, mucha gente visita los cementerios, lleva flores a las tumbas, recuerda a sus muertos con cariño y, si es creyente, reza por ellos.
Tenemos conciencia de que nuestros familiares difuntos han ocupado un lugar importante en nuestra vida y muchas de las cosas que usamos aún están cargadas de su recuerdo y su presencia. Es que está todavía muy vivo el recuerdo y el cariño.
Muchas cosas nos siguen vinculando a nuestros familiares difuntos. Para nosotros no están muertos del todo. Pero, además, los cristianos sabemos por la fe que nuestros muertos viven en el Dios de la vida. Y por eso hacemos oración por ellos. En las tumbas de los cementerios queda lo que siempre hemos llamado los “restos mortales”. Tendríamos que recordarle a mucha gente con poca fe que nuestros muertos no están en los cementerios, sino que allí están sólo sus restos mortales, seguramente restos cargados de significado para nosotros, pero sólo restos.
Además, por la fe estamos convencidos de que la muerte no es algo definitivo ni para siempre. No es dejar de existir para caer en la nada. La muerte es el paso a una nueva forma de vivir con el Señor.
Sabemos que nuestros muertos están en las manos de Dios. Ése es su sitio y su premio, su fiesta y su descanso. Esto nos proporciona una gran confianza y aminora en los creyentes la amargura de la separación que produce la muerte.
Para los primeros cristianos la muerte era como entrar en un sueño del que nos despertaríamos en las manos de Dios. Cementerio significa “dormitorio”, sitio de descanso y de espera hasta “despertar” para la vida. En las oraciones de la misa aún hablamos de nuestros difuntos como de los que “duermen ya el sueño de la paz” o de los que “durmieron con la esperanza de la resurrección” o de los que “se durmieron en el Señor”. Sabemos que al final de esta historia nuestra nos espera Dios, nuestro Padre, que prepara para nosotros una fiesta hermosa, un gran banquete, un paraíso o una casa grande donde todos tenemos sitio a su lado.
Jesús nos dice: “No os inquietéis. Confiad en Dios y confiad también en Mí. En la casa de mi Padre hay un lugar para todos; de no ser así, ya os lo habría dicho; ahora voy a prepararos ese lugar. Una vez que me haya ido y os haya preparado el lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros”.
Jesús nos dice que no se va a separar de nosotros para siempre. Que viviremos juntos con Él. En la casa de mi Padre hay sitio para todos.
Y cuando nos hablaba de la otra vida siempre la comparaba con cosas hermosas. Decía que era como una fiesta, como un banquete o como un paraíso. Por eso, nosotros pensamos que nuestra vida es como un caminar hacia la vida, hacia el descanso y la alegría con Dios. Nosotros no podemos desesperarnos como los hombres sin esperanza.
Nos encontramos aquí, celebrando la Eucaristía, porque creemos que Jesús, muerto en la cruz por amor, vive para siempre, y nos abre las puertas de su Reino. Y creer en Él es creer que todos, nosotros y nuestros difuntos, somos llamados a compartir su vida para siempre.
Por eso hoy, al recordar a nuestros difuntos y orar por ellos a Dios nuestro Padre celebramos que nuestros difuntos ya saborean el amor inmenso de Dios y a esa fiesta hermosa también estamos llamados nosotros.