Lunes de la VI Semana de Pascua

Hech 16, 11-15

En el pasaje que acabamos de leer podemos apreciar cómo para Pablo toda ocasión es una oportunidad para hacer conocer el Evangelio… de hecho, busca insistentemente que se presente esta oportunidad.

Sin embargo nosotros, muchas veces actuamos de modo contrario: cuando sale a la conversación algún tema de fe o de religión preferimos escabullirnos, con la típica excusa: «En cuestiones de política y religión no se puede discutir pues nunca se llega a nada».

Pensemos que si este hubiera sido el pensamiento de los primeros cristianos, todavía nosotros viviríamos en la ignorancia del amor de Dios. Quizás nosotros no nos sintamos llamados como Pablo a ir a buscar «por las orillas del río» a aquellos que no conocen a Jesús, pero lo que por vocación universal tenemos los bautizados es el aprovechar toda oportunidad que se presenta para anunciar el amor de Dios. Aprovecha hoy todas las oportunidades que Dios te presente para hacer conocer el amor de Dios. Recuerda que la fe nace de la predicación.

Jn 15, 26–16,4

En la primera parte del Evangelio de hoy Jesús, les deja a sus apóstoles el encargo de dar testimonio de Él. Momentos antes de la Ascensión Jesús les vuelve a repetir esta misión. Los apóstoles fueron testigos de la predicación de Jesús, de su Muerte y de su Resurrección. Pero es recién, con la venida del Espíritu Santo, cuando se inicia la predicación pública de los Doce, y la vida de la Iglesia.

Jesús, en este pasaje vuelve a anunciar la venida del Espíritu: «Cuando venga el Protector que les enviaré desde el Padre, por ser Él el Espíritu de verdad que procede del Padre, dará testimonio de mí»

En medio del odio del mundo y de las persecuciones, los discípulos sentirán la presencia viva del Espíritu, que es verdad y vida y que el mismo Jesús resucitado les enviará desde el Padre. Jesús no va a dejar solos a los suyos, y el Señor se los dice a sus discípulos para que no se derrumben cuando empiecen las persecuciones. Este pasaje del Evangelio, no vale solo para el pasado, sino que tiene plena vigencia para nuestra vida de hoy. Todavía hoy, es fuerte el odio del mundo a Jesús, y hoy y siempre, seguirá el Espíritu Santo, alentando fuerte en su Iglesia y reavivando en las comunidades cristianas, el testimonio de Jesús.

Como predijo el Señor en este pasaje, la Iglesia ha sufrido repetidas veces a lo largo de la historia, el odio y la persecución fanática. Otras veces, esa persecución no es tan abierta y evidente pero se manifiesta en la oposición sistemática e injusta a las cosas de Dios. En estos casos, como lo dice Jesús, suele pasar que quienes persiguen a los verdaderos servidores de Dios piensan que le agradan. Esos perseguidores confunden la causa de Dios con unas concepciones deformadas de la religión.

El Señor les profetiza a sus discípulos que sufrirán persecuciones y contrariedades, para que cuando lleguen no se escandalicen ni se desalienten, sino que por el contrario, les sirvan como ocasión para demostrar su fe. Por eso, en este tiempo pascual, y próximos ya a la celebración de Pentecostés, vamos a pedir a la Tercera persona de la Santísima Trinidad que proteja siempre a su Iglesia y fortalezca a sus fieles para defenderla de sus enemigos.

Sábado de la V Semana de Pascua

Hch 16, 1-10

Pablo y Bernabé, dos santos y grandes misioneros, eran de carácter distinto y tenían visiones y apreciaciones un tanto diferentes en cuanto al rigor con que debían proceder. Son coincidentes en el mensaje y en la entrega, pero difieren mucho entre sí, y no resisten el trabajo en común por tiempo indefinido.

Quiere decirse que en la vida apostólica conviene, en ocasiones, no estabilizarse en el grupo sino renovar equipos. Lección que no debemos olvidar. Somos peregrinos en la tierra.

“Pablo, ven a Macedonia y ayúdanos” Con esas palabras se pone hoy en primer plano de la celebración la llamada del Señor a la evangelización y el esfuerzo que ella comporta.

La voz misteriosa que convoca a Pablo y Silas con urgencia evangélica es la misma voz que debe acuciar a todas las conciencias cristianas para que no duerman en su fe, ni flojear en su caridad, ni aminoren su tensión de santa esperanza.

También a nosotros, en el siglo XXI, nos está urgiendo el Espíritu a que demos testimonio de la fe y anunciemos la Buena Noticia de Jesús, fuente de salvación.

Jn 15, 18-21

El evangelio de hoy, de san Juan nos habla de las relaciones del creyente con el mundo.

El “mundo” para Juan es, en este texto, el ambiente que rechaza a Jesús, no el conjunto de los seres creados o la sociedad sin más.

El discípulo de Jesús, que vive, como todos, en la sociedad, no participa, sin embargo, de este “mundo” que se rige por criterios contrarios a Jesús y su evangelio. En este sentido, el discípulo es un “separado”.

Si Jesús fue perseguido por este “mundo”, sus discípulos correrán la misma suerte: No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán.

Hay una “persecución contra la Iglesia” que es fruto de nuestra incoherencia, de nuestro pecado, o de nuestra incapacidad para conectar con el mundo de hoy.

Pero hay otro tipo de persecución que se deriva del choque del evangelio con muchos de los criterios que hoy son vigentes. Esta segunda es un claro signo de autenticidad. Existirá siempre. Tenemos que estar preparados para afrontarla.

Viernes de la V Semana de Pascua

Hech 15, 22-31

Una de las cosas más reconfortantes y que animan nuestra esperanza, es el hecho de que la Iglesia es dirigida y sostenida por el Espíritu.

Es una institución formada por hombres pero cuya fuerza y diligencia no provienen de la debilidad humana sino del poder de Dios. Es por ello que a pesar de que ha habido épocas de gran oscuridad y tempestad en la Iglesia, la luz y la fuerza del Espíritu no la han dejado naufragar.

Por eso estamos seguros que cuando se trata de fe y costumbres, en el seno de la Iglesia volverán a resonar la palabras que hoy hemos escuchado: «El Espíritu santo y nosotros…»  

Esta es la garantía de que caminamos en la verdad y hacia puerto seguro. Por ello los que se apartan de la Iglesia o los que rechazan su magisterio ordinario, corren el grave riesgo de perderse en humanas e inútiles discusiones y de no encontrar la paz y la verdad.

Jn 15, 12-17

De este Evangelio se pueden sacar muchas enseñanzas. Una es el verdadero amor. Otra, lo que es el verdadero amigo. Pero nos centraremos en lo que es la tarjeta de presentación de todo seguidor de Jesucristo, que somos todos los que creemos en Él, y es el mandamiento de Jesús de amarnos los unos a los otros.

¿Qué implica esto? No es solamente una simple frase piadosa que se escucha cada domingo desde los púlpitos de las iglesias. Es el compromiso de todo cristiano. Implica salir de nuestro pequeño mundo, llámese trabajo, estudios, cosas personales, placeres, gustos, para fijarnos en las necesidades de nuestro prójimo.

¿Y quién es nuestro prójimo? Es el trabajador enfermo de nuestra compañía, es la humilde muchacha que hace la limpieza de la casa todos los días, es el cocinero que prepara nuestra comida, es la viejecita sentada fuera de la Iglesia que lo único que tiene para taparse del frío de la noche es su roído chal, son nuestros familiares y demás personas con quien tratamos. Y Cristo nos llama a amarlos desinteresadamente, no para ser vistos por las personas que nos rodean y que digan “Ah, qué bueno es fulano o fulana…” sino para cumplir con nuestro deber aquí en la tierra.

¿Y qué es amarlos? Es ayudarles en sus necesidades básicas, darles educación, casa, alimento, vestido, paciencia, cariño, comprensión.

Recordemos que al final de nuestra vida lo único que contará será lo que hayamos hecho por Dios y por nuestros hermanos los hombres.

Jueves de la V Semana de Pascua

Hech 15, 7-21

Este discurso que hemos escuchado es lo que luego se conocerá en la Iglesia como el primer Concilio o el Concilio de Jerusalén. A partir de entonces, cuando ha habido diferencias en la Iglesia, o cuando ha sido necesario clarificar, sea la doctrina como la acción pastoral en el pueblo de Dios, todos los obispos, sucesores de los apóstoles y encargados del pastoreo del rebaño del Señor, se han reunido a fin de clarificar, iluminar o dar la correcta dirección a los asuntos de la Iglesia.

Desde ese primer concilio en el que se clarifica cual es la doctrina de la Justificación (que es por medio de la fe en Cristo y no por la observancia de la circuncisión), han existido 21 Concilios Ecuménicos en la Iglesia.

Todo buen cristiano debía tener una copia de los documentos del último concilio celebrado en la Ciudad del Vaticano y que es conocido como Concilio Vaticano II en el cual se trataron temas que han venido a devolverle la frescura del Espíritu a la Iglesia. De particular interés para todos nosotros es la Constitución «Lumen Gentium» sobre el papel de la Iglesia en el mundo.

Jn 15, 9-11

La auténtica vida cristiana es mantenerse en el amor de Cristo, permanecer en Él; ese amor se vive en la comunidad y se irradia al mundo. Eso es lo que pide ahora Jesús a sus discípulos. Les pide que permanezcan en su amor. Ese amor no es una simple teoría, sino la fidelidad a su palabra. Deberíamos sentir vergüenza de que el Señor Jesús nos repitiera tan insistentemente que nos ama y nos pidiera que permanezcamos en su amor.

Jesús nos ama con el mismo amor con que ama el Padre. Cristo nos ama hasta el exceso. Y Él quiere que nosotros le amemos, como Él nos ama. Es impensable, que Dios nos ame tan sin límites y nosotros respondamos a ese amor infinito con un amor frío y mezquino. Cuando realmente se ama, ese amor exige sacrificios; pero esos sacrificios, no nos son costosos porque amamos.

Eso es lo que nos pasa, humanamente hablando. Y con Dios no es diferente. Si amamos a Dios, no podremos no guardar sus mandatos. Pero no los guardaremos… porque es obligación,… ni porque le tememos,… los guardaremos por amor a Él.

Pero nos es difícil vivir este mandamiento del Señor, si el Padre no nos atrae fuertemente hacia su Hijo, y en Él aprendemos a amar. El Espíritu Santo debe ser nuestro maestro en este arte de amar. Ese Espíritu Santo que es Amor, nos va guiando al verdadero amor paternal, hasta que en nosotros haya una entrega total como la de Jesús.

Y como Jesús les había hablado a sus discípulos de su partida y ellos estaban tristes, el Señor les repite una vez más: “les he dicho esto para que mi gozo esté en ustedes  y su gozo sea pleno”. Jesús va al Padre para esperar allí a todos sus discípulos y así unirse con ellos no ya de un modo provisorio sino definitivo. Por eso nada ni nadie puede arrebatar al cristiano la alegría. Porque la alegría de un cristiano no se fundamenta en algo pasajero, en “seguridades”, en “beneficios”. La alegría de un cristiano está en la convicción de que ha sido elegido por Dios; en que su nombre está escrito en el Reino de Dios y en la seguridad que Dios nos ama; que Jesús nos ama y nos espera en su Reino

Miércoles de la V Semana de Pascua

Hech 15, 1-6

En algunos pasajes vemos lo importante que es la Jerarquía de la Iglesia para que el Espíritu pueda construir la Iglesia. En nuestra lectura hemos visto como ha surgido una diferencia en la comunidad: los paganos convertidos ¿se deben circuncidar? ¿Quién ha de decidir esto? ¿qué grupo es el que tiene la razón? Movidos por el Espíritu, deciden no tomar esta decisión por su cuenta sino consultarla con la Jerarquía de la Iglesia.

Hoy en día las decisiones difíciles en materia de fe y costumbres continúan siendo puestas en claro por los obispos, sucesores de los Apóstoles. La obediencia a la jerarquía de la Iglesia es la garantía de la unidad.

Es posible que «nuestra opinión» sea contraria, pero ni aun teniendo una revelación privada podemos ir contra el magisterio de la Iglesia. Si verdaderamente queremos hacer la voluntad de Dios y no vernos envueltos en las mentiras del demonio que se viste de luz, debemos confiar en que el poder de discernir lo dejó el Señor en la Jerarquía Eclesiástica (a pesar de ser como nosotros, hombres pecadores y débiles).

Jn 15, 1-8

Dios nos pide que nos amemos, y nos pide que lo hagamos como el propio Cristo nos amó, esto es, hasta el extremo de dar la vida. Pero ¿resume ese Mandamiento Nuevo todo lo que Dios nos pide?

Para empezar, habría que decir que el Mandamiento Nuevo nos desborda. Todos sabemos lo sencillo que puede ser amar a quien nos ama. Podemos llegar incluso a dar la vida por algunas personas, como muchas madres la darían por sus hijos. Pero amar, como Cristo, a nuestros enemigos… Entregar libremente la existencia por quien nos ha traicionado o por quien nos ha roto el corazón… Perdonar a quien nos hace la vida imposible… Todo eso es superior a nuestras fuerzas humanas. Además, en caso de que llegásemos a cumplirlo, ¿serviría de algo si no amamos a Dios y vivimos a espaldas de su Amor por nosotros? ¿Podría esa entrega salvarnos si se trata de un mero altruismo, de una obra humana realizada al margen de la gracia? No olvidemos que la Ley de Dios se resume en dos mandatos: amarás a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo. Sin cumplir el primero, ¿acaso podrá salvarnos el segundo? Dios nos pide, desde luego, que cumplamos ese Mandamiento Nuevo; pero el Mandamiento Nuevo no resume la Ley de Dios.

Si hubiera que resumir, en una sola frase, todo lo que Dios nos pide, habría que emplear el texto del evangelio de hoy: «permanezcan en mi»… Dios nos pide que nos abracemos a su Hijo Jesús, y no nos separemos de Él jamás. Unidos a Él por la gracia, seremos capaces de amar a nuestros hermanos hasta el punto de entregar la vida por los enemigos. Unidos a Él por la oración diaria, por la comunión frecuente y la renovada confesión sacramental de nuestras culpas, veremos cómo nuestra vida se llena de Dios, cómo nuestras almas se llenan de paz, y cómo nuestros corazones se llenan de una alegría sobrenatural y serena que ningún sufrimiento podrá arrebatarnos. Unidos a Él por la lectura cotidiana del Evangelio, experimentaremos en nuestras vidas una «cristificación» que nos llevará a desaparecer por completo para que sólo Jesús brille en nosotros.

Martes de la V Semana de Pascua

Hech 14, 19-28

Algo que es necesario que recuperemos todos los cristianos, es el celo por la predicación y por la evangelización; el deseo ferviente de que todos los hombres conozcan la verdad de Jesús y vivan de acuerdo al evangelio.

Que recordemos que la vida evangélica y el seguimiento de Jesús nacen de la predicación y no de una legislación. Es necesario que el hombre escuche hablar de Jesús y que lo acepte personalmente, de modo que se llegue a convertir en un auténtico discípulo de Jesús.

En esto, tú y yo tenemos una gran responsabilidad, pues así como san Pablo, debemos aprovechar todo momento y toda circunstancia para hablar de Jesús, para invitar a nuestros amigos y familiares a tener un encuentro personal con Jesús.

Hablemos con valentía y sobre todo con amor, de aquello que ha cambiado nuestra vida, del mensaje que ilumina y llena de paz el corazón: No tengamos miedo de anunciar el Evangelio.

Jn 14, 27-31

Cristo se está despidiendo. Se acerca su pasión, morirá en la cruz por nosotros, y nos quiere dar las recomendaciones finales, nos quiere dejar las lecciones que Él considera más importantes.

Primero nos da su paz, y nos dice que no se turbe nuestro corazón porque «me voy pero volveré» y en otro pasaje: «yo estoy y estaré con ustedes, todos los días, hasta el final del mundo…»

En Él está nuestra paz, es más, Él es nuestra paz, y con Él a nuestro lado, ¿qué nos puede turbar?

Sólo nos podemos preocupar por aquello que afecte nuestra amistad con Él o nuestra salvación eterna, lo demás no es esencial. Sólo Dios, sólo Él.

Las últimas dos líneas de este pasaje son las más importantes: «…llega el príncipe de este mundo. No tiene ningún poder sobre mí, pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según me ha ordenado».

Dicho en palabras más claras, Cristo está diciendo que el demonio no tiene poder sobre Él, pero que va a morir en la cruz libremente porque quiere que aprendamos, que sepamos que lo más importante es amar a Dios, y amar es cumplir sus mandamientos, es obedecerle. Adán y Eva pecaron desobedeciendo, Cristo nos redimió obedeciendo, y obedeciendo por amor.

Lunes de la V Semana de Pascua

Hech 14, 5-17

Este pasaje nos muestra, por un lado, que no siempre la adversidad es algo negativo, sino que forma parte del misterioso plan de Dios. Es gracias a esta persecución que se desata en Iconio que Pablo y Bernabé predicarán el evangelio en otras ciudades.

Esto es importante recordarlo sobre todo cuando las cosas en nuestra vida no van como nosotros lo esperábamos, y más aún cuando por estas circunstancias nos vemos obligados a dejar un trabajo, una ciudad, o una asociación. Debemos siempre pensar que Dios nos está ahora brindando la oportunidad de llevar la buena nueva del Evangelio a otras comunidades, de llevar la alegría y la salvación a quienes aún viven en la oscuridad del pecado.

Por otro lado nos habla del peligro que tenemos de ser vencidos por la adulación de la gente que viendo nuestra vida y las obras que Dios realiza en y por nosotros, lleguemos a pensar que somos nosotros y que efectivamente somos merecedores de la gloria que solo pertenece a Dios.

Seamos, pues cautos y en toda obra buena que realicemos, demos siempre la gloria al único que le pertenece: a Dios.

Jn 14, 21-26

Hace exactamente un mes que hemos celebrado la fiesta del amor, el acto más amoroso que se ha podido dar en la tierra, el hecho más heroico que jamás aconteció: Dios que por amor a los hombres dio su propia vida en rescate por nuestros pecados, como nos dice san Pablo.

“Ámense los unos a los otros como yo los he amado”; es el nuevo mandamiento que sale del Corazón de Dios; no sale de la ley, ni de una prohibición. Sale de un reclamo de Cristo que quiere que le imitemos hasta dar nuestra vida por nuestros hermanos, porque así lo ha hecho Cristo muriendo en la cruz.

Muy cerca de nosotros está la Virgen María; nadie mejor que ella ha amado a Dios y a todos los hombres, pues por su amor en la Anunciación se convirtió en Madre de Dios, y por su amor en la cruz en Madre de todos los hombres; su amor ha sido tan grande que ni siquiera el pecado se ha atrevido a tocarla. La clave de todo está en el amor, donde se encuentra la paz, donde se encuentra la fortaleza en el seguimiento de la Voluntad de Dios.

Como dice san Juan: “Dios es amor”; por lo tanto si llevamos en nuestro corazón a Dios tendremos el verdadero amor, y la medida del amor a Dios está en el amor a nuestros hermanos, porque si no somos unos mentirosos, como dice Santiago.

Sábado de la IV Semana de Pascua

Hech 13, 44-52

A pesar de que todos los primeros cristianos eran judíos, ni Pablo ni otros predicadores lograron hacer conversiones en masa entre los de su propio pueblo.  La finalidad de su predicación era conseguir que aceptaran lo que el propio Jesús proclama en el evangelio de hoy: que El y su Padre son uno.  Jesucristo es Dios hecho hombre, que vino como salvador y como luz de nuestra vida, para conducirnos durante nuestro viaje hacia el Reino celestial de su Padre.

No debería causarnos sorpresa el poco éxito que tuvo Pablo al predicar a los judíos, puesto que, aun actualmente, el conjunto de nuestra sociedad no ha aceptado realmente a Jesucristo.  Para algunos, Jesús queda relegado al papel de un hombre bueno con elevados ideales, pero que, a su juicio, no posee ningún atributo divino.  Otros lo descartan rápidamente como charlatán o como el producto de la imaginación de sus seguidores.  Nosotros mismos no estamos inmunizados contra las influencias hostiles que nos rodean.

Dentro de nuestra sociedad se encuentran aquellos que están dispuestos a poner su confianza en los comentadores de televisión o en los que escriben en los periódicos, que en Jesucristo.  Dan mayor crédito a los consejos del psicólogo que a las enseñanzas del Evangelio.  Y prefieren seguir una vida de auto-complacencia, antes que aceptar las exigencias de los discípulos de Cristo, que aceptan el sacrificio personal y los actos de generosidad.  Confunden el libertinaje sexual con el amor verdadero, y los placeres, con la felicidad.

El cristianismo no es una forma dura, amarga y triste de hacer frente a la vida.  Más bien, es la fuente de la verdadera y perdurable felicidad.  La alegría es el eco de la vida de Dios en nosotros.  Debería surgir espontáneamente la alegría dentro de nosotros, cuando hacemos el esfuerzo de seguir a Cristo por el camino que nos conduce a la vida eterna.

Jn 14, 7-14

“La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre” (Gaudium et Spes 1) El Santo Padre describe al cristiano como un hombre que camina hacia la casa del Padre. Esta meta es la que explica y rige todo su obrar.

¡Queremos ver al Padre! Con esas palabras el cristiano recorre la vida como un verdadero hijo de Dios, como hombre resucitado. De ahí nace un caminar alegre y lleno de esperanza. Bajo ese deseo los mártires pudieron soportar los más atroces tormentos. Y está claro el porqué, pues no es sólo un deseo humano noble y bueno, sino una ayuda continua del Espíritu Santo. Como dicen algunos cantos, él es la mano de Dios que cura al hijo enfermo cuando éste lo necesita, consuela al afligido, fortalece al débil y cuida al que ya avanza por la vía que conduce al cielo. Cristo, con su muerte y resurrección, nos ha donado y asegurado esta esperanza y esta asistencia. No divaguemos más en nuestro caminar. Vayamos a la oración y pidamos al Padre que nos permita vivir con el deseo de llegar a Él al final de la vida, amparados por su misericordia y guiados por su Espíritu de Amor.

Viernes de la IV Semana de Pascua

Hech 13, 26-33

Cuando el corazón está lleno del amor de Dios no puede hacer otra cosa que amar e invitar a conocer el amor de Dios por medio del anuncio de la Buena noticia del Evangelio.

Pablo, enamorado y seducido por este amor, no cesa de invitar a todo mundo a conocer y participar de la vida en el Espíritu la cual se ha hecho una realidad por la resurrección de Jesucristo y el envío del Espíritu Santo.

Tú también puedes con tu vida, con tus actitudes, con tu amor, ser una invitación abierta y constante para que los que viven a tu lado participen y disfruten también del cielo, no solo al final de su vida, sino incluso ya desde ahora (si bien no es en la plenitud que tendremos en la eternidad, si poseemos ya las primicias de éste). Conviértete tú también en un testigo de Jesús en tu comunidad.

Jn 14, 1-6

Cuando alguien ama a una persona y la ve en problemas, lo primero que le viene a la mente es: «no te preocupes, yo te ayudaré» ¿Cuánta alegría siente el corazón, al escuchar estas palabras? Mucha paz da que el hombre sienta el apoyo de aquel que ama, además porque se nos presenta como una ayuda querida.

Esto es lo mismo que Cristo ha visto en sus discípulos. «No pierdan la paz», les ha dicho y continúa diciéndonoslo a nosotros cada día. Él es la Paz, la Bondad, la Felicidad. Él nos dará los consuelos necesarios en los momentos de mayores dificultades en nuestra vida.

Cristo quiere que le pidamos la gracia de la paz del alma, de la tranquilidad de la vida, de la sencillez con la que viven los niños, despreocupados de todo, metidos sólo en lo que están haciendo en ese momento. Las dificultades se presentarán, pero si tenemos a Cristo, que es la Paz, será más fácil sobrellevarlas.

El camino para llegar al cielo es una vida vivida en Jesús, con Jesús, de acuerdo a Jesús, para Jesús, desde Jesús. San Pablo lo resume en: Es vivir en Cristo, de manera que ya no soy yo sino que es Cristo quien vive en mí. Es un proceso de despojarse del hombre viejo, del hombre que quiere vivir en sí mismo, para sí mismo y desde su propio egoísmo. El camino es revestirnos de Jesús, buscar como lo dice Pablo: Tener las mismas actitudes de Él, que siendo Dios se rebajó hasta hacerse semejante a nosotros. Pedro en su carta nos invita a «seguir las huellas de nuestro pastor». Si verdaderamente queremos llegar un día a habitar el lugar preparado por Jesús para cada uno de nosotros… ya sabemos cual es el camino.

Vivamos con la sencillez de quien sabe que todo lo recibe de Aquél a quien ama, y lo cuida en todo momento.

Jueves de la IV Semana de Pascua

Hech 13, 13-25

En este pasaje vemos lo importante que es el tener un conocimiento profundo de las Sagradas Escrituras, pues éstas son el fundamento de nuestra predicación y de nuestro testimonio para los demás.

Quizás uno de los motivos por los que no hemos logrado establecer en nuestro medio una cultura profundamente cristiana es el hecho de que pocos cristianos realmente conocen la Sagrada Escritura.

Esto hace que no haya un punto de referencia adecuado que haga prevalecer en un determinado momento los valores cristianos e incluso que nuestro testimonio o nuestro diálogo con aquellos que no comparten nuestra fe, no encuentren un sólido fundamento.

Dediquemos todos los días al menos 15 minutos para conocer la Sagrada Escritura, es decir para conocer a Dios y su proyecto de amor para nosotros.

Jn 13, 16-20

El Señor nos conoce, sabe que somos débiles, que somos pobres criaturas, que podemos caer. Pero también sabe y nos lo ha dicho que no nos faltará su gracia porque Él nos ha elegido.

Cristo envía a sus mensajeros, a veces somos nosotros, debemos acogerlos. Porque al acoger a sus mensajeros acogemos también a Dios. Pero no debemos ser ingenuos acogiendo a pseudos-mensajeros, porque a veces son «lobos con piel de oveja» que diciéndose mensajeros de Dios pretenden arrancarnos nuestra fe Católica. ¿Cómo distinguirlos?

Aquellos que no sigan la doctrina verdadera de Cristo en las Escrituras y en la tradición de la Iglesia, quienes no siguen las enseñanzas del Papa, quienes se auto- proclaman nuevos profetas o nuevas religiones inspiradas por el Espíritu Santo…

Son tantos en el mundo actual los que se dicen enviados de Dios, pero son tan pocos los que en realidad escuchan a Dios.

Abramos nuestro espíritu y nuestro ser entero a la gracia de Dios que se nos quiere presentar en este día. Sepamos acoger a todos como enviados de Dios, ya que Dios a veces se sirve de lo «que no es nada en el mundo para manifestarnos su poder».

Y no ensordezcamos nuestro corazón cuando Él nos pide ser sus enviados.