HOMILÍAS DIARIAS PARA EL MES DE JULIO

Gn 18,16-33

El pasaje que acabamos de leer nos muestra, por un lado la infinita misericordia de Dios que da a cada uno según sus obras y no condena a nadie por la culpa de otro; y por otro el poder de la intercesión y el valor de los justos delante de Dios. Es impresionante que a pesar de que toda la ciudad ofendía a Dios, Dios estaría dispuesto a perdonar a toda la ciudad en atención a solo 10 personas.

Esto nos da una idea de lo que quieren decir las palabras del apóstol «Cree tú y creerá tu casa», pues Dios no busca nuestra destrucción sino nuestra salvación.  Nosotros como cristianos, podríamos decir que somos «centro de irradiación» de la salvación y de la bendición de Dios, para todos los que conviven o trabajan con nosotros. Es por medio del «pequeño resto de Israel» que Dios salva a su pueblo.

En tu oración diaria puedes ser como Abraham e interceder por todos aquellos que desconociendo el amor de Dios, viven de una manera desordenada y contraria a su voluntad, y al mismo tiempo, en la medida en que dejes que Dios te llene de su amor, serás, como dice san Pablo: El buen aroma de Cristo en tu medio.

Mt 8,18-22

En este pasaje Jesús les muestra a sus discípulos dos de las condiciones para seguirlo: La primera es: estar dispuesto a todo y aceptarlo todo por amor y la segunda es no ponerle condiciones… el Reino tiene prioridad.

Es importante el recordar estos dos elementos de la vida cristiana pues nos encontramos en un mundo que ha hecho de nuestra vida una vida cómoda y placentera, lo cual es un regalo de Dios que no debemos despreciar, sin embargo nos puede llevar, si no estamos atentos, a rehusar el sacrificio que muchas veces implica el seguimiento de Jesús y la observancia del Evangelio.

Nuestros pies y nuestras manos deben estar siempre dispuestas para la construcción del Reino, de manera que aun despreciando nuestra comodidad, podamos ser testigos del amor de Dios.

La pereza (espiritual y física) solo produce hastío y limitan nuestro crecimiento en el amor y el servicio. No condiciones a Jesús, mantén siempre como prioridad la construcción del Reino y la vida evangélica y tu vida será efectivamente la de un auténtico discípulo.

Gn 19, 15-29

La justicia divina exigía que las ciudades pecadoras de Sodoma y Gomorra fueran destruidas.  Dios amaba mucho a Abrahám y por ese amor tuvo misericordia de su sobrino Lot y de su familia.  Pero la esposa de Lot cometió una gran falta al desobedecer la orden de no volver la cabeza hacia atrás.

No tenemos una idea exacta de la naturaleza de la calamidad que destruyó a esas ciudades, cosa que, por otra parte, no es importante.  Esta narración se ha incluido en la Bíblia para dar testimonio de la justicia y de la misericordia de Dios.  La justicia de Dios destruye el mal, no necesariamente por medio de una calamidad natural, sino a su modo y a su tiempo.  Y nosotros, por medio de la revelación cristiana sabemos que Dios nos rescata, no de la muerte natural, sino de la muerte eterna.  Dios quiso salvar a Lot y a su familia por el amor que le profesaba a Abrahám.  Él nos librará de la muerte eterna por el amor que le tiene a su Hijo, Jesús.

Hay personas que consideran que nuestra sociedad occidental padece el síndrome de estas ciudades bíblicas. Para ratificarlo enumeran todos los vicios imaginables. Desearían que también hoy lloviera azufre y fuego para purificar tanto mal.

Mt 8, 23-27

En medio de este mundo en el cual falta para muchos el trabajo, y que sufren por las enfermedades, las guerras y las epidemias que nos agobian, ¿podríamos decir que nuestra fe en Cristo permanece firme?

Muchos hermanos para los cuales la vida en los últimos años se ha hecho pesada podrían estar tristes y apesadumbrados, incluso con miedo ante el incierto porvenir. Jesús nos dice hoy a todos: «no tengan miedo, hombres de poca fe». Jesús, a pesar de todo lo que nos parece, está a nuestro alrededor, navega con nosotros.

El mismo nos lo dijo: «Yo estaré con ustedes hasta la consumación de los siglos». Si los vientos se encrespan y el mar de la vida se agita, Jesús está con nosotros… Quizás duerme, pero está con nosotros.

Mientras despierta, debemos achicar el agua, y remar hacia la orilla… de una cosa estamos seguros: Jesús no permitirá que la barca en la cual vamos naufrague.

Si en tu vida la crisis ha llegado a tal punto que piensas que naufragarás, no pierdas la fe, despierta al Maestro, que Él con una voz calmará todas tus ansiedades y pondrá serenidad en tu vida.

Gn 21,5.8-20

El proyecto de Dios para nuestra vida se mueve muchas veces de manera extraña para nosotros. Pero es precisamente ahí en donde debemos de creerle a Dios.

En el pasaje que hemos leído, Dios le pide de nuevo a Abraham que le crea, que haga algo que a los ojos humanos parecería ingratitud, crueldad y falta de amor: Mandar al desierto a su propio hijo y a la madre de éste. Esto significaría, normalmente, mandarlo a la muerte. Sin embargo Dios le dice: Haz lo que te ha dicho Sara, pues yo cuidaré de ellos y haré de tu hijo un gran pueblo. Así que confiado en la palabra del Señor, hace lo que humanamente parecería ilógico.

Con ello nos enseña que nuestra lógica humana está muy lejos de entender el proyecto del Señor y que el proyecto de Dios se realiza, dejando paz en nuestro corazón, cuando con fe lo obedecemos, que en palabras del Nuevo Testamento sería, cuando nos dejamos guiar por el Espíritu Santo. Dios tiene un magnifico proyecto para ti y para cada uno de nosotros, coopera con Él, ábrele tu corazón, y permite que Él te guíe: Ten fe.

Mt 8,28-34

Esta historia del Evangelio nos parecería estar lejana a nuestra realidad, sin embargo la verdad es que se repite frecuentemente hoy en nuestra sociedad dominada por el materialismo. Jesús sana y libera a dos hombres, dos seres humanos que sufrían a causa de unos demonios. Al hacerlo los demonios destruyen toda una piara de cerdos. Los habitantes en lugar de agradecer el haber liberado y sanado a dos hermanos, a dos seres humanos que sufrían, se preocupan más por la pérdida material de una piara de cerdos.

Vale más la piara de cerdos que la salud y bienestar de dos seres humanos. Como consecuencia, la comunidad rechaza a Jesús. Como vemos la historia se repite una y otra vez. Hoy es más importante la cantidad de producción y la eficiencia que la vida familiar, social y económica de los trabajadores; son más importantes nuestras pertenencias, que el bien social de la comunidad; es más importante el trabajo y el bienestar  económico, que la vida familiar y la atención a los hijos…

Preferimos lo material a lo espiritual. Y cuando Jesús, a través de la Escritura o de la Iglesia nos advierte de esto, o busca ayudarnos a liberarnos de estas esclavitudes… la respuesta es: «Que tiene la Iglesia (o el mismo Jesús) que decirme sobre qué es más importante, que tiene que hacer en mis negocios, en mi medio social, en mi vida». No dejemos que nos domine lo material. Dios nos ha regalado todas las cosas materiales las cuales son buenas y son para nuestro bienestar, pero jamás deberán estar por encima de los valores como son: la vida humana, la vida familiar, y la protección del medio ambiente. Nada vale una piara de cerdos comparada con la alegría que produce el ver a un hermano sano y feliz.

Bien podríamos decir que Pablo fue siempre un “subversivo” del Espíritu. Anduvo los caminos de la vida con la convicción profunda de que más allá de la fe siempre queda la presencia. La presencia de Jesús, que para Pablo tuvo una fuerza incontenible.

 La experiencia de Pablo con Jesús de Nazaret tiene una peculiaridad fundamental en la proclamación de evangelio. En el camino de Damasco Pablo no se encontró con el rostro del Resucitado sino con el rostro de la humanidad en la cual se había encarnado el Resucitado, -“soy Jesús al que tú persigues”- y desde entonces para el apóstol de las “gentes”, la discriminación por razones sociales o culturales no entraron en el código de su predicación, de lo contrario nunca hubiera franqueado la puerta del judaísmo.

En esta fe encarnada radica el sentido profundo de su vida: “os vais integrando en la construcción para ser morada de Dios, por el Espíritu”, y la autoridad para proclamar que, “nadie es extranjero ni forastero, sino ciudadano de los santos y miembro de la familia de Dios”. En esta fiesta de santo Tomás, el apóstol pragmático, que desafió la fe de los apóstoles sería bueno preguntarnos hasta dónde llega nuestra “subversión espiritual”, es decir, ¿hemos visto el rostro de la humanidad en la cual se ha encarnado el Resucitado?

La roca y la mano

Por paradójico que parezca existe una conexión profunda entre estos dos términos. Situémonos en el libro del Éxodo, Moisés anhela ver el rostro de Dios y este le responde: “hay un lugar junto a mí, te colocarás sobre la roca y al pasar mi gloria, te pondré en una hendidura de la peña y te cubriré con mi mano” (Ex 33,21-22). La mano de Dios cubre ante Moisés el misterio y lo introduce en la hendidura de la roca, es decir lo asocia a su “proyecto de salvación”. En el éxodo Moisés es mero espectador del misterio.

Si damos un paso y nos colocamos frente al pragmático Tomás descubrimos que la mano de Jesús le desvela el misterio e introduce a Tomás en la realidad de su “proyecto de Salvación”. Aquí el apóstol ya no es un mero espectador sino un instrumento de Salvación: “trae tu dedo, trae tu mano y métela en mi costado”, toca mis llagas y entra en la hendidura de mi misterio. Es como si dijera, entra en esa herida y descubre ese rostro que te estaba velado, el rostro de tu propia verdad, el rostro de la humanidad que ahora es mi “morada” y desde ahora será la tuya.

Es la experiencia contemplativa de la fe. En la hendidura de esa llaga (símbolo del amor hasta el extremo) encontramos nuestras propias heridas y las heridas de la humanidad. Para Tomás el camino comenzaba ahora.

Es significativo que el evangelio hace notar que “no estaba con ellos” cuando llegó Jesús; un triste dato para quienes tenemos como programa ser discípulos del Resucitado. Alejarse de la comunidad o no realizar el camino juntos/as destruye nuestra identidad y nos aleja de la luz de la fe. Desde ahí entendemos que el evangelista vuelva a insistir: “a los 8 días estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos”. La palabra clave, dentro, no junto a ellos sino dentro, en el corazón de la comunidad, de la familia, donde se percibe el latir de Dios y donde los ojos de la fe se abren tan nítidamente que podemos percibir su rostro en todos: extranjeros, forasteros, heridos, no heridos. “Dichosos   los que crean sin haber visto”.

Al igual que en Pablo de Tarso, la experiencia contemplativa de Tomás con el Resucitado le transformó en un “subversivo del Espíritu”, “Señor mío y Dios mío”. ¿Somos de los que permanecemos dentro de la comunidad tocando y sanando heridas y devolviendo dignidad y belleza a la humanidad?

Gn 23,1-4. 19; 24,1-8. 62-67

Aunque el objeto del Escritor Sagrado, en este pasaje, es el de mostrarnos de que manera Dios va realizando la promesa de la posesión de la tierra, la cual inicia con la adquisición de un sepulcro, quisiera que centráramos nuestra atención en el hecho de cómo Dios consuela a su pueblo, sobre todo a aquellos que han perdido un ser querido.

El relato nos dice que con la llegada de Rebeca, Dios consoló a Isaac de la muerte de su madre Sara. Y es que Dios, como nos lo ha revelado Jesús, es ante todo un papá bondadoso que nunca desatiende las necesidades de sus hijos, y busca por todos los medios el hacerlos felices. La muerte es el hecho natural de la existencia humana por el cual el hombre entra en posesión total de la tierra prometida, pero es al mismo tiempo un acontecimiento que deja un profundo vacío en los que amaron a la persona.

Por ello, Dios nos consuela cuando alguno de nuestra familiares se une a él mediante la muerte. Esta consolación, aunque es divina y se realiza en lo más profundo de nuestro corazón, requiere, como en el caso de Isaac, de la participación humana. Es ahí donde nosotros, la comunidad cristiana, jugamos un papel muy importante. Nuestra presencia, nuestras atenciones, nuestro cariño son parte de la consolación que Dios da a las personas que sienten la ausencia del ser querido.

Que nuestra participación en los funerales no sea un vacío: «lo siento mucho» o «recibe mis condolencias»; que ante todo sea una muestra de cariño y solidaridad, orando por ello y acompañándolos con las mejores muestras de nuestro amor para ellos.

Mt 9, 9-13

La vida está llena de decisiones. Desde elegir la camisa que uno se pone por la mañana a elegir la licenciatura que uno quiere estudiar. Hay elecciones fáciles y otras difíciles, pero siempre hay que pensarlas bien, porque elegir es renunciar (… a aquello que no se escoge).

Elegir no es sólo costoso porque hay que renunciar a algo. Es sobre todo difícil porque una opción (sobre todo si esta tiene cierta trascendencia en la vida) supone el tener unos criterios, unos principios, unos valores de vida profundos, claros y bien asentados. Y es que vivimos en un mundo en el que parece que las cosas importantes se han vuelto relativas. Cuando todo es relativo, ¿dónde está el punto de referencia?

El evangelio de hoy nos presenta la figura de Mateo apóstol, que era cobrador de impuestos. Él tenía su trabajo y su vida, pero también conocía a Cristo. Sabía que Él es el Mesías y el Hijo de Dios. Para Mateo Cristo y su voluntad eran un valor claro y profundo para tomar decisiones en su vida, su principal punto de referencia. Por eso no necesitó grandes discursos ni jornadas de reflexión para decidir qué respuesta dar cuando Cristo le llamó: “Él se levantó y le siguió”.

¿Sobre qué estamos construyendo nuestra vida? ¿Cuáles son los pilares que nos sostienen? Los cristianos lo tenemos muy fácil. Porque los que nos llamamos cristianos, lo que tratamos de hacer es parecernos a Cristo. Y parecernos a Cristo supone amar como Él, perdonar como Cristo, entregarse como Él. Cuando Cristo es el punto de referencia para nuestras decisiones, no resulta difícil saber qué es lo que hay que elegir y a qué podemos renunciar sin que nos cueste demasiado y vivir satisfechos y felices de nuestras resoluciones.

Gn 27, 1-5. 15-29

Qué de cosas moralmente reprobables encontramos en este relato. Es cierto que Jacob era dueño de la primogenitura, pues se la había comprado a su hermano por un plato de guiso rojizo cuando este regresaba hambriento de una campaña de cacería. Sin embargo, la bendición que al final de sus días daría Isaac a su hijo mayor es robada con engaños ante un hombre ciego, su padre, de quien se burla. Además hace saber a su padre que fue Dios quien le puso frente a él lo que habría de cazar. Finalmente da un beso engañoso a su padre.

Jacob recibe, finalmente la bendición de su padre. Pero con la misma medida que midieres, serás medido. Jacob será engañado una y otra vez por Labán, quien sería su suegro. Y Dios, en una noche de lucha con Jacob terminará finalmente bendiciéndolo y poniéndole el nombre de Israel, pues ha luchado contra Dios y lo ha vencido. Dios quiere que siempre procedamos con la verdad. Sin embargo siempre enderezará nuestros caminos, pues sus planes de salvación jamás serán frustrados. Así, por ejemplo, cuando Jesús es entregado por Judas, Jesús indicará: El Hijo del hombre se va, tal como está escrito de Él, pero ¡Ay de aquél que entrega al Hijo del hombre! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido. En verdad que nada ni nadie frustrará los planes de Dios.

Mt 9, 14-17

A un observador de las cosas de este mundo parecería que el hombre debe esperar a llegar al Cielo para tener una vida sin preocupaciones. Si hay carestía de algo en el mundo, no es precisamente de preocupaciones.

El que tiene hijos se preocupa por ellos, quien tiene ancianos a su cuidado se preocupa por ellos. El empresario se preocupa porque su empresa vaya adelante, el ama de casa se preocupa de que su hogar esté en orden y dispuesto, el estudiante se preocupa por aprobar sus exámenes. Todos tenemos nuestra ración cotidiana de preocupaciones. Algunas sin embargo son muy pesadas, y nadie puede negar su importancia. Son enfermedades o situaciones familiares y sociales de muy difícil solución. El evangelio de hoy nos presenta un aspecto de la figura de Cristo que debe llenar de esperanza los corazones atribulados. Cristo como aquel que “tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras iniquidades”.

Esto puede parecernos simple palabrería, pues el que tiene problemas no siempre encuentra una solución a ellos en la oración. Y surge la tentación de pensar que a Cristo le son indiferentes nuestras preocupaciones. Sin embargo es cierto que Cristo vino a cargar con nuestras flaquezas. Tal vez no como nosotros lo esperamos, pero seguro que sí como Él quiso entregarse. Porque lo que Cristo nos ofrece quizás no sea la solución material a nuestras dificultades, pero no cabe duda que nadie como Él tiene el bálsamo que cura nuestra alma, el remedio que calma nuestro espíritu, la palabra que pacifica nuestro corazón.

Génesis: 28, 10-22

¿Qué cosas tienen que pasar en nuestra vida para que nos demos cuenta de que Dios está con nosotros? En el pasaje de hoy advertimos como Jacob, no obstante y ser descendiente de Abraham y de Isaac, quienes le habían dado testimonio de Dios, de cómo Sara su abuela había concebido a su padre en la vejez y esterilidad, y de cómo los había llevado por el camino proveyendo de todo, aun no se había dado cuenta de la presencia y del poder de Dios.

Muchos de nosotros caminamos por la vida sabiendo, por el testimonio de nuestros padres y en general de la Iglesia, que Dios existe, incluso que es una trinidad de personas, etc… Sin embargo, hasta que no tenemos un encuentro personal con Jesús en nuestro Corazón por medio del Espíritu, no nos damos cuenta, como Jacob, de quien es Dios.

Es hasta entonces cuando nos damos cuenta de cuánto amor ha derramado Dios en nuestro corazón, y del inmenso poder que tiene para cambiar nuestra vida. Pide en tu oración diaria que puedas llegar a conocer, como dice san Pablo, la profundidad, la altura y lo largo del amor de Dios, que sobrepasa totalmente nuestro entendimiento.

Mt 9,18-26

La carta a los Hebreos dice: «Jesucristo es el mismo de ayer, de hoy y por siempre». Sin embargo nuestro mundo tecnificado y lleno de agitación y de autosuficiencia nos ha llevado a crear una imagen reducida del Señor. El evangelio de hoy, con dos pasajes en los cuales Jesús, por medio de dos grande milagros nos muestra no solo su poder sino su identidad como Hijo de Dios, como verdadero Dios, debía llevarnos de nuevo a reflexionar en la imagen que tenemos sobre él.

Muchas veces pensamos que trabajamos solos, que debemos resolver todos nuestros problemas solos, que debemos recurrir a Jesús solo cuando las cosas han llegado a tal grado que no podemos más (enfermedad, crisis económica, etc.). Sin embargo la verdad es que Jesús nos acompaña con su poder y su amor a lo largo de todo nuestro día. El es capaz de cambiar el rumbo de nuestra actividad y de toda nuestra vida… es Dios, es el Emmanuel, el «Dios con nosotros».

El elemento común en estos dos episodios es la fe: Tanto el Jefe de la Sinagoga como la mujer con el flujo de sangre, fueron capaces de reconocer en Jesús, al verdadero Dios, al Dios que cambia la historia y la lleva a la plenitud. Dejemos que Jesús tome el control de nuestra vida cotidiana; nos sorprenderemos de ver su poder obrando en nosotros todos los días.

Génesis 32,22-32

Este pasaje se encuentra al final del viaje que había hecho Jacob a casa de su tío Laban en donde se había enriquecido con su trabajo, y había procreado 11 hijos, de manera que regresaba lleno de bendiciones. Esto podría hacer que Jacob pensará que todo esto era producto de su trabajo y fuera poco a poco excluyendo a Dios de su vida.

Por ello, antes de regresar a la tierra prometida, Dios le sale al encuentro y lucha con él. Con este pasaje el autor nos hace ver que si bien es cierto que «ha vencido a los hombres» (su astucia con Labán) y que «ha vencido a Dios» (Obtención de todas las bendiciones materiales) no debe olvidar que solo si continua teniéndolo como su Dios, podrá ser siempre victorioso.

Meditar y reflexionar en este pasaje es fundamental para la auténtica vida cristiana, sobre todo cuando ésta ha estado llena de las bendiciones de Dios.

No debemos olvidar nunca, que aunque todo lo que tenemos es debido a nuestro esfuerzo honesto en el trabajo, la verdadera fuente y origen de toda bendición es Dios. Dios marcó a Jacob, dislocándole el muslo para que nunca lo olvidará.  Dios nos ha marcado con el Espíritu Santo, para que no olvidemos que solo caminando con él seremos verdaderamente vencedores en la vida. Nunca te olvides de darle gracias y alabar a Dios por todo cuanto te ha bendecido.

Mt 9,32-38

En este mundo individualista en el que muchos de nuestros hermanos viven solo para sí, sin ver a los demás, Jesús nos recuerda que no estamos, ni viajamos solos. Jesús vio a todas estas personas que necesitaban de alguien que los instruyera, que los ayudara a mejorar su vida a descubrir y construir el Reino de los cielos, y dice la Escritura que: «Tuvo compasión de ellos».

Si la evangelización, y la promoción social a la que nos invita el evangelio no avanza, o no avanza como debería, es porque a muchos de los cristianos nos falta «sentir compasión» de aquellos que no conocen la verdad del Evangelio, porque solo pensamos en nosotros mismos; porque es suficiente que yo conozca a Jesús, me reúna con mis hermanos a orar y a dar gloria a Dios sin pensar que también nosotros somos el medio para que otros lo conozcan y lo amen; porque el Evangelio se separa de la caridad y del servicio y esto hace que se interprete como una filosofía.

Debemos orar al Señor que envíe operarios a la mies… Sí, pero sería más importante, al menos en estos momentos de la historia, que oráramos para que el Señor nos haga reconocer en nosotros mismos a estos operarios, para que el Señor verdaderamente mueva nuestro corazón a la compasión por los demás y al celo por el evangelio.

Gn 41,55-57; 42,5-7.17-24

 Hay un viejo refrán en México que reza: «Arrieros somos y en el camino andamos», el cual no es otra cosa que lo que el mismo Jesús nos dice en el Evangelio: «Traten a los otros como quieran que los traten a ustedes, y no hagan a otros lo que no quieren que hagan con ustedes»; y en otro pasaje: «Porque con la vara que midas, con esa misma serás medido». Los hermanos de José, lo habían entregado a los egipcios para deshacerse de él.

Sin embargo, la vida dio una gran vuelta y los papeles ahora se cambian. Es ahora José el que tiene en su mano la suerte de su propia familia. Todos los días en nuestro trato con los demás ocurren situaciones en las que podemos sacar ventaja o incluso destruir a los demás.

La mínima caridad cristiana que se nos pide, si no podemos amarlos, es como dice san Pablo «tolerarlos (soportarlos) por amor a Cristo». Este mínimo acto de caridad, será luego aplicado a nosotros mismos, pues en nuestro caminar nos encontraremos con personas para las cuales nosotros no seremos gratos. Esto nos ayuda a crecer en el don de la caridad, de la paciencia y de la mansedumbre, pilares sobre los que se sostiene la paz interior. Aprende a tratar a todos con amor, con caridad y con paciencia, no solo porque nunca sabes las vueltas que da la vida, sino porque en esto te reconocerán como un auténtico seguidor de Cristo.

Mt 10,1-7

Generalmente se tiene la idea de que el Reino de los cielos es el cielo en sí mismo y que por lo tanto se vivirá solo después de la muerte. La realidad es que el Reino de los cielos es el cielo vivido en la tierra; es vivir ya una realidad que llegará a la plenitud en la eternidad.

Esta realidad se identifica sobre todo con un estado interior del hombre que lo lleva a experimentar continuamente la paz, la alegría y a superar cualquier clase de dificultad. Es la vida que el hombre experimenta por estar habitado del Espíritu Santo. Con esta condición interior, el hombre es capaz de construir una sociedad diferente pues percibe a los demás como sus hermanos.

Por ello san Pablo dice que el Reino de los cielos es: Justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. Jesús les decía a sus discípulos que anunciaran que «el Reino estaba cerca». Pues ahora, después de la muerte y resurrección del Cristo y con el envío del Espíritu Santo, el Reino es una realidad para todos los bautizados. Hagámonos conscientes de esta realidad y unámonos a los apóstoles para hacer del conocimiento de los demás, que el Reino de los cielos pude ser ya una realidad para todos.

Gn 44,18-21.23-29; 45,1-5

Ciertamente los caminos de Dios son infinitos e incomprensibles y que cierto es que «donde abundó el pecado, sobre abundó la gracia». Lo que había sido un gran pecado de parte de los hermanos, Dios lo convirtió en gracia y salvación para toda su familia y para todos su pueblo. El gran dolor de Jacob, de haber perdido a su hijo ahora se convierte en gozo, por haberlo recuperado vivo.

Aunque parece antigua esta historia, es algo que se repite con frecuencia en la vida de cada uno de nosotros. ¿Cuántas veces nuestro pecado, producto de la envidia y de nuestra debilidad humana Dios lo ha transformado en gracia y bendición? Y  ¿cuántas otras lo que parecía una tragedia en nuestra vida, ha sido precisamente la causa de la bendición futura?

Y es que en todo se mueve Dios; para él no hay nada imposible; sus caminos se mueven de manera misteriosa buscando siempre llenarnos de sus bendiciones. Sin embargo para que todo coopere para nuestro bien Dios nos pide, por un lado que nos arrepintamos de corazón de nuestros pecados, como lo hicieron los hermanos de José; y por otro lado, que en todo busquemos el amor y el perdón, como lo hizo José.

Mt 10,7-15

De nuevo Jesús, ahora en otro contexto, advierte del peligro de rechazar el anuncio de Reino. Este es quizás uno de los grandes problemas por los que atraviesa nuestra sociedad: el rechazo del anuncio evangélico. Ciertamente este rechazo no es expreso, sin embargo esta pereza de ir a misa, de asistir a retiros, de no involucrarse en la parroquia, de no estar abierto a la instrucción de la Iglesia (obispos, sacerdotes, del mismo Papa), expresa con bastante claridad el rechazo que el mundo y nuestra sociedad hacen del anuncio del Reino.

Por otro lado si bien es cierto que no hay una negativa concreta de hospedar a un ministro de la palabra (sea sacerdote o laico), en muchos de los cristianos se nota una falta de interés por cooperar abiertamente en la proclamación del evangelio; no se nota este compromiso en donde uno pone a la disposición del Reino, su persona e incluso sus propios bienes, a fin que el mensaje del evangelio se difunda.

Debemos estar atentos, pues la advertencia de Jesús es clara: Yo les aseguro que en el día del juicio Sodoma y de Gomorra, serán tratadas con menor rigor que aquella ciudad. Busquemos siempre la manera de aceptar la invitación de Jesús a una conversión más profunda y de cooperar para que toda nuestra comunidad pueda conocer y vivir al mensaje del Reino.

Hoy, en la fiesta de San Benito, la liturgia de la Palabra nos transmite, con frases de Jesucristo, la esperanza que debe inundarnos cuando lo dejamos todo para estar con Él. «Hubo un varón de vida venerable, bendito por gracia y por nombre Benito, dotado desde su más tierna infancia de una cordura de anciano. Anticipándose, en efecto, por sus costumbres a la edad, jamás entregó su espíritu a ningún placer, sino que estando aún en esta tierra y pudiendo gozar libremente de los bienes temporales, despreció ya el mundo con sus flores, cual si estuviese marchito». Así empieza San Gregorio Magno hablándonos de la vida de san Benito. Y así empieza san Benito a cumplir el evangelio que la Iglesia nos propone hoy en su fiesta: dejarlo todo para seguir al Maestro.

Para seguir a Jesús, debemos dejar lo que no tiene consistencia y abrazar la verdadera sabiduría, que mueve los corazones y abre las puertas de la inmortalidad, diferente de la sabiduría de este mundo, que suele cerrar y endurecer los corazones, condenándolos a la esterilidad y a la muerte, lo cual hace al hombre desgraciado, pues su corazón está hecho para la vida, para Dios, y solamente se aquieta en las fuentes de la vida, en el abrazo de Dios.

El camino elegido por san Benito es, por ello, la vía para merecer escuchar las palabras de Jesús: «En la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos…» (Mt 19,18). Este mundo nuevo comienza a esbozarlo quien asume en su vida la sabiduría del Reino, porque tiene el Espíritu divino que lo sondea todo y discierne los senderos de Dios. Y así se hace acreedor de recibir y heredar la vida eterna que se anticipa en este mundo con el hecho de seguir y conocer al Señor Jesús, quien afirma claramente: «Ésta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, Padre, y a tu enviado, Jesucristo» (Jn 17,3). Es lo que hizo San Benito… ¿Y tú?

Gén 49, 29-33; 50, 15-24

Cuando ya el mismo Dios ha perdonado y reparado, y con creces, el daño que otros nos hicieron, ¿Quiénes somos nosotros para juzgarlos? Por eso el Señor nos pide que perdonemos a los que nos ofenden, como nosotros hemos sido perdonados por Dios. A los hermanos de José Dios les dio el signo de su perdón conduciéndolos a Egipto para salvarlos de la muerte. A nosotros nos ha dado el signo de su perdón a través del Misterio Pascual de Cristo, mediante el cual nos libera de la muerte del pecado y nos introduce en la Patria eterna.

No juzguemos antes de tiempo. Esperemos el cumplimiento de las promesas divinas en cuanto a que hemos sido llamados a participar eternamente de la Gloria de Dios Padre junto con su Hijo; entonces entenderemos los caminos, tal vez difíciles, que finalmente nos condujeron al cumplimiento del Plan de Salvación de Dios sobre nosotros y no tendremos nada que reclamar a los demás. Por eso, no lo hagamos ya desde ahora, sino que perdonemos y vivamos como hermanos.

Mt 10, 24-33

Por más que muchas veces la muerte y los signos de muerte, como la persecución, los insultos, los falsos testimonios, nos afecten de una u otra forma, jamás debemos pensar que eso tiene la última palabra. Desde el acontecimiento Pascual de Cristo sabemos que la última palabra la tiene la vida. Por eso nuestros esfuerzos se encaminan siempre en esa línea. Tiene sentido dar vida; hacer que esa vida sea más digna en quienes la han deteriorado a causa del pecado personal; que sea más digna en quienes viven en condiciones infrahumanas. El mensaje de amor no puede ocultarse timoratamente, debemos proclamarlo desde las azoteas; y no sólo con palabras y bellos discursos, sino con la vida que, por dar vida, se entrega a favor de los demás, dándole toda su plenitud por nuestra unión con Cristo. Dios nos ama y vela por nuestros intereses; no sólo es el creador que hizo todo con amor; es nuestro Padre que vela por nosotros y nos defiende del mal para que, quienes no lo neguemos en esta vida, lleguemos sanos y salvos a la posesión definitiva, plena de la vida que, ya desde ahora nos ofrece.

Efectivamente, la Eucaristía es el signo más grande del amor de Dios por nosotros. Él continúa, en la historia, mediante este Memorial Pascual, manifestándonos cuánto nos ama. Él sabe que fue necesario padecer todo esto para entrar así en su Gloria. Participar y entrar en comunión con Cristo mediante la Celebración Eucarística, no puede ser, para nosotros un acto intranscendente, sino el máximo compromiso de reconocerlo no sólo en el Templo, sino ante todos los hombres, testificando nuestra fe por medio de nuestras buenas obras.

No podemos conocer al Señor para que después su vida quede oculta en nosotros. Esa Luz que Él ha encendido en nosotros, debe iluminar a todos los que nos rodean. La vida que se hace testimonio de amor, de trabajo por la justicia y por la paz, de preocupación por solucionar la problemática de la repartición injusta de los bienes que ha fabricado millones de pobres; el amar con lealtad a nuestros semejantes siendo capaces de perdonarles como nosotros hemos sido perdonados; el no vivir esclavos de lo pasajero sino saberlo todo administrar para que haya una mayor justicia social; todo este trabajo que podría acarrearnos enemigos, persecución y muerte, es el trabajo del hombre de fe que no se quedó en una fe de recinto sagrado, sino que se proyectó en el servicio comprometido para que todos logren, tanto la salvación eterna, como el amor fraterno que nos haga ya desde ahora ser, para nuestros hermanos, testigos del Dios Amor que habita en nosotros.

Ex 1, 8-14. 22

En la historia de Israel, recordemos la llegada de Jacob a Egipto. Ahora aquella familia ha llegado a ser un pueblo tan grande que los propios egipcios les temen…

El autor en el relato de hoy busca presentarnos el hecho de que la palabra de Dios se va cumpliendo en el desarrollo de la historia. Sin embargo, ahora el pueblo, llamado a continuar un plan de salvación para todo el mundo, se encuentra atrapado y sin posibilidades de seguir desarrollándose de acuerdo al plan de Dios.

En este pasaje podemos ver como la palabra de Dios siempre actual, pues de la misma manera que los Egipcios se oponían a este proyecto de Dios en su pueblo, el mundo de hoy continua oponiéndose a que el Reino se desarrolle y llegue a su plenitud. Los cristianos, el Nuevo Pueblo de Dios experimentamos esta oposición, la cual se expresa de diferentes maneras, buscando sobre todo el hacernos esclavos y evitar nuestro crecimiento.

Los nuevos egipcios se materializan en la sensualidad y confort; en el uso desmedido e indiscriminado de la Televisión; en la confusión creada muchas veces por el «Mass Media», en fin por todo aquello que busca que el proyecto de Dios no se desarrolle. A pesar de todo, el pueblo confía en el Dios que salva. No perdamos la fe ni la esperanza… en el proyecto de Dios… no te desanimes.

Mt 10, 34-11, 1

En este pasaje Jesús afirma la superioridad del Reino sobre cualquier otro valor en el mundo incluyendo los más valiosos como puede ser la misma familia.

Debemos notar que el término que utiliza Jesús es un término de relatividad, es decir: «más que», por ello cuando cualquier valor se opone al Reino éste debe ser tenido por menos. Y es que la realidad y los valores del Reino, como lo ha hecho ver Jesús, muchas veces son diversos e incluso contrarios a los del Reino lo que crea un antagonismo de parte del mundo contra el cristiano.

La misma familia no está exenta de esta realidad. Es la invitación clara de Jesús de llevar nuestra vida cristiana hasta las últimas consecuencias. Esta no es fácil, por ello dice: «el que no toma su cruz y me sigue», pues, si es difícil el ser rechazado por el mundo, lo es mucho más el serlo por la misma familia…

No se trata de rechazar, ni al mundo, ni a la familia, ni a los amigos, se trata de amar por sobre todas las cosas a Jesús y la vida evangélica y de hacer una opción radical que nos lleve a transparentar a Jesús. Es una opción de fidelidad total.

Ex 2, 1-15

Este pasaje nos relata de manera sintética el nacimiento de Moisés hasta su huida de Egipto. Habría algunos elementos que se pudieran destacar para nuestra meditación, sin embargo quisiera centrar nuestra atención en el hecho de «tomar la justicia por nuestras propias manos».

Moisés, siendo uno de los hombres más importantes del imperio y por hacer un «favor» a uno de sus compatriotas mata a un egipcio. Pensó que su pueblo se lo agradecería… la verdad es que Moisés aun no conocía a Dios, no conocía su amor ni su misericordia.

La primera idea que nos deja este texto es que, no se pude hacer justicia a través de un pecado. Por otro lado pensemos que puede ser también para nosotros una tentación, sobre todo en un mundo tan lleno de injusticias, el querer tomar la justicia por nuestra cuenta, o buscar realizarla por medios ilegales o pecaminosos.

Debemos siempre recordar que solo Dios es Justo y que solo Él sabrá dar a cada uno según sus obras. La acción propia del cristiano, es denunciar la injusticia y orar al Señor para que la justicia sea realizada de acuerdo a su misericordia.

Mt 11, 20-24

De nuevo Jesús insiste, ahora desde otro ángulo, en la resistencia a la conversión.

Seguramente que si somos honestos nos daremos cuenta que han sido diversas ocasiones a lo largo de nuestra vida (o en la de algunos hermanos) en las cuales hemos sido conscientes del paso de Dios por ella.

No podemos negar que Dios ha operado en nosotros signos y prodigios (sino como los realizados en estas ciudades, si revisamos con atención nuestra historia veremos los visibles de las maravillas de Dios).

Por ello el Señor nos invita a reflexionar hoy en cómo hemos y estamos respondiendo a estas gracias, a esta actuación continua y salvífica de Dios.

No podemos mantenernos indiferentes a la acción de la gracia, a la invitación de Jesús a cambiar de vida y a consagrársela a Él. Jesús espera de cada uno de nosotros una respuesta generosa, ¿estaremos dispuestos a dársela?

Ex 3, 1-6. 9-12

Ya en otras ocasiones hemos visto la necesidad de ser miembros activos en la construcción del Reino, sin embargo, puede haber aun en nosotros el gran temor que frena muchas iniciativas de evangelización: «¿Quién soy yo para hablar de Dios?».

Moisés pasó por el mismo temor. Dios escogía, no solo a un hombre que se había enemistado con el faraón, sino incluso a un hombre tartamudo. Esto nos recuerda la palabra de Jesús: «Dios ha escogido lo que el mundo tiene como inservible para humillar a los potentes».

Dios te llama hoy a ti a ser como Moisés, como María Santísima, un instrumento en sus manos. No serás tú mismo, sino el poder del Espíritu obrando en ti.

Es necesario cambiar los ambientes de nuestras escuelas, de nuestras oficinas, de nuestros barrios y muchas veces hasta de nuestras mismas casas. Dios te escoge a ti, con todas tus limitaciones e imperfecciones, incluso con tu pecado, para que poniéndote en sus manos, puedas llevar la salvación a tus hermanos. No temas, Dios está contigo y estará siempre.

Mt 11, 25-27

La vida de Jesús se ha ido complicando. Los enemigos van surgiendo entre los importantes, “los sabios”, aquellos que se sienten por encima de los demás. Son esos que desprecian a la mayoría de las personas porque los consideran iletrados e ignoran tantas cosas… La sabiduría de estos “entendidos” es solo conocimiento de la ley, solo eso. Son impermeables a la acción de Dios que llega a través de Jesús. Los “sabios y entendidos” lo constituyen ese grupo de personas que se presentan a Jesús con prejuicios, con preguntas capciosas, deseosos de sorprenderlo en algún momento y tener así argumentos para desautorizarlo.

¿Quién es sabio ante Dios?

Es la pregunta que surge espontáneamente al leer este pasaje. Jesús conoce muy bien esas actitudes de los importantes, de los que lo escuchan, no para dejarse empapar de sus palabras, sino para sorprenderlo en algún traspiés y así justificar sus actitudes prepotentes.

Por eso, el observar en su entorno personas sencillas, abiertas a Dios, que no pueden presumir de sabidurías humanas, pero lo escuchan con interés y van tras de Él con alegría, emociona a Jesús. De esa emoción surge esa oración espontánea, de reconocimiento ante la acción de Dios que no duda en manifestarse a las personas sencillas. Esas sí son “sabias”, no porque sepan mucho, sino porque se ven necesitadas y saben detectar la presencia de Dios, sabiendo dirigir su vida por el camino recto, aunque los entendidos las desprecien como ignorantes. Así es Dios. Se manifiesta a los humildes y se oculta a los orgullosos. La historia de Israel es una constatación de este hecho.

Los “sabios” saben muchas cosas de la historia de Israel, saben los salmos y, seguramente, los recitan con frecuencia, pero, como en la vieja leyenda irlandesa, no conocen al pastor. Saben, saben, pero no conocen, no tienen relación familiar con Él. La gente sencilla, hambrienta de esperanza, lo busca, lo espera y, por eso, lo descubre en Jesús. No es raro que sus palabras cayeran en sus vidas como aliento y alivio. Lo estaban necesitando y, por eso, son recibidas con gozo. Son una “buena noticia” y por eso lo siguen entusiasmados.

¿Dónde nos colocamos?

Hoy, y siempre, los hombres nos hemos posicionado ante Jesús desde esa doble actitud. Los “sabios” que viven desde la sospecha, que rechazan porque siempre piden pruebas, que creen saber demasiado como para aceptar a alguien que viene en la sencillez de quien se siente en la verdad; que trae un mensaje de esperanza, que presenta a un Dios como padre bondadoso que acoge a todos, un hombre “de pueblo” que sorprende, los deja indiferentes, ya que no responde a sus expectativas, no encaja en sus planteamientos.

Los humildes, hoy y siempre, son los que con corazón sencillo saben ver en la persona de Jesús la presencia de Dios entre nosotros. Lo escuchan con interés, lo aceptan, lo siguen y mantienen con Él una relación de confianza, tratando de responder a su llamada con entusiasmo.

Esa gente buena es la que, también hoy, es motivo de alegría para Jesús. Él sigue glorificando a Dios porque su acción está presente entre los pobres, los sencillos, los que no cuentan y, por eso, son descartados por los sabios y entendidos. Esos sencillos que, muchas veces, son rechazados porque no “saben”, aunque conozcan y vivan la presencia de Dios con intensidad y alegría. Esos que siguen descubriendo a Jesús en el trasiego del día a día y tratan de ser fieles a su persona. ¿Dónde te colocas tú?

Ex 3, 13-20

En este pasaje se revela por primera vez, el nombre de Dios.

Sin embargo esta revelación tiene la particularidad de que Dios no revela un nombre propio, sino que en el mismo nombre revela su ser. Él Es el que Es.

Él es la fuente de la vida y de todo lo creado, por lo que san Pablo dirá: «En Él somos, existimos y nos movemos». En un mundo que continuamente busca su auto afirmación y desprecia de manera muy sutil el SER de Dios, este pasaje nos viene a recordar, que nosotros no somos nada; que si algo somos lo somos en virtud de que Dios ES y de que gracias a Él y solo a Él existimos.

Jesús, en el evangelio decía: «Sin mí nada pueden hacer». La liberación de Egipto no será pues obra de sus fuerzas, sino del Dios que ES. Cuando llegue a tu vida la tentación de pensar que tú eres (el poderoso, el que manda, el inteligente, el…) recuerda que el único que es, ES Dios. Acostúmbrate a depender de Él, y reconoce que sin Él nada, absolutamente nada puedes.

Esta dependencia y reconocimiento te darán continuamente paz en el corazón.

Mt 11, 28-30

Después de un día agobiante de trabajo o un periodo de nuestra vida en el cual las cosas no han salido precisamente como nosotros las esperábamos, que reconfortante es escuchar de Jesús: «Vengan a mí y yo los haré reposar».

Y es que solo en Jesús podemos darle el justo valor a todas las cosas, por eso dice: «Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón». El hombre se agita y se sofoca porque le da a las cosas una dimensión equivocada y porque quiere realizarlas con sus propias manos.

Solo con la ayuda de Dios es posible realizar en paz y con alegría nuestros proyectos y solo con su consuelo uno puede aceptar que estos no hayan salido como nosotros pensábamos.

Si tu vida y tus proyectos no se han realizado o no se han realizado como tú los esperabas, toma un momento de tu jornada para orar, para ponerte en los brazos amorosos de Jesús, Él te dará la fuerza y la luz para recomenzar.

Ex 11, 10-12. 14

La liturgia omite todos los prodigios y todas las veces que Moisés y Aarón visitaron al Faraón para pedirle que dejara salir al pueblo, y nos lleva directamente a la preparación de la Pascua, comida y sacrificio que recordará al pueblo que tienen un Dios para el cual no hay imposibles y que a pesar de la dureza del corazón humano, su plan de salvación se lleva a cabo.

El Faraón, como muchos de nosotros, en lugar de ser dócil a la voz de Dios, endureció su corazón, queriendo con ello impedir la realización de su proyecto (si el texto dice que Dios endureció el corazón del faraón esto es debido a la forma de redactar, pues el escritor describe la acción del faraón como un acontecimiento ya ocurrido – en retrospectiva -, la cual es interpretada como la oportunidad para manifestar todos los prodigios que finalmente llevan a la libertad del pueblo. La dureza del corazón del faraón fue la oportunidad que Dios usó para manifestarle, no solo al pueblo, sino al mismo faraón su poder y su amor).

¿Cuántas veces, nos ha pasado lo mismo a nosotros? ¿Cuántas veces, a pesar de ver que la voluntad de Dios es una, nosotros queremos mantenernos en nuestra posición?

San Pablo decía, que cuando no somos dóciles a la inspiración del Espíritu lo que hacemos es lastimarnos (y a veces lastimar a los demás), «dando coses contra el aguijón».

Tengamos siempre nuestro corazón abierto al amor y a las inspiraciones del Espíritu y seamos cooperadores en su proyecto de salvación para todo el mundo.

Mt 12, 1-8

Jesús nos advierte con este pasaje del peligro de convertir la ley en la única norma de la vida olvidándose de los demás valores.

No es que la ley sea mala, como lo ha dicho san Pablo, sino que pude convertirse en una verdadera cadena que no nos deja vivir. De aquí la importancia de la vida en el Espíritu, ya que esta hace que la ley se convierta en amor.

Son muchas nuestras obligaciones diarias, las cuales pueden ser vividas bajo la ley o bajo el Espíritu. Yo puedo ir todos los días a trabajar y hacerlo por amor y con gusto o como una verdadera cadena; puedo cumplir con mis obligaciones religiosas (como el ir a misa) de una manera rutinaria y solo por cumplir la ley, o puedo hacerlo por amor y con gusto. El Señor lo que quiere es que cumplamos la ley, pero sin olvidar que sobre la ley siempre estará la caridad. Nuestra oración diaria hace de la ley una experiencia de amor.

Mt 12, 14-21

Los primeros discípulos tal vez tuvieron la impresión de que Jesús, como cualquier otro Rabbi, deseaba alcanzar fama y poder. Disputó con los cultos y los calló, las muchedumbres lo siguieron y demostró tener poderes increíbles.

Después asumió comportamientos muy peculiares como entrar de improviso en las ciudades, retirarse 40 días al desierto para orar solo, mandó a uno que curó que no lo dijera a nadie. Tal vez fue el momento cuando empezaron las dudas de Judas Iscariote, que vio en Cristo a un caudillo liberador de Israel.

Pero, a pesar de nuestras humanas ambiciones de fama, éxito y honor no era eso lo que Él buscaba. Los verdaderos actos de la obra de Jesús no pudieron quedar desconocidos por mucho tiempo.

Él prefirió no usar su poder de Creador para presentarse ante los hombres como un super-humano. Habría sido excepcionalmente potente.

En cambio prefirió seguir la el camino más difícil, de mayor sacrificio, para que el hombre pudiese descubrir y elegir solo la Verdad sin imposiciones. Ha elegido ser el Buen Pastor.

¿Y quiénes somos nosotros, criaturas, para decirle al Creador cómo tiene que comportarse con su creación? Ahora que hemos intuido cuál es su modo de obrar, iniciemos en nuestra vida los cambios necesarios para actuar como Cristo nos pide.

Ex 14, 5-18

Le escritura dice que el faraón endureció su corazón, sin embargo, quienes somos duros de corazón y ciegos somos nosotros, el pueblo amado de Dios. Los Israelitas habían ya visto de que manera Dios los había hecho salir; habían visto todas las proezas que Dios había realizado delante de los egipcios.

Sabían ahora que su Dios era un Dios inmensamente poderoso. Aun así, se ponen a reclamarle a Moisés, y de hecho a Dios: «Estábamos mejor como esclavos». Para nosotros, el Nuevo Pueblo de Dios, Dios nos manifestó su gran poder resucitando a Cristo, pero no solo eso, sino que lo continúa haciendo en la Iglesia y en la vida de cada uno de nosotros.

Si revisamos nuestra propia historia encontraremos las huellas del Dios poderoso que nos salva, que nos ha salvado y que continuará haciéndolo hasta que un día podamos participar con Él de la eternidad.

Sin embargo, debemos ser conscientes que la libertad, aunque es un don de Dios, exige trabajo y esfuerzo por parte de nosotros. Jesús nos ha hecho libres para vivir en su amor, y su poder estará siempre con nosotros para ayudarnos a cruzar el mar de la vida.

No tengamos miedo… aprendamos a confiar totalmente en Aquel que es infinitamente más grande y poderoso de lo que podemos imaginar. Si delante de ti está hoy el mar y por tu espalda se aproximan tus enemigos, dile al Señor: «Yo confío en ti… si una vez lo hiciste por ellos, ahora lo harás también por mí».

Mt 12, 38-42

En el evangelio de hoy los escribas y fariseos continúan pidiendo a Jesús ver más signos para creer, subrayando de este modo su falta de fe. Ellos han sido testigos de la curación de un endemoniado ciego y mudo, pero esto no les basta porque sus corazones son de piedra, se niegan a convertirse porque consideran que sus obras son buenas. Aunque las palabras de Jesús no dejan lugar a dudas, un corazón malo y obstinado, del tesoro saca cosas malas. Así no hay manera de que los dirigentes religiosos comprendan las palabras ni la actuación de Jesús. Ellos piden un signo en el que no creen para tentar a Jesús y la repuesta del Maestro no deja de ser paradójica. En primer lugar, les llama generación malvada y pervertida, en sentido social y religioso, por su apego a este mundo y por no actuar según Dios; seguidamente, rechaza la señal que le piden por otra. Ese signo es el de Jonás, es decir su muerte y su resurrección, verdadero signo de la identidad de Jesús.

El Maestro a continuación explica lo ocurrido con Jonás en su predicación a los ninivitas. Estos escucharon al profeta y se convirtieron, sin embargo, los contemporáneos a Jesús ni lo escuchan y, en consecuencia, no se convierten. Del mismo modo la reina de Saba escuchó a Salomón el sabio, porque confiaba en su sabiduría mientras esta generación no ha creído en Jesús.

El evangelista ha presentado al Señor como auténtico profeta y sabio, mayor que Jonás y Salomón. Profeta de juicio para una generación que se niega a creer ante la exigencia y la verdad de su proyecto del Reino, mientras abre la puerta a la esperanza para los gentiles y para todo ser humano que despierta su corazón y su entendimiento al camino de Jesús. También Mateo identifica a Jesús como sabio, experto en el conocimiento de la vida y de las experiencias humanas, que ofrece a los hombres y mujeres de su tiempo la palabra de Dios para iluminar cada paso del sendero.

En muchas ocasiones, pedimos al Señor signos para creer y nos olvidamos de pedirle la fe para seguir creciendo en ella, no por lo que se nos muestra sino por lo que Jesús nos hace vivir. ¿Seguimos pidiendo signos para creer?

Tanto la primera como la segunda lectura tienen como idea central la del imperioso deseo de todo el que ama de disfrutar de la presencia de la persona amada. Es lo que pide el amor. “Así dice la esposa: en mi cama, por la noche, buscaba al amor de mi alma”. Y es lo que bullía en el corazón de María Magdalena, incluso después de la muerte de Jesús, a quien acompañó hasta el pie de la cruz, la persona a la que más amaba. Por eso, el primer día de la semana, al amanecer, fue al sepulcro donde habían sepultado a Jesús, en busca de la presencia de su amado, de su amado muerto en la cruz.

Jesús resucitado sale a su encuentro y contempla llorando a María por culpa de su ausencia. Aunque en un primer momento no le reconoce, Jesús le pregunta cuál es la causa de su llanto y a quién busca. Bien sabía Jesús resucitado que le buscaba a él y lloraba su ausencia. María, cómo no, recibe una gran alegría cuando descubre que es Jesús el que le habla. Y recibe el encargo de comunicar a los apósteles lo que acaba de ver y de oír.   

Buena lección la que nos brinda María Magdalena también a nosotros cristianos del siglo XXI. Siempre, en todos los momentos de cada día, hemos de buscar disfrutar de la presencia de Jesús, nuestro amor primero y al que más amamos. Si por lo que fuere, pensamos que Jesús se ha alejado de nosotros o nosotros de él, volvamos con todas nuestras fuerzas a buscarle… seguros que saldrá a nuestro encuentro como hizo con María Magdalena.

Hoy celebramos la fiesta de Santa Brígida. Una calurosa mañana del 23 de julio de 1373, en Roma, mientras Pedro de Alavastra celebraba la Misa en su celda, Brígida entregaba su alma a su Señor mientras musitaba: «Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu», en el mismo momento en que el sacerdote elevaba la Hostia Santa.

Tenía 70 años y culminaba una vida de fidelidad a los designios de Dios, de modo parecido a como lo había hecho la profetisa Ana, hija de Fanuel: Era «de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda (…); no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones» (Lc 2,36-37).


La vida de Santa Brígida es fascinante: hija, esposa, madre de ocho hijos, viuda, princesa y consejera de reyes, religiosa, fundadora… Y, sobre todo, esposa amada de Jesús que le confió secretos celestiales y la adentró en el amor revelado en su Pasión. San Juan Pablo II la ha incluido entre las Patronas de Europa. Como Ana, Brígida sirvió al Señor en el estado de casada y viuda. Como Ana, estaba pendiente del Señor noche y día.


Dios se le manifestó y ella acogió dócilmente el designio divino en su vida. Fue un instrumento fiel e influyó mucho en la renovación de la Europa de su tiempo. Todo un ejemplo actual para nosotros. También nosotros esperamos que Europa sea liberada de sus esclavitudes y refulja su sangre cristiana. Dios cuenta con nosotros para ello. Si somos instrumentos fieles, Él realizará obras grandes por nuestro medio. Escuchemos la voz de Dios en el silencio y en la oración. Ayunemos de tantas cosas superfluas y vanas. Que nuestra riqueza sea el Señor. Y no perdamos nunca la ilusión de amar más a Dios y de crecer en la santidad.

«Bendito seas, Señor mío Jesucristo, que con tu preciosa sangre y con tu sagrada muerte, has redimido las almas y las has devuelto misericordiosamente desde este exilio a la vida eterna» (Santa Brígida).

Ex 19, 1-2. 9-11. 16-20

Este pasaje nos muestra cómo Dios se manifestó al pueblo en medio de truenos y señales portentosas de manera que el pueblo no le quedará duda de su presencia en medio de ellos.

Sin embargo la señal definitiva nos la dio cuando envió su Espíritu a nuestro corazón, de manera que nosotros no solo pudiéramos ver en el exterior su obra, sino en nuestro mismo ser.

Desde el día de nuestro bautismo Dios bajó a nuestro corazón y lo incendió de amor, le hizo conocer que Él lo habitaría siempre. Sin embargo nuestro contacto con el mundo y el pecado pueden haber disipado un poco esta experiencia, por lo que hay que renovarla continuamente, mediante nuestra oración diaria y sobre todo cuando participamos del sacramento de la Eucaristía.

En cada Oración, en cada Eucaristía, Dios baja a nosotros de manera silenciosa, pero del mismo modo que invitó a Moisés a subir al monte para platicar con Él, nos invita a nosotros a entrar a la intimidad del corazón y ahí gozarnos de su presencia, de su palabra, de su paz y de su amor. Acepta su invitación, no te arrepentirás.

Mt 13, 10-17

Al leer este pasaje, las palabras de Jesús nos podrían hacer pensar: ¿Es que Dios hace diferencias? ¿Es que, como decían algunas herejías, Dios ha elegido a unos para el cielo y a otros para el infierno? La respuesta definitivamente es no.

No es que Dios haya cerrado los ojos y los oídos sino, como el mismo Jesús lo dice: Su corazón se ha hecho insensible, no tienen deseos de convertirse. La realidad que vivimos de comodidad y las exigencias que presenta el evangelio pueden hacer que poco a poco nuestro corazón se vaya haciendo insensible a la palabra de Dios. Hoy en día vemos, como lo dice el Papa, que la realidad del pecado se ha diluido… le hombre se ha hecho insensible a la maldad. Ya no es extraño en nuestra vida el oír sobre el divorcio por lo que para muchos de los jóvenes, ya desde el inicio de su matrimonio está ya en germen, al menos, la posibilidad de divorciarse y volver a comenzar.

Es tanto lo que el mundo nos ha metalizado que el matrimonio cristiano no se diferencia mucho más que el matrimonio civil… no deja de ser un contrato más. El corazón se hace insensible y deja de escuchar la palabra de Dios: «Lo que Dios unió que no lo separe el hombre». Por ello bienaventurados los ojos que ven y los oídos que no se cierran a la palabra de Dios pues en ello está la verdadera felicidad.

«Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros.» Así empieza la segunda lectura que leemos hoy en la festividad del apóstol Santiago.

Nos hace bien escuchar estas palabras hoy, en la fiesta de uno de los doce apóstoles de Jesucristo, en la fiesta de uno de los que convivieron y acompañaron a Jesús desde los comienzos. Es la fiesta de un hombre de la mar, que se dejó arrastrar por la llamada de Jesús a seguirle, que acogió su mensaje y que llegó a tener una singular amistad con Jesús.

Es la fiesta de un apóstol. Es la fiesta de uno de los testigos inmediatos de los acontecimientos de la vida del Señor, de la transfiguración, de la oración en Getsemaní, de la muerte en la cruz y la resurrección de Jesús, y que son fundamento de nuestra fe. Nos hace bien escuchar hoy estas palabras. Son palabras también de otro apóstol, y nos transmiten su experiencia personal: la experiencia de alguien que sabe que no puede alardear de nada, que no puede andar por ahí sintiéndose superior a nadie, que no puede pretender que todo el mundo le venere y le diga que es un personaje extraordinario.

La experiencia de san Pablo y la experiencia de Santiago, la experiencia de todos los apóstoles, es ante todo la experiencia de su debilidad: «Vasijas de barro.» Vasijas débiles y de muy poco valor, que pueden romperse, que pueden echar a perder lo que llevan dentro. La fuerza viene de Dios y no de las vasijas.

Por eso no debemos soñar medios poderosos para transmitir la fe, ni en vasijas que llamen la atención por la nobleza de sus materiales o de sus adornos. Porque esas vasijas débiles, decía también la lectura, llevan dentro un tesoro. Esa es la segunda experiencia de los apóstoles. Ellos, hombres con los demás hombres, capaces de fallar y de estropearse como los demás hombres, se han encontrado con Jesús, y Jesús les ha derramado dentro un tesoro, les ha confiado ser portadores del tesoro inmenso de la fe, de la esperanza, del amor inagotable de Dios. El tesoro del Evangelio. El Apóstol ha creído –y ha creído existencialmente– y por eso habla. Santiago, pues, desde su debilidad nos acerca a Jesús, hombre e Hijo de Dios.

Realmente, cuando san Pablo escribía estas frases que hemos leído, y les hablaba a sus corintios del tesoro que Dios había confiado y depositado en ellos, débiles y perecederas vasijas de barro, debía sentir una gran alegría. Porque, desde luego, no puede producir más que alegría el saberse depositario de la confianza de Dios, elegido por Dios para llevar su gran noticia a los demás.

No podríamos imaginar hoy al apóstol Santiago predicando el Evangelio, a veces con más ánimo y a veces con menos, a veces viendo el fruto y a veces sin ver nada, a veces tranquilo y a veces con el temor de la muerte que le acechaba, pero siempre llevando dentro el sentimiento fuerte de la alegría por saberse enviado por Dios, deseado por Dios, necesitado por Dios para hacer presente su Reino.

Y luego, junto con este sentimiento de alegría que nada ni nadie puede oscurecer, estaría también sin duda el sentimiento de la responsabilidad. Porque, desde luego, qué gran responsabilidad saberse escogido por Dios para llevar su tesoro. ¡Qué gran responsabilidad para la vasija de barro saber que lleva dentro algo infinitamente valioso que podría estropearse y perderse si la vasija se cayera y se rompiera!

Desde luego, el apóstol Santiago y los demás apóstoles fueron muy fieles a esa responsabilidad. Movidos por el Espíritu de Jesús, sostenidos por la fuerza de Dios, dedicaron su vida entera a transmitir la buena noticia del Evangelio que llevaban dentro. Ellos daban a conocer a Jesús, transmitían el entusiasmo de la fe, creaban comunidades cristianas, sostenían esas comunidades y las animaban a ser ejemplo de amor y vida nueva para los demás. Y llegaron hasta entregar la vida por mantenerse firmes en el seguimiento de Jesús.

Hoy, al celebrar la fiesta del apóstol Santiago, debemos agradecer a Dios el ejemplo y el testimonio de aquellos primeros seguidores de Jesús, y agradecer también, sobre todo, la fe que de ellos hemos recibido. Y vivir la alegría y la responsabilidad de ser también nosotros, vasijas de barro como ellos, portadores del tesoro de la vida nueva de Dios.

Mt 13, 24-30

El Reino de los Cielos fue instaurado definitivamente por Jesús. Reino que se manifestará plenamente al final de los tiempos, después de que todos sus enemigos le sean sometidos. Será entonces cuando el Hijo entregue el Reino a su Padre y «Dios será todo en todos»

El camino para llegar a esta meta es largo y no admite atajos. Sí, debemos acoger, libremente, la verdad del amor de Dios.

Dios es Amor y es Verdad, y  tanto el Amor como la Verdad no se imponen jamás: llaman a la puerta de nuestro corazón y de nuestra mente. Y, al abrirle la puerta, es cuando  pueden entrar, infundiendo  paz y alegría sin medida. Este es el modo de reinar de Dios, este es su proyecto de salvación.

En la expresión «Reino de Dios» la palabra «Dios» es genitivo subjetivo, lo que significa que Dios no es una añadidura al «reino» de la que se podría prescindir, porque Dios es el “Sujeto” del Reino.

Reino de Dios quiere decir: Dios reina. Él mismo está presente y es decisivo para todos los hombres. Él es el Sujeto y donde falta este Sujeto no queda nada del mensaje de Jesús, por lo que el Señor dice: «El Reino de está en medio de vosotros», y este Reino se desarrolla donde se realiza la voluntad de Dios. Está presente donde hay personas que se abren a su llegada y es así como dejan que Dios entre en el mundo.

Jesús es el Reino de Dios en persona: el hombre en el cual Dios está en medio de nosotros y a través del cual podemos “tocar” a Dios. “Tocamos” a Dios cuando amamos a los hermanos.

Dios sabe de sobra, que en nosotros existe el mal pero tiene paciencia y no quiere intervenir cada vez que nos equivocamos, sino que nos deja un tiempo, dándonos oportunidad para que reflexionemos y cambiemos, y para que comprendamos bien, como nos narró en la parábola de la higuera, recalcando la actitud de Su dueño: antes de darla definitivamente por estéril, le concedió tiempo para ver si daba fruto.

Ex 32, 15-24. 30-34

Este pasaje nos muestra lo importante de la intercesión. Ciertamente Dios quiere que todos y cada uno de nosotros tengamos una relación profunda y sobre todo personal con Él, sin embargo, todos nos necesitamos, y sobre todo, todos necesitamos de la oración de los demás, es lo que san Pablo llama, la «comunión en la oración».

De manera particular notamos hoy como Dios lleva una relación especial con algunas personas, como es al caso de Moisés, quienes tienen de alguna manera una fuerza más grande en cuanto a su intercesión (y esto es realmente parte del misterio, pero es así).

Por ello la Iglesia siempre ha reconocido en los santos, no solo a los hombres y mujeres que han vivido de una manera ejemplar el Evangelio, sino hombres y mujeres que han sabido como Moisés responder con generosidad a Dios, llegando a establecer una relación profunda y estrecha con Él lo que hace que su intercesión sea «efectiva» (si es que podemos hablar así).

Fomenta tu relación personal con Dios por medio de la oración y no tengas temor de acudir a la intercesión de los santos, especialmente de María Santísima, quien no solo es santa sino que es la Madre del mismo Dios.

Mt 13, 31-35

Cada una de las parábolas de Jesús busca ilustrar por medio de imágenes algo que sobrepasa a nuestro limitado conocimiento. Por ello Jesús siempre dice: «Es semejante a…» y con ello nos da una idea de que es o que significa el Reino.

Jesús hoy propone dos ideas que están unidas por el término: Crecer. El Reino no es algo estático sino es algo vivo y que se desarrolla (imagen del árbol), y al mismo tiempo es algo que tiene que abarcarlo todo (imagen de la levadura).

Las dos ideas tienen en común que comienza con algo muy pequeño pero que termina por abarcarlo todo y ser la casa de todos. A veces, pensando en nuestros ambientes poco cristianos, podríamos sentir la tentación de decir: «Todo mi esfuerzo por instaurar los valores del Reino en mi medio (escuela, oficina, barrio, etc.) es tan poco… soy el único.., etc. Jesús te dice: tú eres ese grano de mostaza, tu acción en tu propio ambiente es la levadura… si eres fiel y constante, el grano crecerá y la levadura terminará por fermentar a toda la sociedad. 

La obra de Dios siempre empieza con poco. Nuestra evangelización empezó con solo 12 hombres que actuando como levadura llagaron a impregnar a toda la sociedad con los valores del Reino. Tú y yo, a pesar de nuestra pequeñez y miseria, podemos ser también los elementos para que el Reino llegue a abarcarlo todo. ¡Animo!

Ex 33, 7-11; 34, 5-9. 28

Cuando David pecó gravemente contra el Señor, lo primero que hizo fue reconocer su culpa, su debilidad y no buscar echarle la culpa a los demás: «Señor, reconozco mi culpa, he pecado contra ti»; en el evangelio Jesús propuso la parábola del «Hijo Pródigo» en la cual nos presenta la misma actitud en el hijo que ha abandonado al padre: «He pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo». Y como vemos hoy en este pasaje del Exodo, ésta ha sido la enseñanza de Dios a su pueblo a lo largo de toda la Escritura.

Y es que Dios no rechaza un corazón arrepentido. Somos desafortunadamente un «pueblo de cabeza dura» que cae continuamente, que peca, incluso que repite sus mismas faltas, pero Dios nos conoce y nos ama, por eso dice el salmo 103 que no nos trata como merecemos.

El único que no es perdonado, es el soberbio, el arrogante, el que piensa que es bueno y que no necesita ser perdonado, este permanece en su arrogancia y desafortunadamente en su pecado. Aprendamos hoy de Moisés, la humildad y acerquémonos a Aquel que es amor y misericordia, pues en Él siempre encontraremos acogida, perdón, y el amor que da vida.

Mt 13, 36-43

Dios no nos pide grandes cosas. Es cierto que el seguimiento de Jesús es exigente, no por el cumplimiento de cien mil preceptos o requisitos, sino porque la amistad con Él nos exige fidelidad y lealtad. Como cualquier amigo. Y así lo vemos en este pasaje de Mateo, sobre la cizaña en el campo. Lejos de la multitud y de las gentes, los discípulos le preguntan: “acláranos la parábola de la cizaña en el campo”. En el encuentro con Jesús, en la proximidad cara a cara, Jesús les explica el significado del Reino.

El Padre ha enviado a su Hijo a sembrar la buena noticia, a enseñar el camino de salvación y justicia, a ofrecer la mano amiga de apoyo y misericordia para rehacer un mundo de amor y de hermandad. Pero no todos aceptan el reto de Dios, no todos están en la dinámica del bien y del servicio. El egoísmo, la avaricia, la soberbia, la violencia, el individualismo, son la cizaña que ahoga y oculta la buena semilla. Hemos de convivir con ello, en el conflicto del bien y el mal no sólo en este mundo, sino también dentro de nosotros. A sabiendas que como seguidores de Jesús, nuestra opción está en ser ciudadanos del Reino, en construir el Reino, mano con mano con Jesús y con nuestros hermanos en Jesús. Tolerantes y comprensivos con los fallos ajenos, que sólo a los ángeles de Dios le toca juzgar.

Nuestra tarea es reflejar y hacer brillar la verdad y la justicia de Dios en nuestro mundo, para que el Dios compasivo y misericordioso haga que triunfe finalmente la semilla del Reino. Así, en el encuentro íntimo y personal con Dios, cogemos fuerzas y encontramos el coraje necesario para ser verdaderos ciudadanos del Reino, constructores de un mundo mejor, de un mundo en paz a través de la justicia, la reconciliación, el diálogo y la promoción de los más desfavorecidos. Eso exige nuestra amistad con Dios, incondicional y gratuita. La justicia definitiva vendrá de la mano del Dios misericordioso, del que nosotros somos testigos. ¿Aceptamos ser “amigos de Dios”?

Ex 34, 29-35

Más que centrar nuestra atención en el fenómeno maravilloso con el cual Dios le hacía ver al pueblo la relación estrecha que llevaba con Moisés, centremos nuestra reflexión en lo importante de ser un «mensajero» de Dios.

Moisés, llegó a establecer una relación tan cercana a Dios, que el mismo Dios lo llamaba «amigo» y con él hablaba no en sueños, sino como se le habla a un amigo. Esto hizo de él un conducto maravilloso para comunicar al pueblo el mensaje de salvación, que en su momento fue la Ley y los estatutos de la Alianza. Puede ser que nosotros nunca lleguemos a tener una manifestación semejante a la que vivió Moisés, sin embargo debemos reconocer que Dios sigue necesitando hombres y mujeres como tú y como yo para comunicar al mundo su amor y su Palabra.

Si el mundo a pesar de escuchar miles de veces esta «palabra de Vida» no cambia, pudiera ser en gran parte porque nuestro corazón no brilla, porque nuestra palabra está vacía, porque no viene de la experiencia profunda de amistad con Dios. El texto nos dice que el rostro de Moisés brillaba, pues en un cristiano que tiene una amistad profunda con Dios, su rostro brilla de alegría y es capaz de transmitir la palabra de Dios con fuego y con amor. Jesús nos necesita… te necesita a ti, pero te necesita lleno de su fuego. Dedica un poco más de tiempo a tu oración personal.

Mt 13, 44-46

En esta sección de su evangelio, Mateo coleccionó una serie de Parábolas de Jesús en las cuales ilustra lo que significa el Reino.

En este par de parábolas nos deja ver que el Reino es algo tan, pero tan maravilloso que quien lo descubre, podríamos hoy decir, quien lo experimenta, tiene por «basura», como diría san Pablo, todo lo demás. Quien ha tenido la experiencia de Dios, quien ha experimentado que Dios le ama, se da cuenta que la vida en su amor, la vida en el Reino es la única que vale la pena vivirse… es tal la felicidad, la paz, el gozo que experimenta viviendo en el Reino que desprecia sufrimientos, humillaciones y hasta la misma vida con tal de permanecer en él.

La vida vivida en el Jesús por medio del Espíritu Santo, es decir la vida del Reino, es tan hermosa que nada se pude comparar a ella. Si hoy el mundo continúa fascinado con los placeres, la moda y otras vanidades, es porque no ha descubierto esta perla preciosa; es porque no se ha dejado seducir por el amor de Dios; es porque no ha probado la vida que ofrece el Evangelio. Si tú todavía no la has vivido; si todavía no la haz experimentado… Pídele en tu oración a Jesús el poder descubrir esa perla, ese tesoro, pues esto cambiará totalmente tu vida.

Ex 40, 16-21. 34-38

Nuestro Dios, como nos lo muestra este pasaje, no es un Dios lejano, sino un Dios cercano que acompaña a su pueblo. Es también un Dios que, conociendo la naturaleza humana, siempre necesitada de signos, se relaciona con su pueblo mediante signos, por lo que la Liturgia es importante para el pueblo.

El santuario y el templo se constituyen en el lugar privilegiado para el encuentro con Dios. Sabemos que Dios es omnipresente (que está en todas partes), sin embargo es en el templo y a través de la liturgia como se hace presente de una manera espacial en la vida del pueblo. Podríamos decir que es una manera de confirmar sensiblemente su presencia entre nosotros. En tiempos de Moisés, la presencia del Señor se realizaba por medio de la nube que cubría el santuario, hoy su presencia se realiza de modo más perfecto y sensible a través de la Eucaristía.

Por ello Dios está presente en todos los Sagrarios del mundo. Está esperando para llenarnos con su gloria, para platicar con nosotros, para consolarnos y para darnos fuerza para continuar nuestro camino hasta llegar a la Tierra prometida, es decir hasta el cielo. Tómate algunos minutos cada vez que puedas para detenerte en una Iglesia y visita el santuario, el lugar en donde Jesús sacramentado te está esperando para llenarte de su amor.

Mt 13, 47-53

La parábola nos invita a meditar con profundidad y seriedad en el misterio de la voluntad de Dios y de sus planes sobre el hombre. Él tiene un poder absoluto sobre el hombre, como el alfarero sobre el barro, y puede hacer con nosotros lo que Él decida, pues Él es el Señor de nuestras vidas. Pero se trata no de un poder tiránico y arbitrario, como el que los hombres ejercen sobre sus semejantes. Siquiera pensarlo sería una herejía, una blasfemia y una aberración.

El de Dios es un poder creador lleno de amor, de sabiduría y de providencia. Todos los hombres estamos en sus manos. Él es el Señor de nuestras vidas y el guía de nuestro destino y de la historia, universal e individual. Es la afirmación de un profundo misterio, pero que no contradice la libertad y la responsabilidad personales, sino que las trasciende según sus divinos designios, maravillosos y misteriosos para el ser humano. Nuestra única respuesta válida es la de una fe total e incondicional a Dios, que sólo busca nuestro bien, aunque a veces no lo entendamos. Y, en consecuencia, una confianza absoluta en sus manos, con una actitud de dependencia y sumisión amorosa a su querer divino. Él es nuestro Señor y Él puede hacer lo que quiera con nuestra vida. Sólo la fe, la confianza y el amor filial dan respuesta a nuestros interrogantes y llenan la vida de sentido pleno. Quien así actúa se convierte en el pez bueno, que es escogido por el pescador para depositarlo en el cesto. Esto equivale a la elección que Dios hace de los buenos para darles la recompensa de la eterna bienaventuranza.

Lev 23, 1. 4-11. 15-16; 27. 34-37

Dios que nos ha creado, sabe de la necesidad del hombre de relacionarse con Dios y con sus hermanos. Este pasaje nos ilustra cómo, ya desde el AT, el pueblo de Israel se reunía en Asamblea Litúrgica para darle culto a Dios como comunidad.

Dentro de todo lo que podríamos hoy revisar sobre este pasaje y este tema, centremos nuestra atención sobre los elementos esenciales de esta participación litúrgica. El primer elemento es que es una fiesta, es un día de alegría en la que se reúne el pueblo de Dios en su presencia; el motivo de esta fiesta, es darle gloria, reconociendo con ello que es Dios, y al mismo tiempo que nosotros le amamos; es por ello un día dedicado al señor, en el que no se dedica tiempo a actividades serviles (trabajar).

Es un día para orar y para convivir como comunidad (diríamos como familia); finalmente es el día de presentar nuestro trabajo, nuestro esfuerzo de la semana al Señor, simbolizado en la ofrenda que damos al estar reunidos en comunidad. Esto es precisamente nuestro Domingo, este es el sentido profundo de nuestra celebración Eucarística en la cual damos gloria al Señor pero es también el día de la Familia, es el día del amor… es para nosotros los cristianos la fiesta de la resurrección de Cristo y por ende la fiesta de nuestra salvación. Dale sentido a tu domingo… Haz de él verdaderamente: El día del Señor.

Mt 13, 54-58

La psicología humana tiende a valorar más lo ajeno que lo propio. Con frecuencia preferimos el producto de importación al local o se nos antoja el coche del otro aunque el nuestro esté prácticamente nuevo.

Pero esto se hace más notorio en lo personal. La vida de los demás nos parece con menos problemas que la nuestra; el trabajo más llevadero que el que nos ha tocado en suerte; incluso, nos parece que la familia ajena goza de más armonía que la nuestra.

¡Cuánta fe le falta al hombre en sí mismo y en lo propio! Saber que no hay otra familia mejor que la propia pues es la única que uno tiene, mejor trabajo que el que uno realiza pues es el único que le da ciertos ingresos, e incluso mejores problemas que los que uno vive pues son los únicos que podremos tener la satisfacción de superar.

Pero, sobre todo, tomar conciencia que no hay otro Dios más grande que el nuestro. Además de que es el único, porque sólo Él se ha manifestado como Padre, capaz de perdonar siempre y todo hasta el punto que Él mismo ha dado la vida para que nosotros podamos tenerla en abundancia.

Mt 14, 1-12

En el Evangelio de hoy presenciamos una escena terrible: un hombre justo, el mayor de todos los nacidos de mujer, muere en manos de un impío. Parece una bofetada a la verdad. Nos indigna este aparente triunfo del mal.

Pero, ¿lo es en verdad? Hoy Herodes tiembla, las noticias de Jesús le traen a su memoria a Juan, el Bautista el recuerdo de la escena del día de su martirio parece una cinta que corre sin cesar en su conciencia y no lo deja en paz. Es que, a pesar de lo ofuscada que estaba su conciencia, sabía que eso no era justo.

Podríamos preguntarnos… Este pobre hombre ¿merece perdón? ¿No está ya perdido?

Y la respuesta nos llega al inicio del Evangelio: “oyó el virrey Herodes lo que se hablaba de Jesús”.

Dios, rico en misericordia, movido por el gran amor que nos tiene, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó con Cristo-por gracia estamos salvados, gratuitamente (cfr. Ef. 2, 4)

Sí, Herodes se equivocó hasta el abismo y estaba experimentando lo que llamamos “tocar fondo”; pero esta Buena Noticia es para TODOS, para todos son las palabras de Jesús: «Convertíos y creed«.

Jesús trae luz a nuestra vida, una luz que no culpabiliza sino que lleva a un verdadero arrepentimiento y nos da la esperanza de su perdón y restauración. El Espíritu Santo ilumina nuestro pecado y, en esa situación, nos da la alegría de sabernos amados y acogidos por Él; no como un cómplice, sino como un buen Amigo, como Maestro y Salvador.

Sólo este amor nos da la fuerza para cambiar de vida, para elegir bien.

Sabemos que en la Pasión del Señor Herodes vio al Varón de dolores, como cordero llevado al matadero, herido y cubierto de sangre, coronado de espinas. Pero el desprecio y la burla del momento no le permitieron descubrir al Señor.

Que esto no nos ocurra hoy, ni dejemos que le ocurra a nadie. No cubramos sus llagas con los espléndidos vestidos del poder: en ellas estamos tatuados (cfr. Is. 49, 16); no despreciemos su Sangre con las burlas: ella nos ha lavado. Descubramos al Dios que está loco de amor por nosotros y volvámonos, como san Ignacio, “locos por Cristo”.

¿Conoces a alguien que, como Herodes, esté en tocando fondo? ¿Has orado para que experimente la fuerza salvadora y sanadora del Señor? ¿Le has anunciado la Buena Noticia del Amor?