
1Tim 4,12-16
San Pablo, convencido de que la vida cristiana es precisamente eso, un estilo de vida, exhorta a su querido amigo y compañero de evangelización a que este estilo sea evidente para todos y que éste llegue a ser un verdadero modelo para los demás.
Quizás una de las áreas de nuestra vida que a veces se descuida es nuestro modo de hablar. Pensemos cuántas veces usamos palabras o conversaciones que son impropias de un cristiano. No falta quien diga: «es que así hablan todos».
Esta lectura nos recuerda que nosotros somos diferentes hasta en nuestro modo de hablar, ya que éste siempre debe ser edificante. Jesús les dijo en alguna ocasión a sus Discípulos: «La boca está llena de lo que abunda el
corazón». Tengamos pues cuidado y vayamos purificando nuestro lenguaje y que nuestras conversaciones manifiesten nuestra vida interior como auténticos seguidores del Maestro.
Lucas 7, 36-50
Cada hombre vale lo que puede valer su amor. El amor, lo dijo alguien hace muchos siglos, no tiene precio. Se atribuye al rey Salomón esta frase: “Si alguien quisiese comprar todo el amor con todas sus riquezas se haría el más despreciable entre los hombres”. Un empresario multimillonario puede comprar las acciones de muchas empresas más débiles que la suya, pero no puede lograr, con todos sus miles de millones de dólares, comprar la sonrisa amorosa de su esposa o de sus hijos. Y si el amor es algo inapreciable, si vale más que todos los diamantes de Sudáfrica, vale mucho más la persona, cada hombre o mujer, capaces de amar.
Por eso podemos decir que cuesta mucho, muchísimo, casi una cifra infinita de dólares, cada ser humano. Mejor aún: tiene un precio que sólo se puede comprender cuando entramos en la lógica del “banco del amor”, cuando aprendemos a mirar a los demás con los ojos de quien descubre que todos nacemos y vivimos si nos sostiene el amor de los otros, y que nuestra vida es imposible el día en que nos dejen de amar y en el que nos olvidemos de amar.
¿Quieres saber cuánto vales? No cuentes lo que tienes. Mira solamente si te aman y si amas, como esta mujer pecadora que amaba a Cristo y Cristo la amaba porque sabía que le daba no sólo un valioso perfume sobre sus pies, sino un valioso amor que vale más que todas las riquezas del fariseo. El fariseo dejaba de lado a todos aquellos que él consideraba pecadores pero no sabía que en el corazón de Cristo no hay apartados. Él ama a todos los hombres y espera ser correspondido por cada uno de ellos. De igual forma en nuestra vida, amemos a los hombres sin considerar su fealdad o belleza, su condición social o sus defectos.