Lunes de la XIX Semana Ordinaria

Dt 10, 12-22

En este rico pasaje de la tradición Deuteronomista encontramos de nuevo el centro de la vida del pueblo: La alianza de amor entre Dios y su pueblo.

En esta alianza, que se ha perfeccionado por la Sangre de Cristo constituyéndose en nueva y eterna y de la cual participamos por nuestro bautismo, se nos pide lo mismo que a los Israelitas: amar con todo el corazón y con toda el alma a Dios. Sería bueno que hoy pensáramos si verdaderamente nosotros estamos cumpliendo lo que se nos pide.

¿Podrías decir que amas a Dios con todo tu corazón y con toda tu alma? Antes de responder recuerda que, como dice nuestro refrán mexicano: «amor son obras y no buenas razones».

¿Podrías entonces decir que tus obras muestran a Dios que lo amas con todo tu corazón y con toda tu alma? Un amor que no se manifiesta, no es verdadero amor, sino más bien conveniencia. El amor, como dice Pablo, lo cree todo, lo espera todo, lo soporta todo, lo da todo.

Muéstrale a Dios que lo amas: dedícale tiempo (ora), visítalo (esta en todos los Sagrarios), sírvelo (está en todos los pobres), atiéndelo (está en tus hijos, tu esposa(o) y en tus padres), apártate del pecado que lo ofende; de esta manera tus palabras de amor serán congruentes con tus obras.

Mt 17, 22-27

Este breve pasaje nos ilustra cómo el cristiano está obligado a cumplir con las obligaciones puestas por el Estado, de la misma manera que Jesús lo hizo y enseño a sus discípulos a realizarlo.

Y es que, aun viviendo en el Reino, estamos sujetos a la vida social, a la vida civil, y es precisamente ahí en donde, con nuestro testimonio, podemos construir una sociedad más justa, más humana y más libre.

Es mediante nuestras acciones como vamos transformando el orden social, por lo que el pago de nuestros impuestos, el acudir a las urnas a votar en tiempos de elección, el pertenecer a organizaciones y partidos políticos y de servicio no solo es un derecho sino una verdadera obligación de cada cristiano.

No pertenecemos a este mundo, pero vivimos en él y tenemos la encomienda recibida de Jesús de transformarlo. Seamos responsables en todo lo que concierne a la vida civil, política y social de nuestro país, hagamos de él (cada uno de acuerdo al don que Dios le ha dado) un lugar en donde el amor y la paz sean una verdadera realidad.