
1 Tim 2, 1-8
Acabamos de leer en la primera lectura, de la Carta de San Pablo a Timoteo: “Ruego (…) que se hagan súplicas, oraciones, peticiones, acciones de gracias, por toda la humanidad, por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos llevar un vida tranquila y sosegada, con toda piedad y respeto”.
Pablo subraya cuál debe ser el ambiente de una persona creyente: la oración. Aquí tenemos la oración de intercesión: que todos recen por todos, para que podamos llevar una vida tranquila, digna y dedicada a Dios. Apela a la oración para que todo eso sea posible.
Y hay un aspecto en el que quisiera detenerme: por todos los hombres –dice, y luego añade– por los reyes y por todos los que están en el poder. Se trata de la oración por los gobernantes, por los políticos, por las personas responsables de sacar adelante una institución política, un país, una provincia. Estos suelen recibir agasajos de los partidarios e insultos de los contrarios. Hay políticos –y también curas y obispos– que son insultados –alguno se lo merece–, pero ya es como una costumbre, que acaba en un rosario de insultos, palabrotas y descalificaciones. Sin embargo, quien está en el gobierno tiene la responsabilidad de conducir el país, ¿y nosotros lo dejamos solo, sin pedir que Dios lo bendiga?
Estoy seguro de que no se reza por los gobernantes, es más, parece como si la oración por los gobernantes sea insultarlos. ¡Y así van nuestras relaciones con quien está al poder! Y San Pablo es claro al pedir que se rece por cada uno de ellos, para que puedan llevar una vida calmada, tranquila, digna en su pueblo. A veces hay crisis de gobierno. ¿Quién de nosotros ha rezado por los gobernantes? ¿Quién ha rezado por los parlamentarios, para que puedan ponerse de acuerdo y saquen adelante la patria? Parece que el espíritu patriótico no llega a la oración; sí a las descalificaciones, al odio, a las peleas, y así acaba. “Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, alzando unas manos limpias, sin ira ni divisiones”.
Hay que discutir, y esa es la función de un parlamento, se debe discutir, pero no aniquilar al otro; es más, se debe rezar por el otro, por el que tiene una opinión diversa a la mía.
Ante quien piensa que ese político es muy comunista o un corrupto, no se trata de discutir de política sino de rezar. Y luego está quien afirma que la política es sucia, cuando Pablo VI consideraba que era la forma más alta de la caridad. Puede ser sucia, como puede ser sucia cualquier profesión.
Somos nosotros los que la manchamos pero no es la cosa en sí la que es sucia. Creo que debemos convertirnos y rezar por los políticos de todos los colores, ¡por todos! Rezar por los gobernantes. Es eso lo que Pablo nos pide.
Mientras escuchaba la Palabra de Dios me ha venido a la cabeza ese hecho tan bonito del Evangelio, el gobernante que reza por uno de los suyos, ese centurión que ruega por uno de los suyos. También los gobernantes deben rezar por su pueblo y este reza por un siervo, quizá un criado: “Pero no, es mi siervo, yo soy responsable de él”. Los gobernantes son responsables de la vida de un país. Es bonito pensar que si el pueblo reza por los gobernantes, los gobernantes serán capaces también de rezar por el pueblo, precisamente como este centurión que pide por su siervo.
Lc 7, 1-10
El texto se sitúa en la actividad de Jesús en Galilea, en concreto en Cafarnaúm. Hasta ahora, el autor ha presentado a Jesús como profeta, en adelante lo mostrará como salvador a través de una serie de signos, entre los que se encuentra la curación del criado del centurión (7,1-10).
Este oficial del ejército romano tiene un siervo gravemente enfermo y al oír hablar de Jesús, envía un grupo de ancianos de la comunidad judía, para que le pidan la curación de su siervo. Los enviados se convierten en buenos mediadores de la petición del centurión, acreditando ante el Maestro de Nazaret los favores que este pagano ha hecho por el pueblo, especialmente la construcción de la sinagoga.
El Señor se pone en camino, pero el centurión, cayendo en la cuenta de que Jesús al entrar en casa de un pagano quedaría impuro, envía a otro grupo de amigos encargados de expresar su petición reconsiderada. Bastará con que Jesús dé la orden con su palabra para que su siervo quede sanado, pues él como militar conoce el dinamismo de la palabra ordenada a los que están a su cargo. Considera que el poder (exousía) que tiene Jesús sobre la enfermedad puede hacerlo actuar desde cualquier parte, sin que sea necesario ni el contacto físico ni la cercanía; su palabra, por sí misma, es generadora de salud, de salvación.
Jesús, al oírlo, queda admirado ante la mayor confesión de fe que ha escuchado y declara que la fe de este pagano es mayor que la de cualquier israelita. Las palabras del centurión muy pronto pasarán a ser confesión de fe de toda la comunidad cristiana y así han llegado hasta nosotros haciéndolas propias en cada Eucaristía: “Señor, no soy digno/a de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastara para sanarme”. Cuando yo las pronuncio cada domingo, ¿me creo que la Palabra de Jesús es para mí generadora de vida, de salud, de salvación?