
Núm 12, 1-13
Moisés es la figura central en toda la tradición de Israel. Los judíos ven su relación con Moisés como algo determinante. La ley fue comunicada por medio de él y por medio de él se estatuyó la Alianza.
Hoy nos encontramos con una discusión familiar. Moisés se casó con una Cusita, algunos autores creen que sería etíope, es decir, negra, y entonces el problema era además racial. Luego, la dificultad pasa a un área mucho más importante, la de la posición central de Moisés, que ellos envidiaban. Dios mismo minimiza la cuestión: «Yo hablé con él cara a cara…», «¿por qué se han atrevido a criticar a mi siervo…?»
Vemos que Moisés no habló; la lectura nos decía que «Moisés era el hombre más humilde de la tierra». Ya antes habíamos oído cómo reaccionaba Moisés ante su misión: «Perdóname Señor, yo no tengo facilidad de palabras…» (Ex 4,10), «¡por favor, Señor mío, manda a cualquier otro, al que tú quieras…» (Ex 4,13). Moisés aparece de nuevo como el intercesor para obtener misericordia pues le ruega a Dios: «Señor, ¡cúrala por favor!».
Mt 14, 22-36
Caminar sobre las aguas, ¡qué proeza!, está fuera de nuestro alcance. Por eso sucede que cuando leemos estas líneas no lleguemos a penetrar su mensaje hasta el fondo. Entonces, ¿cuál es la clave de lectura?
Pedro no camina hasta que Jesús le dice: “Ven”. También Jesús nos dice esa palabra en diversas ocasiones al día: cada vez que nos viene a la mente una buena obra: hacer un favor, dar una limosna, etc. Es posible que no nos demos cuenta de esta realidad, pero es Dios quien nos inspira esos pensamientos.
Las dificultades llegan cuando nos pide algo más, un sacrificio mayor. Es entonces cuando sentimos que nuestras pasiones se rebelan y nos echamos atrás. Aquella posibilidad de avanzar se ha convertido en un fracaso, en un naufragio. ¿Por qué?
Veamos qué le sucedió a Pedro. Al principio se asustó al ver a Jesús, que llegaba de forma tan inesperada. Pero al ver que era Él, se sintió seguro, y a la voz de su Maestro comenzó a dar los primeros pasos. ¿Y luego? Dudó, tuvo miedo, no confió en el poder de Cristo para continuar adelante, y empezó a hundirse. Lo que le faltaba era fe.
Con fe, Pedro hubiera cruzado a pie todo el lago. Con fe, nosotros también seríamos capaces de los mayores milagros. Si tuviéramos un poquito de fe, nos sorprenderíamos de hasta dónde podemos llegar.