
Col 3, 1-11
Comienza aquí la segunda parte de la carta a los Colosenses.
La resurrección de Jesucristo debe ser para nosotros una regla de vida. Unidos por la fe a Cristo, quien ya está a la derecha de Dios, nuestra vida ha sido transformada; no en lo que se refiere a sus aspectos físicos, sino en lo que se refiere a sus tensiones morales: tenemos que buscar las cosas del cielo.
La participación en la muerte de Cristo nos da la posibilidad de una vida nueva. Pero esta vida no es una posesión plena y verificable ya desde este mundo; se manifestará plenamente sólo cuando Cristo retorne en su gloria.
Y para que esta vida nueva se vaya afianzando en nosotros, la muerte con Cristo, realizada místicamente en el bautismo, se debe ir también realizando cada vez más en nuestra existencia concreta.
Lc 6, 20-26
San Lucas resume en este apartado de su evangelio el sermón de las bienaventuranzas.
Es importante darnos cuenta que los criterios de Jesús son diametralmente opuestos a los que ordinariamente tiene el mudo.
No podemos engañarnos acerca de la fuente de la felicidad. Por eso san Pablo declara que hemos de poner el corazón en los bienes de un Reino superior, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre. Jesús vivió una vida humana de acuerdo con un conjunto de valores muy diferentes de los de la sociedad. Como consecuencia, fue levantado hasta el cielo, a la derecha del Padre.
Solo por poner un ejemplo. El hombre de hoy quiere estar siempre satisfecho, pasársela bien, y piensa que en esto está su felicidad. La experiencia nos dice que esta «saciedad» nuca se da, incluso, que en la medida que más «tiene», que mejor se la pasa, cada vez se siente más vacío.
Conocí a un hombre tan miserable, pero tan miserable, que lo único que tenía era dinero. Solo cuando el hombre tiene hambre de lo infinito, es cuando puede ser verdaderamente saciado.
Revisemos hoy nuestros valores. ¿En cuál de las categorías que nos propone Jesús estamos?