
Deut 6, 4-13
Escuchar es una de las actitudes fundamentales que hemos de tener cuando nos ponemos ante la Palabra de Dios, para poder percibir con claridad qué quiere decirnos Él en este momento concreto.
Hoy se nos proclama un texto importante: el Shemá. En él Moisés exhorta al pueblo cómo ha de ser su relación con Dios, cómo ha de reconocerlo como su único Señor, el que hizo grandes portentos para liberarlo de la esclavitud de Egipto. Y lo primero que le dice es “escucha”; es la primera actitud que debemos tener: escuchar, prestar atención. No podemos ir por la vida con una actitud distraída, atolondrada, dispersa…, hemos de estar alertas, vigilantes, despiertos, para poder oír y entender los acontecimientos y saber dar una repuesta adecuada. Todo lo que ocurre tiene un por qué y un para qué y está permitido por Alguien que espera nuestra colaboración.
Moisés les recuerda una vez más que ha sido Dios quien los ha liberado de la opresión, de la esclavitud, por eso han de estar agradecidos y han de vivir el mandamiento de amar al Señor su Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas sus fuerzas, con todo su ser. El reconocimiento de que Dios ha estado grande con ellos han de tenerlo siempre presente, de día y de noche, en todas las circunstancias y transmitirlo de generación en generación.
Debemos preguntarnos: ¿Es la escucha mi primera actitud ante la vida?, ¿tengo siempre presente al Señor?, ¿es realmente Dios el único Señor de mi vida?, ¿reconozco su obrar en mi existencia, en los acontecimientos que día a día van surgiendo?, ¿lo amo con todo mi corazón, con todo mi ser?, o ¿es para mí como una “chaqueta” que me pongo o me quito según me conviene?, ¿escucho la Palabra de Dios con amor, con avidez, con deseo de conocer su voluntad?, ¿estoy abierta a lo que Él quiera decirme…?
Ojalá podamos afirmar con el salmista “Señor, te amo, tú eres mi fortaleza”, la roca donde me apoyo, mi baluarte, mi refugio, quien me libera de lo que me oprime, de lo que me impide caminar por las sendas del bien… ¿Lo invoco con sinceridad?, ¿acudo a él con la certeza de que siempre me escucha con misericordia y puede y quiere liberarme?
Mt 17, 14-20
Se puso de rodillas. ¿Te imaginas a un padre de familia, desesperado, poniéndose de rodillas delante de alguien que aparentemente es un hombre como los demás? ¿Qué le movió a hacerlo? El amor a su hijo.
Primero lo había intentado con los discípulos, pero ellos no pudieron curar al chico de los ataques de epilepsia. Luego ve al Señor, se acerca y cae de rodillas ante Él. No tiene ninguna vergüenza. No le importa lo que digan de él.
Únicamente busca el bien de aquel a quien ama. Jesús, conociendo el amor que brotaba del corazón de ese hombre, curó al hijo.
Por su parte, los discípulos no entendían en qué habían fallado. Jesús les respondió que les faltaba fe. No dice que no tienen fe, sino que aún es muy pequeña.
La fe, aunque es un don de Dios, debe crecer y fortalecerse con nuestra colaboración. Es como ir a un gimnasio: al levantar las pesas una y otra vez, nuestros músculos se desarrollan. La fe también debe ejercitarse, ponerse a prueba, alimentarse. Si nos conformamos con la fe que teníamos a los diez años, cuando hicimos la primera comunión, es lógico que nuestro “músculo” espiritual esté raquítico.
Necesitamos una fe adulta, resistente, alimentada con las lecturas adecuadas, con la oración diaria, con los sacramentos y con todo aquello que nos ayude a fortalecerla.