Martes de la XXV Semana del Tiempo Ordinario

Lc 8, 19-21

Los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra: este es el concepto de familia para Jesús, una familia más amplia que aquella en la que se viene al mundo. Es la enseñanza del Evangelio que acabamos de escuchar, donde es el mismo Señor quien llama madre, hermanos y familia a los que le rodean y le escuchan en su predicación. No se puede entender el Evangelio que acabamos de leer como si Jesús despreciara o condenara a la familia, ni si quiera como si no la tuviera en cuenta, o que estas palabras manifestaran poco aprecio hacia su Madre, la Virgen María.

Podemos descubrir en estas palabras de Jesús su empeño por crear la nueva familia de Dios, no basada ni en la carne ni en la sangre, sino en la Palabra.  Podríamos decir en la Palabra con mayúsculas, ya que quien escucha esta Palabra que es Jesús, y la pone en su corazón, encontrará nuevos hermanos y hermanas, una nueva familia.

Sólo el Señor Jesús tiene palabras de vida eterna, capaces de crear nuevas relaciones, nuevos lazos y una alegría nueva.  La relación entre la Palabra de Dios y esta nueva familia, la alegría y el servicio, se manifiesta claramente en María.  Vienen a nosotros las palabras que le dirigió el Ángel: “dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”

María es dichosa porque tiene fe, porque ha creído y en esta fe ha acogido en su propio seno al Verbo de Dios para entregarlo al mundo.  Jesús se encarna porque ha habido una mujer sencilla que ha creído en la Palabra y le ha permitido anidar en su vientre.

Las palabras de este evangelio dan a María una nueva alabanza, no sólo en la elección para ser Madre, sino en la escucha y aceptación de la Palabra.  Jesús, así muestra la verdadera grandeza de María, abriendo también para nosotros la posibilidad de una nueva familia, una nueva relación que nace de la acogida y de la puesta en práctica de la Palabra.

Nuestra relación personal y comunitaria con Dios, depende del aumento de nuestra familiaridad con la Palabra divina.  Gracias a Dios, en los últimos tiempos se ha dado una relevancia especial a la Palabra de Dios, pero para muchos cristianos queda en el olvido, como algo ya sabido.  Sin embargo, la Palabra es dinámica y cada día trae algo nuevo a nuestros oídos y a nuestra vida.  La misma Palabra ofrece fuentes nuevas de reflexión, de consuelo y de esperanza.

Es necesario que cada uno de nosotros busque esos espacios propios para escuchar la Palabra en pequeños grupos, en las celebraciones, en los estudios y en la oración personal.  Un cristiano sin la Palabra de Dios es un árbol seco que no puede dar fruto y amenaza con desplomarse.

Escuchemos la Palabra para tener la vida de la nueva familia.

San Mateo

Hoy celebramos a san Mateo, que era un recaudador de impuestos.  Si ahora no nos gusta que nos cobren impuestos, imaginaros lo que sería en aquellos tiempos.  Una persona que cobra, pero para beneficiar al Imperio Romano que está sometiendo al pueblo de Israel. 

Sus compañeros lo consideraban impuro y traidor al pueblo, por tratar con los paganos y estar al servicio del opresor extranjero.

Dios nos sorprende, Dejémonos sorprender por Dios. Y no tengamos la psicología del ordenador de creer saberlo todo. ¿Cómo es esto? Un momento y el ordenador tiene todas las respuestas, ninguna sorpresa.

En el desafío del amor Dios se manifiesta con sorpresas. Pensemos en san Mateo, era un buen comerciante, además traicionaba a su patria porque le cobraba los impuestos los judíos para pagárselo a los romanos, estaba lleno de dinero y cobraba los impuestos.

Jesús pasa, mira a Mateo y le dice: ven. Los que estaban con él dicen: ¿a este que es un traidor, un sinvergüenza? y él se agarra al dinero. Pero la sorpresa de ser amado lo vence y siguió a Jesús.

Cada vez que celebramos a uno de los apóstoles, podemos recordar nuestra propia vocación, sobre todo nuestra vocación a ser discípulos de Cristo.

En este llamado veremos que no nos llamó por que fuéramos los mejores, los más santos, los más inteligentes, sino muchas veces, como el caso de casi todos los apóstoles, porque tuvo compasión de nuestra miseria… pues como bien dice San Pablo: «Escogió lo que el mundo considera como inútil para confundir a los sabios y potentes de este mundo».

Esa mañana cuando se despidió de su mujer, Mateo nunca pensó que iba volver sin dinero y apurado para decirle a su mujer que preparara un banquete.

El banquete para Aquel que lo había amado primero. Que lo había sorprendido con algo más importante que todo el dinero que tenía.

¡Déjate sorprender por Dios! No le tengas miedo a las sorpresas, que te cambian todo, que te ponen inseguro, pero nos ponen en camino.

El verdadero amor te mueve a quemar la vida aún a riesgo de quedarte con las manos vacías.

Sábado de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario

Lc 8, 3-15

Esta parábola del Sembrador ya la oímos este año en otra ocasión.  Esta parábola nos presenta los distintos terrenos y los distintos resultados, luego la pregunta de los discípulos: «¿Qué significa esta parábola?»  Y, por último, la explicación de Jesús.

«La semilla es la palabra de Dios»

De nuevo se nos propone la pregunta: ¿Yo, qué clase de terreno soy?  ¿Está la Palabra produciendo fruto en mí?

Los terrenos de la parábola difícilmente podían cambiar: una tierra dura, apisonada por la gente que pasa una y otra vez, el terreno lleno de piedras con muy poca o ninguna tierra húmeda, el terreno lleno de maleza.

Pero nuestro corazón puede cambiar.  Esto es fundamentalmente un don de Dios que debemos pedir siempre.  Pero el Señor insiste en nuestra apertura a su don, en nuestra puesta en obras de sus mandamientos y ejemplos, en una lucha continua contra el Malo y contra el mal, en la perseverancia, en la lucha contra los ataques y las tentaciones.

Hoy, sábado, podemos recordar el elogio que se hizo a María: «Dichosa tú que has creído porque se cumplirá todo lo que el Señor te prometió».

Con la fuerza del sacramento seamos buen terreno para que la Palabra dé óptimos frutos de caridad.

Viernes de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario

Lc 8,1-3

Es muy significativa la presencia de la mujer en el evangelio de San Lucas. No solamente es el evangelio que más habla de María sino que con frecuencia hace alusión a la relación de Jesús con las mujeres y al acompañamiento que ellas hacían.

El breve pasaje que leemos en este día es muy relevante porque junto a los Doce, el grupo selecto, San Lucas coloca a este grupo de mujeres que van con el Señor. No son un grupo amorfo, está conformado por mujeres que realmente son seguidoras de Jesús, que han sentido en su vida su presencia, que las ha levantado y que ahora están dispuestas a ayudar con sus bienes a la misión que Jesús les presenta.

En nuestras comunidades, en las familias y en las ciudades, es muy importante la labor que realiza la mujer. La mujer es en el hogar el verdadero sostén de los valores espirituales y morales de la familia.

Todos recordamos con cariño y admiración cómo nuestras madres fueron sembrando en nosotros el amor a la verdad, la honradez, el trabajo y la dedicación. De sus labios aprendimos las primeras oraciones.

Es cierto que no podemos reducir su ámbito al hogar y que ahora muchas mujeres participan de la vida social y pública y que emprenden muchas empresas con éxito. Es una gran riqueza que aportan en todos los espacios.

Ojalá que no descuiden esta tarea tan importante de transmitir los verdaderos valores donde quiera que se encuentren.

San Lucas las presenta como testigos de resurrección, como fieles seguidoras junto a la cruz, como portadoras de alegría y evangelio. Que la mujer se abra a nuevos horizontes pero que siempre lleve en su ser ese gran don de transmitir vida, no solamente física, sino vida espiritual y una gran esperanza.

Martes de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario

Lc 7, 11-17

Una de las actitudes que más le gusta destacar a san Lucas es la misericordia de Jesús. Quizás porque él viene de una cultura pagana en donde los dioses son crueles, Lucas presenta en cada oportunidad la ternura y la compasión de Dios en Jesucristo.

Nuestro Dios es el Dios de la misericordia, es el Dios que se conmueve ante nuestras miserias y penalidades, por ello es el Dios de los pobres, de los necesitados, de los miserables.

Dos cortejos, dos caminos, dos destinos.  La mujer en su soledad, en su abandono y en su tristeza lleva el camino de la muerte. ¿Qué puede esperar una mujer sin marido, sin hijos, en la cruel sociedad machista de Israel? Ciertamente las perspectivas no son muy halagadoras y muy negro se presenta el panorama.

En sentido contrario viene el cortejo de la vida. Jesús que parecería ajeno a la cruel situación, se hace el encontradizo para dar vida. Las lágrimas de tristeza de la viuda se transforman en lágrimas de alegría de la madre. Jesús da nueva vida y nueva oportunidad para construir nuevamente a la familia.

Uno de los temas insistentes y preocupantes es el camino que lleva la juventud. Hay personas pesimistas que acusan a los jóvenes de desequilibrados, inconscientes, sin interés alguno; otros más optimistas, los perciben como la nueva fuerza que pueden renovar una sociedad y una iglesia que parece derrumbarse. Pero todos coinciden en que se debe dar una especial atención, un acompañamiento y fuertes principios a la juventud.

Hay quienes perciben la juventud casi como muerta, igual que en el Evangelio que acabamos de escuchar. Al igual que aquel joven, quisiéramos que Jesús les dijera levántate: “levántate” y que los jóvenes comenzarán a caminar por el sendero de la vida. Necesitamos acercar a nuestros jóvenes a Jesús, ayudarlos a encontrar a Jesús para que les dé nueva vida.

Hay muchas situaciones que fácilmente llevan a los jóvenes por caminos de muerte: la ambición, el alcoholismo la vida fácil, deseos y sueños que les han infundido los pregoneros de felicidades basadas solo en los bienes materiales.

Necesitamos dar a nuestra juventud oportunidad de transformar nuestra sociedad, pero necesitan tener en su corazón a Jesús.

A todos los jóvenes que hoy se sienten perdidos en el camino de la muerte, que se sienten tentados por el suicidio, las drogas o el dinero fácil hay que decirles que con Cristo pueden vivir una vida diferente, que escuchen su palabra diciéndoles: “joven, levántate” y que dejemos ataúdes, ataduras, postraciones y que nos unamos al cortejo de la vida de Jesús y que nos unamos a la vida de Jesús.

LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

Hoy, día 14 de septiembre, celebramos la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. La cruz de Jesús es exaltada, puesta en alto, levantada… Pero, ¿qué puede tener una cruz para que sea exaltada? ¿No es su símbolo de tormento, de dolor, de muerte…?

En esa cruz está Jesús. «Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre”. Por eso la exaltamos. Porque los maderos de esa cruz llevaron al Dios con nosotros, al que se acercó a nuestra vida para que nuestra vida pudiera estar cercana a la de Dios.

En esa cruz hay mucho amor entregado. Porque “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”. Por eso la exaltamos. Porque para nosotros, más allá del dolor y la injusticia que supusieron la crucifixión de Cristo, esa cruz es signo del amor de Dios por la humanidad.

En esa cruz están, junto a Jesús, los crucificados de nuestro mundo. “Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. Por eso la exaltamos. “Cristo ha muerto por todos los hombres sin excepción: no hay, ni hubo ni habrá hombre alguno por quien no haya padecido Cristo” (Concilio de Quiercy, año 853). Por eso, desde la cruz de Jesús, ninguna soledad, ni oscuridad, ni pecado son la palabra definitiva… sino un momento del camino, que espera la luz de la Pascua.

Cuando un cristiano miramos la cruz, vemos en ella mucho más que un par de palos. Vemos a Cristo, vemos amor entregado… y una llamada a dejarnos amar y llevar amor a los crucificados de nuestro mundo. Por eso la exaltamos… Y al hacerlo, comprendemos algo mejor lo que es la Pascua.

Por su parte, el Papa Francisco dijo: “Cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor. Quisiera que todos… tengamos el valor, precisamente el valor, de caminar en presencia del Señor, con la cruz del Señor; de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor, derramada en la cruz; y de confesar la única gloria: Cristo crucificado. Y así la Iglesia avanzará”

Coloca hoy, ante Jesús, las cruces de tu vida. Y pídele que las ilumine con su luz.

Sábado de la XIII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 6, 43-49

Las enseñanzas evangélicas de las dos pequeñas parábolas que hoy hemos escuchado son muy claras.  La primera denuncia el peligro de la hipocresía, habla de cuando la conducta exterior no coincide con la interior.   La segunda denuncia una fe a la que no corresponde una vida.

Hay frutos buenos, es decir, comestibles, aprovechables, y hay otros que no lo son, no pueden servir de alimento o más aún, son dañinos.  Jesús aclara dónde está la bondad o maldad, que se traducirá en frutos buenos o malos: en lo más interior y radical, en el corazón mismo. 

«La boca habla de lo que está lleno el corazón», lo acabamos de escuchar.

Puede existir otra fractura o distanciamiento entre nuestra teoría y nuestras praxis, entre lo que conocemos y tal vez predicamos y lo que realmente hacemos, entre la fe como iluminación recibida y la caridad como realidad que se expresa.  El Señor lo expresó como la distancia entre decir: «Señor, Señor” y el no hacer lo que Él nos dice.

Esta posibilidad hay que revisarla continuamente.  La palabra ilumina, el sacramento vivifica, no lo olvidemos.

Viernes de la XXIII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 6, 39-42

Hoy tenemos una doble enseñanza. La primera estaría referida a descubrir nuestros propios errores. Somos humanos y como tales tenemos fallas, debilidades. Es pues necesario descubrirlas.

La segunda enseñanza: No es fácil ayudar al hermano a salir adelante de sus debilidades. Requiere, como cuando hay que sacar una paja del ojo, mucho cuidado, mucho cariño, mucho amor y atención.

De repente entre los noticieros y sus comentaristas aparece una preocupación por “la gente”, expresión que no sé específicamente a quien se refiere, porque se pierde en el anonimato sin ninguna persona en particular. Y la “gente” dice, y la “gente” escoge, y la “gente” prefiere. Y a veces estas elecciones y estas propuestas parecen tan absurdas que uno se pregunta por qué la “gente” ha elegido lo que no tienen ningún sentido. Después descubrimos, con asombro, que hay “directores de opinión”, manipuladores de masas y “anónimos” de las redes sociales que se encargan precisamente de eso: hacer creer a las personas que ellas están eligiendo lo que ellos les han puesto por delante. 

¿Quién guía a esta sociedad? ¿Por qué se adoptan posturas que parecen contrarias a nuestras costumbres y a nuestros ideales? Es una triste realidad que hay quienes se encargan de manipular y dirigir hacia sus fines comerciales, políticos y mercantilistas, el pensamiento de la sociedad.

¿Cuáles son sus intereses? ¿Cuáles son sus ganancias? Tendremos que estar muy atentos para descubrir quiénes y por qué nos guían.  Ya Jesús, desde aquellos tiempos, entreveía que no siempre la “voluntad popular” es signo de democracia y que no siempre una abrumadora mayoría es signo de libertad.

¿Cómo explicar el Domingo de Ramos con aquella multitud exaltándolo y alabándolo, si a los tres días se presenta esa misma multitud condenándolo y exigiendo su crucifixión?

Hay guías, líderes que no se tientan el corazón para conducir a la perdición con tal de lograr sus propósitos. Jesús nos pone en alerta, sobre todo después de habernos presentado el camino verdadero a la felicidad, para que no nos dejemos guiar por esos ciegos. “Si un ciego guía a otro ciego caerán los dos en un hoyo”.

Se acusa la falta de líderes, pero hay líderes que guían a la corrupción, a las falsas felicidades y al fracaso. Cristo es nuestro único líder y nuestro único guía. Dejémonos guiar por sus silbos amorosos para encontrar la verdadera felicidad.

Jueves de la XXIII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 6, 27-38

El cristiano es en definitiva una persona distinta a las demás. Sus criterios no van muy de acuerdo con los del mudo pues ha adoptado la «ilógica» manera de pensar de su maestro.

Lo más extraño de todo es que a pesar de lo ilógica que parece la enseñanza de Jesús es la única que nos garantiza la verdadera felicidad.

En el Evangelio de hoy Jesús nos da como una serie de recetas que nos pueden hacer felices y quitarnos ese peso que nos atormenta y nos llena de desgracias.

Lo primero que Jesús nos sugiere es el amor a los enemigos. El amor a quien nos quiere nos da una cierta felicidad, pero el amor a quién no nos quiere viene a suprimir toda esa angustia que nos produce el rencor, los deseos de venganza y los resentimientos. Nadie puede ser más feliz que quien ama a todas las personas. Entendamos, no es el amor sentimental, es el amor de decisión.

Y sigue Jesús con una serie de recomendaciones que van todas sustentadas en la generosidad: Tratar a los demás como queremos que nos traten. Ojo, dice que como queremos que nos traten, no como ellos nos tratan. Hacer el bien sin esperar recompensa; prestar sin esperar impuestos o intereses; vestir al que tiene necesidad. Son algunas de las recomendaciones que nos hace Jesús y que a Cristo hicieron feliz. Sería más fácil decir comportaos como Cristo se ha comportado y veréis que encontrareis la felicidad.

Parecería que Jesús quiere resumir todos sus consejos en una afirmación muy profunda: “sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”, y entendamos claramente que misericordioso no se refiere a esa especie de lástima que nos lleva a socorrer y a atender a los demás. Misericordioso quiere decir que siempre y en todo momento ama, que pone su corazón junto a sus hijos, y lo dice explícitamente: “porque Dios es bueno hasta con los malos y los injustos”.

Dios ama porque es padre y tiene entrañas de misericordia. Y nosotros ¿cómo amamos? Y nosotros ¿encontramos en el verdadero amor la felicidad? Y nosotros ¿somos misericordiosos?

Miércoles de la XXIII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 6, 20-26

Si todo el evangelio es buena nueva, hay partes centrales que sustentan toda la vida del discípulo. Las bienaventuranzas forman ese núcleo que hace diferente la propuesta de Jesús.

Mientras San Mateo sitúa está predicación en un monte queriendo elevar el espíritu y presentando a Jesús como un nuevo Moisés, con una ley nueva y diferente; san Lucas sitúa las bienaventuranzas en un llano para mostrar a Jesús junto al pueblo, muy cerca de las personas; mientras San Mateo nos recuerda 9 bienaventuranzas, san Lucas presenta solamente 4 y unidas a los ayes o malaventuranzas que ya el profeta Jeremías nos anunciaba desde el Antiguo Testamento.

Mientras San Mateo insiste en un aspecto más espiritual y del corazón, en un sentido exhortativo, san Lucas nos hace enfrentarnos a la dura realidad de la pobreza, de la miseria, del dolor y del hambre.

Conviene tener muy presente a quienes llama Jesús felices o bienaventurados y de quienes se lamenta, porque podemos estar buscando la felicidad inmediata y olvidarnos de lo que Jesús valora.

Jesús llama felices y dichosos a cuatro clases de personas: Los pobres, los que pasan hambre, los que lloran y los que son perseguidos por causa de la fe; y se lamenta y dedica sus ayes, que algunos llaman maldiciones, a cuatro clases de personas: Los ricos, los que están saciados, los que ríen y los que son adulados por el mundo.

Que diferentes son nuestros valores y conceptos. Es muy distinta la ambición y la motivación del hombre actual, o quizás del hombre de todos los tiempos.

Y nosotros ¿dónde estamos?, ¿dónde ponemos nuestra felicidad?

Jesús desestabiliza la escala de valores que predomina en la sociedad. Las bienaventuranzas expresan un radical cambio en valores que la presencia del Reino de Dios pide. Las bienaventuranzas son signos de la presencia del Reino de Dios. Proclaman la llegada de las promesas mesiánicas. Quién dice sí a Jesús encuentra el gozo de sentirse amado por Dios y se hace participar tanto de la historia de la salvación, juntamente con los profetas y con el mismo Jesús.

Podemos llegar a preguntarnos ¿cómo puede ser feliz una persona siendo pobre? Es difícil responder con teorías. Yo os invito a contemplar a Jesús, yo creo que Jesús es inmensamente feliz y sin embargo es pobre.

Las bienaventuranzas que proclama Jesús están íntimamente unidas a su persona y son la manifestación de que se puede ser realmente feliz.

¿Tú eres feliz? ¿Qué te falta para ser feliz? ¿Qué te dice Jesús?