Sábado de la XXIV Semana Ordinaria

1Tim. 6, 13-16

Cumplir fiel e irreprochablemente todo lo mandado. Esto no es otra cosa sino dar un testimonio de la fe y de la verdad que profesamos en Cristo Jesús. Él, ante Poncio Pilato al declararse Rey, Rey Mesías y testigo de la verdad a pesar de llegar a ser considerado un loco soñador, se convirtió para nosotros en modelo de cómo hemos de dar testimonio de nuestra fe y de la aceptación de Aquel que es la Verdad.

El perseverar en ese testimonio a pesar de las burlas, persecuciones y peligros, debe brotar en nosotros al saber que en la venida de nuestro Señor Jesucristo nosotros participaremos de la luz inaccesible del mismo Dios, no sólo para contemplarlo, sino para gozarnos en Él eternamente.

Por eso, ya desde ahora nuestra vida se ha de convertir en un reconocimiento constante del honor que merece y de su poder salvador, de tal forma que toda nuestra vida sea una continua glorificación de su santo Nombre.

Lc. 8, 4-15.

Dios espera de nosotros un corazón bueno y bien dispuesto, que nos haga dar fruto por nuestra constancia. Ya en una ocasión el Señor nos había anunciado: Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié.

Dios no quiere que seamos terrenos estériles, ni que sólo nos conformemos con aceptar por momentos sus Palabra; Él nos quiere totalmente comprometidos con su Evangelio, de tal forma que, sin importar las persecuciones, manifestemos que esa Palabra es la única capaz de salvarnos y de darle un nuevo rumbo a la historia. Siempre estará el maligno acechando a la puerta de la vida de los creyentes para hacerlos tropezar, pues no quiere que creamos ni nos salvemos; al igual podrá entrar en nosotros el desaliento cuando ante las persecuciones perdamos el ánimo para no comprometernos y evitar el riesgo de ser señalados, perseguidos e incluso asesinados por el Nombre de Dios; finalmente los afanes, las riquezas y placeres de la vida nos pueden embotar de tal forma que, tal vez seamos personas que acuden constantemente a la celebración litúrgica, pero sin el compromiso, sin renovar la alianza que nos hace entrar en comunión con el Señor y nos hace fecundos en buenas obras.

Permanezcamos firmemente anclados en el Señor, de tal forma que, no nosotros, sino su Espíritu en nosotros, nos haga tener la misma fecundidad salvífica que procede de Dios y que hace de su Iglesia una comunidad donde abunda la Justicia, la verdad, el amor fraterno, la paz y la alegría, fruto del Espíritu de Dios que actúa en nosotros.

Viernes de la XXIV Semana Ordinaria

1 Tim 6, 2-12

Cuanta verdad tiene la palabra del Apóstol dirigidas a Timoteo: «El afán de dinero es la raíz de todos los males». Es por dinero que el hombre llega no solo a cometer los crímenes más terribles, sino que es incluso capaz de renunciar a su propia identidad como persona.

Decía un amigo: «Conozco gente tan pobre, tan pobre que lo único que tiene es dinero». El afán de atesorar nos vacía y aísla en nuestro mundo privado, roba poco a poco la paz del corazón y nos sume en la tristeza y la soledad. Y no es que el dinero sea malo en sí mismo, sino que es, como bien dice el Apóstol, una trampa para hacerle perder al hombre el sentido de los auténticos valores como son la familia, los amigos, el descanso, etc.

Si no queremos perder el sentido de la vida y con ello la felicidad debemos aprehender a compartir, a reconocer, como dice Jesús, que hay más felicidad en dar que en recibir. No permitas que el dinero te posea… sé señor del dinero y haz buen uso de lo que Dios te ha dado.

Lc 8, 1-3

Se ha dicho que el evangelio de Lucas, mucho más que los otros, destaca a la mujer. Lucas dice: «lo acompañaban los Doce»  y añade inmediatamente  «y algunas mujeres».  Los rabinos excluían a las mujeres de su círculo inmediato.  Para la oración pública se necesitaba un mínimo de diez personas, pero éstas deberían ser varones, la mujer no contaba.

La Palabra de Dios no está encadenada; no está restringida para un grupo de personas selectas; abre sus puertas y acoge todos los corazones sedientos de verdad, ¡y qué más sensible que el corazón de una mujer!

La mujer por su misma estructura corporal está preparada para acoger la vida; para ser donación al otro; para escuchar y meditar todo lo que por ella pasa. La sensibilidad femenina cuando se entrega al amor, capta y penetra hasta lo hondo derramando su afecto en mil detalles que el varón difícilmente sabría ponerle vida.

En la conversión al evangelio ya no hay hombre o mujer, esclavo y libre, porque todos son uno en Cristo Jesús; pero resaltar el valor de la mujer en el seguimiento de Jesús es algo que a todos enriquece y a la Iglesia embellece de singular manera.

Jesús, asoció su obra redentora a María su madre, y no despreció la ayuda de otras mujeres en la extensión del Reino, pidamos por todas las mujeres que aún viven bajo el yugo de la servidumbre, para que reconocida su dignidad puedan vivir la felicidad de la Buena Nueva que Jesús nos trajo.

Jueves de la XXIV Semana Ordinaria

1Tim 4,12-16

San Pablo, convencido de que la vida cristiana es precisamente eso, un estilo de vida, exhorta a su querido amigo y compañero de evangelización a que este estilo sea evidente para todos y que éste llegue a ser un verdadero modelo para los demás.

Quizás una de las áreas de nuestra vida que a veces se descuida es nuestro modo de hablar. Pensemos cuántas veces usamos palabras o conversaciones que son impropias de un cristiano. No falta quien diga: «es que así hablan todos».

Esta lectura nos recuerda que nosotros somos diferentes hasta en nuestro modo de hablar, ya que éste siempre debe ser edificante. Jesús les dijo en alguna ocasión a sus Discípulos: «La boca está llena de lo que abunda el
corazón». Tengamos pues cuidado y vayamos purificando nuestro lenguaje y que nuestras conversaciones manifiesten nuestra vida interior como auténticos seguidores del Maestro.

Lucas 7, 36-50

Cada hombre vale lo que puede valer su amor. El amor, lo dijo alguien hace muchos siglos, no tiene precio. Se atribuye al rey Salomón esta frase: “Si alguien quisiese comprar todo el amor con todas sus riquezas se haría el más despreciable entre los hombres”. Un empresario multimillonario puede comprar las acciones de muchas empresas más débiles que la suya, pero no puede lograr, con todos sus miles de millones de dólares, comprar la sonrisa amorosa de su esposa o de sus hijos. Y si el amor es algo inapreciable, si vale más que todos los diamantes de Sudáfrica, vale mucho más la persona, cada hombre o mujer, capaces de amar.

Por eso podemos decir que cuesta mucho, muchísimo, casi una cifra infinita de dólares, cada ser humano. Mejor aún: tiene un precio que sólo se puede comprender cuando entramos en la lógica del “banco del amor”, cuando aprendemos a mirar a los demás con los ojos de quien descubre que todos nacemos y vivimos si nos sostiene el amor de los otros, y que nuestra vida es imposible el día en que nos dejen de amar y en el que nos olvidemos de amar.

¿Quieres saber cuánto vales? No cuentes lo que tienes. Mira solamente si te aman y si amas, como esta mujer pecadora que amaba a Cristo y Cristo la amaba porque sabía que le daba no sólo un valioso perfume sobre sus pies, sino un valioso amor que vale más que todas las riquezas del fariseo. El fariseo dejaba de lado a todos aquellos que él consideraba pecadores pero no sabía que en el corazón de Cristo no hay apartados. Él ama a todos los hombres y espera ser correspondido por cada uno de ellos. De igual forma en nuestra vida, amemos a los hombres sin considerar su fealdad o belleza, su condición social o sus defectos.

Miércoles de la XXIV Semana Ordinaria

1Tim 3,14-16

Se discute mucho actualmente la importancia y validez de la Iglesia no solo como cuerpo de Cristo, sino como estructura humana. Ya desde la antigüedad muchos han fracasado en su vida espiritual y han llevado a muchos hermanos al error por separarse de la Iglesia.

San Pablo sabe bien que la Iglesia no es algo etéreo, de carácter únicamente espiritual sino que es ésta precisamente «la columna y fuente de la verdad».

San Agustín, que vivió en el período en que todavía circulaban muchos textos relacionados con la Sagrada Escritura, pero que no eran los textos aprobados como «Palabra de Dios» declaró solemnemente: «Yo creo en la Sagrada Escritura porque es la Iglesia la que me asegura que es Palabra de Dios».

Dios ha querido confiar el depósito de la fe y de la revelación a la Iglesia, para que todo el que se acerque a ella, beba siempre de la fuente de agua pura, no adulterada. No nos dejemos llevar por el camino fácil de la duda y de los que nos proponen una vida más cómoda al margen de la escritura y de la sana interpretación dada por el magisterio de la Iglesia.

Lucas 7, 31-35

Las sectas se aprovechan de la indecisión de muchos cristianos para derrumbarles su fe y para incorporarlos en sus organizaciones. Por eso hemos de estar vigilantes, afianzando cada vez más los principios de nuestra fe católica.

Jesús compara a los indecisos con unos chiquillos que han perdido la capacidad de reaccionar ante las invitaciones de sus amigos, pues ni bailan ni lloran. Es como cuando vemos el noticiero y, después de una noticia trágica, pasamos a la información deportiva como si nada. Nos conmovimos unos segundos y luego nos olvidamos.

Lo mismo sucede cuando entramos en una iglesia y vemos un crucifijo. Ya no nos llama la atención. ¿Y si viéramos a un hermano nuestro retorciéndose de dolor, colgado en el madero por cuatro terribles clavos? ¿No haríamos todo lo posible por bajarle de ahí?

Cristo espera que nuestro corazón vuelva a palpitar y reaccione ante nuestra realidad y la del mundo. Si nuestra fe está marchita, es hora de que rejuvenezca. Si Jesús sigue clavado en la cruz por nosotros, es tiempo de aprovechar la redención.

Porque si no abrimos los ojos, vendrá alguien a tocar a nuestra puerta y nos arrebatará lo más valioso que tenemos, sin darnos cuenta.

Martes de la XXIV Semana Ordinaria

1 Tim 3, 1-13

En este pasaje, San Pablo nos presenta las cualidades que deben de tener
aquellos que aspiran a tener una responsabilidad importante en el gobierno de la Iglesia. Notamos que nos habla de las dos primeras instancias que fueron el Episcopado y el diaconado.

La Iglesia siguiendo la palabra de Dios ha buscado a lo largo de los siglos que quienes aspiran a estos ministerios de servicio se configuren a este perfil. Seguramente nos preguntamos, ¿Por qué san Pablo habla de personas casadas, mientras que en nuestras comunidades tanto el diácono como el sacerdote son célibes?

Esto obedece a una situación particular de la Iglesia Latina, la cual ha considerado que este estado de vida es necesario para la extensión del Reino pues le da plena libertad a los consagrados. Sin embargo la Iglesia Católica Oriental, continua ordenando sacerdotes y diáconos casados, los cuales deberán cumplir también con lo que hoy propone san Pablo como el modelo de los servidores de la Iglesia.

Lc 7,11-17

Una de las características del evangelio de San Lucas es el hecho de que nos presenta la gran misericordia de Jesús para con todos, especialmente para con los que sufren, por ello es llamado el «evangelio de la misericordia».

Para Jesús todo sufrimiento era su sufrimiento, lo cual es evidente cuando leemos como al ver a la pobre madre que ha perdido al único hijo, se conmueve y se lo regresa vivo.

Es pues necesario pedirle al Señor que nos enseñe a «sentir» con el otro, que abra nuestros ojos y nuestro corazón a las necesidades de aquellos que conviven diariamente con nosotros, de manera fundamental, a las necesidades de nuestra propia familia, la cual por el hecho de vivir con nosotros, pasa muchas veces desapercibida y no somos capaces de participar de los sufrimientos y alegrías de nuestros seres queridos.

No sabemos cuándo nosotros necesitaremos también de la misericordia de los demás. Por eso, seamos misericordiosos, para que la Bienaventuranza se realice en nosotros y podamos ser sujetos de la misericordia de Dios.

Lunes de la XXIV Semana Ordinaria

1 Tim 2, 1-8

Acabamos de leer en la primera lectura, de la Carta de San Pablo a Timoteo: “Ruego (…) que se hagan súplicas, oraciones, peticiones, acciones de gracias, por toda la humanidad, por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos llevar un vida tranquila y sosegada, con toda piedad y respeto”.

Pablo subraya cuál debe ser el ambiente de una persona creyente: la oración. Aquí tenemos la oración de intercesión: que todos recen por todos, para que podamos llevar una vida tranquila, digna y dedicada a Dios. Apela a la oración para que todo eso sea posible.

Y hay un aspecto en el que quisiera detenerme: por todos los hombres –dice, y luego añade– por los reyes y por todos los que están en el poder. Se trata de la oración por los gobernantes, por los políticos, por las personas responsables de sacar adelante una institución política, un país, una provincia. Estos suelen recibir agasajos de los partidarios e insultos de los contrarios. Hay políticos –y también curas y obispos– que son insultados –alguno se lo merece–, pero ya es como una costumbre, que acaba en un rosario de insultos, palabrotas y descalificaciones. Sin embargo, quien está en el gobierno tiene la responsabilidad de conducir el país, ¿y nosotros lo dejamos solo, sin pedir que Dios lo bendiga?

Estoy seguro de que no se reza por los gobernantes, es más, parece como si la oración por los gobernantes sea insultarlos. ¡Y así van nuestras relaciones con quien está al poder! Y San Pablo es claro al pedir que se rece por cada uno de ellos, para que puedan llevar una vida calmada, tranquila, digna en su pueblo. A veces hay crisis de gobierno. ¿Quién de nosotros ha rezado por los gobernantes? ¿Quién ha rezado por los parlamentarios, para que puedan ponerse de acuerdo y saquen adelante la patria? Parece que el espíritu patriótico no llega a la oración; sí a las descalificaciones, al odio, a las peleas, y así acaba. “Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, alzando unas manos limpias, sin ira ni divisiones”.

Hay que discutir, y esa es la función de un parlamento, se debe discutir, pero no aniquilar al otro; es más, se debe rezar por el otro, por el que tiene una opinión diversa a la mía.

Ante quien piensa que ese político es muy comunista o un corrupto, no se trata de discutir de política sino de rezar. Y luego está quien afirma que la política es sucia, cuando Pablo VI consideraba que era la forma más alta de la caridad. Puede ser sucia, como puede ser sucia cualquier profesión.

Somos nosotros los que la manchamos pero no es la cosa en sí la que es sucia. Creo que debemos convertirnos y rezar por los políticos de todos los colores, ¡por todos! Rezar por los gobernantes. Es eso lo que Pablo nos pide.

Mientras escuchaba la Palabra de Dios me ha venido a la cabeza ese hecho tan bonito del Evangelio, el gobernante que reza por uno de los suyos, ese centurión que ruega por uno de los suyos. También los gobernantes deben rezar por su pueblo y este reza por un siervo, quizá un criado: “Pero no, es mi siervo, yo soy responsable de él”. Los gobernantes son responsables de la vida de un país. Es bonito pensar que si el pueblo reza por los gobernantes, los gobernantes serán capaces también de rezar por el pueblo, precisamente como este centurión que pide por su siervo.

Lc 7, 1-10

El texto se sitúa en la actividad de Jesús en Galilea, en concreto en Cafarnaúm. Hasta ahora, el autor ha presentado a Jesús como profeta, en adelante lo mostrará como salvador a través de una serie de signos, entre los que se encuentra la curación del criado del centurión (7,1-10).

Este oficial del ejército romano tiene un siervo gravemente enfermo y al oír hablar de Jesús, envía un grupo de ancianos de la comunidad judía, para que le pidan la curación de su siervo. Los enviados se convierten en buenos mediadores de la petición del centurión, acreditando ante el Maestro de Nazaret los favores que este pagano ha hecho por el pueblo, especialmente la construcción de la sinagoga.

El Señor se pone en camino, pero el centurión, cayendo en la cuenta de que Jesús al entrar en casa de un pagano quedaría impuro, envía a otro grupo de amigos encargados de expresar su petición reconsiderada. Bastará con que Jesús dé la orden con su palabra para que su siervo quede sanado, pues él como militar conoce el dinamismo de la palabra ordenada a los que están a su cargo. Considera que el poder (exousía) que tiene Jesús sobre la enfermedad puede hacerlo actuar desde cualquier parte, sin que sea necesario ni el contacto físico ni la cercanía; su palabra, por sí misma, es generadora de salud, de salvación.

Jesús, al oírlo, queda admirado ante la mayor confesión de fe que ha escuchado y declara que la fe de este pagano es mayor que la de cualquier israelita. Las palabras del centurión muy pronto pasarán a ser confesión de fe de toda la comunidad cristiana y así han llegado hasta nosotros haciéndolas propias en cada Eucaristía: “Señor, no soy digno/a de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastara para sanarme”. Cuando yo las pronuncio cada domingo, ¿me creo que la Palabra de Jesús es para mí generadora de vida, de salud, de salvación?

DULCE NOMBRE DE MARIA

1Tim 1, 1-2. 12-14

En este inicio de la carta de Pablo a su querido amigo y compañero de evangelización, Pablo reconoce que no es por sus méritos el que Dios lo haya escogido, sino por la gran misericordia de Dios.

Este aspecto de la vida apostólica es muy importante, ya que algunos hermanos no toman parte activa en la evangelización o en el trabajo pastoral de sus parroquias por el hecho de no sentirse dignos o capacitados para hacerlo.

Debemos recordar que esto es una gracia y que a Dios no le importa lo que hayamos sido antes de nuestro encuentro con Jesús.

Dios sabe que si no lo conocemos, difícilmente podremos amarlo y servirlo.

Pero una vez que lo hemos conocido, y que estamos buscando con todo nuestro corazón el amarlo, Dios nos da todas sus gracias y su amor para poder ayudarle en la construcción del Reino.

Seamos disponibles y abrámonos a la infinita misericordia de Dios.

Lc 6, 39-42

Hoy tenemos una doble enseñanza.

La primera estaría referida a descubrir nuestros propios errores.

Somos humanos y como tales tenemos fallas, debilidades. Es pues necesario descubrirlas. Pero ¿cómo podremos descubrirlas si no nos ayudan? O ¿cómo podremos superarlas sin la ayuda de los demás?

He aquí la segunda enseñanza: No es fácil ayudar al hermano a salir adelante de sus debilidades. Requiere, como cuando hay que sacar una paja del ojo, mucho cuidado, mucho cariño, mucho amor y atención.

De esta manera se completa la enseñanza: Somos débiles y estamos llenos de imperfecciones, no debemos cerrarnos a esto; pero al mismo tiempo debemos, por un lado permitir al hermano que nos ayude a superarlos, y por otro, ayudar con ternura a los demás a superar sus imperfecciones.

¿Serías capa de hacer esto en tu propia vida?

Jueves de la XXIII Semana Ordinaria

Col 3, 12-17

En este pasaje encontramos una serie de consejos que san Pablo da a la comunidad con el fin de que su cristianismo sea verdaderamente una vida de amor, no solo con Dios sino con cada uno de los hermanos.

Centremos hoy nuestra atención en el saber soportarnos. San Pablo un hombre enraizado profundamente en el Espíritu, es un gran conocedor de la naturaleza humana y sabe que nuestros caracteres, nuestros gustos, etc., pueden no solo ser diferentes a los de los demás hermanos, sino incluso contrarios.

Nos damos cuenta que en nuestras comunidades, sea en la escuela, en el trabajo o en nuestros propios barrios, nos relacionamos con personas, las cuales por su manera de ser o de pensar, a pesar de ser buenos cristianos, nos es difícil el convivir con ellos. Por ello Pablo invita a la comunidad a saber «soportarlos» o tolerarlos, sabiendo que en esto se desarrolla el verdadero amor de Dios que nos ama a todos de la manera como somos.

No es una virtud fácil de adquirir, sin embargo nuestro esfuerzo cotidiano, y la gracia de Dios siempre rinden frutos.

Hagamos de nuestras comunidades verdaderas extensiones del Reino de los cielos poniendo nuestro granito de arena.

Lc 6, 27-38

El cristiano es en definitiva una persona distinta a las demás.

Sus criterios no van muy de acuerdo con los del mudo pues ha adoptado la «ilógica» manera de pensar de su maestro.

Lo más extraño de todo es que a pesar de lo ilógica que parece la enseñanza de Jesús es la única que nos garantiza la verdadera felicidad. Y es que quien sigue de cerca a Jesús, aprende a dar y no solo a recibir, a perdonar, a pesar de ser el ofendido, a amar cuando solo se recibe ingratitud…

Y es curioso, pero quien obra así experimenta una gran alegría y sobre todo una profunda paz, sin embargo, todo esto solo pude ser conocido y vivido desde adentro. Es decir, es necesario, por un lado buscar el vivir de acuerdo al evangelio, pero por otro y quizás más importante, permitirle al Espíritu Santo conducir nuestra vida.

Seamos hombres y mujeres diferentes, auténticos seguidores del Maestro, y mostrémosle al mundo que en la «ilógica» del evangelio está la felicidad.

Miércoles de la XXIII Semana Ordinaria

Col 3, 1-11

Comienza aquí la segunda parte de la carta a los Colosenses.

La resurrección de Jesucristo debe ser para nosotros una regla de vida.  Unidos por la fe a Cristo, quien ya está a la derecha de Dios, nuestra vida ha sido transformada; no en lo que se refiere a sus aspectos físicos, sino en lo que se refiere a sus tensiones morales: tenemos que buscar las cosas del cielo.

La participación en la muerte de Cristo nos da la posibilidad de una vida nueva.  Pero esta vida no es una posesión plena y verificable ya desde este mundo; se manifestará plenamente sólo cuando Cristo retorne en su gloria.

Y para que esta vida nueva se vaya afianzando en nosotros, la muerte con Cristo, realizada místicamente en el bautismo, se debe ir también realizando cada vez más en nuestra existencia concreta.

Lc 6, 20-26

San Lucas resume en este apartado de su evangelio el sermón de las bienaventuranzas.

Es importante darnos cuenta que los criterios de Jesús son diametralmente opuestos a los que ordinariamente tiene el mudo.

No podemos engañarnos acerca de la fuente de la felicidad.  Por eso san Pablo declara que hemos de poner el corazón en los bienes de un Reino superior, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre.  Jesús vivió una vida humana de acuerdo con un conjunto de valores muy diferentes de los de la sociedad.  Como consecuencia, fue levantado hasta el cielo, a la derecha del Padre.

Solo por poner un ejemplo. El hombre de hoy quiere estar siempre satisfecho, pasársela bien, y piensa que en esto está su felicidad. La experiencia nos dice que esta «saciedad» nuca se da, incluso, que en la medida que más «tiene», que mejor se la pasa, cada vez se siente más vacío.

Conocí a un hombre tan miserable, pero tan miserable, que lo único que tenía era dinero. Solo cuando el hombre tiene hambre de lo infinito, es cuando puede ser verdaderamente saciado.

Revisemos hoy nuestros valores. ¿En cuál de las categorías que nos propone Jesús estamos?

Martes de la XXIII Semana Ordinaria

Col 2, 6-15

De nuevo san Pablo nos recuerda que el cristianismo, dado que está basado en una elección y decisión personal (¡Quiero ser Cristiano!), esta decisión se debe transformar en un estilo de vida.

En otras palabras, ser cristiano, implica vivir de acuerdo al evangelio. Esto, humanamente no es posible, pues nuestra debilidad no permite que muchos de los elementos de la vida cristiana se desarrollen (por ejemplo el perdón, la renuncia, la caridad, etc.). Por ello, es necesario continuamente abrirse a la gracia de Dios y reafirmar nuestra opción por Cristo y por su evangelio.

Dios no niega sus gracias a quien se las pide y sobre todo cuando éstas son el fundamento para que el hombre construya su felicidad y tenga paz en el corazón.

Pide insistentemente esta gracia y pon todo lo que está de tu parte, tanto para que ésta se desarrolle en ti, como para hacer vida el mensaje de Jesús en todas las áreas de tu vida.

Lc 6, 12-19

Los evangelios, en particular el de hoy, nos muestran cómo siempre que Jesús debía tomar una decisión importante pasaba toda la noche en oración.

Es común oír: «No tengo tiempo para orar». Esto generalmente es verdad, pues el tiempo para orar debemos «crearlo». Esto implica renunciar a nuestro tiempo de diversión, a la televisión, inclusive, como Jesús, al descanso nocturno.

Solamente el cristiano que ora todos los días verá cambios en su vida, pues la oración es el elemento que permite que la gracia de Dios se convierta en vida.

Es también común escuchar: «Dios siempre está conmigo y por eso yo hago mi oración mientras voy manejando al trabajo o a la escuela». Esto es verdad también, Dios siempre está con nosotros, pues Dios siempre tiene tiempo para nosotros, la pregunta sería si nosotros, como Jesús, también tenemos tiempo para Dios.

Si bien es cierto que todo momento es un buen momento para orar, es necesario dedicar un tiempo exclusivo para Dios, para estar con Él, para que todos nuestros sentidos se centren y concentren en Él.

Date tiempo para orar… solo así tendrás suficiente luz para dirigir las decisiones de tu vida.