LA NATIVIDAD DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

Mt 1, 1-16. 18-23
Hoy conmemoramos el nacimiento de una niña judía, María, que fue elegida por Dios para ser la Madre de Jesús.

Algunas personas se sorprenden de lo poco que nos cuentan los evangelios de María. Todos desearíamos saber más de ella, conocer más detalles de cómo fue su vida, cómo vivió la presencia de Jesús. Muchas de las historias que se cuentan de ella, tienen su origen en evangelios apócrifos, no aprobados por la Iglesia como revelados. Lo que nos manifiestan los evangelios canónicos, nos muestran de María que es una presencia discreta. Esa cierta penumbra de su presencia, está justificada porque los evangelistas tienen como objetivo anunciar a Jesucristo, manifestar su condición de Hijo de Dios y los signos que muestran esa condición.

Lo poco que nos cuentan los evangelios es suficiente para ver determinadas actitudes que nos hablan de sensibilidad: las bodas de Caná, la visita a su prima, embarazada de seis meses. El guardar en su corazón lo que escuchaba a su Hijo, guardándolo todo en su interior, seguramente para ir descubriendo la grandeza de quien las había pronunciado y ver la realidad por los ojos de Aquel. Una mujer que sufrió al escuchar las cosas que se decían de Él. Había muchos que alababan a Jesús por el mensaje tan humano que transmitía de Dios, pero también percibía cómo los importantes del pueblo lo despreciaban y lo acechaban a ver si podían sorprenderlo en algún fallo y poder tener motivos para acusarlo ante las autoridades. Todos sabemos que, aparentemente triunfaron en su intento. Solo aparentemente. Jesús sigue vivo.

El nacimiento de María fue anuncio de que la salvación estaba cerca. Con ella se cumplían lo que de antiguo había sido anunciado por los profetas. El texto de hoy nos habla del nacimiento de Jesús, pero de trasfondo nos habla de José y María. Personas confiadas en Dios que aceptan, con sorpresa, este hecho único en la historia: recibir en el seno de su familia el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios. Tan humano como el de cualquier niño y tan trascendente y sobrenatural, como es el nacimiento del Mesías prometido.

Hoy la Iglesia, como una gran familia, se congrega para celebrar, festejar y agasajar a María. Un día propicio para dar gracias a Dios por el nacimiento de la Madre de su Hijo y, por ello, Madre nuestra.

Hoy podemos reflexionar que, lo mismo que acompañó a Jesús en su paso por la tierra, sigue acompañándonos a los seguidores de su Hijo porque es Madre de todos.

Buen día para honrar a María, homenajearla como homenajeamos a nuestra madre cuando conmemoramos su cumpleaños. Buen día para cuestionarnos qué significa María en nuestra vida. Hasta qué punto la sentimos Madre y nos sentimos acompañados siempre de su presencia.

María tiene hoy un protagonismo especial. Démoselo recordando el día en que ella vino al mundo y fue escogida por Dios para ocupar un lugar especial en la historia de la salvación.

Sábado de la XXII Semana Ordinaria

Col 1, 21-23

El pecado es el mayor mal posible, porque nos separa de Dios.  Por eso san Pablo escribe a los colosenses: «En otro tiempo ustedes estaban alejados de Dios».  Si se considera en abstracto, el pecado no parece muy malo.  Pero imaginémonos que estamos viviendo en una isla, conectada con la tierra firme por un solo puente.  Dependemos totalmente de ese puente para conseguir alimentos del continente.  Es un verdadero cordón umbilical.

Una noche, en medio de una terrible tormenta, aquel puente único queda totalmente destruido.  Despertamos, sin saber cómo hemos logrado sobrevivir a la tormenta, que duró toda la noche.  Entonces nos damos cuenta de que estamos completamente aislados de todo medio de socorro.  Sabemos que un día se construirá un nuevo puente, pero la isla es tan desolada que no hay materiales para construir un puente.  Nos invade la desesperación y no sabemos a quién acudir.  Más tarde, cuando el cielo se aclara y vuelve a brillar el sol, regresamos al extremo de la isla y nos quedamos atónitos al ver un puente.  Es un milagro que alguien haya podido construirlo en tan corto tiempo.  ¡Estamos salvados!

El pecado, como una terrible tormenta, cortó nuestro puente y lazo de unión con Dios, que es la fuente de toda vida y toda santidad.  Ningún recurso humano puede restaurar el puente.  Dios tuvo que hacerlo.  Pero lo ha construido no con madera ni con acero, sino con la carne y la sangre de su propio Hijo, nuestro Señor Jesucristo.  Por medio de su muerte, Jesús se ha convertido en el puente por el cual Dios restaura en nosotros el don de la vida eterna.  Esto es lo que quiere decir san Pablo cuando escribe: «Cristo nos ha obtenido la reconciliación».

Lc 6, 1-5

Lo que hoy escuchamos en el Evangelio lo hemos ya oído muchas veces; pero la palabra de Dios, escuchada sincera y humildemente, aunque sea muy sabida, siempre nos dirá algo nuevo y vital.

A los fariseos les parecía que los discípulos habían fallado seriamente a la ley de Dios que prohibía ejercer un oficio en sábado, el día de Yahvé.  Hoy esto nos parece ridículo, sólo se trataba de unos cuantos granos arrancados y comidos.  Pero nosotros podríamos caer también en actitudes muy similares.  Por ejemplo, antes había discusiones sobre si la gotita de agua que habíamos pasado al lavarnos la boca o que había entrado en ella cuando veníamos, bajo la lluvia, a la Iglesia; se cuestionaba si esto impedía o no la comunión, porque así se rompía el ayuno eucarístico.

Jesús da dos respuestas, una que habla de que la ley no es absoluta ni cerrada, para hacer notar que en la ley hay un espíritu y una letra; aquél no se debe dañar cambiándolo o disminuyéndolo; la letra está al servicio del espíritu.

Y, sobre todo, un segundo argumento muy importante principalmente para los primeros cristianos que habían crecido en el judaísmo: Jesús es «dueño del sábado».  Y hay una nueva ley.  Ahora está el día del Señor, el domingo y ya no el sábado, el sábado de la antigua ley.

Viernes de la XXII Semana Ordinaria

Col 1, 15-20

En este precioso himno cristológico que san Pablo recoge de la Comunidad Cristiana, nos hace entrar en sintonía con la obra redentora de Cristo.

Este himno más que estudiarlo o meditarlo es una invitación a la contemplación. Nos hace ver la profunda comprensión que Pablo y la primera comunidad cristiana tenían sobre la persona de Cristo. Por eso, este himno es una verdadera invitación a entrar en oración y pedir, como diría san Ignacio de Loyola, que Dios nos instruya internamente para conocer con el corazón, quién es Jesús.

Si hoy el mundo vive con cierta ligereza la vida cristiana, en gran parte es porque el conocimiento que tiene de Dios y de Jesús, está radicado únicamente en la mente.

Es necesario que este conocimiento se haga espiritual, pues, como decía Jesús, es del corazón de donde nacen en el hombre los malos sentimientos y las malas acciones. Pídele al Espíritu que te instruya interiormente y que puedas, como san Pablo, comprender con el corazón de qué manera Dios nos ha llevado a la plenitud en su amor.

Lc 5, 33-39

Esta parábola llena de significado nos presenta por un lado el hecho de que el cristiano, una vez que ha decidido vivir de acuerdo al evangelio no puede ya tener los mismos patrones de vida, pues en muchas ocasiones estos serán incompatibles con el mensaje de Jesús.

Por ello muchas veces hay que cambiar de ambientes, de lecturas, de conversaciones, incluso de amistades.

Por otro lado nos hace ver como el cristianismo, visto desde afuera, es decir desde el lado del mundo, de la banalidad de la vida cómoda, puede parecer no solo «extraño» sino incluso falto de vida y sabor.

No faltan los comentarios en los cuales se critica a los cristianos como personas aburridas y sin gozo (la verdad quien da esta impresión no está viviendo realmente la vida cristiana). Sin embargo, la vida cristiana es el vino añejo, nadie piensa que pueda ser bueno, pero una vez que se prueba no se quiere dejar.

Quien ha tenida la experiencia de dejarse llenar por Dios no querrá nunca más experimentar la vaciedad del mundo.

Pídele a Jesús que llene tu vida con su amor… ¡no te arrepentirás!

Jueves de la XXII Semana Ordinaria

Col 1, 9-14

Es importante la sabiduría humana, pues gracias a ella se realiza el progreso y se va haciendo más cómoda nuestra existencia, sin embargo es quizás más importante el tener sabidurías y conocimiento espiritual, pues es precisamente por medio de éste, como hoy nos lo dice san Pablo, que podemos llegar a conocer la voluntad de Dios.

Cuando la sabiduría humana no va acompañada de la sabiduría divina, la mayoría de las veces los resultados de la ciencia lejos de ayudar al hombre lo dañan.

Todas las ciencias Dios las ha puesto al servicio del hombre, por lo que la psicología, la medicina, las ciencias exactas, etc., por lo cual son buenas, pero éstas deben de ser un instrumento puesto al servicio de la voluntad de Dios.

Es necesario reconocer siempre que nosotros no somos nuestros propios árbitros y que todo obedece a un proyecto lleno del amor de Dios. Pidamos diariamente que el Señor ilumine nuestro entendimiento y nuestro corazón para que a la luz de su Espíritu podamos poner nuestro conocimiento a su servicio y así construir la sociedad del amor.

Lc 5, 1-11

Hoy se tiene la tentación de pensar que la Palabra de Dios, lo que leemos en el Evangelio o en general en la Sagrada Escritura, tiene el mismo valor que la que está escrita en cualquier otro libro.

Hoy Pedro, un experimentado pescador, se pone a escuchar lo que para un hombre de su experiencia resultaría una ilógica petición la cual proviene de un Carpintero. Sin embargo, la Escritura nos dice que antes de invitar a Pedro a pescar, Jesús había predicado a los que se reunieron en torno a la barca.

Seguramente que lo que escuchó Pedro de labios de Jesús, lo animó a intentar una acción fuera de toda lógica dentro de su oficio. El resultado: Una gran pesca. Pedro entonces, a pesar de ser un hombre experimentado reconoce que la Palabra de Jesús no es como la de cualquier hombre. Y a pesar de ser un experto en la materia se deja conducir por la palabra del Maestro.

Debemos, pues, por un lado, escuchar más seguido y con mucha atención la Palabra de Jesús que tenemos en los evangelios y por otro lado reconocer que esa palabra no es la de cualquier hombre, no es simplemente la palabra del Carpintero de Nazaret, sino que es la palabra de Dios, la cual tiene poder.

Date tiempo para leer la Sagrada Escritura y aprende a dejarte conducir por ella.

Miércoles de la XXII Semana Ordinaria

Col 1, 1-8

Dos elementos centrales e indisociables de la vida cristiana son, como lo menciona hoy san Pablo: la fe en Cristo y el amor a los hermanos. Y es que creer en Cristo significa creer que Él habita en cada uno de los bautizados, de manera que lo que hacemos por alguno de nuestros hermanos, sobre todo cuando están en necesidad, lo estamos haciendo por el mismo Jesús.

Es por ello que el cristiano no puede pasar desapercibido, su fe se hace manifiesta porque siempre está atento a las necesidades de los demás, podríamos decir que es el hombre «de la caridad», es el hombre que siempre tiene una palabra de aliento para los demás, que siempre tiene una sonrisa y que refleja en sus ojos el amor de Dios.

Una persona así no puede ser confundida, como el árbol que por sus frutos se reconoce. Es necesario que nuestra fe se haga manifiesta en nuestros centros de trabajo y de estudio, en nuestro barrio, pero sobre todo en nuestras familias.

No pierdas hoy esta oportunidad… ejercítate en la caridad.

Lc 4, 38-44

Una de las actitudes fundamentales de Jesús, y que sobre todo san Lucas no se cansa de resaltar, es la gran misericordia de Jesús que lo lleva a ser disponible para los demás.

Para Él no hay un momento determinado para sanar, para atender a los que lo buscan. Todo su tiempo le pertenece a los demás, para quienes Él ha sido enviado. Se ha hecho disponible para todos y todos han encontrado en Él alivio y consuelo.

En nuestro mundo agitado es fundamental el recobrar esta actitud de Jesús, sobre todo para los de nuestra propia casa. Es cierto que muchas veces estamos cansados, pero que importante es estar siempre disponible para los hijos, para el esposo o la esposa, para nuestros padres.

La falta de disponibilidad causa serias lesiones en la relación de la familia lo que va poco a poco provocando la indiferencia y la dispersión. Quizás valdría la pena hoy reflexionar sobre nuestra disponibilidad y pensar ¿qué tan dispuesto estoy para dar una mano (escuchar, acompañar, servir) a los que se acercan a mí, sobre todo los de mi propia familia?

Recuerda que servir es amar.

Martes de la XXII Semana Ordinaria

1 Tes 5, 1-6. 9-11

El pensamiento de la segunda venida de Cristo era más importante para los cristianos primitivos que para nosotros.  Los tesalonicenses ansiaban saber el día y la hora precisos de la venida del Señor, para estar bien preparados. 

Da la impresión de que ellos imaginaban que, si sabían la hora de la venida de Cristo, podían dedicarse a otras cosas o sencillamente desperdiciar el tiempo hasta pocos días antes de la venida del Señor.  Podemos compararlos con las personas que sabiendo que la Navidad es el 25 de diciembre, empiezan sus compras a toda carrera en el último minuto.

Pablo les enseña que sencillamente no sabemos cuándo será la segunda venida de Cristo: el objeto de esta comparación consiste en recalcar lo imprevisible, no el temor.  Cristo no vendrá a robarnos nada, sino todo lo contrario.  Y en la misma forma en que no sabemos cuándo nos asaltará el ladrón, así tampoco sabemos cuándo volverá Cristo.

En nuestros días probablemente ya no pensamos mucho sobre esta segunda venida del Señor.  La Iglesia nos enseña de modo indirecto cuál ha de ser nuestra actitud, en una oración que forma parte de todas las misas: «Líbranos, Señor, de todos los males…”

Lc 4, 31-37

Una de las estrategias más astutas del demonio, y que usa con gran habilidad sobre todo en nuestros días, es hacernos creer que no existe. Hoy se busca explicar muchos de los efectos que el demonio produce en el hombre por medio de la Psicología y otras ciencias afines.

Sin embargo el demonio es una realidad que atenta contra nuestra vida eterna y contra nuestra felicidad. El juego de la uija, la lectura de las cartas, consultar adivinos, poner nuestra confianza en el horóscopo, no son juegos; abren la puerta para que Satanás pueda operar con mayor facilidad en la vida del hombre y destruirlo.

No abramos nuestras puertas a lo que puede destruir nuestra felicidad en esta vida y en la otra. Dirige tu vida a Dios y el te dará la felicidad que estas buscando.

Solo Él tiene la Vida. Ora, lee la Sagrada Escritura, busca vivir en gracia y serás feliz.

Lunes de la XXII Semana Ordinaria

1 Tes 4, 13-17

Los tesalonicenses estaban agobiados de tristeza por la muerte de un buen número de hermanos cristianos.  No se trataba de la tristeza natural causada por la muerte de las personas amadas: era una pena profunda por la posibilidad de que aquellos difuntos quedaran privados de la gloria de Cristo en su segunda venida.  Sería un dolor parecido al que sienten por los muertos en campaña los que han combatido juntos, porque aquellos no llegan a ver la victoria.

San Pablo les escribe, entonces, a los tesalonicenses para aclararles el asunto y ayudarlos a sobreponerse a su pena.  Los tesalonicenses estaban plenamente convencidos de que la segunda venida de Cristo sería un acontecimiento deslumbrante.  Pero lo que no tenían muy claro en sus pensamientos era que la salvación significaba que Cristo en persona haría resucitar los muertos a la vida.  La salvación se refiere, no solamente a la inmortalidad del alma, como pensamos a veces, sino también a la glorificación del cuerpo.  En otras palabras, la persona entera, cuerpo y alma, queda bajo la influencia salvadora de Jesús, por medio de su muerte y resurrección.  Y en la misma forma que Jesús murió y fue resucitado para gozar una plenitud de vida, así también nosotros seremos resucitados el día final.

Lc 4, 16-30

Es muy común preguntar a los niños pequeños: ¿qué quieres ser cuando seas grandes? Y para orgullo de los padres los niños responden: “quiero ser como mi papá”. Si esta misma pregunta se la hiciéramos a Cristo durante su vida oculta en Nazaret, no cabe duda que respondería que Él sería lo que su Padre ha pensado para Él desde siempre. Prueba de ello es la respuesta que dio a su madre angustiada cuando se perdió en el templo: “pero no sabíais que debo ocuparme en las cosas de mi Padre”, no debería haber motivo de preocupación por mi ausencia.

En nuestra vida como cristianos todos tenemos una misión muy concreta que realizar. Cristo desenrolló las escrituras (porque estaban en forma de pergaminos) y encontró justamente aquello que Dios Padre deseaba de Él. “Anunciar la Buena Nueva, proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”. Todo esto lo cumplió Jesús a lo largo de su vida terrena y aunque algunos se empeñaban en no abrir su corazón a las enseñanzas de Cristo, como es el caso de los escribas y fariseos. A pesar de su obstinada actitud Cristo no desmayó en su esfuerzo por predicarles la ley del amor.

Por ello de la misma forma que Cristo predicaba las enseñanzas de su Padre nosotros también atrevámonos a predicar el evangelio sin temor ni vergüenza. Antes bien pidámosle confianza y valor para que nos haga auténticos defensores de nuestra fe.

Sábado de la XXI Semana Ordinaria

1Tes 4, 9-11

Uno de los motivos por los cuales san Pablo escribió a los tesalonicenses fue porque ellos se habían formado una idea falsa de la segunda venida de Jesucristo.  Pensaban, en efecto, que como Jesús volvería muy pronto para conducirlos a su gloria, ya no era necesario trabajar.

No está por demás -al contrario- que aunque no sepamos exactamente la fecha de la venida de nuestro Señor, la esperemos con anhelo.  Más aún, debemos «esperar con alegre esperanza» esta venida de nuestro Salvador.  Y lo que importa es el significado de esta «alegre esperanza».

Pensemos en unas vacaciones o un viaje, que siempre hemos querido hacer hacia una región turística.  No es muy lógico que nos quedemos sentados durante meses y meses esperando el momento de la partida.  Hay que seguir viviendo la vida diaria y, además, hay que hacer las reservaciones correspondientes, se consulta a un agente de viajes y se consiguen folletos ilustrativos.  La expectación comprendida en la planeación es ya algo placentero.  Y pensar en el viaje futuro nos hace más agradable el presente.

Nuestra vida es un viaje para encontrar al Señor, que viene.  Jesús nos dice que hemos de prepararnos.

Mt 25, 14-30

La parábola que nos relata el Evangelio insiste en que utilicemos bien los talentos que tenemos, por la principal razón de que los talentos los hemos recibido gratuitamente del Señor.

Conviene advertir que el hombre de la parábola llamó a sus servidores de confianza y les entregó la riqueza de él: no era un pago, sino un regalo.  Cuando olvidamos quién nos ha hecho un regalo, estamos cometiendo un error gravísimo.  La humanidad no tiene nada de qué presumir ante Dios.

De todo lo dicho se deduce que ningún cristiano, sea cual fuere su condición, debe tener complejo de inferioridad, porque Dios nos ha dado el mayor don posible: nos ha dado la vida en Cristo Jesús y lo ha hecho nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santificación y nuestra redención.

Por eso, a los ojos de Dios todos somos “personas muy importantes”

MARTIRIO DE SAN JUAN BAUTISTA

Mc 6, 17-29

Siempre es impresionante la figura y la misión de Juan el Bautista.  Es el último de los profetas, es una voz en el desierto, pero también es quien manifiesta y señala abiertamente a Jesús.

Se podría uno preguntar si Juan se puede considerar un mártir de Cristo, ya que parece más bien que murió por los temores y las pasiones de un hombre poderoso, sujeto a los caprichos de una mujer.  Pero precisamente es lo grande el martirio: ser fiel a la verdad, aún en las cosas pequeñas.

A veces estamos esperando dar testimonio en los grandes acontecimientos, pero nos despreocupamos en las situaciones injustas que a diario se suceden en nuestro entorno.  Quisiéramos ir y defender en otros lados y toleramos las mentiras y corrupciones que afectan a nuestros trabajos, nuestras relaciones y nuestras familias.

Vivir con coherencia y honestidad, siempre acarreará enemistad de los poderoso que ven amenazados sus intereses, pero también se requiere la audacia y la honestidad en los pequeños acontecimientos de cada día.

Es triste comprobar como la corrupción se ha ido adueñando de muchos espacios y se le considera hasta normal en algunas circunstancias.

Para Juan el Bautista, él que había dicho que se enderezarán los caminos del Señor, él que pedía que se hicieran rectas sus sendas, es importante no callarse ahora por miedo a la cárcel o la muerte.  Sigue señalando lo que está mal aunque en ello encuentre su condenación.

Contemplemos los personajes que hoy nos ofrece san Marcos, miremos sus caracteres, sus intereses y después contemplémonos a nosotros mismos.  Quizás descubramos en estas imágenes rasgos propios de nuestra personalidad: la timidez para enfrentar las circunstancias; la maldad que sacrifica personas a los intereses personales; la valentía de Juan para manifestar siempre la verdad, y así Juan termina su vida bajo la autoridad de un rey mediocre, borracho y corrupto, por el capricho de una bailarina y el odio vengativo de una adúltera. Así termina el Grande, el hombre más grande nacido de mujer

Que hoy el ejemplo del Juan el Bautista nos lleve a un amor auténtico a la verdad y a una proclamación constante de la Buena Nueva.

Jueves de la XXI Semana Ordinaria

1 Tes 3, 7-13

Es tanta la alegría del apóstol al saber que a pesar del poco tiempo que estuvo con ellos, la fe en la comunidad no sólo se ha mantenido sino que ha crecido, que inspira al apóstol a hacer una pequeña pero bellísima oración. Y es que no hay premio y satisfacción más grande para quien anuncia la Buena Noticia de Cristo que el ver que ésta da fruto.

Es como el sembrador, que al ver que todo su esfuerzo rinde fruto, ya ni se acuerda de las largas horas que tuvo que pasar bajo el sol para sembrar y cultivar. Así también cuando un padre de familia ve que todo su esfuerzo, sus desvelos y problemas por educar al hijo, maduran en una vida honrada y productiva (y ni que decir cuando además es una vida santa), con cuanta alegría no se elevará una oración para agradecer al buen Dios que ha hecho, con nuestras humildes fuerzas, florecer el campo.

Todos, de una manera o de otra, disfrutamos de esta cosecha, por ello te invito hoy a elevar una oración de agradecimiento por todos aquellos a los que les has compartido el evangelio y sobre todo, por aquellos a quienes el Señor te dio el gran compromiso de educarlos y de formarlos como hijos de Dios, para que como dice el apóstol: «Dios conserve sus corazones irreprochables en la santidad».

Mt 24, 42-51

En este pasaje Jesús nos invita a la vigilancia, y sobre todo a reconocer que todo lo que tenemos, lo tenemos solo en administración, por lo que tenemos el compromiso de cuidar de sus bienes y de administrarlos correctamente.

Es importante notar en esta cita que cuando Jesús habla sobre el servidor fiel, lo pone en relación a sus hermanos; con ello nos indica que todos los que tenemos autoridad sobre otros, debemos reconocer que un día el Señor nos pedirá cuentas de ellos.

De ahí la gran responsabilidad que tienen sobre todo los padres de familia, a los que Dios les ha encomendado el cuidado de sus hijos; de los esposos a quienes les ha encomendado el cuidado de uno y otro; de la alta responsabilidad de los empresarios, patrones, supervisores, etc., quienes tendrán que responder por el bienestar (y diríamos incluso de la santidad) de sus empleados.

Si el Señor te pidiera hoy cuentas de tu administración, ¿te encontraría preparado? Te invito pues, a hacer un breve balance de cómo has administrado lo que el Señor puso a tu cuidado, sobre todo en tu trato con tus hermanos.