Jueves de la I Semana de Cuaresma

Ester 4, 17

La Cuaresma nos cuestiona acerca de nuestro crecimiento y madurez en la fe. Y es que la mayoría de nosotros decimos que somos hombres y mujeres de fe, sin embargo, solo cuando la crisis cala profundo es cuando realmente podemos saber hasta dónde ha madurado en nosotros la fe.

Nuestro texto nos muestra a una mujer cuya fe es total confianza y abandono. Es el relato de alguien que ha oído que el Dios de sus padres es un Dios poderoso que no abandona a su pueblo en situaciones difíciles. Ahora es el momento de experimentarlo, pero para ello tiene que confiar ciegamente en que solo Él la puede ayudar.

Podríamos decir que la fe es como una cuenta en el banco, de la cual podremos depender en el momento de la necesidad. Por ello, aunque que parezca que todos tus actos de piedad, tus oraciones y sacrificios, las horas ante el Santísimo, la meditación diaria de la Escritura, etc., han quedado estériles, piensa que solo has hecho una inversión que en el momento de la crisis se transformará en gracia y luz para tu vida, que te ayudarán a superar todos los obstáculos. Ponerse en las manos de Dios también es un ejercicio que requiere práctica y la Cuaresma se presenta como un espacio ideal para desarrollarla.

Mt 7, 7-12

La insistencia con la que Nuestro Señor pide que nos acerquemos a la oración para que se nos dé; que nosotros lleguemos a Él para encontrarlo, es una insistencia que requiere del corazón humano, una grandísima fortaleza interior, una gran constancia. Esa perseverancia para que pidamos y se nos dé, se ve muchas veces probada por las circunstancias, por las situaciones en las que nos encontramos.

Jesús habla de que pidan y se les dará, pero no nos dice si será pronto o tarde, cuando se nos dará. No nos dice si vamos a encontrar al primer momento en que empezamos a buscar o va a ser una búsqueda larga. No nos dice si la espera va a ser corta o se va a dilatar mucho. Simplemente nos dice que toquemos, que pidamos, que busquemos con la certeza de que vamos a recibir, vamos a encontrar y de que se nos va a abrir. Tener esta certeza, requiere en el alma una gran fortaleza interior, una gran firmeza interior. Una firmeza que Dios N. S. va probando, que poco a poco Él va viendo si es auténtica, si es verdadera.

“Si ustedes a pesar de ser malos saben dar cosas buenas a sus hijos. Con cuánta mayor razón, el Padre que está en los cielos dará cosas buenas a quiénes se las pidan”. La pregunta que tenemos que hacer es si estamos reconociendo las cosas que Dios nos da como cosas buenas; si tenemos nuestra alma dispuesta a aceptar todo lo que Dios pone en nuestra vida como buenas o por el contrario, somos nosotros los que discernimos si esto es bueno o esto es malo, no desprendiendo de Dios, sino dependiendo de nosotros mismos: de cómo nosotros lo recibimos; de cómo a nosotros nos afecta.

Jueves de la I Semana de Cuaresma

Mt 7, 7-12

Jesús nos pide a sus seguidores que conjuguemos estos tres verbos: “pedid, buscad y llamad”. Somos fuertes y débiles a la vez. La tentación de desviarnos del camino que Jesús nos indica está siempre ahí. Por eso, hemos de pedirle que no nos deje caer en la tentación de darle la espalda y hacer lo contrario de lo que él nos indica. También tenemos que ser buscadores. Buscadores continuos de Dios, de su voluntad, lo que nos lleva a buscar y encontrar cómo quiere Dios que nos relacionemos con los demás, con el mundo, con nosotros mismos, con Él, porque ahí hallaremos la felicidad que todos deseamos. Vosotros, ante todo, “buscad el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura”. En esta misma línea, tenemos que llamar.

Acercarnos a la puerta de Jesús, que siempre la tiene entreabierta, y él nos la abrirá de par en par y nos invitará a cenar con él, ofreciendo el alimento de su amor, de su perdón, de su pan, de su vino. Tenemos que vivir uniendo estos tres verbos: “pedid, buscad y llamad”.

Jueves de la I Semana de Cuaresma

Mt 7,7-12

Jesús nos dice en forma inequívoca que Dios nos concederá cualquier cosa que le pidamos en oración, si lo hacemos con fe e insistencia.

¿Qué hace un bebé cuando necesita algo? Ya sea que tenga hambre, o sienta dolor, o necesite ser cambiado de pañal, o se siente solo, el bebé llora. Cuando los niños aprenden a hablar, los padres les enseñan a pedir en lugar de llorar cuando quieren algo. Conforme van creciendo y madurando, los jóvenes aprenden a distinguir entre lo que sus padres le darán y lo que le negarán, y piden conforme a eso.

La misma dinámica aplica a la vida espiritual. Al principio sólo sabemos clamar y llorar para que nuestras necesidades sean satisfechas o nuestros deseos sean cumplidos. Pero conforme vamos madurando espiritualmente, aprendemos a pedir según la voluntad de Dios.

Dios es sumamente generoso y está constantemente dando sin límite; pero al mismo tiempo, quiere que aprendamos a pedir, buscar y llamar a la puerta. Porque sabe que en el proceso de pedir con persistencia y confianza, aprendemos a derribar las barreras de la incredulidad, la desconfianza y el desánimo.

Si perseveramos, Dios contestará todas nuestras peticiones, con respuestas que a veces son sutiles o que se van revelando a través del tiempo; o bien, pueden ser inesperadas y presentarse de repente. Pero de cualquier manera que lleguen las respuestas, hemos de tener la seguridad de que podemos presentarle nuestras necesidades al Señor y él nos responderá como un Padre que nos ama; es decir, dándonos aquello que realmente nos ayude a crecer más espiritualmente.

Jueves de la I Semana de Cuaresma

Mt 7, 7-12

Al leer el pasaje de este día recuerdo experimentos que se han hecho con llamadas telefónicas. Primeramente a personas desconocidas se les habla amablemente y por lo general se recibe una respuesta amable; y cuando se les habla en forma agresiva, se obtiene por lo general también, una respuesta agresiva. Lo que damos eso recibimos.

Hay quienes reniegan de Dios y miran su vida como un castigo, y por su misma actitud van sembrando nuevas piedras para el camino. Hay quien agradece a Dios, aun en medio de la dificultad, y va obteniendo nuevas gracias para continuar su camino.

La primera lectura nos recuerda el pasaje de Ester que mientras su pueblo renegaba y desfallecía porque estaba a punto de ser exterminado, ella pone toda su confianza en el Señor: “Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, ¡Bendito seas! Protégeme, porque estoy sola y no tengo más defensor que tú, Señor, y voy a jugarme la vida”. Una oración que confía en la bondad del Señor y que al mismo tiempo compromete en la lucha por la salvación de su pueblo. Más que renegar y maldecir, se pone en manos del único que puede ayudarla.

Algo parecido dice Jesús a sus discípulos en el pasaje del evangelio: “El que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que toca, se le abre”. Con la misma tónica en que hacemos nuestra oración, encontraremos la respuesta. Si nos ponemos confiados en las manos de Dios, encontraremos paz en nuestro corazón. Si lo olvidamos nos sentiremos solos. Si somos agresivos, se torna a nosotros la agresión. Como quien escupe al cielo, se llena la cara con su propio salivazo.

Cristo nos dice que hagamos nuestra oración con mayor seguridad de la que puede tener un hijo en la respuesta de su padre, porque Dios Padre sólo dará cosas buenas a sus hijos.

Que este día, en medio de nuestras luchas y batallas, podamos encontrar también nosotros sólo en Dios nuestro refugio y nuestra protección. Juntamente con Ester digamos a nuestro Padre: “Ayúdame, Señor, pues estoy desamparado… Con tu poder líbranos de nuestros enemigos. Convierte nuestro llanto en alegría y haz que nuestros sufrimientos nos obtengan vida”.