Jueves de la II Semana del Tiempo Ordinario

Mc 3, 7-12

El pasaje que nos presenta hoy san Marcos nos dice que: «Una multitud lo seguía». Y nos aclara que lo seguían «porque había sanado a muchos» por lo que todos querían tocarlo.

Sin embargo, ¿cuántos de esta multitud estaban dispuestos a vivir de acuerdo con la enseñanza del Maestro, a vivir de acuerdo con el Evangelio?

Al proclamar el evangelio de hoy no puedo dejar de pensar en una pregunta ¿Por qué los jóvenes no siguen a Jesús? Y hay que hacerse otra pregunta ¿es culpa de los jóvenes o es culpa de los adultos el que los jóvenes no sigan a Jesús? O ¿ya Jesús no responde a las inquietudes de hoy?

Mientras en el Evangelio se manifiestan las multitudes con deseos de encontrar a Jesús, vemos ahora a los jóvenes que no quieren oír hablar de valores, de religión ni tampoco de Jesús.  ¿Les ha fallado Jesús?  Creo que no.  Jesús tendría ahora respuestas muy válidas para las profundas inquietudes de los jóvenes.  Pero me parece que estamos equivocando el camino en la educación de los jóvenes.

Los niños y los jóvenes de ahora han vivido ya sumergidos en un mundo de tecnología, de imágenes, de cambios y se han acomodado ya a este estilo de vida, a tal grado que parecen fundirse con los mismos aparatos, con el móvil, la televisión y con el internet.

Es el vertiginoso cambio de escenas, de novedades, de placeres lo que satura el ambiente de los jóvenes y que no les permite detenerse a mirar qué es lo que quieren para el futuro. A veces, muchos de ellos, te dan la impresión de que son eternos niños que no asumen sus responsabilidades y solamente quieren divertirse.

El sumario que este día nos ofrece san Marcos presenta a Jesús como la fuente oculta de la salud y como el médico de la humanidad.  Nos narra el desbordante entusiasmo con que las multitudes se aglomeran en torno a Jesús que lo obligan a subirse a la barca para desde ahí, proclamar la Palabra.

No creo que Jesús les haya fallado a aquellas personas y tampoco creo que Jesús nos falle a nosotros o le falle a nuestros jóvenes.  Más bien, me da la impresión, de que estamos tan llenos de cosas que no hemos despertado ni en ellos ni en nosotros el deseo ardiente de valores que vayan más allá.  Nos hemos saturado de menudencias y hemos atrofiado el gusto por las cosas espirituales.

No podemos estar en contra del progreso ni de los maravillosos medios de comunicación para estar en contacto unos con otros.  Lo que hay que estar en contra es de la manipulación de la conciencia, de la dependencia que crea y de la superficialidad que generan.

Como padres de familia, como educadores y como maestros tenemos el gran reto de acercar a los jóvenes a Jesús para que lo toquen, para que lo experimenten, para que se enamoren de Él ¿Podremos lograrlo?

Jueves de la II Semana del Tiempo Ordinario

Mc 3, 7-12

Al inicio de este año tendremos que descubrir cuáles son las razones que sostienen nuestra fe. Indudablemente que, como primera respuesta, diríamos que es el amor de Jesús. ¿Por qué nos ama tanto Jesús? ¿Por qué se ofrece por nosotros para lograr nuestra salvación?

La carta a los Hebreos nos muestra a Jesús que se ofrece a sí mismo en sacrificio por todos los hombres. Un sacrificio muy diferente a todos los sacrificios de la antigua alianza. Un sacrifico del Sumo Sacerdote que es santo, inocente, inmaculado y que se entrega para el perdón de los pecados de todos los hombres.

Jamás podremos imaginar siquiera el gran amor que Jesús, sacerdote, tiene por todos los hombres. Hoy te invita la palabra de Dios a contemplar a Jesús, a reconocerlo como sacerdote y víctima que lava tus pecados, que se ofrece por ti y que te eleva a la dignidad de hijo de Dios. Necesitamos hablar con Jesús y acercarnos a Él para sentir todo este amor.

El pasaje del evangelio nos presenta como en un resumen la actividad de Jesús que se dirige a todos los pueblos y que encuentra respuesta en todas las regiones vecinas. Se despierta un interés grande por conocer a este Jesús que puede liberar y salvar.

Es curioso el dato que nos presenta San Marcos al señalarnos que los espíritus inmundos gritaban que Jesús era el Hijo de Dios. Sin embargo, aunque lo conocían, no se puede decir que creían en Él. A nosotros puede pasarnos lo mismo, saber todo de Jesús, conocer su historia, admirar su vida, elogiar su doctrina, pero seguir nosotros en nuestro mismo pecado.

Hoy contemplemos a Jesús y descubrámoslo como el único y verdadero sacerdote que ofrece el sacrifico capaz de limpiar nuestros pecados y hacernos ofrenda agradable al Señor. Pero al contemplarlo hagamos nuestra oración, así como nos dice San Marcos que Jesús la hacía al ponerse en manos de su Padre y después se volvía hacia las multitudes ofreciendo curación y liberación. Y aceptemos su presencia dinámica en nuestra vida: una presencia que nos llena de amor y de fe, y que exige de nosotros una verdadera conversión.

Nuestra fe en Jesús no consistirá ya sólo en conocimientos, sino que se volverá también dinámica, creativa y muy firme.