Jueves de la IV Semana de Cuaresma

Ex 32, 7-14

De nuevo surge el tema y la importancia de la intercesión. Que habría sido del pueblo de Israel y que sería de nosotros sin personas como Moisés que incesantemente oran al Dios para que derrame su amor y su misericordia sobre nosotros, sobre todo cuando nos encontramos lejos de Él, pecar no es algo que sea extraño para ninguno de nosotros, y sabemos bien por experiencia que no siempre es fácil salir de él, que el pecado nos paraliza y nos ciego impidiéndonos regresar al amor de Dios.

Es precisamente aquí en donde nuestra oración en favor de aquellos que, sea porque no conocen aun a Dios, o porque se han alejado de Él pensando que lejos de su amor encontrarían felicidad, paz y gozo, necesitan de nuestra oración. Por ello, dentro de tu oración personal acostúmbrate, como nos lo pedía la Santísima Virgen en Fátima, a orar por la conversión de los pecadores.

Si todos hacemos esto, dado que todos somos pecadores, estaremos orando unos por otros… sin embargo no te olvides de decir: Señor, en tu infinito amor, acuérdate sobre todo de los que hoy estarán más necesitados de tu misericordia.

Jn 5, 31-47

Jesús predicó la palabra de Dios. No era su “punto de vista”, ni lo que a Él más le convenía –pues vivir pobre y ser clavado en una cruz no le gusta a nadie- sino lo que Dios mismo quería revelar a los hombres.

 Esas palabras crearon mucha confusión entre los judíos. Igual nos sucede a nosotros cuando nos preguntamos: ¿y de todas las religiones, cuál es la verdadera? Entonces, cada uno presenta a sus testigos para que demuestren quién tiene razón.

Jesús no se amparó en el testimonio de Moisés ni en el de Juan el Bautista porque, aunque eran muy fuertes, tenía otra autoridad superior a ellos: Dios Padre. Es Dios quien da testimonio de que el mensaje cristiano es el verdadero.

De nuevo Jesús toca el punto álgido de la gente religiosa: no basta conocer, hay que vivir; no basta la fe hay que actuar. Siempre que se lee la sagrada escritura debemos buscar en ella el mensaje que Dios tiene para nosotros en el «aquí y en el ahora».

Los fariseos habían leído la Escritura pero no fueron capaces de reconocer a Jesús; no lo reconocieron ni por sus palabras si por sus obras, ni por el testimonio que Juan dio de Él; no lo reconocieron en el «aquí y ahora». Al leer el Texto Sagrado debemos pensar que Dios nos habla para el momento preciso que estamos viviendo. Que la gente que nos rodea y los acontecimientos diarios son parte de esta palabra que se hace profecía y vida en nosotros.

Tener fe, es creer que la palabra leída con atención y devoción, es viva y actual, que me interpela bajo las condiciones particulares por las que paso. Al leer la Escritura debemos tener la actitud de Jesús cuando en la sinagoga, después de leer el texto sagrado, dijo: «Hoy se ha realizado esta palabra que acaban de oír». Solo inténtalo. Verás que es verdad.

Jueves de la IV Semana de Cuaresma

Ex 32, 7-14

Hace tiempo pude ver una obra musical: «El diluvio que viene».  Dios ve el mal que hay en la tierra y decide «comenzar de nuevo».  Enviará un diluvio que destruya a toda la humanidad y escoge a los habitantes de una pequeña aldea y a su párroco para que se salven en un arca y sean el comienzo de una nueva humanidad.  La experiencia del mal en nosotros mismos, en nuestro rededor, el mal social sobre todo, nos lleva a impulsos de renovación y, a veces más fácilmente que por un cambio gradual de conversión, quisiéramos un cambio radical, algo que me transforme como una vara mágica, o  destruya para dar oportunidad de que algo mejor se desarrolle.

Hoy vimos a Dios amenazante primero, pero que luego «cambia de idea» por ruegos de Moisés.

Moisés no es sino una pequeñísima manifestación de la misericordia siempre perdonadora y salvadora de Dios.

Jn 5, 31-47

La palabra clave de la lectura evangélica de hoy es: “Testimonio».  Jesús presenta sus testigos.

1.-Las Escrituras: «ellas son las que dan testimonio de mí»; «Dios, que había hablado antes por los profetas, en estos últimos tiempos nos ha hablado por su propio Hijo».

2.-Juan el Bautista, el más grande y último de los profetas: «Yo no lo conocía pero el que me mandó a bautizar con agua me dijo: sobre quien veas que viene el Espíritu Santo, ese es; yo lo vi y doy testimonio»; «ese es el que quita el pecado del mundo».

3.-Y el supremo testimonio: su Padre.  De Él viene El mismo, de Él viene su misión, su poder, la vida que quiere comunicar.

Pero está también el testimonio negativo, la acusación contra los que no aceptan esos testimonios sobre Cristo.

Recibamos el testimonio, demos nuestro testimonio.

Jueves de la IV Semana de Cuaresma

Jn 5, 31-47

¿Quién puede testificar que Jesús, es el Hijo de Dios, el Mesías, como él asegura y que, por lo tanto, su mensaje es verdadero? El evangelista Juan en este pasaje nos presenta varios testimonios a favor de Jesús. Empieza por Juan el Bautista: “Tras de mí viene uno más fuerte que yo, ante quien no soy digno de soltarle la correa de sus sandalias”. El mismo Jesús nos dice: “El testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: “las obras que el Padre me ha concedido realizar; esas obras que hago dan testimonio de mí”. También las Escrituras hablan de él y “ellas están dando testimonio de mí”. Un nuevo testimonio, quizás el más fuerte: “El Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí”. A lo largo de su vida terrena, el Padre siempre estuvo con él. En el momento de su muerte también estaba a su lado, como lo prueba que al tercer día le resucitó. El Padre Dios testifica así a favor de Jesús, su Hijo y de que su manera de vivir es la mejor manera de vivir la vida humana, que vence a la muerte y nos lleva a la resurrección de una vida de total felicidad.

A pesar de estos testimonios, en su tiempo y en nuestro tiempo, hay personas que no creen en Jesús y no siguen su mensaje de vida. En este evangelio hay una frase que Jesús pronunció seguramente con dolor: “No queréis venir a mí para tener vida”. Los misterios de nuestra libertad humana.

Jueves de la IV Semana de Cuaresma

Juan 5, 31-47

En la primera Lectura (Ex 32,7-14) está la escena del motín del pueblo. Moisés se fue al monte para recibir la Ley: Dios se la dio a él, en piedra, escrita por su dedo. Pero el pueblo se aburrió e se reunió alrededor de Aarón y dijo: “Pero este Moisés, ya hace tiempo que no sabemos dónde está, adónde ha ido y estamos sin guía. Haznos un dios que nos ayude a seguir adelante”. Y Aarón, que después será sacerdote de Dios, pero ahí fue sacerdote de la estupidez, de los ídolos, dijo: “Venga, dadme todo el oro y la plata que tengáis”, y le dieron todo e hicieron el becerro de oro.

En el Salmo (Sal 105) hemos oído el lamento de Dios: «En Horeb se hicieron un becerro, adoraron un ídolo de fundición; cambiaron su gloria por la imagen de un toro que come hierba». Y aquí, en este momento, cuando comienza la Lectura: «El Señor dijo a Moisés: “Anda, baja de la montaña, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un becerro de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman: Este es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto”». ¡Una auténtica apostasía! Del Dios vivo a la idolatría. No tuvieron paciencia de esperar que volviese Moisés: querían novedades, querían algo, un espectáculo litúrgico, lo que sea…

Sobre esto querría decir algunas cosas. En primer lugar, esa nostalgia idolátrica del pueblo: en este caso, pensaba en los ídolos de Egipto, pero la nostalgia de volver a los ídolos, volver a peor, no saber esperar al Dios vivo. Esa nostalgia es una enfermedad, también nuestra. Se empieza a caminar con el entusiasmo de ser libres, pero luego vienen las quejas: “Sí, este es un momento duro, el desierto, tengo sed, quiero agua, quiero carne…, y en Egipto comíamos cebollas, cosas buenas y aquí no hay…”. Siempre la idolatría es selectiva: te hace pensar en las cosas buenas que te da pero no te deja ver las cosas mañas. En este caso, pensaban cómo estaban a la mesa, con esas comidas tan buenas que les gustaba tanto, pero olvidaban que aquella era la mesa de la esclavitud. La idolatría es selectiva.

Además, otra cosa: la idolatría te hace perderlo todo. Aarón, para hacer el becerro, les pide: “Dadme oro y plata”: pero era el oro y la plata que el Señor les había dado, cuando les dijo: “Pedid a los egipcios oro prestado”, y luego se lo llevaron. Es un don del Señor y con el don del Señor hacen el ídolo. Y eso es feísimo. Pero este mecanismo nos pasa también a nosotros: cuando tenemos actitudes que nos llevan a la idolatría, estamos apegados a cosas que nos alejan de Dios, porque hacemos otro dios y lo hacemos con los dones que el Señor nos ha dado. Con la inteligencia, con la voluntad, con el amor, con el corazón…, son los dones propios del Señor que usamos para hacer idolatría.

Sí, alguno puede decirme: “Pero yo en casa no tengo ídolos. Tengo el crucifijo, la imagen de la Virgen, que no son ídolos…” –¡No, no: en tu corazón! Y la pregunta que hoy debemos hacernos es: ¿cuál es el ídolo que tienes en tu corazón, en mi corazón? Esa salida escondida donde me siento bien, que me aleja del Dios vivo. Y también tenemos una actitud, con la idolatría, muy astuta: sabemos esconder los ídolos, como hizo Raquel cuando huyó de su padre y los escondió en la silla del camello y entre sus vestidos. También nosotros, entre nuestros vestidos del corazón, tenemos escondidos tantos ídolos.

La pregunta que quería hacer hoy es: ¿cuál es mi ídolo? Ese ídolo de la mundanidad, y la idolatría llega incluso a la piedad, porque estos querían el becerro de oro no para hacer un circo: no. Para hacer adoración: “se postraron ante él”. La idolatría te lleva a una religiosidad equivocada, es más, tantas veces la mundanidad, que es una idolatría, te hace cambiar la celebración de un sacramento en una fiesta mundana. Un ejemplo: no sé, pienso, pensemos, no sé, imaginemos en la celebración de una boda. No sabes si es un sacramento donde de verdad los novios dan todo y se aman ante Dios y prometen ser fieles ante Dios y reciben la gracia de Dios, o si es un pase de modelos, por cómo van vestidos unos y otros… ¡La mundanidad! Es una idolatría. Es solo un ejemplo. Porque la idolatría no se detiene: va siempre adelante.

Hoy la pregunta que quería haceros a todos, a todos: ¿cuáles son mis ídolos? Cada uno tiene los suyos. ¿Cuáles son mis ídolos? ¿Dónde los escondo? Y que el Señor no nos encuentre, al final de la vida, y diga de cada uno de nosotros: “Te has pervertido. Te has alejado de la vía que yo había indicado. Te has postrado ante un ídolo”. Pidamos al Señor la gracia de conocer nuestros ídolos. Y si no podemos expulsarlos, al menos mantenerlos en un rincón.

Jueves de la IV Semana de Cuaresma

Jn 5, 31-47

Es triste la que hayamos llegado a una realidad donde la palabra ya no vale, donde se requieren papeles y testigos para demostrar la propia identidad, donde primero va la duda y la sospecha, antes que la buena intención y la benevolencia.

A Jesús le pasa lo mismo: sus opositores dudan de su autoridad y de su persona y buscan hacerlo desaparecer porque su misión no encaja en su sistema de leyes, de injusticias y de engaños. Y Jesús accede a demostrar, con testigos y con obras, que tiene toda autoridad. Alude a Juan Bautista, lámpara que ardía y brillaba, como un testigo confiable, pero para quien se niega a aceptar la verdad, el testimonio de Juan no es válido, sino que causa problemas y lo desaparecen.

¿Sucede algo parecido entre nosotros? ¿Desaparecemos o ignoramos a quien se opone a nuestros caprichos e injusticias?

 Pone también como evidencia sus propias obras, “obras son amores”, pero las obras cuando se tiene la mente obcecada no bastan. ¿Cómo llegar al corazón de quien lo ha cerrado?

No parece bastar el testimonio de un Padre Dios que se manifiesta en cada una de las acciones que realiza Jesús. No son suficientes tampoco los testimonios que en profecía y adelanto ha ofrecido Moisés. ¿Cómo dar fe a las palabras de Jesús?

También nosotros en la actualidad parecería que negamos todo el testimonio y la fuerza de la palabra de Jesús. Nos decimos los sabios para descartar la sencillez de su sabiduría; nos escudamos en los bienes materiales y nuestras posesiones, para sentir seguridad y salvación; argumentamos libertades y nuevas verdades, para desfigurar la verdad eterna y la auténtica libertad.

Es tiempo de Cuaresma. Es tiempo de despojarnos de todas nuestras prevenciones y prejuicios y abrir el corazón, la mente y los ojos para descubrir la acción de Jesús en medio de nosotros. Es el único que puede darnos libertad, pero necesitamos aceptar su mensaje.

Que no nos encerremos en leyes o pretextos para ahogar su palabra. Que no demos más crédito a nuestras ambiciones e intereses que a su Palabra.