Jueves de la IX Semana del Tiempo Ordinario

Mc 12, 28b-34

Hemos oído muchas veces este pasaje evangélico y correemos el peligro de no darle el valor que tiene. La pregunta que un letrado le hace a Jesús es la más importante de toda nuestra vida: “¿Qué mandamiento es el primero de todos?”. Que podemos traducir por cuál es la clave para conseguir la alegría de vivir, la felicidad que todos tanto deseamos. La respuesta de Jesús es clara y rotunda: el amor, dirigido en tres direcciones: a Dios, al prójimo y a uno mismo. Quien logra amar de esta manera triunfa en la vida, quien no lo consigue fracasa. Sabemos que Jesús de muchas maneras nos ha hablado del amor. Siempre tiene el amor en sus labios y en su corazón y nos lo expresa una y mil veces. Es claro que muchos en nuestra sociedad piensan que el triunfo personal viene principalmente por acumular dinero y todo lo que él pueda proporcionar.

Jesús, profundo conocedor de nuestros entresijos humanos, sabe también que el amor es la asignatura más difícil que tenemos, la que más nos cuesta aprobar y de la manera que él nos indica. Por eso, viene en nuestra ayuda, en primer lugar, dándonos ejemplo, amándonos hasta entregar su vida por nosotros y, segundo lugar, regalándonos su amor para que nosotros podamos amar con nuestras fuerzas y con el amor que él nos ofrece. “Amaos unos a otros como yo os he amado”, y así podamos decir “Ya no soy yo ama es Cristo quien ama en mí”. 

Jueves de la IX semana del Tiempo Ordinario

Mc 12, 28b-34

“Y, acercándose uno de los escribas, le preguntó: Maestro, ¿cuál es el primero de todos los mandamientos?”

Qué pregunta tan comprometedora, pero al mismo tiempo tan esencial en la vida de todo cristiano, de todo católico.

¿Qué buscaría este escriba al preguntar una cosa así? ¿Por qué lo habría hecho? Y pensando un poco lo que buscaba no era otra cosa que saber qué es lo fundamental en esta vida; es decir, lo que buscamos todos para ser felices: el AMOR.

Cristo responde con claridad a ese vacío interior que sufren las personas que no conocen y no aman a Dios. Y la respuesta compromete a toda la persona humana: “Amar a Dios con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. Allí está la clave para ser feliz, para llegar a ser santo, para ser buen cristiano. No hay otro camino: amar a Dios.

Pero no sólo se reduce a un amor meramente sentimental e ilusorio, sino que baja a lo concreto de la vida. El cómo, Cristo lo clarifica con el segundo mandamiento: “Amar al prójimo como a ti mismo”.

Qué mejor camino para amar a Dios, que amar con hechos y obras a mi prójimo, como lo demuestra la parábola del Buen Samaritano. Amar a mi prójimo es dedicarle tiempo, es asistirle en sus necesidades, es colaborar con sus ilusiones, es apoyarle en los momentos de dificultad, en definitiva es DONACIÓN. Porque no hay amor más grande y más heroico que dar la vida por el amigo. Vivir así es acercarse cada día más al Reino de los cielos.

Una de las cosas que todavía me sorprende es que cuando hacemos nuestro examen de conciencia empezamos siempre con el segundo mandamiento y pocas veces nos ponemos a reflexionar si realmente estamos cumpliendo con el primero y que está a la base de todos los demás. ¿No sé si te has puesto a pensar en cuánto amas a Dios?

La ley nos dice que se debe amar a Dios con todo el corazón, con toda
nuestra mente, con todas nuestras fuerzas, pero ¿Cómo? ¿Qué significa esto? El problema del amor, dado que es un sentimiento, siempre es el punto de referencia. El cristiano tiene como único punto de referencia a Cristo, es
decir, al amar tenemos que hacerlo de la misma manera que él lo hizo: «hasta dar la vida por el amado».

Es decir, el mandamiento expresado por la ley y por Cristo implicaría dar la vida por Dios. Sin embargo, no vayamos tan lejos, preguntemos hoy: ¿seríamos capaces de dejar de hacer algo que es pecado por amor a Dios? Si no somos capaces de dejar el pecado por amor a Dios, mucho menos lo seremos de donarle toda nuestra mente, todo nuestro corazón y todo nuestro ser para que en nuestra vida encuentre su gloria. ¿Qué tanto amas a Dios? ¡Pruébaselo!