Jueves de la V Semana Ordinaria

Gen 2, 18-25

Una de las ideas fundamentales de Dios al crear al hombre y a la mujer, es que los creó para que se «ayudarán», pues ni el uno ni el otro, por si mismos pueden alcanzar la plenitud a la que fueron llamados. Cuando ambos, el hombre y la mujer se dedican verdaderamente a buscar, cooperar y complementar a su pareja, la felicidad, la alegría y la paz llena los corazones de ambos.

El problema se presenta cuando se nos olvida que hemos sido creados para ayudarnos y que de nosotros depende gran parte de la felicidad de nuestra pareja. Cuando dejamos que el egoísmo nos domine, se empieza a pensar solo en uno mismo y que los demás deben servirnos. Recordemos que el mismo Jesús nos vino a dar ejemplo diciendo: «No he venido a que me servían sino a servir». Es vital que nuestros matrimonios comprendan que es precisamente en el dar donde se recibe y sobre todo, en donde se crece en el verdadero amor.

Mc 7, 24-30

Los judíos se consideraban hijos predilectos de Dios y pensaban que los paganos no eran más que perros. Y Jesús contestó a esta mujer afligida repitiendo el refrán despectivo de los judíos. Nos resulta extraña esta actitud del Señor. Pero probablemente Jesús quiso probar la fe de ella. Quería probar hasta dónde llegaba su fe.

Y la actitud de ella es una enseñanza enorme para nuestra poca paciencia, para nuestra escasa fe. Porque ella insistió aun cuando en apariencia era rechazada por Dios mismo, era despreciada por Dios mismo. Y ella insistió, con humildad. Ella…, no se justificó. No le dijo a Jesús: yo soy buena…, yo no hice ningún mal… Ella aceptó lo que el Señor le dijo y manifestó humildemente su “necesidad” de Dios. A pesar de su dolor…, no rechazó a Jesús, por el contrario, le volvió a pedir con humildad, exponiéndose a ser de nuevo duramente rechazada.

Y Jesús…, hizo el signo. Jesús llegó a su vida y la transformó. Curó a su hija. El Señor quedó admirado de la fe de esa mujer pagana, y no pudo resistir esa súplica humilde, respetuosa e insistente. Una vez más Jesús encontró más fe fuera de su pueblo que entre los suyos.

El diálogo de esta mujer con Jesús es una muestra de cómo debe ser nuestra oración. Esta mujer que no era judía y no había escuchado hablar del Mesías…, ni del Reino de Dios…, ni de la promesa de salvación… Ella simplemente se dirige al Señor y dialoga con Él. Y consigue la curación de su hija porque su oración es perfecta.

La mujer tiene “fe en el poder de Jesús”. Una fe que no se debilita ni siquiera con las dificultades que encuentra. La mujer es “humilde”, se reconoce pecadora y comprende que no tiene derecho a que el Señor la oiga, pero se conforma con las migajas. La mujer tiene “confianza” en la misericordia de Jesús y en que no la va a dejar irse con las manos vacías. La mujer “persevera” en su petición a pesar de que Jesús la desalienta. La mujer “pide lo que le sale del alma”. Pide por “la curación de su hija”. El Señor no puede resistir esta oración y realiza el milagro. Este evangelio tiene que llevarnos hoy a analizar cómo es nuestra oración. Qué y cómo pedimos a Dios. Esta mujer nos muestra cómo acercarnos a Jesús, con fe, con humildad, con confianza y sin exigir. Si así lo hacemos, el Espíritu entra en nuestra vida, la cura y la transforma.

Jueves de la V Semana Ordinaria

1Re 11, 4-13

Los días pasados admirábamos la cumbre del esplendor de Salomón, hoy vemos su caída.  En aquel tiempo, él tenía muchas mujeres, era un signo de riqueza y de poder más que de depravación de costumbres.  los reyes solían unirse con muchas mujeres provenientes de distintas naciones, para hacer alianzas con esos pueblos.

Lo que el autor reprocha a Salomón no es su poligamia sino su idolatría.  Sus mujeres seguían dando culto a sus ídolos originales y Salomón cedió.  Se hace especial mención de Molok, a este ídolo se le sacrificaban niños que eran quemados.

Salomón finalmente es infiel a Dios y es rechazado por Dios, como lo había sido antes Saúl.  Escuchamos la amenaza de los castigos y su atenuación: «por consideración a David, tu padre».

El reino será dividido de nuevo.

Hoy podríamos pensar en las modernas idolatrías, la adoración de la riqueza, del poder, de los placeres, el egoísmo, a cuyos ídolos se sacrifican tantos valores.  Hoy se siguen sacrificando innumerables niños y esto llega a ser defendido y legalizado (Aborto).

Mc 7, 24-30

El hecho de que el milagro se realice en territorio no judío, la región de Tiro, y en favor de una persona pagana, una fenicia, no es meramente geográfico o anecdótico.  Es signo de universalidad; Cristo salva a quien se abre a Él desde la fe.

El aparente rechazo de la mujer por parte del Señor, la comparación entre perritos e hijos, que en un aspecto podría parecer denigrante, pone más de relieve la firmeza de la fe de la mujer, por la que su hija recibe la salud.

De nuevo nos aparece la fe de una pagana contraposición al rechazo o al escepticismo de miembros del pueblo escogido, sobre todo de sus dirigentes.

Todo esto es para nosotros una nueva llamada a la fe, a la apertura sencilla y total al Señor y a los hermanos.

Jueves de la V Semana Ordinaria

Mc 7, 24-30

La verdad es que el pasaje evangélico de hoy, las palabras que Jesús dirige a la madre pagana que le pide que cure a su hija poseída por un espíritu inmundo… nos resultan duras y sorprendentes y dan pie para pensar que Jesús, en un primer momento, sólo quería predicar al pueblo judío. Pero, siguiendo adelante en esta escena, caemos en la cuenta que atedió el ruego insistente y confiado de esta madre afligida: “Anda, vete, que por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija”.

Por todo lo que sabemos de la vida de Jesús, es claro que quiso predicar su buena noticia a todos y nos pidió a sus seguidores que la divulgásemos por las cuatro esquinas del universo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”. El sublime tesoro que él nos trajo de parte de Dios no podía quedar reducido a su pueblo. Estaba destinado a toda la humanidad. El amor de Dios, la luz de Dios, el perdón de Dios, la bondad de Dios, las promesas de Dios, las curaciones de Dios, el cielo de Dios… están destinados a todos los hombres de todas las épocas.