Jueves de la VI Semana de Pascua

Hch 18, 1-8

En algunos períodos de su vida, san Pablo tuvo que trabajar con sus propias manos para ganarse el sustento. Esto hacia que, como la mayoría de nosotros, tuviera que administrar su tiempo entre el trabajo y las demás actividades.

Dado que para él su actividad principal era la predicación, utilizaba el tiempo libre en hablar de Jesús. En el mundo absorbente en el que vivimos, nosotros también debemos administrar bien nuestro tiempo y atender las obligaciones que nos vienen por ser cristianos. Entre ellas están, el dedicarle tiempo a la familia (papás, hijos, hermanos y demás parientes). Y cuando decimos dedicarle tiempo no quiere decir, simplemente sentarse a ver televisión con ellos; implica compartir nuestra vida, nuestros problemas y necesidades; es buscar en común caminos que nos lleven a amarnos más.

Esta es una de las fuentes más importantes de evangelización que podemos tener en la familia, pues al darnos tiempo de estar con ellos, no faltará la oportunidad para orar juntos y para instruirnos unos a otros en las cosas del Señor. Recuerda que hay que trabajar para vivir y no vivir para trabajar.

Jn 16, 16-20

¿Por qué sufrir si se puede evitar?

En esta escena podemos contemplar uno de los más profundos misterios de la vida de Jesús y de su forma de ser. Vemos a un Jesús que está hablando a sus discípulos. Él habla y ellos no lo entienden. Él sabe que no lo entienden. Luego les explica “sin explicarles”. Les dice también que llorarán y que luego se alegrarán. Si Dios sabe que van a estar tristes, si Jesús sabe que van a sufrir; si Jesús sabe y tiene el poder de evitarlo… ¿por qué no lo evita? ¿Acaso no los ama?

El dolor. Qué gran misterio. ¿Por qué Dios permite el dolor? Parece una locura afirmar esto pero no es verdad que el dolor sea malo. No es verdad que la tristeza sea un mal. Cristo el “todopoderoso” estuvo triste también. – “Y Jesús lloró” – Cristo sufrió moral y físicamente más que ningún otro hombre en la historia. Y lo más extraño es que pudiendo evitarlo no lo hizo. Cristo permite el dolor y también la alegría. Cristo estuvo también muchas veces alegre.

Muchas veces damos tanta importancia a estar alegres, a no estar tristes a no sufrir. Esto es dar mucha importancia a lo poco importante. ¿Cuándo dijo Cristo que lo importante era estar siempre feliz? Yo pienso que en este sentido vivimos un poco fuera de la verdadera realidad; aquella realidad que vivía Cristo y en la que viven los santos de hoy; donde lo más importante no es la alegría sino la gloria de Dios y la salvación de las almas; donde lo único a evitar no es el dolor sino el pecado y el egoísmo. Este evangelio nos enseña, entre tantas otras cosas, que estar tristes o contentos no depende de nosotros ni es lo más importante. El dolor tiene varias y muy válidas razones para existir. Hay que preguntar a Jesús. Y si Él lo considera oportuno nos lo explicará. Y si no lo considera oportuno no nos lo explicará. ¡Qué importa! Él nos ha dicho que Dios es nuestro papá y Él sabrá lo que hace. Él es Dios. Él es el importante, no nosotros. Si supiéramos lo que Dios nos tiene preparado en el paraíso…

Jueves de la VI Semana de Pascua

Hech 18, 1-8

El comienzo de la lectura del libro de los Hech lo podríamos tal vez leer solamente como una crónica: Pablo fue de tal a tal ciudad, encontró a tales personas, etc.  Pero debemos leerlo también con un sentido teológico.  Aquella frase: «el verbo se hizo carne» se prolonga, es la Palabra de Cristo, su Evangelio, su gracia, lo que se va encarnando en lugares, en hechos, en personas concretas.

Claudio había expulsado a los judíos de Roma.  Este hecho negativo va a tener una consecuencia feliz para el cristianismo.  Oímos el encuentro de Pablo con Aquila y Priscila; ellos serán colaboradores y amigos.

Dice Pablo: «salúdenme a Priscila y Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús.  Ellos expusieron su vida para salvarme.  No sólo yo debo agradecérselo, sino también todas las comunidades de la gentilidad».  Hoy diríamos que Priscila y Aquila son unos «apóstoles laicos» ejemplares e indispensables.

Pablo decide pasar a predicar a los paganos.  La Iglesia sigue creciendo.

Jn 16, 16-20

Jesús, al despedirse de sus apóstoles, hora triste de separación, los consuela presentándoles una consecuencia de su partida: el don del Espíritu Santo; Jesús lo presenta como Consolador- Testigo y Maestro.

Los discípulos se extrañan: «¿Qué quiere decir con eso de que `dentro de poco ya no me verán y dentro de otro poco me volverán a ver’?»

Más allá de la separación que representa su Pasión y Muerte y luego su Ascensión, habrá una presencia diferente y nueva de Cristo, su gracia, su doctrina, sus sacramentos, sobre todo su Eucaristía.  Será una presencia más profunda y universal.

Debemos apreciar y aprovechar todos estos modos de presencia que hacen a la Iglesia.  De estas presencias nos alegramos, aunque esto no impide que tendamos hacia la presencia definitiva y ya sin necesidad de signos.

«Ven Señor Jesús» será el grito de la Iglesia en todo su peregrinar hacia el encuentro definitivo con su Señor.

Vivamos estas realidades en nuestra Eucaristía de hoy.

Jueves de la VI Semana de Pascua

Jn 16, 16-20

Es cierto que a veces Jesús se dirigía a sus apósteles con frases enigmáticas que no entendían: “Dentro de un poco, ya no me veréis; dentro de otro poco, me veréis. Porque voy al Padre”. Son palabras dichas por Jesús antes de su muerte y su resurrección que aclaran su sentido. Por eso nosotros, los cristianos del siglo XXI, que escuchamos sus palabras después de estos especiales acontecimientos, estamos en mejores condiciones de entender lo que Jesús quería decir con esas palabras. Durante un cierto tiempo, “dentro de poco”, del viernes santo al domingo de resurrección, sus apóstoles no iban a poder gozar de la presencia de Jesús, y la tristeza se iba a apoderar de ellos: “vosotros estaréis tristes”. Pero a partir de su resurrección, “dentro de otro poco”, le iban a volver a ver y la alegría iba a inundar su corazón, “vuestra tristeza se convertirá en alegría”…

Desde nuestra situación, desde que Cristo salió a nuestro encuentro y nos pidió que le siguiéramos, nunca ha dejado de acompañarnos. Gozamos de su presencia las 24 horas del día. “No os dejaré huérfanos… estaré siempre con vosotros hasta la consumación de los siglos”. Lo nuestro es vivir todos nuestros acontecimientos desde nuestra unión y amistad con Jesús… por eso, la alegría siempre no acompañará.

Jueves de la VI Semana de Pascua

Jn 16,16-20

Siguiendo las peripecias viajeras y existenciales de Pablo, lo encontramos tomando contacto con la ciudad de Corinto, donde tiene la suerte de encontrarse con un matrimonio de judíos que se convertirán en pilares de la comunidad cristiana que surgirá en la ciudad.

En coherencia con lo que Pablo dice de sí mismo, el autor de los Hechos nos lo presenta trabajando para ganarse el sustento y predicando con pasión a Jesús los sábados en la sinagoga.

No olvidemos que Pablo llega a Corinto tras un fracaso rotundo en Atenas. Allí le veíamos en el areópago dirigiendo un precioso discurso (modelo de homilía) a los atenienses, respetuosos con todos los dioses, pero que no tienen tiempo para oír hablar de resucitados.

Sería fácil suponer que a su llegada a Corinto no tendría demasiados ánimos para lanzarse de inmediato a la predicación, pero nada más lejos de la realidad. La noticia sobre Jesús le urge de tal manera que es su “tarea”. Toda su actividad y toda su vida van a seguir orientadas al anuncio de la salvación de Dios que se nos hace presente en Jesús.

Y, aunque había quedado claro que él se dedicaría al anuncio del mensaje a los paganos, lo vemos insistir junto a sus hermanos judíos en la sinagoga. De nuevo sin éxito. Pero nada le detendrá. Y poco a poco la gracia del Señor va tocando los corazones de los que escuchan a Pablo (judíos y griegos), poniendo los cimientos de la que será una de las primeras comunidades cristianas. De enorme importancia para nosotros, por las cartas que Pablo les dirigió y que hemos recibido.

En nuestro mundo, más sufriente ahora, ¿cómo hacer asequible la noticia de la presencia salvadora de Jesús?

Diálogo difícil el que nos muestra hoy el evangelio. Pasaron ya, a lo largo del tiempo pascual, los relatos de las apariciones del resucitado y el evangelista nos sitúa en la última cena. En ese contexto, en el que Jesús aún no ha vivido la pasión y la muerte, resulta muy difícil comprender sus palabras, aunque el ambiente del momento estuviera cargado de incertidumbre y desconcierto.

Es la experiencia de la resurrección la que permite entrever algún apunte de luz en ese “galimatías” que Jesús propone. Algo que no podríamos pedir a los discípulos de Jesús antes de su pasión, pero que sí podemos plantearnos nosotros, todos los creyentes.

Ese “un poco y no me veréis y otro poco y me volveréis a ver” sugiere la experiencia de presencia-ausencia que comporta para todos la vivencia de la fe. Una presencia que nunca será la vivida por los que convivieron con el Jesús histórico antes de su pasión y muerte, pero que es esencialmente la misma para todos, ellos y nosotros, contemplada ya desde la “orilla” de la resurrección. Todos estamos convocados a hacer de nuestra vida un proceso de descubrimiento progresivo de su presencia en nosotros y en la realidad, sin poder prescindir al mismo tiempo del misterio de la ausencia que nos sobrepasa.

Ojalá pongamos todo nuestro empeño en ese descubrimiento y no caigamos en la tentación de suponer que su presencia llegará en “la otra vida”. Sería desnudar a la fe de su esencia: Dios con nosotros, sanador, liberador, salvador.

“Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”, finaliza el evangelio de Mateo.

Es esa presencia misteriosa la que convierte nuestra tristeza en alegría. Y la que nos capacita para estar en el mundo comprometidos, cada uno desde sus posibilidades, en el plan de Dios que desea el bien para todos sus hijos.

Urge que esa alegría dinamice nuestra esperanza para encontrar vías que atravesando el dolor, el sufrimiento, el miedo, la incertidumbre nos permitan acceder a una vida más digna para todos.

Jueves de la VI Semana de Pascua

Jn 16, 16-20

¿Podrá alguien alegrarse cuando la persona amada va a alejarse de nuestra vida?  Claro que no, siempre la ausencia de las personas que queremos nos produce tristeza y nostalgia. Sin embargo, algunas veces aceptamos esa ausencia o separación cuando esperamos que produzca frutos mayores y el encuentro posterior estará colmado de mayor felicidad.

Muy difícil era para Jesús explicar su separación.  Nosotros, a veces, nos imaginamos un poco a Jesús como entre Dios y hombre, como si estuviera jugando con los dos aspectos: primero aparece como Dios y luego como hombre, para luego aparecer nuevamente como Dios.  Pero no es así.  Jesús asumió la plena humanidad y siente en su corazón la partida que se avecina, no es una aparente despedida.

Jesús ama a sus discípulos a las personas con las que comparte su vida, pero entiende que su despedida tiene la finalidad de enviar al Consolador y que fortalecerá el corazón de sus discípulos.

A nosotros nos pasa igual que a los discípulos, no somos capaces de comprender las ausencias de Jesús de nuestra vida.  Lo quisiéramos siempre muy visible y actuante en medio de nosotros.  No aceptamos ese “dentro de un poco no me veréis”.  Pero ojalá que ese deseo de que Cristo esté presente en medio de nosotros, se manifieste no sólo en desear su protección y sus cuidados, sino más bien en configurar nuestra vida con sus deseos, con sus mandamientos y sus recomendaciones.

Frente a la ausencia que se ya se avecina, Jesús hace una serie de recomendaciones a sus discípulos que harán que su presencia siga en medio de ellos: el amor entre los hermanos, el servicio de unos con otros, el lavarse los pies como Él lo ha hecho, la seguridad de su presencia cuando dos o más se reúnen en su nombre, la Eucaristía como signo de comunión con Él y con los demás, la permanencia en su amor al igual que una vid.  En fin, toda una serie de recuerdos, que no son sólo recuerdos sino memoria y presencia viva que lo hacen actuante y operante en medio de nosotros.

No veremos su rostro, pero será fácil descubrir que sigue actuando si hacemos lo que Él nos manda.  El problema muchas veces radica en que quisiéramos que siguiera en medio de nosotros no tanto para hacer lo que Él manda, si no para que Él hiciera lo que nosotros pretendemos.

En estos días que nos separamos para su ausencia, miremos si estamos cumpliendo sus últimas recomendaciones y deseos.