Jueves de la XIII Semana del Tiempo Ordinario

Mt 9, 1-8

Después del Sermón de la montaña, el evangelio de Mateo relata diez milagros de Jesús, intercalando algún relato vocacional.  Hoy recoge la liturgia el relato de la curación del hombre con parálisis y quisiera destacar algunos aspectos:

Transcurre en su ciudad. El contraste es grande, quien le dice a aquel hombre paralítico que es liberado de sus pecados y de su parálisis, es uno de ellos.

Al paralítico lo llevan personas con una gran fe, que admira a Jesús. El sentido comunitario de este gesto es fuerte y abre el camino a la liberación y la curación.

El lenguaje es cercano y positivo: “Ánimo, hijo, tus pecados te son perdonados”. Y choca de lleno con el discurso de los escribas, que carga al enfermo con el peso de la culpa y le excluye como pecador.

Jesús percibe los malos pensamientos del corazón de quienes le critican. Si la misericordia no mueve y conmueve ante el otro, el corazón se vuelve insensible y duro, y pervierte la mente, las creencias, las relaciones, las leyes…

Y muestra qué es realmente perdonar pecados. La compasión que libera y sana se acerca a la persona y acoge toda la complejidad y el sufrimiento de su situación. Pone en marcha procesos, las capacidades de cada uno, acompaña desde la comunidad y le integra socialmente, trata con dignidad y respeto, ayuda a superar las limitaciones y anima a tomar la propia vida en sus manos y proyectar, realizarse, sentirse útil y capaz. “Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa”.

La gente quedó sobrecogida y “alababa a Dios”. El gran tema en el evangelio de Mateo es el Reino de Dios. Jesús no sólo proclama en sus discursos este Reino de los cielos, sino que, con sus gestos, hace realidad ese Reino en el momento presente. Es el Amor de Dios, exquisito, radical y profundo, realmente Buena Noticia.

En aquella ciudad y en cada camino, pueblo o ciudad de hoy, sigue resonando la pregunta de Jesús: “¿Qué es más fácil…?”. Es más fácil condenar, culpabilizar, dar por perdido, desentenderse, excluir, ignorar… “Pues para que veáis…”, la Buena Noticia es el amor, el que libera, sana, protege, cuida, capacita, reconoce, incluye…

Dios da su poder a los hombres y mujeres, claro que sí, el poder del amor.

Jueves de la XIII Semana del Tiempo Ordinario

Mt 9,1-8


Señor Jesús, hoy hemos escuchado tu admirable poder y nos quedamos sorprendidos de tu forma de actuar. Eres maravilloso y te diriges a lo profundo del corazón. Nosotros también hoy estamos paralíticos y no podemos actuar. Nos han paralizado el miedo, la comodidad y el egoísmo. Las situaciones cada día son más graves y nuestra forma de responder es cada día más inoperante.

Estamos paralíticos, pero buscamos las soluciones solamente en el exterior. Como si el cuerpo entero de la sociedad se pudiera sostener por las apariencias y las normas externas.

Queremos la salud de nuestra patria y estamos dispuestos a pequeños sacrificios, pero no estamos dispuestos a cambiar realmente de opciones, de actitud y de valores. Quisiéramos que nos sanaras con tan sólo presentarte una oración y una súplica por este enfermo que yace paralítico. Y hoy, igual que en aquel tiempo, tu palabra va dirigida primero a lo más importante: “Ten confianza, hijo. Se te perdonan tus pecados”.

Sí, despertar nuevamente la confianza y la esperanza, que no hay peor pecado que el pesimismo y la derrota. Tus palabras son para alentar nuevas esperanzas y a tener confianza en que tú caminas a nuestro lado.

Dulce palabra la que diriges al paralítico de hoy: “Hijo”. Y después nos haces ver que estás dispuesto a reconstruir desde la raíz al hombre.

Hay que quitar el pecado del corazón. El pecado paraliza al hombre. El verdadero pecado lo vuelve ambicioso, egoísta, cruel y sanguinario. El pecado pudre las sociedades y desbarata la fraternidad. Por eso antes que nada tenemos que reconstruir al hombre desde el interior y sólo tú puedes hacerlo. Pero tú siempre nos amas y siempre estás dispuesto a iniciar el proceso de reconstrucción. Mira el corazón de cada uno de nosotros. Limpia nuestros pecados, purifica nuestras intenciones, fortalece nuestra voluntad e ilumina nuestra inteligencia. Sólo entonces podremos ponernos de pie y sostenernos en la lucha. Sólo entonces podremos volver a la casa paterna y compartir el amor de nuestro Padre con los hermanos.

No nos dejes caer en la falsedad de creer que se puede construir desde el exterior. Sólo tú puedes perdonar los pecados.  Señor, Jesús, sana a este pueblo que se encuentra paralítico y sin esperanza. Renueva el ánimo y el deseo de levantarse y de volver a casa, a la casa del Padre.

Jueves de la XIII semana del Tiempo Ordinario

Mt 9, 1-8

Hemos escuchado hoy en el Evangelio el extraordinario poder de Jesús y nos quedamos sorprendidos de su manera de actuar.  Jesús es maravilloso y se dirige a lo profundo del corazón.

Nosotros, hoy, también estamos paralíticos y no podemos actuar.  Nos han paralizado el miedo, la comodidad y el egoísmo. La situación cada día es más grave y nuestra manera de responder es cada día más inoperante.  Estamos paralíticos pero buscamos las soluciones solamente en el exterior, como si el cuerpo entero de la sociedad se pudiera sostener por las apariencias y las normas externas.  Queremos la salud de nuestra patria y estamos dispuestos a pequeños sacrificios, pero no estamos dispuestos realmente a cambiar de opciones, de actitud y de valores.

Quisiéramos que Jesús nos sanara con tan solo presentarle una oración y una súplica por este enfermo que yace paralítico.  Y hoy, igual que en aquel tiempo, la palabra de Jesús va dirigida, primero, a lo más importante: “ten confianza hijo, se te perdonan tus pecados”.  Hay que despertar nuevamente la confianza y la esperanza, que no hay peor pecado que el pesimismo y la derrota.

Las palabras del Señor son para alentar nuevas esperanzas y para tener confianza en que Jesús camina a nuestro lado.  Que maravillosas palabras las que dirige Jesús al paralítico de hoy: hijo.  Y después nos hace ver Jesús que está dispuesto a reconstruir desde la raíz al hombre, para ello, hay que quitar el pecado del corazón.  El pecado que paraliza al hombre, el verdadero pecado lo vuelve ambicioso, egoísta, cruel y sanguinario.  El pecado pudre la sociedad y desbarata la fraternidad.  Por eso, antes que nada, tenemos que reconstruir al hombre desde el interior y eso sólo lo puede hacer Jesús.  Pero Jesús siempre nos ama y está dispuesto a iniciar el proceso de reconstrucción. 

Que Jesús mire el corazón de cada uno de nosotros, que limpie nuestros pecados, fortalece nuestra voluntad, ilumina nuestra inteligencia.  Solo entonces podremos ponernos de pie y sostenernos en la lucha, podremos volver a la Casa Paterna y compartir el amor de nuestro Padre con los hermanos. 

Pidamos a Jesús que no nos deje y que sane a este pueblo que se encuentra paralítico y sin esperanza.