Jueves de la XX Semana del Tiempo Ordinario

Mt 22,1-14

Mateo presenta a Jesús utilizando parábolas en las que, de una manera sencilla y accesible para todos, encierra una verdad espiritual Siempre son ejemplos de la vida cotidiana que nos hablan de la capacidad de Jesús para hacerse entender por todos. Como hemos visto tantas veces se vale de ejemplos de la vida cotidiana.

Nos encontramos con la parábola del banquete de bodas, en la que explica, de una manera más comprensible para los oyentes, diferentes aspectos del Reino de Dios.

 No es mi objetivo hacer exégesis de los textos que presento más bien una aplicación pastoral para el hoy de nuestra vida de creyente, perteneciente o no a una comunidad cristiana.

Sólo una palabra respecto al contexto. Las comunidades de Mateo son preferentemente judeocristianas en las que comenzaban a unirse muchos paganos. Esto crea una situación de conflicto con dificultades de aceptación de muchos y con el rechazo de algunos a la inclusión de los paganos

Por otra parte, Jesús, cuando pronunció esta parábola estaba hablando a los principales sacerdotes y ancianos del pueblo.

La boda es sinónimo de alegría, de felicidad, de plenitud, Jesús para hablarnos del Reino de Dios nos habla de una boda y una invitación que dirige TODOS, judíos y paganos, ricos y pobres, sabios e ignorantes, inmigrantes o nativos, a participar de la fiesta, de la alegría del Reino.

¿Y los invitados? Parece que en el trasfondo de las palabras de Jesús está el rechazo del pueblo de Israel al Mesías.

¿Y los invitados? Yo, tu, comunidades, iglesia…

¿Escuchamos al Señor, escuchamos la voz de los sin voz a través de la cual Dios también nos llama? ¿Dejamos que Él vaya cambiando nuestro corazón, nuestras actitudes?

Porque hay una respuesta clara a la invitación, no me interesa. Mis prioridades son otras.

Dios no se rinde pero nosotros… priorizamos tantas y tantas cosas en lo cotidiano de nuestra vida que nos dificultan, si no el oír sí el responder porque no acabamos de captar todo lo que esta invitación nos puede aportar a nuestra vida, alegría, plenitud. Tengo tantas cosas que hacer…

“Id a los cruces del camino”. Seguro que en alguno de estos tres escenarios nos encontramos nosotros respondiendo a la invitación del Señor, captando la llamada que hace a todos, hoy el “todos” es más amplio que judíos y paganos del tiempo de Jesús. Sintámonos invitados y alegrémonos cuando nos encontramos con nuevos invitados algunos quizá, fuera de nuestros esquemas.  

Y una vez aceptada la invitación de Jesús a participar de su Reino, nos advierte que sus seguidores, los que se comprometen con su causa, han de revestirse de unas actitudes nuevas. “Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia…”

Señor que no sea nunca indiferente a tu invitación y acompaña mis deseos adecuar mi vida a mi compromiso cristiano.   

Jueves de la XX Semana del Tiempo Ordinario

Mt 22, 1-14

Dios nos ha invitado de muchas maneras a participar del Reino, de la vida en Abundancia pensada por Dios para el hombre desde toda la eternidad, la cual habíamos perdido por el pecado. Sin embargo aceptar o no depende de cada uno de nosotros. ¿Excusas? ¡Muchas! Pero como vemos en este pasaje, ninguna cuenta, ni para no asistir ni para presentarnos indignamente a la mesa del Señor.

Y digo para presentarnos dignamente a la fiesta, pues un detalle que no se conoce y que a veces hace que se juzgue duramente al Rey que exige a un pobre el llevar vestido de fiesta, es que el traje de fiesta en este tipo de eventos era proporcionado por el mismo que hacia la invitación por lo que no había excusa para no tenerlo.

Lo mismo pasa con nosotros. Dios nos ha hecho la invitación sin pensar si somos buenos o malos, pobres o ricos… nos ama y nos ha invitado así como somos. Además nos ha llenado de gracias, sobre todo de la gracia santificante, que es el vestido para la fiesta del Reino. Por ello no hay excusa para no asistir, para no vivir en el reino del amor, la justicia y la paz en el Espíritu Santo… en una palabra no hay excusa para no ser santo.

Jueves de la XX Semana del Tiempo Ordinario

Mt 22,1-14

Dios nos ha invitado de muchas maneras a participar del Reino, de la vida en abundancia pensada por Dios para el hombre desde toda la eternidad la cual habíamos perdido por el pecado. Sin embargo aceptar o no depende de cada uno de nosotros. ¿¿¿Excusas??? ¡Muchas! Pero como vemos en este pasaje, ninguna cuenta, ni para no asistir ni para presentarnos indignamente a la mesa del Señor.

Los invitados son tantos, pero sucede algo sorprendente: ninguno de los elegidos acepta participar de la fiesta, dicen que tienen otras cosas que hacer; es más, algunos muestran indiferencia, extrañeza, incluso fastidio.

Dios es bueno con nosotros, nos ofrece gratuitamente su amistad, nos ofrece gratuitamente su alegría, la salvación, pero muchas veces no recibimos sus dones, ponemos en primer lugar nuestras preocupaciones materiales, nuestros intereses, y también cuando el Señor nos llama, a nuestro corazón, tantas veces parece que nos molestara.

Hay que presentarse a la fiesta dignamente. Este es un detalle que no se conoce y que a veces hace que se juzgue duramente al Rey que exige a un pobre el llevar vestido de fiesta, es que el traje de fiesta en este tipo de eventos era proporcionado por el mismo que hacia la invitación, por lo que no había excusa para no tenerlo.

Lo mismo pasa con nosotros. Dios nos ha hecho la invitación sin pensar si somos buenos o malos, pobres o ricos… nos ama y nos ha invitado así como somos. Además nos ha llenado de gracias, sobre todo de la gracia santificante, que es el vestido para la fiesta del Reino.

Por ello no hay excusa para no asistir, para no vivir en el reino del amor, la justicia y la paz en el Espíritu Santo… en una palabra no hay excusa para no ser santo.

Dios ciertamente no obliga a nadie a aceptar su invitación.  Las personas descritas en el evangelio que se negaron a asistir al banquete de bodas eran tontas, pero no más que las que se niegan a vivir con Dios.  Dios, sin embargo, no se da por vencido y sigue invitado a todos.