Jueves de la XXIII Semana Ordinaria

Col 3, 12-17

En este pasaje encontramos una serie de consejos que san Pablo da a la comunidad con el fin de que su cristianismo sea verdaderamente una vida de amor, no solo con Dios sino con cada uno de los hermanos.

Centremos hoy nuestra atención en el saber soportarnos. San Pablo un hombre enraizado profundamente en el Espíritu, es un gran conocedor de la naturaleza humana y sabe que nuestros caracteres, nuestros gustos, etc., pueden no solo ser diferentes a los de los demás hermanos, sino incluso contrarios.

Nos damos cuenta que en nuestras comunidades, sea en la escuela, en el trabajo o en nuestros propios barrios, nos relacionamos con personas, las cuales por su manera de ser o de pensar, a pesar de ser buenos cristianos, nos es difícil el convivir con ellos. Por ello Pablo invita a la comunidad a saber «soportarlos» o tolerarlos, sabiendo que en esto se desarrolla el verdadero amor de Dios que nos ama a todos de la manera como somos.

No es una virtud fácil de adquirir, sin embargo nuestro esfuerzo cotidiano, y la gracia de Dios siempre rinden frutos.

Hagamos de nuestras comunidades verdaderas extensiones del Reino de los cielos poniendo nuestro granito de arena.

Lc 6, 27-38

El cristiano es en definitiva una persona distinta a las demás.

Sus criterios no van muy de acuerdo con los del mudo pues ha adoptado la «ilógica» manera de pensar de su maestro.

Lo más extraño de todo es que a pesar de lo ilógica que parece la enseñanza de Jesús es la única que nos garantiza la verdadera felicidad. Y es que quien sigue de cerca a Jesús, aprende a dar y no solo a recibir, a perdonar, a pesar de ser el ofendido, a amar cuando solo se recibe ingratitud…

Y es curioso, pero quien obra así experimenta una gran alegría y sobre todo una profunda paz, sin embargo, todo esto solo pude ser conocido y vivido desde adentro. Es decir, es necesario, por un lado buscar el vivir de acuerdo al evangelio, pero por otro y quizás más importante, permitirle al Espíritu Santo conducir nuestra vida.

Seamos hombres y mujeres diferentes, auténticos seguidores del Maestro, y mostrémosle al mundo que en la «ilógica» del evangelio está la felicidad.

Jueves de la XXIII Semana Ordinaria

1 Cor 8,1-7. 11-13

Algunas veces los padres de familia instruyen a sus hijos mayores para que no hablen de ciertos temas o para que eviten determinadas expresiones en presencia de los hijos menores.

Pues bien, había un problema parecido en la comunidad cristiana de Corinto.  Se sacrificaban animales a los dioses paganos.  La carne se consumía en banquetes celebrados en el templo o era vendida públicamente en los mercados.  Comer aquella carne sacrificada a los ídolos implicaba fidelidad a los dioses paganos y comunión con ellos.  Pero en ocasiones los corintios no podían conseguir otra clase de carne, sino aquella.  Y querían saber si aquella práctica era permitida.  San Pablo responde afirmativamente y se basa en el hecho de que comer aquella carne no tenía realmente un significado religioso, puesto que aquellos dioses eran mentira.

Pero se planteaba, entonces un problema: algunos cristianos no comprendían las razones de Pablo y se escandalizaban al ver a algunos hermanos cristianos comiendo esa carne.  Surgía otro problema: aquellos que comprendían la situación, ¿tenían obligación de abstenerse de comer aquella carne, que moralmente podía comer, para no escandalizar a los demás?  Pablo recalcó que el amor debe ser la norma suprema.  Y enfatizó claramente lo que él haría: «Si un alimento le es ocasión de pecado a mi hermano, nunca comeré carne para no darle ocasión de pecado».

Lc 6, 27-38

La esencia de la vida nueva es el amor.  El amor esencial es Dios, y Él nos comunica esa vida de amor en su propio Hijo.  La exigencia principal de la vida nueva es el amor: «sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso»,  nos dice el Señor.

La motivación del amor no será ya el buscar nuestro gusto, nuestra satisfacción, nuestro provecho o interés personal, como tampoco serán los sentimientos la base del amor.

La motivación de nuestras acciones y el criterio para realizarlas serán nada más y nada menos que el mismo amor de Dios.

Jesús va a proponer lo mismo como el mandamiento único y definitivo del cristianismo: «ámense como yo los he amado».

El premio que se nos promete es atractivo: «recibirán una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante».