Lunes de la II Semana de Adviento

Is 35, 1-10

Los profetas a veces llegaban casi a la desesperación por las repetidas infidelidades del pueblo con su Dios y las consecuencias de esas infidelidades, que eran la guerra y la destrucción.  Y sin embargo, siempre deberíamos recordar su optimismo, puesto que ellos constantemente “esperaban un cambio de suerte”.  Ese cambio tendría lugar en “el día del Señor” cuando todos lo errores se corregirían.

La lectura de hoy es típica.  Se escribió durante un negro período de la historia del pueblo de Dios, cuando fue castigado con el destierro, lejos de la patria y de su querido templo de Jerusalén.  Los profetas proclamaron un mensaje de esperanza y aliento para el pueblo: la promesa de que el Señor vendría.

“El día del Señor”  llegó con la venida de Jesucristo.  Pero este “día” no consistió en 24 horas, ni tampoco en 33 años, pues Jesús sigue viniendo al mundo.  Él sigue trabajando aun ahora para corregir los errores del mundo, por medio de aquellas personas que lo dejan entrar en su vida.

No sabemos qué tanto vaya a durar este día.  No sabemos si el día está amaneciendo o si ya se ha acercado al mediodía.  Lo único cierto es que la desesperación no es parte de la perspectiva cristiana.  “Algo tiene que cambiar” y esto será en la venida final de Cristo, cuando “el día del Señor”  llegue a su final.

Lc 5, 17-26

El tiempo de Adviento es un tiempo en que debemos de retomar fuerzas para el camino, pues aunque ya disfrutamos de la vida del reino, nos hacemos conscientes que esta aún no ha llegado a la realización definitiva… pero puede ser también tiempo para levantarnos de nuestra parálisis espiritual, o incluso de ser, como en el pasaje que acabamos de leer los «instrumentos» por los cuales otros hermanos «paralizados» espiritualmente pueden reiniciar su camino y su crecimiento espiritual.

La manera ordinaria en que se sale de esta parálisis es a través del sacramento de la Reconciliación. Es en este sacramente en donde se fortalecen nuestras rodillas vacilantes y desde donde podemos reiniciar nuestro crecimiento en la gracia y el amor de Dios.

Aprovecha pues este tiempo de Adviento, no solo para participar tú mismo de este sacramento de amor, sino para invitar, sobre todo a los miembros de tu familia, a participar del sacramento y así celebrar con gozo la fiesta de la Navidad.

Lunes de la II Semana de Adviento

Is 35, 1—10

Hemos comenzado, hermanos, la segunda semana de nuestro caminar hacia el Señor que viene.

El profeta Isaías sigue siendo nuestro guía especial.  Hoy, de nuevo, nos presenta en el horizonte un panorama esperanzador.  Como buen poeta que es, tal vez el mayor de los poetas hebreos, usa imágenes llenas de colorido entre las que predomina la imagen de la fertilidad de los campos, del agua que transforma los desiertos y renueva todo.  A esta “salud” de la naturaleza se añaden las imágenes de la salud física y de la “salud”  social; se nos habla de redimidos y rescatados.

Lc 5, 17—26

La clave de estas imágenes nos la da el Evangelio, porque Cristo es el cumplimiento de todas las promesas y la realidad que hace ya inútiles las imágenes, al cumplirlas.

Nos podemos imaginar con gran facilidad la escena, pues, Lucas es un magnífico pintor, si no con los pinceles, sí con la pluma.

¿Ustedes creen que el trabajo de los amigos del enfermo fue un trabajo “limpio”?  Nos podemos imaginar los gritos y protestas de los que rodeaban a Jesús.

La fe del enfermo y de sus compañeros es capaz de sobrepasar todos los obstáculos.

Las palabras del Señor: “Se te perdonan tus pecados”, los habrán desanimado: “nosotros no trajimos a nuestro enfermo para esto”.

Y escuchamos la reacción escandalizada de los sabios y la gente religiosa.

Jesús nos da la clave de tantos otros de sus milagros: “para que vean que el Hijo del Hombre tiene poder…”.

De la curación física, fácilmente comprobable, se saca como consecuencia la realidad íntima y escondida del perdón de los pecados.

Esta interrelación entre lo visible y lo invisible, lo material y lo espiritual, es clave en la salvación, en Cristo, en la liturgia toda.

Vivamos esta relación en nuestra Eucaristía; los signos materiales nos hacen presentes las realidades sobrenaturales.

Acerquémonos al Señor con la misma fe audaz y activa del enfermo y sus amigos.

Lunes de la II Semana de Adviento

Lc 5, 17-26

En la cara de los personajes del Evangelio de hoy podríamos poner rostros muy cercanos a nosotros, aquellos que durante este tiempo han cargado la camilla de otros y han buscado el hueco necesario para ayudar, para salvar, para sanar… puede que el rostro que esté en uno de ellos sea el que ves en el espejo cada mañana. Algunos no sólo no vieron esos rostros, sino que quisieron taparlos para que no se acercaran, no transmitieran, no sabemos si el virus o la vergüenza ante la pasividad de otros.

Desde siempre la palabra “derecho” se ha pronunciado muy rápido, pero sin la palabra “deber” a su lado, el significado puede quedarse en lo que es recto, el antónimo de torcido, pero no la posibilidad de cada ser humano de tener una vida digna. No podemos separar el derecho del deber, si creemos que tenemos todos los derechos y que los deberes son para los otros pronto nos daremos de frente contra un muro de hormigón llamado libertad, seremos esclavos de nosotros mismos y de nuestra ignorancia.

Sigue habiendo muchos en nuestro mundo y no muy lejos de nosotros, que tienen muchos deberes, pero pocos derechos, que siguen recorriendo caminos interminables para poder vivir con lo necesario, con paz, libertad, para encontrar un trabajo con el que mantener a su familia, una formación para realizar tareas imprescindibles para el resto de su comunidad… pero no son bien vistos. Sigue habiendo muchos que creen que su pensamiento es el bueno y levantando una bandera bien grande que pone libertad, le cortan los caminos a los que piensan diferente, buscan otras posibilidades, otras opciones, porque entienden la libertad como la suya.

¿Vas a esperar a que otros hagan posibles tus derechos o vas a cumplir con tus deberes? ¿Te arriesgas a buscar soluciones a los problemas o simplemente protestas porque existen? ¿Qué quieres conseguir?

Lunes de la II Semana de Adviento

Catholic.net - «Levántate y anda».

Lucas 5, 17-26

El tiempo de Adviento es un tiempo en que debemos de retomar fuerzas para el camino, pues aunque ya disfrutamos de la vida del reino, nos hacemos conscientes que ésta aún no ha llegado a la realización definitiva… pero puede ser también tiempo para levantarnos de nuestra parálisis espiritual, o incluso de ser, como en el pasaje que acabamos de leer, los «instrumentos» por los cuales otros hermanos «paralizados» espiritualmente pueden reiniciar su camino y su crecimiento espiritual.

La manera ordinaria en que se sale de esta parálisis es a través del sacramento de la Reconciliación. Es en este sacramento en donde se fortalecen nuestras rodillas vacilantes y desde donde podemos reiniciar nuestro crecimiento en la gracia y el amor de Dios.

Aprovecha pues este tiempo de Adviento, no solo para participar tú mismo de este sacramento de amor, sino para invitar, sobre todo a los miembros de tu familia, a participar del sacramento y así celebrar con gozo la fiesta de la Navidad.

«La gloria, y el gozo, de Dios es la vida misma del hombre». Que ésta sea hoy mi mejor alabanza, Señor: me esforzaré en vivir como tú esperas de mí.

Lunes de la II Semana de Adviento

Lc 5, 17-26

Celebrar con verdadera fe la Navidad es la enseñanza que podríamos sacar del Evangelio de hoy que narra la curación de un paralítico. La fe infunde valentía y es el camino para tocar el corazón de Jesús. Hemos pedido la fe en el misterio de Dios hecho hombre. La fe también hoy, en el Evangelio, hace ver cómo toca el corazón del Señor. El Señor tantas veces vuelve a la catequesis de la fe, insiste. “Viendo la fe de ellos”, dice el Evangelio. Jesús vio aquella fe, porque hace falta valor para hacer un agujero en el techo y descolgar una camilla con el enfermo…, hace falta valor. ¡Esa gente tenía fe! Sabían que si el enfermo llegaba ante Jesús, sería curado.

Jesús admira la fe en la gente, como en el caso del centurión que pide la curación de su siervo; de la mujer siro-fenicia que intercede por la hija poseída por el demonio o también por la señora que, solo tocando el borde del manto de Jesús, se cura de las pérdidas de sangre que la afligían. Pero también Jesús reprocha a la gente de poca fe, como Pedro que duda. Con la fe todo es posible. Hoy hemos pedido esta gracia: en esta segunda semana de Adviento, prepararnos con fe para celebrar la Navidad. Es verdad que la Navidad –lo sabemos todos– muchas veces se celebra no con tanta fe, se celebra incluso mundanamente o paganamente; pero el Señor nos pide hacerlo con fe y nosotros, en esta semana, debemos pedir esta gracia: poder celebrarla con fe. No es fácil proteger la fe, no es fácil defender la fe: no es fácil.

Es emblemático el episodio de la curación del ciego en el capítulo IX de Juan, su acto de fe ante Jesús al que reconoce como el Mesías. Confiemos a Dios nuestra fe, defendiéndola de las tentaciones del mundo. Nos hará bien hoy, y también mañana, durante la semana, tomar ese capítulo IX de Juan y leer esa historia tan bonita del chico ciego de nacimiento. Y acabar desde nuestro corazón con el acto de fe: “Creo, Señor. Ayuda mi poca fe. Defiende mi fe de la mundanidad, de las supersticiones, de las cosas que no son fe. Defiéndela de reducirla a teorías, sean teologizantes o moralizantes… no. Fe en ti, Señor.