Lunes de la III Semana de Cuaresma

2 Re 5, 1-15

En este pasaje, es claro lo que significa tener fe y el apoyo de la comunidad.

Fe es obedecer aunque lo que se nos pide parezca una tontería, algo fuera de sentido. Naamán pensó que era una tontería lo que Elíseo le pedía y ya había decidido marcharse enfermo.

Sin embrago sus siervos (que podríamos identificar con la comunidad), lo convenció de que hiciera lo que se le pedía. Resultado: quedó sano.

En ocasiones nos encontramos con hermanos para los cuales la voluntad de Dios en ese momento, resulta difícil de aceptar; decisiones que resultan ilógicas. Es entonces cuando la fe alcanza su valor máximo y es cuando nosotros podemos ser el instrumento para ayudar a quien duda a continuar adelante y así llevarlo a hacer la voluntad de Dios.

Recuerda que la vida del Evangelio está llena de proposiciones que nos parecerían ilógicas (Para vivir hay que morir… por ejemplo), pero es en la obediencia de éstas en donde encontramos la felicidad. Déjate conducir por Dios.

Lc 4, 24-30

La historia se repite, quizás, la diferencia sea que hoy la manera en que se rechaza al profeta es diferente. Hoy ya no se les busca para matarlos… simplemente se les ignora.

Pensemos en cuántas veces hemos escuchado a Jesús en la Misa, en un retiro, en una conversación, etc., y cuántas veces hemos hecho caso de sus palabras.

¿Cuántas veces nos ha mandado diferentes profetas en la persona de nuestros padres, maestros, amigos, sacerdotes buscando un cambio en nuestra vida, buscando nuestra conversión y nosotros simplemente hemos dejado que la palabra o el consejo entre por un oído y salga por otro?

Ciertamente nosotros no hemos despeñado a Jesús desde la barranca, pero ¿cuántos de nosotros lo tenemos silenciado dentro de un cajón o lleno de polvo en un librero?

La Cuaresma nos invita a abrir no solo nuestro corazón sino toda nuestra vida al mensaje de los profetas… al mensaje de Cristo, a su evangelio y a su amor.

No desaprovechemos esta oportunidad.

Lunes de la III Semana de Cuaresma

2 Re 5, 1-15

Es obvio que la primera lectura de hoy fue escogida en relación con la lectura evangélica; esto es lo ordinario en los domingos y en los tiempos especiales litúrgicos como la Cuaresma que estamos viviendo.

La primera idea que aparece es la universalidad de la salvación que proviene de un único Dios que preside los destinos de todo el universo, contra la idea que dominaba en la época de dioses locales para pueblos particulares; dice Naamán: «sé que no hay más Dios que el de Israel».  Pero hay otra idea no expresada tan claramente como la anterior: de los pequeño y humilde puede seguirse lo grande e impensado, del consejo de una esclavita viene el que el poderoso general sea curado.  De las aguas del Jordán, río menos importante que el Abaná y el Farfar, es de donde viene la salud.  No son los ritos espléndidos los que salvarán al enfermo, sino su obediencia y docilidad.

Lc 4, 24-30

Recordemos el marco de la narración evangélica: Cristo comienza su ministerio; hasta su pueblo ha llegado la noticia de que predica de un modo muy original y de que va haciendo obras maravillosas.  Fue invitado a hacer la segunda lectura en la reunión sinagogal, en su tierra, entre los suyos.  Leyó el pasaje de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido, me ha enviado a anunciar la Buena Nueva…».  Y luego, la maravillosa «homilía»: «Esta escritura que acaban de oír se ha cumplido hoy».  «Todos se sorprendían de sus palabras y se preguntaban; ¿No es éste el hijo de José?»

A nosotros no extraña que la inmediatez de Jesús, el que sea «uno de los suyos», alguien a quien vieron crecer y trabajar, sea la causa del rechazo.  Los antiguos judíos decían llenos de orgullo: «¿Qué pueblo tiene tan cerca a su Dios como nosotros?

Pero hoy nosotros tenemos también a Cristo muy cercano, en la Iglesia, en la liturgia, en su palabra, el prójimo, sobre todo en el más pobre y el más necesitado.  ¿Lo aceptamos?, ¿lo rechazamos?

Lunes de la III Semana de Cuaresma

Lc 4, 24-30

La escena del evangelio de hoy está situada en la sinagoga de Nazaret. Jesús acaba proclamar su discurso programático en el que re-lee al profeta Isaías Pero Él no solo reinterpreta al profeta, a la luz de su propio proyecto, sino que pregona que esa Escritura que acaba de anunciar se cumple allí y ahora. Jesús se autoproclama el Ungido del Señor que viene a traer la Buena Noticia a los pobres.

 Ante esto, algunos de sus paisanos quedan admirados, y otros interrogan su identidad: ¿cómo va a ser el Ungido del Señor el hijo del carpintero? Jesús es rechazado en su tierra al presentar su proyecto del Reino. Es consciente que ningún profeta es aceptado en su pueblo, por ello, para explicar su plan como buen pedagogo, recurre al ejemplo de dos profetas del Antiguo Testamento bien conocidos por sus oyentes: Elías, padre de la profecía y Eliseo, su discípulo. Estos profetas del siglo IX a.C. realizaron sendos milagros a personas no pertenecientes al pueblo de Israel: el primero a una viuda de Sarepta, el segundo, a Naamán el sirio. Con sus signos, estos hombres inspirados por Dios manifestaron que la salvación no estaba limitada al llamado pueblo de Dios, sino que estaba abierta a las gentes de todos los pueblos.

El evangelio de Lucas, cuya comunidad pertenece a la gentilidad, también está mostrando que esta Buena Noticia salvadora de Jesús no está cerrada a unos pocos, ni a su pueblo, ni a los galileos, ni a los judíos. La Buena Noticia es para todos, independientemente de su etnia, religión o nacionalidad y tiene que llegar a todo el mundo. Por ello, Jesús no se deja intimidar por nada ni por nadie y se abre paso entre ellos para seguir su camino.

El evangelio de hoy nos interpela y suscita en nosotros algunos interrogarnos: ¿Me creo que la Buena Noticia de Jesús es un mensaje portador de sentido para todos los seres humanos? ¿Procuro ser parte de esa “Iglesia en salida” que va más allá de los muros de nuestros templos para hacer llegar a “los de fuera” “la alegría del evangelio que llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”? El evangelio también nos hace caer en la cuenta de que es muy difícil entender el Nuevo Testamento sin conocer el AT. El primero es cumplimiento y superación del segundo, y hace continuas alusiones, explicitas o implícitas, al mismo. ¿Procuro formarme en el estudio, tanto en el Nuevo Testamento como en el Antiguo, para entender en profundidad la Palabra de Dios y su Buena Noticia salvadora?

Lunes de la III Semana de Cuaresma

2 Re 5, 1-15; Lc 4, 24-30

Una de las fallas más comunes de nuestra condición humana, es presuponer que son demasiado fáciles aquellas cosas que nos otorgan por concesión especial, sobre todo aquellas a las que nos hemos acostumbrado.

A Jesús lo rechazaron los habitantes de Nazaret, su pueblo natal, porque Jesús les eran demasiado conocido y porque sus antecedentes eran fáciles de conocer.  Los habitantes de Nazaret lo consideraban como a alguien totalmente conocido.  De acuerdo con lo que hemos escuchado en la primera lectura, las indicaciones de Eliseo para que Naamán quedara limpio de la lepra, fueron injuriosas para Naamán, porque le parecieron demasiado sencillas y comunes y corrientes.

Hay un grave peligro de que lleguemos a considerar la Misa como una concesión obligada: nos parece muy conocida, familiar y sencilla.  Pero, es muy cierto que la Misa es una experiencia maravillosa.  Podría darles algunas sugerencias para que la enfoquen en su realidad total.

Mientras nos dirigimos a la Iglesia, y en los breves momentos anteriores a la Misa, tratemos de grabar en la mente y en el corazón, lo que va a suceder.  Pensemos: «Dios mismo me va a hablar en las Escrituras y yo voy a hablar con Dios en las oraciones.  Jesucristo va a estar ahí y El hará que el gran sacrificio de la cruz se haga presente realmente sobre el altar y a todos los cristianos que nos encontremos ahí presentes nos dará la oportunidad de unirnos a El en esta ofrenda al Padre.  Luego recibiré a Jesús en la sagrada comunión, como una garantía de mi propia resurrección y como un medio para conseguir la fuerza de perseverar hasta el día de la resurrección«.

Un cristiano necesitará menos tiempo para hacerse esta reflexión que el que me ha tardado en decirla.

Más tarde, cuando la Misa haya terminado, pasaremos unos momentos meditando lo que acaba de realizarse, tratando de comprender que debemos vivir enteramente de acuerdo con el ofrecimiento que hemos hecho a Dios.  La Misa, por sencilla y conocida que nos parezca, es demasiado importante para tomarla como un favor que podemos exigir.