Lunes de la IV Semana de Cuaresma

Is 65, 17-21

Esta semana, después de haber ya trabajado en nuestra vida de conversión por espacio de tres semanas, la liturgia no invita a reflexionar sobre los frutos de esta conversión.

Inicia presentándonos este pasaje de Isaías en el cual nos dice que el Señor: «no se recordara de nuestra vida pasada» es decir de nuestras infidelidades, de nuestra falta de amor y compromiso… de haber estado lejos de Él.

Dios nos ofrece «un cielo nuevo y una tierra nueva, que es decir una nueva vía vivida en su amor y en su paz. Para ello, es necesario que también nosotros nos perdonemos. Es increíble la cantidad de personas que acuden al sacramento de la reconciliación en donde recibe en perdón de Dios y con ello, el olvido de sus faltas, pero que apenas salen de ahí y continúan llenas de remordimientos y sin paz.

Esto es porque no se han perdonado a sí mismos… esto es dudar del perdón, del amor y de la misericordia de Dios. Si bien es cierto que el pecado nos lastima y hiere también lo es que el amor de Dios todo lo sana y todo lo perdona. Reconoce en ti el amor y el perdón de Dios y disfruta ya en esta tierra de la felicidad de Dios.

Jn 4, 43-54

No es lo mismo «creer en Jesús» que «creerle a Jesús». Creerle a Jesús implica aceptar su palabra por ilógica e irracional que ésta pudiera parecer. El padre de este muchacho le «creyó a Jesús» y se encontró con su hijo sano.

Un problema que se extiende en nuestro cristianismo es la falta de congruencia entre nuestra fe y nuestra vida. Si nosotros preguntamos a nuestro alrededor nos encontraremos, sin mucha sorpresa, que la mayoría son cristianos, es decir hombres y mujeres que creen a Jesús.

Sin embrago con tristeza nos damos cuenta que algunos (que a veces deberíamos de decir: muchos) dan un testimonio de vida bastante lejano a lo que Jesús nos ha ensañado.

Ser buen cristiano implica creer en Jesús pero también creerle a Jesús y hacer lo que Él nos pide en el evangelio… tenerlo como verdadero maestro y señor de nuestras vidas.

¿Tú eres de los que simplemente cree en Jesús, o de los que han decidido hacer de su Palabra una norma de vida?

Lunes de la IV Semana de Cuaresma

Is 65, 17-21

El tema escatológico de la nueva creación: «Voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva» ha motivado siempre la esperanzada labor de todos los que han luchado por la vida cristiana.  El profeta lo ha anunciado.  Pedro trabajaba con ese aliento: «esperamos, según nos lo tiene prometido, nuevos cielos y nueva tierra, en la que habite la justicia» y el vidente Juan lo miraba realizado: «Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva… vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén…».

El profeta hablaba a un pueblo que apenas acababa de regresar del destierro, de los años de amargura.  Por esto, las perspectivas de alegría y gozo, de Jerusalén renovada, de ya no más muertes prematuras, de lugar permanente, de morada de abundancia, tiene una fuerza y un relieve muy especiales.

Apliquemos estas perspectivas esperanzadoras del profeta a nuestra situación cuaresmal.  Es una llamada más de Dios a nuestra conversión radical.

Jn 4, 43-54

A partir de hoy y hasta el martes santo, nuestro guía evangélico será san Juan.

Cada uno de los milagros narrados por Juan  son llamados por él «signos»,  es decir, no debemos de mirar sólo lo maravilloso del acontecimiento para admirarlo, sino que debemos ver qué nos señala, a qué nos lleva, qué realidad nos descubre.

Junto con los ejemplos de Nicodemo y de la mujer samaritana, el que hoy escuchamos es un ejemplo que tipifica al que va en busca de la fe.  El primero, un hombre religioso, serio, aunque algo atemorizado; la segunda, una mujer de un pueblo no estimado por los judíos; el tercero, un pagano.

El evangelio usó una expresión: «creyó con todos los de su casa»,  como se dice de las conversiones de paganos en los Hechos de los apóstoles.

Hemos recibido la palabra del Señor.  El Señor es la misma Palabra personal del Padre; creamos en Él con fe, no sólo de pensamiento ni sólo de palabra, sino en la verdad de los hechos.

Lunes de la IV Semana de Cuaresma

Jn 4, 43-54

Este padre pide la salud para su hijo. El Señor reprocha un poco a todos, y también a él: «Si no veis signos y prodigios, no creéis». El funcionario, en vez de callarse y quedarse en silencio, sigue adelante y le dice: «Señor, baja antes de que se muera mi niño» (v. 49). Y Jesús le responde: «Anda, tu hijo está vivo».

Son tres las cosas que hacen falta para hacer una auténtica oración. La primera es la fe: “Si no tenéis fe…”. Y muchas veces, la oración es solo oral, con la boca, pero no viene de la fe del corazón; o es una fe débil… Pensemos en otro padre, el del hijo endemoniado, cuando Jesús responde: “Todo es posible para el que cree”; el padre dijo claramente: “Creo, pero aumenta mi fe”. La fe en la oración. Rezar con fe, ya sea cuando rezamos fuera de un lugar de culto, o cuando venimos aquí, y el Señor está ahí: ¿tengo fe o es una rutina? Estemos atentos en la oración: no caer en la rutina sin la conciencia de que el Señor está, que estoy hablando con el Señor y que Él es capaz de resolver el problema. La primera condición para una verdadera oración es la fe.

La segunda condición que el mismo Jesús nos enseña es la perseverancia. Algunos piden pero la gracia no viene: no tienen esa perseverancia, porque en el fondo no la necesitan, o no tienen fe. Y Jesús nos enseña la parábola de aquel señor que va al vecino a pedir pan a medianoche: la perseverancia de llamar a la puerta. O la viuda, con el juez inicuo: e insiste e insiste e insiste: es perseverancia. Fe y perseverancia van juntas, porque si tienes fe, estás seguro de que el Señor te dará lo que pides. Y si el Señor te hace esperar, llama, llama, llama, al final el Señor da la gracia. Y el Señor no lo hace para hacerse el interesante, o porque diga “mejor que espere”, no. Lo hace por nuestro bien, para que nos tomemos la cosa en serio. Tomar en serio la oración, no como papagayos: bla, bla, bla, y nada más. El mismo Jesús nos reprocha: “No seáis como los paganos que creen en la eficacia de la oración y en las palabras, muchas palabras”. No. Es la perseverancia. Es la fe.

Y la tercera cosa que Dios quiere en la oración es el valor. Alguno puede pensar: ¿Se necesita valor para orar y estar delante del Señor? Se necesita. El valor de estar ahí pidiendo y siguiendo adelante, es más, casi… –casi, no quiero decir una herejía–, pero casi como amenazando el Señor. El valor de Moisés ante Dios, cuando Dios quería destruir al pueblo y ponerle como jefe de otro pueblo. Dice: “No. Yo con el pueblo”. Valor. El valor de Abraham, cuando regatea la salvación de Sodoma: “Y si fuesen 30, y si fuesen 25, y si fuesen 20…”: valentía. Esta virtud de la valentía hace mucha falta. No solo para las acciones apostólicas, sino también para la oración.

Lunes de la IV Semana de Cuaresma

Is 65, 17-21; Jn 4, 43-54

Muchas veces cuando contemplamos nuestro mundo tan sumido en la violencia y en el egoísmo nos asaltan las dudas y caemos en el pesimismo. Parecería que nada se puede hacer.

Las lecturas de este día, a pesar de ser del tiempo de cuaresma, tienen un fuerte sentido de esperanza. Isaías comienza recordándonos el Sueño de Dios: “Voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva”. Nos deben sonar estas palabras muy dulces, pero muy lejanas. Estaban dirigidas a un pueblo que había sufrido mucho, que había sido casi exterminado, pero que ahora se le invitaba a fortalecer su fe y su esperanza para iniciar la reconstrucción.

Los sufrimientos del pasado serán sólo un recuerdo, pero ahora se establecerá una nueva relación entre Dios y el pueblo. Así nacerá la armonía y por eso este anuncio de felicidad. Pero debemos poner atención, porque si es cierto que se anuncian los nuevos cielos y la nueva tierra, también implican el compromiso de unas nuevas relaciones entre los hombres y Dios que se concretizan en la fe de cada día y en el comportamiento con el hermano.

Es la misma exigencia de Cristo en su mensaje: sólo con una gran fe se pueden construir nuevas relaciones. Él no niega ni rechaza a quien le pide un favor para una persona enferma. Pero exige la fe.

La actitud del funcionario real debe ser la actitud de todo discípulo: confiar plenamente en la palabra y actuar conforme a ella. Así se inicia una forma de salvación que nos coloca más allá de nuestras fronteras y nos lanza a construir ese cielo nuevo y esa tierra nueva.

Es cierto que Jesús cura a distancia, pero también es cierto que se han requerido la sensibilidad de un padre para pedir por su hijo, el riesgo de aparecer suplicando a un nazareno, él que era poderoso, y después confiar ciegamente en una palabra sin ningún signo externo que le confirmara su petición.

Nosotros también debemos darnos cuenta de la enfermedad que tiene nuestro pueblo, suplicar insistente y humildemente, y actuar conforme a la palabra que nos da Jesús. Sí podemos construir un cielo nuevo y una tierra nueva con su presencia y con su palabra.