Lunes de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario

Lc 7, 1-10

En este pasaje de Jesús, podemos ver la conjugación de dos elementos que son fundamentales en la vida espiritual: la fe y la intercesión.

Quisiera destacar hoy la importancia de los amigos en la vida espiritual. Ya en el pasaje del paralítico que fue llevado en camilla por unos amigos, podemos ver lo importante que es tener buenos amigos en nuestra vida de fe, pues muchas veces, como en estos dos casos, ellos son el medio para que Dios se manifieste con poder en nuestra vida o en la vida de nuestros seres queridos.

Un buen amigo siempre estará dispuesto a orar por ti, a interceder por tus necesidades, es más, a orar contigo. Un buen amigo sabrá presentar, tus necesidades al Señor como si fueras tú mismo, pues te ama y tus problemas son sus problemas.

Por ello dice el libro de la sabiduría que «quien encuentra un amigo encuentra un tesoro».

Valora a tus amigos y busca acrecentar su número… ellos pueden ser el instrumento para que la bendición de Dios llegue a tu vida y a la de tu familia.

Lunes de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario

Lc 7, 1-10

Así como un foco necesita de la electricidad para encender y un motor de combustión necesita de la gasolina para funcionar, así la gracia de Dios necesita ser alimentada por nuestra fe para poder obrar milagros y maravillas.

Esta es la lección de este Evangelio. Jesús, por compasión y buena voluntad, se levanta y va a curar al siervo del centurión, pero cuando llega a casa de éste, salen los amigos con su recado: “No soy digno…” y “…con una palabra tuya…”  Fe y humildad. La combinación perfecta para que Dios otorgue sus más hermosas gracias a la gente que se las pide.

Fe, porque el centurión creyó con todo su corazón que Jesús podía curar a su siervo. No dudó del poder de Jesús en su corazón. Porque de otra manera no hubiera podido arrancar de su Divina misericordia esta gracia.

Humildad, porque siendo centurión y romano, que tenían en ese tiempo al pueblo judío dominado, no le ordenó a Jesús como si fuera un igual o una persona de menor rango. Todo lo contrario. Se humilló delante de Él y despojándose de su condición de dominador de las gentes, reconoció su condición de hombre necesitado de Él.

Imitemos la actitud del centurión cada vez que acudamos a Dios. Si rezamos con fe y humildad, seguro que nos concederá lo que pidamos.