Martes de la II Semana de Cuaresma

Is 1, 10. 16-20

La invitación que nos hace Dios hoy, por medio del profeta es muy clara: aprendan a hacer el bien. Es importante notar que Dios nos conoce y sabe que el ser humano crece y se desarrolla siguiendo procesos, y que es muy difícil que las cosas cambien de la noche a la mañana.

Por ello hoy nos invita a entrar a la Escuela del Amor para «aprender a hacer el bien». Y es que en esta escuela el maestro y director es el Espíritu Santo.

Asistir a sus clases es irle dando espacio en nuestra vida por medio de la oración y de los sacramentos.

Quienes participan de esta escuela notarán cómo día con día, el pecado va desapareciendo de su vida y la caridad se va haciendo cada vez más manifiesta y operante.

Dios no nos pide cambios que están fuera de nuestras posibilidades, pero nos pide disposición y cooperación a su gracia: seamos dóciles y así evitaremos que el mal nos domine.

Mt 23, 1-12

“Ser el más popular, salir en televisión, que todos me conozcan y saluden por la calle”. Es una gran aspiración de hoy. A los fariseos también les gustaba verse importantes, aparentar una conducta intachable, causar la admiración de todos.

Es una actitud que se nos cuela secretamente en nuestro corazón: “Ya que me esfuerzo en esto, que se vea, que me lo reconozcan”. Es muy sacrificado trabajar para los demás y percibir que ellos ni se dan cuenta, ni abren la boca para decir gracias. De esto saben mucho las amas de casa, que lo tienen todo a punto y nadie se acuerda de reconocérselo.

Pero el cristianismo no consiste en actuar de cara a los demás. No somos actores, sino hijos de Dios. Él ya lo ve, y sabrá valorarlo. Es más, el mérito se alcanza cuando hemos sido más ignorados por los hombres. Si hoy he puesto la vajilla en casa y nadie me ha dado las gracias, mejor. Dios tendrá toda la eternidad para hacerlo.

Servir de oculto, sin buscar un premio inmediato, da gloria a Dios. Y al mismo tiempo, nos abre los ojos ante la calidad de una obra hecha por puro amor a Dios y experimentamos un gozo interior, una paz que nos eleva y nos hace ver la grandeza del hombre.

Por eso Jesús repite que el primero no es el que recibe las alabanzas, sino el que sirve.

Martes de la II Semana de Cuaresma

Is 1, 10. 16-20

Sodoma y Gomorra, las dos ciudades pecadoras destruidas por la ira de Dios, permanecen en la actitud negativa del pueblo que responde con ingratitud e infidelidad al amor que Dios le ha manifestado.

No son los sacrificios y las prácticas cultuales vacías de espíritu los que pueden purificar al hombre, sino solamente la práctica de la justicia, que debe corresponder a la misericordia de Dios siempre pronta a perdonar.

Con frecuencia aplicamos a Dios nuestras propias mezquindades y limitaciones.  ¿Me podrá perdonar Dios?  ¿Tendrá suficiente poder?  ¿Tendrá ganas de perdonarme?

En esta Cuaresma, soy invitado a reconocer mis pecados; con mayor razón soy invitado a reconocer, ante todo, la infinita misericordia de Dios.

Mt 23, 1-12

Las distancias entre la teoría y la práctica, entre el mandamiento y su cumplimiento, entre lo exterior y lo interior, hoy nos aparece en las palabras de Cristo, llenas de fuerza.

Moisés expresa toda autoridad o responsabilidad.  Autoridad= servicio.

Los vestidos e insignias de oración, las filacterias y los mantos con franjas  -lo exterior, sin alma-  la finalidad fallida: «para ser vistos».

La palabra de Cristo: «Que el mayor entre ustedes sea su servidor».

A la luz de esta Palabra, celebremos hoy la Eucaristía.

Martes de la II Semana de Cuaresma

Mt 23, 1-12

Jesús no trae una nueva religión o una reforma de la ley mosaica, sino anunciar que el Reino de Dios se ha hecho presente como un don precioso de amor y liberación: pues es esto y no otra cosa la Ley.

El problema es que los fariseos y los “maestros” habían convertido a la Ley y los Profetas en unas sufridas obligaciones para el pueblo fiel, obligaciones y ritos en los que ni ellos mismos creían. Y Jesús denuncia esta hipocresía con rotundidad y desde su autenticidad como Maestro que viene de parte de Dios, que habla con convicción y autoridad desde el ejemplo de su Vida.

Pero el texto del Evangelio es también una crítica para los que hoy en día y en nuestra Iglesia se consideran “maestros” y conciben su ministerio pastoral no en referencia a Cristo, único y verdadero Maestro, sino desde su propia autoreferencia. En este sentido, es muy significativo que uno de los títulos del Papa es el de “servus servorum Dei” (siervo de los siervos de Dios), aunque muchas veces se ha utilizado como signo más de poder que de servicio. El papa Francisco ha criticado siempre mucho este fariseísmo y la excesiva clericalización de la Iglesia, aunque todavía queda mucho por hacer y no pocos laicos siguen prefiriendo el servicio en la sacristía más que en la sociedad.

“Hoy el mundo espera de nosotros una respuesta vital, encarnada en nuestra propia entraña; no entiende las respuestas puramente teóricas por sabias que parezcan. Si los hombres se acercan a nosotros interesándose por Cristo, por el sitio donde se le puede encontrar, por su mensaje, por su doctrina, por las virtudes que practicó, hemos de estar siempre preparados para dar una respuesta que brote de una experiencia personal, hecha vida en nuestra propia vida, hecha sacrificio e inmolación de nuestra propia carne” 

Martes de la II Semana de Cuaresma

Mt 23, 1-12

Aunque este evangelio está referido especialmente a los líderes religiosos (sea o no clérigo) no podemos negar que presenta la realidad de la soberbia que existe en todos nosotros.

O, ¿quién podría negar, que cuando se presenta la ocasión, no busca tomar los puestos de honor, que su nombre esté entre luces de colores, que toda la gente hable de él… ser la estrella de su propia película?

Sobre todo, esto ocurre en aquellos a los que Dios ha puesto al frente de cualquier grupo humano, desde el padre de familia hasta el ejecutivo, el político y el sacerdote.

Se nos olvida con frecuencia que nuestra vida cristiana se manifiesta en la humildad.

Humillarse es ante todo el estilo de Dios: Dios se humilla para caminar con su pueblo, para soportar sus infidelidades.

Esto se aprecia bien leyendo la historia del Éxodo: Qué humillación para el Señor oír todas aquellas murmuraciones, aquellas quejas. Estaban dirigidas contra Moisés, pero, en el fondo, iban contra él, contra su Padre, que los había sacado de la esclavitud y los guiaba en el camino por el desierto hasta la tierra de la libertad.

Esta es la vía de Dios, el camino de la humildad. Es el camino de Jesús, no hay otro. Y no hay humildad sin humillación.

Al recorrer hasta el final este camino, el Hijo de Dios tomó la condición de siervo. En efecto, humildad quiere decir también servicio, significa dejar espacio a Dios negándose a uno mismo, despojándose, como dice la Escritura. Este vaciarse es la humillación más grande.

Hay otra vía, contraria al camino de Cristo: la mundanidad. La mundanidad nos ofrece el camino de la vanidad, del orgullo, del éxito. Es la otra vía.

El maligno se la propuso también a Jesús durante cuarenta días en el desierto. Pero Jesús la rechazó sin dudarlo.

Y, con Jesús, sólo con su gracia, con su ayuda, también nosotros podemos vencer esta tentación de la vanidad, de la mundanidad, no sólo en las grandes ocasiones, sino también en las circunstancias ordinarias de la vida.

Martes de la II Semana de Cuaresma

Mt 23, 1-12

Las palabras de Jesús nos pueden parecer duras si nos las aplicamos a nosotros. Es fácil condenar a los demás o maldecir a aquellos escribas y fariseos que se han sentado en la cátedra de Moisés. Pero si hacemos actuales estas palabras descubriremos que se nos ha metido en el corazón esa ambición de poder, ese gusto porque nos reconozcan y nos hagan creernos importantes.

Nos quedamos lejos del evangelio de Jesús y preferimos las comodidades que nos brinda un evangelio hecho a nuestro gusto y justificado en necesidades que no provienen de exigencias evangélicas, sino de la ambición de comodidades y honores.

Decir una cosa  y hacer otra. Cuando nos preguntamos por qué tanto escándalo en los pecados de la Iglesia y de sus ministros, la causa se encuentra no en que seamos los únicos pecadores, sino en esa incoherencia de exigir una conducta y nosotros llevar otra. Los pecados son mucho más graves cuando se tiene mayor conocimiento y mayor responsabilidad.

Muchas veces me he preguntado qué quiere Jesús de cada uno de nosotros como miembros de su Iglesia y si ésta es la iglesia que Él soñó. Tendremos que purificar muchas cosas, sobre todo en fidelidad a su espíritu y a su ejemplo. ¿Cómo ser fieles a Jesús?

Ciertamente tendremos que dejarnos cuestionar por sus palabras y mirar el profundo significado de cada una de ellas. Son eco de las mismas palabras que decía Isaías en la primera lectura: “Lavaos, purificaos; apartad de mi vista vuestras malas acciones. Dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad la justicia, auxiliad al oprimido, defended los derechos del huérfano y la causa de la viuda”.

Cristo recoge toda esta tradición, nos la enseña con su ejemplo y nos invita a que participemos de su proyecto y estilo de vida. No es ambicionando honores, ni puestos como viviremos su evangelio. La verdadera religión, la que nos hace hermanos, brota de nuevas relaciones basadas en la verdad y en la justicia. ¿Cómo vivir hoy las palabras de Jesús?