Martes de la II Semana Ordinaria

Heb 6, 10-20

Que importante es en nuestros momentos de dificultad, cuando la confianza y la esperanza corren el peligro de debilitarse, el recordar que creemos y amamos a un Dios que ha hecho alianza con nosotros, y que como nos lo dice hoy nuestra lectura, sus promesas y juramentos son irrevocables.

Nos exige únicamente la fidelidad. Ante Él están siempre nuestras luchas, nuestras debilidades, nuestros dolores y padecimientos y recordando su alianza, está siempre listo para socorrernos y mostrarnos el camino.

No dejemos que el desanimo nos venza. Dios ha hecho morada entre nosotros, y Él peleará con y por nosotros todas nuestras batallas y luchas, hasta que un día, junto con María Santísima, podamos disfrutar de su paz y su alegría perpetua.

Mc 2, 23-28

Para el pueblo judío, el sábado era mucho más que un día sagrado. Muchos preceptos rodeaban la vida del pueblo elegido. Y quien no los respetaba, era señalado así, como el Evangelio pone en boca de los fariseos: “Mira cómo hacen en sábado lo que no está permitido”.

La verdad, a los fariseos no les importaba transgredir la ley, sin embrago la sabían usar muy bien para su propio beneficio, habían olvidado que la ley nunca puede ser más importante que la caridad.

Desde nuestra propia casa hasta las últimas instituciones necesitan de leyes, sin embargo quienes están encargados de la aplicación de éstas, deben tener siempre en cuenta el «espíritu» que las ha inspirado y que en última instancia es el bien de los individuos y de la comunidad.

“El Hijo del hombre es el dueño del sábado”. Con esta afirmación, el mensaje de Cristo es claro para nosotros. Él no sólo quiere ser alguien importante en nuestra vida. No le basta que le dediquemos una hora a la semana. Quiere realmente ser lo más importante para nosotros, aún sobre aquello que nosotros consideramos tan importante.

Este amor que Cristo espera de nosotros no busca ser absorbente. No quiere que nos encerremos muchas horas en la Iglesia, bajo el presunto deseo de estar sólo con Él. Prefiere que caminemos juntos todos los momentos de la vida. Sin importar el lugar, el día de la semana y la actividad. Pero esto funcionará si primero lo buscamos, si nos unimos a Él en la oración, en la Eucaristía. En pocas palabras, si somos capaces de vivir la misa dominical y el día del Señor como Él lo merece, con mayor facilidad lograremos que Él sea el Señor de nuestra vida.

Martes de la II Semana Ordinaria

Mc 2, 23-28

Para las autoridades religiosas del judaísmo, el “sábado” era, ante todo, un precepto legal, una obligación que marcaba el descanso de la semana. Sin embargo, para la tradición veterotestamentaria, es fundamentalmente “el día del Señor”, la memoria viva del Dios que salva interviniendo en la historia de su pueblo. Con Jesús, esta Salvación se hace presente. Con sus palabras y sus actos anuncia que ese Día ya ha llegado. Dios se hace hombre y, por tanto, no solo interviene en la historia humana, sino que es Historia Viva y Presente.

Este Evangelio o “Buena Noticia” es el santo y seña de la predicación de Jesús frente a las autoridades religiosas que siguen esperando pasivamente un Mesías a la medida de sus costumbres y rituales, a la medida de su religión. La frase de que “el sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado” es paradigmática. Jesús viene a liberarnos de las esclavitudes que dificultan una fe viva en la que todo hombre pueda encontrarse con Dios.

Pero este Evangelio es, sobre todo, para nosotros, cristianos de hoy, para nuestras comunidades, para la Iglesia: ¿vivimos la alegría a que nos invita Jesús?, ¿son nuestras misas de los domingos más preceptos que encuentros vivos con el Señor? Recuerdo que un periodista le preguntó a un cardenal español si nuestras misas resultaban aburridas para los fieles y tuvo que reconocer honradamente que sí.

Y es que parece que todavía nuestro “sabbat” dominical nos “obliga” más que nos convoca, que nuestra actitud mientras participamos no es precisamente de atención y menos de alegría, sino de esa tibieza de la que nos habla San Juan en el Apocalipsis. Y no nos engañemos: esto no solo depende de los ministros ordenados… No podemos seguir dormidos cuando el Señor ya ha llegado y nos convoca.

La Iglesia no irá adelante, el Evangelio no saldrá adelante con evangelizadores aburridos, amargados. No. Solo podrá avanzar con evangelizadores alegres, llenos de vida. La alegría al recibir la Palabra de Dios, la alegría de ser cristianos, la alegría de ir adelante, la capacidad de celebrar sin avergonzarse.