Martes de la XI Semana Ordinaria

2Cor 8, 1-9

De nuevo san Pablo nos recuerda que el amor no es una cosa irreal sino concreto y que se manifiesta con acciones concretas. En esta ocasión se refiere a la ayuda económica en favor de los pobres y más necesitados de las comunidades cristianas. Decía un sacerdote: «Cuando el evangelio llega a tu bolsillo, puedes estar seguro que ya pasó por tu corazón». Y es que mientras el evangelio se queda en la cabeza y no desciende hasta el corazón todo se va quedando en bonitos pensamientos, en grandes discursos, pero en poca vida.

En medio de este mundo materialista y consumista, en donde somos con frecuencia presas del egoísmo que nos lleva a atesorar, la vida del Espíritu nos libera para que los dones que Dios ha creado y de los cuales nos ha hecho administradores, puedan llegar a todos los hombres.

Recordemos siempre que no hay nadie tan pobre que no tenga algo que compartir con los demás. El dinero solo tiene valor cuando produce bienestar, y cuando este bienestar es recibido por los más necesitados, se convierte en bendición.

Mt 5, 43-48

La caridad representa el mayor mandamiento social. Respeta al otro y sus derechos. Exige la práctica de la justicia y es la única que nos hace capaces de ésta. Inspira una vida de entrega de sí mismo: “Quien intente guardar su vida la perderá; y quien la pierda la conservará” (Lc 17, 33)».

Es importante respetar a los demás y hacer ver que, en tu vida, el encuentro con Jesucristo ha significado algo importante, decisivo. De otra manera, todo sería inútil. Si un hombre tiene fe, debe vivir según la fe».

«Amén a sus enemigos» es la indicación que Jesús nos da hoy en el Evangelio. No es fácil. Implica seguir su ejemplo: «Sean, pues, perfectos, como perfecto es su Padre celestial». Hace falta conocer a Jesús y hacer la experiencia de Él.

Es bastante peligroso trabajar o amar «para» recibir algo a cambio. Hay que trabajar o amar «porque» se debe trabajar o amar, pero no porque nos lo vayan a agradecer. Qué paz y qué alegría nos da el saber que Dios lo ve y lo sabe todo. Él recompensará nuestra generosidad. Perdonemos. Comprendamos. Sepamos salir al encuentro de aquellos que peor nos caen. Amemos al que siempre nos riñe, al que se burla de nosotros… así, seremos verdaderos testigos del amor de Dios a los hombres. «Miren cómo se aman». Ésta era la definición de los primeros cristianos. Sembremos amor. Tarde o temprano, cosecharemos un mundo mejor, más cristiano, más humano, más lleno de amigos y, entonces, nadie será nuestro enemigo.

Martes de la XI Semana Ordinaria

1 Re 21, 17-29

A veces hay cosas que vemos en la historia y que nosotros condenamos.  Pero la historia no se soluciona simplemente en una rápida condenación: delito-castigo, culpa-pena, ofensa-satisfacción.  Dios es un Dios de salvación, busca la redención.

Ajab se arrepiente y Elías, testigo de la justicia, ahora lo será de la misericordia: «El Señor no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva».

En la historia de la salvación va apareciendo cada vez más detalladamente la misericordia salvífica de Dios.

En Cristo aparecerá con toda claridad.  Misericordia que pedirá de nosotros la confianza para acercarnos a Él, sabiendo que arrepentidos, siempre seremos perdonados.  Pero también pedirá de nosotros el reflejar esa misericordia respecto al prójimo.

Mt 5, 43-48

Entre todas las enseñanzas evangélicas destaca la caridad.  En el evangelio se insiste mucho en la fuerza de la caridad.

El mandato de Cristo: «Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian…» nos podría parecer totalmente absurdo e impracticable.  Estamos muy acostumbrados a pensar en el amor casi exclusivamente como un sentimiento, una reacción natural de atracción y de deseo de posesión de algo o de alguien que nos conviene, que nos agrada, que nos favorece.  El eje total somos nosotros mismos.  El eje auténtico del amor, aún del amor meramente humano no somos nosotros, sino lo amado.  El amor pide un salir y dar, un completar y mejorar; de allí proviene nuestro mejor bien.

Pero Cristo presenta una dimensión aún mayor.  Es la dimensión total de Dios, su perfección y su fuerza, su fundamento inquebrantable y su dinamismo único.

Meditemos lo que el Señor nos ha dicho: «sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto».

En la Eucaristía se nos muestra el sendero y se nos da la fuerza para caminarlo.

Martes de la XI Semana Ordinaria

Mt 5, 43-48

Somos criaturas de Dios para la construcción de la fraternidad y defensa de la justicia.

Son palabras del Papa Francisco en el último capítulo de la encíclica “Todos hermanos”, completamente en consonancia con el evangelio del día de hoy. San Mateo en este capítulo quinto, expone las enseñanzas de Jesús sobre la nueva moralidad en confrontación con la Ley antigua. El mismo Jesús nos dice que no ha venido a destruir la Ley, sino a darle su cumplimiento. Jesús trasciende el antiguo marco pacato y restrictivo, para crear una nueva dimensión más abierta, exigente y universalista. Las bienaventuranzas no se agotan en actos y cumplimientos concretos, son un estilo de vida, una manera de ser y estar frente al mundo. Un convertirse en sal y luz para que el mundo recobre el sentido de la creación de Dios, acoja un nuevo valor de la justicia y la compasión. Un ideal que alcanza su culmen en la última proposición de Jesús: “Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial que hace salir su sol sobre malos y buenos”. Un mandamiento radical, en línea con el seguimiento que exige Jesús. “Déjalo todo, ven y sígueme”.

Ya no hay desconocidos ni extraños, no hay nosotros y ellos, no hay amigos y enemigos, todos somos hijos de Dios, hermanados y unificados en la redención de Jesús. Amor al prójimo que incluye al que te fastidia, al que te odia o te amenaza. Un amor valiente, que reclama y lucha por la justicia como esqueleto de convivencia y relación. Pero un amor que supera esa normativa para promover la misericordia y la compasión. Orar por vuestros enemigos, devolved bien por mal, amad, reconoced al otro como hijo de Dios, sed compasivos con el que te perjudica, perdonad hasta setenta veces siete. Sólo así nos acercamos a la perfección, a ser fiel reflejo del amor y la perfección del Padre. Combatir el mal con el bien, responder con la no violencia y el perdón, para recibir el perdón de Dios por nuestras culpas, porque también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden. ¡Seamos instrumentos de paz y amor!

 ¿Seremos capaces de perdonar? ¿Seremos capaces de reconciliarnos?