Martes de la XX Semana del Tiempo Ordinario

Mt 19, 23-30

Jesús puso en guardia muchas veces a sus discípulos contra las riquezas de este mundo. En su tiempo y en el nuestro, son una verdadera peste contagiosa y persistente. La comparación que utiliza para advertir de eso es muy hiperbólica, muy oriental. En realidad, no son las riquezas en sí lo que perjudica, sino el apego a ellas. La razón es que llevan consigo el prestigio y el poder, dos metas muy ambicionadas por todos nosotros.

También aquí podemos preguntarnos: ¿Acaso no es lícito procurar la productividad, la generación de riqueza? ¿Vamos a contentarnos con una economía de subsistencia? ¿Va a remediar eso las necesidades de tantas gentes hambrientas?

Precisamente el problema está en que las riquezas no las encauzamos a remediar la carestía de tanta gente. Más bien se acumulan en manos de algunos y no sirven al bienestar general. Desprenderse de las riquezas significa dos cosas: que somos capaces y elegimos vivir con sobriedad, porque “no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita”; y que estamos dispuestos a compartir con los demás lo poco o mucho que tenemos.

Pero para adoptar esas actitudes hemos de abrirnos al don de Dios, dejarnos influir por el estilo de Dios que Jesús nos ha descubierto. Él vivió con gran sobriedad y benefició especialmente a los pobres y desvalidos con lo que tenía: el anuncio convincente de que el reino de Dios se estaba haciendo presente entre ellos, y el empeño por hacer el bien y denunciar el mal en medio de la gente que le rodeaba.

Los discípulos de Jesús dejaron lo que tenían, y hasta la familia a la que pertenecían, y lo siguieron en su modo de vida. ¿Estamos nosotros dispuestos a hacer lo mismo?

Martes de la XX Semana del Tiempo Ordinario

Mt 19, 23-30

Este pasaje, es continuación del que empezamos ayer, nos podría dar la impresión de que Jesús tiene algo contra los ricos. Sin embargo nada más lejano que esto. La Escritura es testigo de que el mismo Jesús tenía entre sus seguidores amigos (algunos eran incluso discípulos) muy ricos. José de Arimatea quien le regaló la tumba y Nicodemo que le llevó los perfumes (que eran muy caros) para la sepultura… Esto sin contar al mismo Mateo y a Zaqueo, quien solo dio la mitad de sus bienes y del que Jesús dijo: «Ahora ha llegado la salvación a esta casa».

Lo que impide que un hombre pueda disfrutar del Reino es la esclavitud, la falta de libertad sobre los bienes (o sobre cualquier cosa… incluso nuestros propios pensamientos). Cuando el hombre se aferra a los bienes, como el joven del pasaje, no es libre pues es esclavo de lo que posee.

Jesús nos quiere libres… el Reino es para la gente libre, para aquellos que como Nicodemo, José de Arimatea y tantos más, son capaces de tener sin retener. De aquellos que reconocen que los bienes creados son de y para todos; que la acaparación solamente empobrece y esclaviza.

Ante esto, ¿qué tan libre eres con respecto a tus bienes… pues de esto depende que puedas disfrutar la vida del Reino?

Martes de la XX Semana del Tiempo Ordinario

Mt 19, 23-30

Cuando éramos niños escuchábamos cuentos relacionados con los diferentes sitios que rodeaban el pueblo: El lago, las montañas, etc. Uno de los temas preferidos eran los tesoros. Se hablaba de cuevas llenas de riquezas, pero quién lograba descubrirlas y entrar en ellas, al tomar una cantidad tan grande de joyas, dinero y perlas se quedaba atrapado por su misma ambición.

No es extraña la sentencia de Jesús, y en la mayoría de los pueblos se cuentan historias de gente ambiciosa que acaba vencida y encadenada por sus propios tesoros.

Cuando el dinero se apodera del corazón, se pierden los sentimientos, la razón y la sabiduría. El dinero puede comprar muchas cosas, es cierto, pero no la felicidad. Y cuando el dinero compra tantas cosas acaba cobrándose con la propia libertad.

¿No es cierto que muchas familias acaban divididas a causa del dinero? ¿No es verdad que los amigos se conocen cuando se tiene que compartir lo que se posee?

A causa de las ambiciones se invaden territorios, se rompen los tratados, se ponen fronteras y se declaran las guerras. El verdadero equilibrio lo establece el mismo Génesis cuando coloca al hombre en el paraíso como dueño y señor, porque el verdadero dueño y señor no es el que destruye, despilfarra o se hace esclavo de las cosas. La naturaleza está al servicio y cuidado del hombre, pero no para hacerse su esclavo, encadenar su corazón y cambiar sus sentimientos.

Es difícil en la actualidad encontrar ese sano equilibrio que nos permita usar y disfrutar de las riquezas, pero no atarnos a ellas.

El mismo sistema de una posesión individualista y de una encarnizada competencia para ver quién tiene más nos ata el corazón y no nos permite ser felices. Y Jesús nos enseña el justo uso de las riquezas: La felicidad no está en poseerlas sino es saberlas utilizar rectamente. Nunca para despreciar o esclavizar a un hermano; nunca para corromper o humillar; nunca para quitar el lugar de Dios en nuestra vida.

Nada más triste que una persona que vive adorando y reverenciando al ídolo dinero.

Que hoy, el Señor nos conceda tener lo necesario para una vida digna, pero nos permita vivir con el corazón libre de ambiciones.