Martes de la XXII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 4, 31-37

El evangelio vuelve a recordarnos la admiración de las gentes de Cafarnaúm ante el milagro que han contemplado. Jesús está comenzando su ministerio público.

El evangelio de hoy incide en un aspecto fundamental de Jesús: su bondad. El milagro, expulsar un demonio, no debe llevarnos a la discusión de cuál podía ser la enfermedad-posesión de aquel hombre. Lo que nos importa es ver que Jesús, además de hablar del Reino, siempre tiene gestos de cercanía y misericordia con aquellos que sufren el mal en sus vidas.

Una vez más la sanación de ese hombre enfermo significa liberación; devolver la libertad a quien padece una limitación que le impide vivir como desearía. Y ahí está Jesús para volver a poner las cosas en su sitio. Aquí comienza la batalla de Jesús contra el mal.

¿Cómo reacciona la gente? Ante un prodigio como es esta curación, surge en su auditorio el asombro, la admiración. No es para menos. Contemplar la liberación de un hombre, es motivo de alegría para todos. A la alegría, se une la sorpresa, la admiración y el asombro.

¿Qué nos dice a nosotros hoy esta escena de Cafarnaúm? También hemos de admirar a este buen Jesús que enseña y cura. Que trae esperanza a cuantos vivimos envueltos en incertidumbres y desesperanzas. Pero hay un segundo motivo para nosotros y que hemos de sopesar. Somos seguidores suyos y nuestra labor no debe ser otra que continuar su misma labor. Nos corresponde hablar de Él, de su persona, de su divinidad, de sus milagros. También se espera de nosotros “curar” a los necesitados en sus múltiples formas.

Creer en Jesús es continuar su labor. Él habla hoy a través de sus seguidores. Cura por la acción de los que nos decimos sus fieles. Nada debe apartarnos de ese camino. Él nos acompaña y su gracia está con nosotros para apoyar nuestra debilidad. Confiemos en Él y transmitamos con entusiasmo nuestra fe, haciendo el bien como expresión de nuestra creencia.

Martes de la XXII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 4, 31-37

Una de las estrategias más astutas del demonio, y que usa con gran habilidad sobre todo en nuestros días, es hacernos creer que no existe.

El nuestro mundo lleno de tecnología y ciencia, con frecuencia aparecen fenómenos que nos desconciertan y asombran. Negamos la existencia del demonio y después quedamos desconcertados ante los acontecimientos que no les encontramos explicación. Se han multiplicado los exorcismos y las protecciones contra Satanás. ¿Se estará haciendo más presente el demonio en nuestros días?

No creo que ese tipo de presencia, posesiones y fenómenos paranormales tengan mucho que ver con la presencia del demonio y no es ésta la situación que más me preocupa, ni la que más parece preocuparle a Jesús. Su preocupación es el mal que ata y esclaviza a la persona, su preocupación son las cadenas que nulifican al hombre, su preocupación es la injusticia y la impiedad.

El mismo Papa Francisco con frecuencia hace alusión a esta presencia e influencia del demonio en nuestras vidas.

Jesús inicia su ministerio predicando la Palabra que lleva paz y armonía al corazón, que libera de la mentira, que levanta y dignifica y después en una forma visible, delante de todos, libera a un hombre atormentado por el demonio.

No nos imaginemos posesiones en cada ocasión que se habla del espíritu del mal en los pasajes bíblicos. A toda enfermedad y dolencia se le consideraba atadura de Satanás y de todas estas ataduras nos viene a liberar Jesús.

Que no nos asusten esos fenómenos en que se quiere a fuerzas descubrir a Satanás, pero también, que no seamos ingenuos y neguemos toda la influencia que están teniendo las fuerzas del mal en nuestros tiempos y en las decisiones que se toman diariamente. Por eso ahí tenemos en nuestros días la violencia, las injusticias, las mentiras, la corrupción, para darnos cuenta de esa presencia fuerte de Satanás en nuestros días.

Quizás nosotros, no tanto con nuestras palabras, pero si con las actitudes también le decimos a Jesús que se aleje de nosotros y que nos deje en nuestro mundo de mentiras, de corrupción y de egoísmo.

“Déjanos, ¿por qué te metes con nosotros?” Es el contraste entre la forma de pensar y actuar de quién tiene el Espíritu de Jesús y de quien se deja conducir por el espíritu del mundo.

Que hoy nos acerquemos a Jesús, que le permitamos compartir su vida con nosotros, que cambiemos nuestra forma de vivir.