
1 Tim 3, 1-13
En este pasaje, San Pablo nos presenta las cualidades que deben de tener
aquellos que aspiran a tener una responsabilidad importante en el gobierno de la Iglesia. Notamos que nos habla de las dos primeras instancias que fueron el Episcopado y el diaconado.
La Iglesia siguiendo la palabra de Dios ha buscado a lo largo de los siglos que quienes aspiran a estos ministerios de servicio se configuren a este perfil. Seguramente nos preguntamos, ¿Por qué san Pablo habla de personas casadas, mientras que en nuestras comunidades tanto el diácono como el sacerdote son célibes?
Esto obedece a una situación particular de la Iglesia Latina, la cual ha considerado que este estado de vida es necesario para la extensión del Reino pues le da plena libertad a los consagrados. Sin embargo la Iglesia Católica Oriental, continua ordenando sacerdotes y diáconos casados, los cuales deberán cumplir también con lo que hoy propone san Pablo como el modelo de los servidores de la Iglesia.
Lc 7,11-17
Una de las características del evangelio de San Lucas es el hecho de que nos presenta la gran misericordia de Jesús para con todos, especialmente para con los que sufren, por ello es llamado el «evangelio de la misericordia».
Para Jesús todo sufrimiento era su sufrimiento, lo cual es evidente cuando leemos como al ver a la pobre madre que ha perdido al único hijo, se conmueve y se lo regresa vivo.
Es pues necesario pedirle al Señor que nos enseñe a «sentir» con el otro, que abra nuestros ojos y nuestro corazón a las necesidades de aquellos que conviven diariamente con nosotros, de manera fundamental, a las necesidades de nuestra propia familia, la cual por el hecho de vivir con nosotros, pasa muchas veces desapercibida y no somos capaces de participar de los sufrimientos y alegrías de nuestros seres queridos.
No sabemos cuándo nosotros necesitaremos también de la misericordia de los demás. Por eso, seamos misericordiosos, para que la Bienaventuranza se realice en nosotros y podamos ser sujetos de la misericordia de Dios.