Martes de la XXVII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 10, 38-42

¿No te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio?

Una queja muy común. Una dicotomía muy frecuente en la existencia del cristiano que aparece como tentación.  Las palabras de Jesús a Marta son la advertencia sobre este peligro. No se trata de dividir las funciones, sino de descubrir cómo se necesitan mutuamente, para ser fieles al seguimiento de Cristo.

La escucha de la Palabra, acogida y contemplada; escrutada y aplicada a la existencia propia y a la misión, refleja la experiencia del mismo Señor. El siempre escuchaba al Padre y nada decía por cuenta propia, pero al mismo tiempo, nadie plasmó mejor el amor en la atención a las urgencias de los hombres.

Escoger la mejor parte, no es otra cosa que poner por obra el “Escucha, Israel” Porque es desde esta escucha como el servicio que el amor procura se desarrolla en la forma adecuada.  Muchas veces repite Jesús “el que tenga oídos para oír, que oiga.” María está oyendo, escuchando, extasiada con la palabra de Jesús. Pero ese entusiasmo no se quedará en sí, sino que se proyectará en la comunión con los otros.

Es lo que se desprende de la definición de Tomás de Aquino: “contemplar y dar lo contemplado”

 Jesús dirá: lo que os digo al oído proclamadlo desde las azoteas. Si María se guarda para sí la palabra escuchada, sería estéril. No en vano al tiempo de ser bautizados cuando se nos hace la señal de la cruz en oído y labios, se alude a la escucha y a la proclamación de la Palabra. María escucha y nos recuerda que escuchar es fundamental para la relación con Dios y para la relación con cada ser humano.

Estamos en una sociedad sedienta de escucha y saturada de aturdimiento ruidoso. No escuchamos y por eso nos desatendemos unos a otros. Somos demasiado Marta y muy poco María. Somos urgidos por el amor de Cristo a aprender de él, que escucha siempre y comunica siempre.

Nunca como ahora los medios enlazan a todo el mundo y estamos al tanto de lo que está aconteciendo y sin embargo, nunca como ahora la soledad y la incomunicación hieren la existencia humana.

Marta y María son las dos dimensiones esenciales de la existencia cristiana, que se convierte en signo para recordar a toda la importancia de escuchar, para comprender y aplicar lo recibido para provecho de toda la humanidad.

¿Qué priorizo yo en mi vida?

¿Cómo conjuntar equilibrada y armoniosamente las dos dimensiones de la existencia cristiana cada día?

Martes de la XXVII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 10,38-42

El mundo va cada vez más rápido. Los coches, los aviones, las telecomunicaciones, internet. Todo son cosas que deberían hacer que el hombre dispusiese de más tiempo, pero parece que el hombre de hoy, cuantos más remedios encuentra para ahorrar tiempo, más motivos encuentra para gastarlo. Y no escapamos los cristianos a esta fiebre del tiempo, y muchas veces nos preocupamos de no poder encontrar más tiempo de encuentro personal con Jesucristo, de oración.

Marta pide casi en tono de reproche a Jesús para que su hermana la ayudara a servir, en lugar de permanecer parada escuchándolo, mientras que Jesús responde: «María ha escogido la mejor parte». Y esta parte es aquella de la oración, aquella de la contemplación de Jesús.

A los ojos de su hermana estaba perdiendo el tiempo, también parecía tal vez un poco fantasiosa: mirar al Señor como si fuera una niña fascinada. Pero, ¿quién la quiere? El Señor: «Esta es la mejor parte», porque María escuchaba al Señor y oraba con su corazón.

Y el Señor un poco nos dice: «La primera tarea en la vida es esto: la oración». Pero no la oración de palabra, como loros, sino la oración, el corazón: mirar al Señor, escuchar al Señor, pedir al Señor. Sabemos que la oración hace milagros.

Y Marta… ¿Qué hacía? No oraba. La oración que es sólo una fórmula sin corazón, así como el pesimismo o la inclinación a la justicia sin perdón, son las tentaciones de las que el cristiano debe siempre resguardarse para llegar a elegir la mejor parte.

También nosotros cuando no oramos, lo que hacemos es cerrarle la puerta al Señor. Y no orar es esto: cerrar la puerta al Señor, para que Él no pueda hacer nada.

En cambio, la oración, ante un problema, una situación difícil, a una calamidad es abrirle la puerta al Señor para que venga. Porque Él rehace las cosas, sabe arreglar las cosas, acomodar las cosas.

Orar por esto: abrir la puerta al Señor, para que pueda hacer algo. Pero si cerramos la puerta, el Señor no puede hacer nada. Pensemos en esta María que eligió la mejor parte y nos hace ver el camino, cómo se abre la puerta al Señor.

Martes de la XXVII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 10, 38-42

Sentarse a los pies de Jesús y escucharlo, ¿es descuidar los trabajos que tenemos que hacer?  De ninguna manera este evangelio pretende enseñarnos esto.  Este Evangelio nos ayuda a descubrir la importancia de escuchar al Señor y escucharlo atentamente, pero para después vivir la Palabra.

Ciertamente, María trabaja en muchas tareas, y por andar en tantas cosas no tiene tiempo para escuchar al Señor.

Me parece hoy la queja repetida de muchos adolescentes respecto a sus papás que los admiran porque trabajan mucho o los quieren porque se desgastan y sudan para que nadas les haga falta, pero la quejas es que ya nos les queda tiempo para hablar con ellos, no tienen espacios para compartir la vida, no parecen escuchar y disfrutar de su presencia.

Quien es verdadero discípulo de Jesús no puede ocuparse en muchas cosas, sino a cada cosa darle su importancia y su momento.  Es más importante estar con Jesús que trabajar para Jesús; es más necesario actuar con Él que actuar para Él.  Y lo mismo podríamos decir de la familia, de los hijos y de los amigos.  Y esto no quiere decir que se quede el amigo o el padre de familia contemplando todo el día al amigo o al hijo respectivamente.  Es situar en su justa dimensión todas las cosas en vista de lo que consideramos más importante.

La escucha de la Palabra del Señor, el acogerla con toda atención, no significa una contemplación que nos aleje de los compromisos que tenemos en nuestra comunidad o en nuestra familia.  No se trata pues de hacer muchas cosas para alguien, sino de estar con Jesús en todos los momentos.

Indudablemente que hay situaciones en la vida en que lo primero será la ayuda material y física, pero es más importante nuestra atención y cariño a una persona. Sobre todo en este tiempo debemos descubrir que es más importante amar a una persona que darle muchas cosas; amar a Jesús que hacer muchas actividades supuestamente por Él.

Claro que el amor de Jesús nos lanza a actuar en favor de los hermanos y a no quedarnos cruzados de brazos.  Si dialogamos, si escuchamos a Jesús, si dejamos que penetre su palabra en nosotros, nos comprometeremos mucho más con el prójimo.

¿Por qué no te tomas unos pocos minutos de tu agitado día para elevar tu corazón a Dios, y darte cuenta de toda la belleza que Él ha puesto a tu alrededor?