Miércoles de la I Semana de Cuaresma

Jon 3, 1-10

Con este pasaje, la escritura nos muestra, a través de la actitud del Rey de
Nínive lo que significa e implica el convertirse de corazón. Al leer el pasaje vemos como lo primero que hace el rey, es «levantarse de su trono y sentarse sobre cenizas». Con este signo, reconoce que él no es Dios y que su vida (y en este caso, incluso su reino) debe ser dirigida por el único Rey: Dios mismo.

Esta actitud del rey debe servirnos de ejemplo y dejar que Dios se siente en el trono de nuestro corazón. Esto implica reconocer que su palabra es la única que debe regir nuestra vida, lo cual no podrá ser realidad si no tenemos contacto con la Sagrada Escritura.

Esto nos lleva a que un principio de conversión es tomar primero la decisión de seguir la palabra de Dios, y tenerla como el valor central de nuestra vida, y en seguida, tomar la decisión de leer y meditar todos los días está Palabra, con el animo de obedecerla y hacerla vida. ¿Qué te parecería intentarlo?

Lc 11,29-32

Jesucristo califica con mucha dureza a la gente de su tiempo y dice que son una generación perversa. Perversa porque tienen una señal y no están dispuestos a aceptar la señal que Dios les da. La señal que Cristo dará, será su Resurrección.

Cristo es consciente de que es necesario que los hombres aceptemos las señales que Dios nos da, que estemos dispuestos a abrir nuestro corazón a las señales; de otra forma, nuestro corazón es un corazón perverso.

¿Qué significa esto? Esto significa que nuestro corazón puede estar caminando de una forma alejada de Dios Nuestro Señor, viviendo de una forma torcida, porque no está aceptando el modo concreto en el cual Dios llega a su vida. Todo este camino que es nuestra existencia, está sembrado por señales de Dios. Está de una forma o de otra, con una constante presencia de un Dios que nos va señalando, indicando, prestando, como una luz que parpadea en todo momento de nuestra vida. Así es Dios en nuestro corazón, con todas las señales que constantemente nos va marcando.

No es problema el cómo Dios Nuestro Señor nos manda una señal particular para que cambiemos nuestra vida, el problema está en si nuestro corazón va abriendo los ojos a esas señales, si está dispuesto en todo momento a escuchar lo que Dios le quiere decir.

Y aquí donde Jesucristo nos pone en guardia: cuidado, porque a ustedes no se les van a dar otras señales más que la señal del profeta Jonás, la Resurrección de Cristo. Esta señal, se nos presenta en la vida de una forma que nosotros tenemos que tomarla arriesgando nuestra vida.

¿Cómo nos envía Dios señales? Dios nos las envía fundamentalmente a través de nuestra conciencia. Una conciencia que tiene que estar buscando constantemente a Dios; una conciencia que no tiene que detenerse jamás a pesar de las barreras de las murallas que hay en la propia alma. Lo contrario de la perversión es la conversión. Si nuestra alma está constantemente convirtiéndose a Dios, así encuentre en su vida mil defectos, mil problemas, mil reticencias, mil miedos, encontrará al Señor.

Miércoles de la I Semana de Cuaresma

Jon 3, 1-10

La lectura profética es escogida en relación con la lectura evangélica, que es la principal por ser la palabra y los hechos de la Palabra personal del Padre.  Una es a la otra como la aurora a la plenitud del sol, como la promesa al cumplimiento.

Todo el libro de Jonás es como una gran parábola, una narración ficticia, pero es palabra de Dios que enseña verdades muy reales.

Jonás es un profeta del pueblo escogido, enviado a predicar la conversión a la gran capital pagana.  Hace todo lo posible por no ir a su misión; acordémonos de la tempestad, del gran pez que lo traga y lo vomita a los tres días.

Nínive se convierte radical y colectivamente, y eso que son paganos.  Nunca el pueblo de Dios se convirtió así.

Pensemos en la reacción de Jonás; todos sabemos la narración.  «Jonás se disgustó mucho por esto y se enojó»; ¿recordamos al hermano mayor enojado por el perdón del padre al hijo pródigo?

Lc 11, 29-32

Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive con su predicación, es decir, con el anuncio del juicio y el llamado a la conversión.

Salomón, el paradigma de la sabiduría, atrajo de muy lejos a la reina de Sabá.

Jesús es un signo, como Jonás, pero mucho mayor que él: es la sabiduría misma de Dios, de la que Salomón tenía un destello; es la Palabra personal del Padre que ha venido a llamar a la conversión.

Para la comunidad primitiva, el signo de Jonás, que se realiza en Cristo, es, ante todo, su resurrección después de tres días en el sepulcro, como Jonás estuvo tres días en el vientre del monstruo.

¿Qué dirían los habitantes de Nínive y la reina de Sabá sobre nuestra reacción a la Palabra de Dios, sobre nuestra respuesta a los dones especiales de Dios a nosotros?

Abrámonos a su Palabra y con la fuerza de su Sacramento, respondámosles muy positivamente.

Miércoles de la I Semana de Cuaresma

Lc 11,29-32

Las palabras que dirige Jesús a su auditorio son duras. Expresan hartura ante la dureza de corazón de algunos. ¿A quién van dirigidas?

Jesús ha realizado milagros variados; ha hablado con entusiasmo del Reino de Dios, ha dado señales de que su mensaje está asentado en Dios y viene de Dios; ha realizado milagros, y, sin embargo, la reacción de algunos oyentes, los jefes religiosos del pueblo, sigue siendo la sospecha, el rechazo. A esas personas desconfiadas, autosuficientes, van dirigidas esas expresiones chocantes en boca de Jesús.

Para entender mejor el pasaje es bueno recordar algunos momentos que nos narra San Lucas en este capítulo 11. El contexto de esta escena, en concreto, viene precedido de acusaciones que dirigen contra Él. Ante la expulsión de un demonio, se le acusa de hacerlo por virtud del príncipe de los demonios. Es el colmo de la insensatez, de la falta de argumentos. La reacción de Jesús es asegurarles que no habrá esa señal que sus enemigos le exigen con frecuencia para aceptar su mensaje. Solo será la misma de la historia de Jonás para los ninivitas. Y Jonás no hizo otra cosa que predicar la conversión a los ninivitas durante tres días. Ellos se convirtieron.

Hay en la reacción de los jefes una fuerte cerrazón. Prefieren argüir con sinrazones, a dar el paso de aceptar la presencia de Dios en Jesús.

Por eso les reconviene Jesús. Habrán de responder de esa actitud que nada tiene que ver con la reacción de la Reina del Sur que supo ver en Salomón la sabiduría de Dios. O la de los habitantes de Nínive que se convirtieron ante la predicación de Jonás.

Hoy, quizá más que en otros momentos, hay personas religiosamente inquietas, pero no dan el paso de la aceptación de Jesús como Dios. Quieren encontrar argumentos definitivos que destruyan sus dudas e incertidumbres para dar el paso de esa aceptación. La desconfianza escéptica que nos rodea busca razones obviando la realidad de los hechos de Jesús. Pero como afirmaba Giovanni Papini: “De Dios no se puede huir. Si le afirmas, lo amas; si quieres suprimirlo, lo reconoces. Se diga lo que se diga, no se hace sino hablar de Dios. ¿Y de qué otra cosa se podría hablar sino de Dios?”                             

Como creyentes seguidores de Jesús nos toca descubrirlo en el día a día y acogerlo con sencillez y naturalidad. Él nos acompaña, dejémonos influir por ese amor que Él ofrece a todos. Solo creyendo y aceptando su amor puede llegar a nuestra vida la conversión, el cambio de mentalidad, de la que todos estamos tan necesitados.

Vivamos el día con ilusión tratando de responder a su llamada. Cuando aceptamos su palabra y nos dejamos guiar y transformar por ella, la conversión se va haciendo realidad en nuestra vida. Se trata ir dando pasos en esa dirección.

Miércoles de la I Semana de Cuaresma

Lc 11,29-32

¿Cuál es el signo de Jonás? Jesús promete el signo de Jonás. Antes de explicar este signo, reflexiones sobre «el síndrome de Jonás», lo que el profeta tenía en su corazón. Jonás no quería ir a Nínive y huyó a España.

Jonás pensaba que tenía las ideas claras: la doctrina es ésta, se debe creer esto. Si ellos son pecadores, que se las arreglen; ¡yo no tengo que ver! Este es el síndrome de Jonás. Y Jesús lo condena. Por ejemplo, en el capítulo vigésimo tercero de san Mateo los que creen en este síndrome son llamados hipócritas. No quieren la salvación de esa pobre gente.

Dios dice a Jonás: pobre gente, no distinguen la derecha de la izquierda, son ignorantes, pecadores. Pero Jonás continúa insistiendo: ¡ellos quieren justicia! Yo observo todos los mandamientos; ellos que se las arreglen.

He aquí el síndrome de Jonás, que golpea a quienes no tienen el celo por la conversión de la gente, buscan una santidad de tintorería, o sea, toda bella, bien hecha, pero sin el celo que nos lleva a predicar al Señor.

El Señor ante esta generación, enferma del síndrome de Jonás, promete el signo de Jonás. En la otra versión, la de Mateo, se dice: pero Jonás estuvo en la ballena tres noches y tres días…

La referencia es a Jesús en el sepulcro, a su muerte y a su resurrección. Y éste es el signo que Jesús promete: contra la hipocresía, contra esta actitud de religiosidad perfecta, contra esta actitud de un grupo de fariseos.

El signo que Jesús promete es su perdón a través de su muerte y de su resurrección. El signo que Jesús promete es su misericordia, la que ya pedía Dios desde hace tiempo: «misericordia quiero, y no sacrificios».

Así que el verdadero signo de Jonás es aquél que nos da la confianza de estar salvados por la sangre de Cristo.

Hay muchos cristianos que piensan que están salvados sólo por lo que hacen, por sus obras. Las obras son necesarias, pero son una consecuencia, una respuesta a ese amor misericordioso que nos salva. Las obras solas, sin este amor misericordioso, no son suficientes.

Por lo tanto el síndrome de Jonás afecta a quienes tienen confianza sólo en su justicia personal, en sus obras. Y cuando Jesús dice «esta generación perversa», se refiere a todos aquellos que tienen en sí el síndrome de Jonás.

Pero hay más: El síndrome de Jonás nos lleva a la hipocresía, a esa suficiencia que creemos alcanzar porque somos cristianos limpios, perfectos, porque realizamos estas obras, observamos los mandamientos, todo. Una grave enfermedad, el síndrome de Jonás.

Mientras que el signo de Jonás es la misericordia de Dios en Jesucristo muerto y resucitado por nosotros, por nuestra salvación.

Miércoles de la I Semana de Cuaresma

Lc 11,29-32

Dicen los médicos que el primer paso para que un enfermo pueda sanar es que el enfermo lo desee, y para reconocer su deseo se debe reconocer enfermo, de otra forma no aceptará ningún remedio, ni tomará ninguna medicina.  Esto ha sido cierto para todos, pero quizás los alcohólicos anónimos han sabido sacarle más provecho, ya que en su primer paso deben reconocerse impotentes frente al alcohol y derrotados por él.  Ahí inicia su liberación.

Los contemporáneos de Jesús, al menos muchos de ellos, como nos lo muestra hoy el pasaje evangélico, se acercan a Jesús pero llenos de sí mismo y no necesitados de doctor; piden señales pero no están dispuestos a aceptarlas.  Así no se puede establecer una relación verdadera con Jesús.  Por eso son las acusaciones fuertes de Jesús, recordándoles que Nínive, la ciudad despreciada por el profeta Jonás, de la que no se esperaba su conversión, a la que se le predicó más por presión que por convencimiento, reconoció su pecado, hizo penitencia y oración y se arrepintieron de su mala conducta.

Un profeta enviado a la fuerza, que duda de su propia misión y sin embargo obtiene contra sus propios deseos la conversión de toda la ciudad.  Y ahora aquí hay un profeta que ofrece el Reino de Dios pero poniendo de condición la conversión, que ofrece salvación, que se entrega voluntariamente para la vida de todos y es despreciado.

Todos vemos como tristemente el número de católicos disminuye, y si eso es grave, es mucho más grave que muchos se declaren sin religión, sin Dios, sin creencias.  Esto podría ser un reclamo a quienes de alguna forma representamos a la religión, pero también podría evidenciar una tendencia a ponernos a nosotros mismos como único centro y destino de todas las cosas.  No reconocernos necesitados de Dios.

Hoy dejemos nuestras protecciones y nuestras excusas y reconozcámonos necesitados de Dios.  Acerquémonos a su presencia que sana, y que da vida.  Oremos en silencio y escuchemos sus palabras de amor.  Hoy simplemente dejémonos amar por Dios; rompamos nuestro corazón de indiferencia y permitamos que nos hiera el amor de Jesús.