Miércoles de la II Semana de Pascua

Hech 5, 17-26

¿Quién podrá detener el anuncio de la Palabra de Dios? ¡Nadie!… excepto nosotros mismos.

El episodio de hoy nos narra como Dios incluso mandó un ángel a sacar de la prisión a los apóstoles y les dijo: Vayan a predicar.

Hoy están faltando muchos cristianos valientes que anuncien la palabra de Dios en sus comunidades, en sus escuelas, en sus oficinas y negocios; cristianos que sin temor al «que dirán» sean capaces de vivir de tal manera el evangelio en sus propios medios, que llamen la atención de los demás; cristianos que no tengan temor de hablar abiertamente de Jesús a sus amigos y conocidos; cristianos que no se avergüencen de ser testigos del Resucitado.

No permitamos que nuestros temores detengan el anuncio de la Vida, el Amor, la Paz traídas por Cristo. Recuerda siempre que la única oportunidad que tiene el hombre de vivir la vida en plenitud está en Cristo… y que su anuncio también depende de ti.

Jn 3, 16-21

Hay quienes se alejan de la religión y de Dios porque quieren una mayor libertad. Quizás mucha culpa hemos tenido nosotros al presentar a Dios y al mismo Jesús como si nos ataran y encasillaran en estructuras y mandamientos inflexibles. Pero hoy Jesús nos presenta un rostro de Dios completamente diferente. Es un Dios de amor, que nos ama hasta el extremo de entregarnos a su Hijo con la finalidad de que tengamos vida y una vida plena.

Esta página del evangelio la deberíamos meditar una y otra vez hasta que calara muy hondo en nuestro corazón: “Dios me ama hasta el extremo”. No viene Jesús para condenar, sino para dar vida y salvación. Dios no entrega a su Hijo al mundo para hacer justicia, sino para dar amor. Que equivocados estamos cuando ofrecemos nuestros dones para “satisfacer” a un Dios que “está eternamente enojado”.

Si pudiéramos experimentar este gran amor que Dios nos tiene, cambiaríamos muchas de nuestras actitudes y formas de relacionarnos con Él. Cuando miramos la vida como si fuera un logro nuestro, cuando nos atribuimos los triunfos, cuando pareciera que estamos compitiendo con Dios… estamos muy equivocados, porque Dios está de nuestro lado y camina junto a nosotros. Para eso ha enviado a su Hijo y creyendo en Él alcanzaremos vida eterna.

Hay muchas formas en que vamos limitando la vida y coartando la libertad porque nos hemos vuelto egoístas y ansiosos y queremos todos los bienes sólo para nosotros, y no somos capaces de comprender nuestros límites de tiempo y de historia. Jesús viene a caminar en nuestra historia y a abrir el horizonte. Cuando creemos en Él, cuando amamos como Él, cuando nos dejamos llenar de su presencia, podremos vivir de manera plena.

Muchas veces he pensado que el hombre camina en la oscuridad por su propio gusto cuando podríamos caminar en la luz de Jesús. Pero a veces tenemos miedo a la transparencia, a la luz y a la verdad. Este día podemos colocarnos frente a Jesús y decirle: ¡Gracias! porque se ha hecho rostro del amor del Padre, porque se ha hecho caricia para cada uno de nosotros y porque, lejos de condenarnos, viene a ofrecernos salvación.

Miércoles de la II Semana de Pascua

Hech 5, 17-26

Una nueva prueba para los apóstoles: de nuevo la cárcel; pero los hechos nos presentan la intervención milagrosa que los libera, y la orden: «póngase a enseñar al pueblo».

En la noche son liberados, en la madrugada ya están predicando.

Hemos oído la palabra «entusiasmo», que quiere decir: fuerza divina que mueve.

En el mundo de la publicidad y de los negocios se habla de «agresividad», es decir de una fuerza, un ímpetu, una ingeniosidad para mostrar o proponer algo.

Decía el Señor: «son más astutos los hijos de las tinieblas que los hijos de la luz».

¿Nos falta «agresividad» porque nos falta entusiasmo?  Es decir, ¿dejarnos llenar por la fuerza del Espíritu?  Considerémoslo ante el Señor.

Jn 3, 16-21

Hoy terminamos de escuchar el diálogo nocturno entre Jesús y Nicodemo.

Hay tres temas: Jesús es la expresión concreta, visible y palpable del infinito amor de Dios.  Es la carta de amor que el Padre nos envía.

Pero esta vida, que en el Padre tiene su origen y que Cristo nos comunica, tiene que ser efectivamente vida en nosotros, la podemos aceptar o la podemos rechazar.  El rechazo del amor, de la vida, es, en términos del juicio mismo de Dios.

Luego es presentado este juicio en términos de luz-tinieblas.  Cristo es la luz que viene del Padre, pero nosotros tenemos que ser luz desde El.  ¿Recuerdan el signo del cirio pascual en la noche de Pascua?

«Que así luzca su luz, para que viendo los hombres sus buenas obras glorifiquen al Padre».

Cumplamos este deseo del Señor.

Miércoles de la II Semana de Pascua

Jn 3, 16-21

El texto evangélico del día de hoy lo hemos visto a lo largo del año litúrgico, también en tiempo de cuaresma. Es un texto que podemos llamar clásico; y por supuesto central en el evangelio de Juan. En especial la expresión: “tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único”. Jesús está en diálogo con Nicodemo. No está dirigiéndose al pueblo como en los diversos discursos de Jesús, que Juan ofrece en su evangelio. Jesús está hablando con mayor intimidad, y con posibilidad de hacerse entender mejor. Nicodemo tenía una cierta preparación religiosa, y era un buscado. (No uno de los críticos que se enfrentaban a Jesús porque su predicación atentaba contra su manera de entender la religión y…organizar su vida).

Por eso la contundencia y el enorme alcance de esa afirmación.  Ese mundo, que Juan presenta en otros lugares que tiene como príncipe a Satán, ha sido amado por Dios. Tanto que les entrega al Hijo único. Lo entrega para que hagan con él lo que quieran. Y ya sabemos lo que hicieron; a pesar de que Jesús no vino a condenar al mundo, sino a salvarle. Ese mundo rechazó la salvación.

Y el texto da la razón del rechazo. Quienes le rechazaron no quisieron abrirse a la luz. Prefirieron quedar en las tinieblas, porque en “las tinieblas” la vida les era más fácil…; y podían mantener sus privilegios en la sociedad, sobre todo religiosa. Éstas, dice el texto, les impidieron abrirse a la luz. Fue una decisión autodefensiva: “no querían ser acusados por sus obras”, algo que sucedería si se abrieran a la luz. “Cuando se obra en contra de lo que se piensa, se acaba pensando cómo se obra”. Es un conocido mecanismo de defensa, la autojustificación.

¿Qué concluiríamos para nuestras vidas?:

 1º ¿Somos capaces de, a imitación de Dios, amar a nuestro mundo, y no pasarnos la vida condenándole -“el mundo está perdido”- y sí haciendo lo que de nuestra parte esté para “salvarlo”?

2º ¿Nos dejamos iluminar y guiar por la luz del evangelio, los sentimientos de Cristo, aunque dejen en mal lugar aspectos relevantes de nuestro vivir?

Miércoles de la II Semana de Pascua

Jn 3,16-21

Este pasaje del Evangelio de Juan, el diálogo entre Jesús y Nicodemo, es un auténtico tratado de teología: aquí está todo. El kerigma, la catequesis, la reflexión teológica, está todo en este capítulo. Hoy señalaré solo dos puntos de todo esto, dos puntos que están en el pasaje de hoy.

El primero es la revelación del amor de Dios. Dios nos ama, y nos ama –como dice un santo– como locura: el amor de Dios parece una locura. Nos ama: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito». Dios dio a su Hijo, envió a su Hijo, y lo envió a morir en la cruz. Cada vez que miramos el crucifijo, vemos ese amor. El crucifijo es precisamente el gran libro del amor de Dios. No es un objeto para ponerlo aquí o allá, más bonito o no tanto, más antiguo o más moderno… no. Es la expresión del amor de Dios. Dios nos amó así: envió a su Hijo, se anonadó hasta la muerte de cruz por amor. «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo»

Cuánta gente, cuántos cristianos pasan el tiempo mirando el crucifijo, y ahí lo encuentran todo, porque han entendido –el Espíritu Santo les ha hecho entender– que ahí está toda la ciencia, todo el amor de Dios, toda la sabiduría cristiana. Pablo habla de esto, explicando que todos los razonamientos humanos que él hace sirven hasta cierto punto, pero el verdadero razonamiento, el modo de pensar más hermoso, y que más lo explica todo, es la cruz de Cristo, es “Cristo crucificado que es escándalo” y locura, pero es el camino. Y eso es el amor de Dios. «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo» ¿Para qué? «Para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna» El amor del Padre que quiere a sus hijos consigo.

Mirar el crucifijo en silencio, mirar las llagas, mirar el corazón de Jesús, mirar el conjunto: Cristo crucificado, el Hijo de Dios, anonadado, humillado por amor. Este es el primer punto que hoy nos muestra este tratado de teología, que es el diálogo de Jesús con Nicodemo.

El segundo punto es un punto que también nos ayudará: «La luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas». Jesús retoma esto de la luz. Hay gente –también nosotros, muchas veces– que no pueden vivir en la luz porque están acostumbrados a las tinieblas. La luz les deslumbra, son incapaces de ver. Son murciélagos humanos: solo saben moverse en la noche. Y también nosotros, cuando estamos en pecado, estamos en ese estado: no toleramos la luz. Es más cómodo vivir en las tinieblas; la luz nos abofetea, nos hace ver lo que no queremos ver. Y lo peor es que los ojos, los ojos del alma, de tanto vivir en tinieblas se habitúan de tal modo que acaban ignorando qué es la luz. Pierdo el sentido de la luz, porque me acostumbro más a las tinieblas. Y tantos escándalos humanos, tantas corrupciones nos indican esto. Los corruptos no saben qué es la luz, no la conocen. Lo mismo nosotros cuando estamos en pecado, en estado de alejamiento del Señor, nos volvemos ciegos y nos sentimos mejor en las tinieblas, y así vamos, sin ver, como ciegos, moviéndonos como podamos.

Dejemos que el amor de Dios, que envió a Jesús para salvarnos, entre en nosotros y “la luz que trae Jesús”, la luz del Espíritu entre en nosotros y nos ayude a ver las cosas con la luz de Dios, con la luz verdadera y no con las tinieblas que nos da el señor de las tinieblas.

Dos cosas, hoy: el amor de Dios en Cristo, en el crucificado, en lo cotidiano. Y la pregunta diaria que podemos hacernos: “¿Yo camino en la luz o camino en las tinieblas? ¿Soy hijo de Dios o he acabado por ser un pobre murciélago?”.

Miércoles de la II Semana de Pascua

Hech 5, 17-26; Jn 3, 16-21

La palabra «amor» se utiliza con tanta frecuencia, que ya ha perdido su fuerza.  Se emplea en tantos sentidos diferentes, que prácticamente ya ha perdido su valor.  La gente dice que ama a sus hijos, a sus mascotas, al futbol…

En realidad, «amor» es una palabra preciosa, que debemos utilizar con precisión y con significado pleno, nunca con descuido y en sentido vulgar.  Además, deberíamos estar dispuestos a respaldar el empleo de esa palabra con nuestras acciones.  Dios utiliza la palabra «amor» sabiamente y en sentido pleno.  No la usa con ese vacío significado que le dan con frecuencia los que están locamente enamorados.  Tampoco la utiliza en forma ligera y superficial como nosotros, cuando decimos que amamos los dulces o nuestro platillo favorito.  Dios nos ha dicho que nos ama y El le da pleno sentido a lo que nos dice.

Sabemos que Dios tiene un amor profundo por nosotros, porque siempre ha respaldado su palabra con acciones.  Una de las características del amor verdadero es la generosidad, que no conoce límites.  El amor y la entrega, debidamente entendidos, son sinónimos.  ¿Cuánto nos ama Dios?  El evangelio de hoy nos da la respuesta: «Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único».  Dios no tenía un regalo más precioso que darnos que a su propio Hijo.  Y no se podría decir que su regalo es precioso pero poco práctico en realidad, como el diamante que el marido le regala a la esposa.  El regalo de Dios es infinitamente precioso y enormemente práctico.  El evangelio nos dice que Dios nos entregó a su Hijo único para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna.

Si alguna vez nos sentimos tentados de preguntarnos si en verdad Dios nos ama, basta que reflexionemos en las palabras del evangelio de hoy: «Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna».

Miércoles de la II semana de Pascua

Jn 3,16-21


San Pablo en su carta a los romanos no sale del asombro en cuanto al desmedido amor de Dios, pues dice: «Por un hombre bueno alguien estaría dispuesto a dar su vida, pero Dios probó que nos ama, dando a su Hijo por nosotros que somos malos». 

¿Quién puede entender un amor como este, un amor que no reclama sino que se goza en dar, y en dar incluso lo que más ama? Esta es la locura del amor de Dios: amarnos a nosotros, pobres pecadores. 

Hay quien se aleja de la religión y de Dios porque quieren una mayor libertad. Quizás mucho culpa la hemos tenido nosotros al presentar un Dios, y al mismo Jesús, como si nos ataran y encasillaran en estructuras y mandamientos inflexibles. Pero hoy Jesús nos presenta un rostro de Dios completamente diferente: Es un Dios de amor que nos ama hasta el extremo de entregarnos a su Hijo con la finalidad de que tengamos vida y una vida plena. 

Esta página del Evangelio la deberíamos de meditar una y otra vez hasta que calara muy hondo el nuestro corazón. Dios me ama hasta el extremo. 

No viene Jesús para condenar, sino para dar vida y salvación. Dios no entrega a su Hijo al mundo para hacer justicia sino para dar amor. 

Qué equivocados estamos cuando ofrecemos nuestros dones para satisfacer a un Dios que está eternamente enojado. Si pudiéramos experimentar este grande amor que Dios nos tiene, cambiaríamos muchas de nuestras actitudes y formas de relacionarnos con Él. 

Cuando miramos la vida como si fuera un logro nuestro, cuando nos atribuimos los logros y los triunfos, cuándo pareciera que estamos compitiendo con Dios, estamos muy equivocados, porque Dios está de nuestro lado y camina con nosotros. Para eso ha enviado a su Hijo y creyendo en Él alcanzaremos vida eterna. 

Hay muchas formas en que vamos limitando la vida y coartando la libertad porque nos hemos vuelto egoístas y ambiciosos y queremos todos los bienes sólo para nosotros y no somos capaces de comprender nuestros límites de tiempo y de historia. 

Jesús viene a caminar en nuestra historia y a abrir el horizonte. Cuando creemos en Él, cuando amamos como Él, cuando nos dejamos llevar de su presencia, podremos vivir de manera plena. 

Muchas veces he pensado que el hombre camina en la oscuridad por su propio gusto, cuándo podríamos caminar en la luz de Jesús, pero a veces tenemos miedo a la transparencia, a la luz y a la verdad. 

Este día podemos colocarnos frente a Jesús y decirle que gracias porque se ha hecho rostro del amor del Padre, porque se ha hecho caricia para cada uno de nosotros, y porque lejos de condenarnos, viene a ofrecernos salvación.