Miércoles de la II Semana del Tiempo Ordinario

Mc 3,1-6

Quizás en nuestro tiempo no tendrían mucho sentido esas palabras de Jesús ni aun cambiando a decir que el domingo se hizo para el hombre y no el hombre para el domingo. Hemos dejado a un lado estas celebraciones y nos hemos enfocado en otros ritos y celebraciones. Pero creo que las mismas palabras de Jesús tendrían mucho sentido si miramos lo que ahora nos esclaviza y quizás podríamos parodiar su reflexión diciendo: “el dinero se hizo para el hombre y no el hombre para el dinero”, o quizás también podríamos aplicarlas a otras esclavitudes modernas: “El placer se hizo para el hombre y no el hombre para el placer”. O bien, alguien me decía que para muchos el domingo es sinónimo de futbol y de alcohol… Son muchas las esclavitudes que ahora sujetan y oprimen al hombre y lo más triste es que él mismo se ha colocado esas cadenas.

La misma miopía con que veían las autoridades judías el sábado y que se convirtió de un día de descanso y de liberación en un día de opresión, lo mismo sucede en la actualidad. Revisemos nuestra vida y encontraremos nuevas esclavitudes. La política es ciertamente un bien muy necesario para el progreso y el bienestar de los pueblos, pero cuando se manipula la política y se le convierte en instrumento de opresión, pierde todo su sentido.

Los bienes materiales y la producción están dentro del plan de Dios para alimentar al hombre y otorgarle los bienes necesarios para su salud y su bienestar, pero después convertimos en un dios el comercio, la empresa y el negocio, a tal punto que acaban destrozando a las personas en aras del negocio. Y así, muchas cosas se convierten en opresión: el deporte  que debería ser descanso y convivencia, se convierte en fanatismo, causa de divisiones y abandono del hogar, de la familia y de Dios; el vino signo de alegría se apodera de las personas y las embrutece; el poder que debería ser servicio, se transforma en opresión… y cada uno de nosotros podemos revisar si lo que nos mueve o nos atrae está en función de la realización de la persona o bien si ya se ha convertido en fuente de esclavitud.

Aun cosas muy buenas: el estudio, la religión, o el servicio, cuando se vuelven obsesión e ideología, llegan a ser cadenas. ¿Qué nos diría Jesús? ¿Tenemos el corazón libre?

Miércoles de la II Semana del Tiempo Ordinario

Heb 7, 1-3. 15-17; Mc 3, 1-6

La carta a los Hebreos, que estamos leyendo como primera lectura estos días, nos invita a descubrir a Jesús sumo sacerdote. Si bien, no es un título que se le haya dado durante su vida, toda su obra refleja la actividad salvadora de un sacerdote. Un sacerdote que consagra, un sacerdote que ofrece y se ofrece en sacrificio, un sacerdote que da vida.

Cristo es el sacerdote eterno, Cristo es el sacerdote de la Nueva Alianza. Quizás, solo así podremos entender cómo Cristo rompe con esquemas que para los judíos eran tan estrictos y provocaban fuertes discusiones.

El Evangelio nos presenta uno de estos casos con una de esas expresiones que quizás suenen muy fuertes referidas a Jesús. ¿Cómo nos imaginamos a Jesús mirándolos con irá y con tristeza? Es fácil imaginar a Jesús que se pone triste porque no somos capaces de escuchar y vivir su palabra, pero, ¿con ira? Pues es lo que afirma el Evangelio de este día, y no solamente en este pasaje se muestra este aspecto de Jesús. Siempre que se utiliza como pretexto la Ley o el servicio a Dios, para negar el servicio a los hermanos, siempre provocamos la ira de Jesús.

Jesús no es un sacerdote atado a las leyes que esclavizan, por eso les plantea muy claramente la dificultad: “¿se le puede salvar la vida a un hombre en sábado, o hay que dejarlo morir?”

Esa misma pregunta nos la deberíamos de hacer nosotros y plantearnos si estamos realmente haciendo el bien o nos escudamos en normas y leyes religiosas que nos permiten dejar a un lado las obligaciones hacia el hermano.

Basta pensar en las guerras que actualmente azotan a la humanidad. Todas las partes justifican su acción y se disculpan e incluso algunos argumentan motivos religiosos, y se están cometiendo gravísimas injusticias. Pero esto sucede también en nuestro pequeño entorno, en nuestras comunidades.

La pregunta de Jesús hoy nos tiene que cuestionar también a nosotros: “¿está permitido hacer el bien o el mal el sábado?”

Cambiemos un poco las circunstancias y preguntémonos si estamos haciendo el bien o estamos haciendo el mal. No hay disculpas, es muy claro lo que tenemos que responder a Jesús. Él, el sacerdote eterno, más allá de los sacrificios y de las leyes ofrece vida eterna.

Acerquémonos a Cristo Sacerdote.