Miércoles de la IV Semana de Cuaresma

Is 49, 8-15

Dentro de la riqueza de este pasaje de Isaías destinado al pueblo de Israel mientras estaba en el Exilio, centremos nuestra atención en la misión redentora del Profeta: «Yo te formé y te he destinado para que seas alianza del pueblo: para restaurar la tierra…para decir a los prisioneros: ‘Salgan’, y a los que están en tinieblas: ‘Vengan a la luz'».

Ésta también es nuestra misión como bautizados, ser un instrumento de Dios para todos aquellos que viven aún prisioneros de sus vicios y defectos; ser luz para aquellos que viven en las tinieblas del pecado; ser alianza para que los que no conocen a Jesús, no sólo lo conozcan sino lo lleguen a amar profundamente y de esta manera tengan vida y la tengan en abundancia.

Tú y yo, en el medio en el que nos desenvolvemos diariamente debemos, primero que nada con nuestro testimonio de vida y luego si es posible con nuestra palabra profética, ser portadores del evangelio y del amor de Dios para los demás… Él cuenta con nosotros.

Jn 5, 17-30

Cristo nos pide que creamos en la resurrección de la carne. Hoy día hay muchos que ya no creen esta realidad de nuestra fe por tantas otras ideas que han metido las sectas. Se prefiere aceptar la reencarnación o simplemente lo aceptan porque lo dice la Iglesia. Pero si comprendiéramos con el corazón lo que nos dijo san Pablo que vana es nuestra fe si no resucitamos, entonces sí viviríamos con mayor entrega nuestra fe, entonces sí que nos sentiríamos orgullosos de nuestra fe. No la viviríamos como si fuese una imposición o como normas que hay que cumplir sino con una alegría que nos llevaría a transmitirla a los demás. Existiría una mayor esperanza en nuestras vidas.

Y el mejor camino para llegar a la resurrección es el que nos presenta el evangelio de hoy. Cumplir la voluntad de Dios. Hay una notable relación en estas palabras. Resurrección y voluntad de Dios. A Cristo no le movía otra cosa en su vida más que hacer aquello que le agradaba a su Padre. Por eso estaba lleno de pasión por transmitirnos lo que su Padre le pedía. Nosotros también resucitaremos en la medida en que vivamos con amor la entrega a la voluntad de Dios, que es entrega y generosidad con nuestro prójimo.

El tema central de este pasaje es escuchar la palabra de Jesús y creer que Él es verdaderamente el hijo de Dios. Estos son dos elementos que están íntimamente relacionados uno con otro. Si nosotros reconocemos verdaderamente que Jesús es Dios, entonces su palabra deja de ser una palabra como la de los demás para convertirse en «palabra de Dios»; ahora bien, si la palabra de Jesús, lo que nosotros leemos en los evangelios es verdaderamente «palabra de Dios» debería ser algo sobre lo que no se duda o discute: Puede ser que no la entienda, o que me resulte difícil de vivir o de aceptar, pero sigue siendo «palabra de Dios». Jesús nos dice hoy: «El que escucha mi palabra y cree en el que me envió, tiene vida eterna».

Con esto nos manifiesta que la fuente de la vida es su palabra por ininteligible que pudiera parecer o por difícil que fuera el vivir de acuerdo a ella. En definitiva, si el hombre quiere tener una vida llena de paz, de alegría y de gozo en el Espíritu, no tiene ninguna otra opción que vivir de acuerdo a la voluntad de Dios expresada en Cristo.

Miércoles de la IV Semana de Cuaresma

Is 49, 8-15

Isaías nos habla de la descripción esperanzadora de la reconstrucción de Jerusalén.

Con multitud de imágenes poéticas, el profeta presenta el panorama futuro.

Para los que se resistían a creer en esas posibilidades de cambio, el Señor se muestra no como el Omnipotente, desde lo alto, sino como el enamorado cercanísimo.

Pero aún es más impresionante la imagen del amor maternal de Dios por su pueblo: «Aunque hubiera una madre que se olvidara, yo nunca me olvidaré de ti».  Escuchemos ese reclamo amoroso como dirigido a cada uno de nosotros.

Jn 5, 17-30

La lectura evangélica de hoy sigue inmediatamente a la que ayer escuchamos: la curación del paralítico en sábado, y es la respuesta a los escandalizados judíos que recriminaban a Jesús y al paralítico por «trabajar» en sábado.

Jesús va explicitando su divinidad: «llamaba Padre suyo a Dios, igualándose así con Dios».

Jesús habla de su dependencia del Padre en las obras, en el juicio y en la voluntad, de su igualdad en el dar la vida, en el juzgar y en el honor que recibe.

Este tema de la unidad y dependencia del Hijo con su Padre es tema clave en la fe y en la práctica de vida cristiana.

La vida misma del Padre nos es transmitida por Cristo y en nosotros tiene que ser vida vivificante.

Hagamos esto realidad en nuestra Eucaristía de hoy.

Miércoles de la IV Semana de Cuaresma

Jn 5, 17-30

Tras la curación del impedido de la piscina de Betesda, lo que molesta a los judíos es que siga el mandato de Jesús y no respete el sábado al cargar con la camilla. Por eso las primeras palabras que Jesús dirige a los judíos acusadores se refieren al trabajo, prohibido en sábado. Dios descansó tras la creación, dice el Génesis. De ahí los judíos concluían el concepto del “Dios ocioso”. Esa idea de Dios, dicen los historiadores de la religión, determinó que se abandonara el monoteísmo y se buscaran dioses que atendiera a las diversas necesidades humanas. Jesús les dice que Dios sigue trabajando, “mi Padre sigue actuando y yo también actúo”.

La expresión “mi Padre” genera la segunda razón por la que quieren matarle. Los judíos no lo pueden aceptar, quieren matarlo, “… porque llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios”

La respuesta a la cuestión del sábado aparece en cap.7,22-23, Jesús dice a los judíos: “Si se circunda a un hombre en sábado para no quebrantar la ley de Moisés, ¿os irritáis contra mí porque he curado a un hombre entero en sábado? No juzguéis por apariencias, sino juzgad según un juicio justo”.

Más complicado era responder a la identificación de Jesús con Dios. Algo inasumible -hemos de comprenderlo- por los judíos. No podemos decir que las palabras de Jesús que aparecen en el texto sean argumentos. Juan no mantiene esa ilación lógica entre pregunta y respuesta. Son palabras esenciales para comprender a Jesús, su autoconciencia, que reafirman esa identificación con el Padre. Identificación en las obras, identificación en el juicio, identificación en las palabras. Como resumen, identificación en disponer de la vida. En fin, identificación con la voluntad del Padre, “porque el Padre ama al Hijo”. Un amor que une.

¿Qué pensar ante ese amplio y tan denso texto del evangelio? Podemos quedarnos con el valor de la persona humana, de su vida -ahora en tiempo de amenaza generalizada-, que está por encima del respeto al sábado.  Eso sí, una vida que se pueda llamar “eterna”, porque están lo eterno del ser humano: el amor, la búsqueda de la verdad, la intimidad con Dios. Lo que es más fuerte que la muerte. Tras ella alcanza la plenitud.

Miércoles de la IV Semana de Cuaresma

Jn 5, 17-30

Hay personas que acaban por desconcertarnos. En una ocasión hablaba con un joven y le preguntaba cuáles eran sus ideales y que se proponía en la vida, esperaba yo una respuesta entusiasta y miles de planes e ilusiones y propósitos, tareas monumentales. Sin embargo, grande fue mi sorpresa y hasta desilusión al escuchar sus respuestas evasivas, sin compromiso, con muchas condiciones y con evidente indiferencia. No le entusiasmaba nada, no está dispuesto a luchar en serio por nada, se conforma con irla pasando, decía «para que preocuparse tanto, ya irá saliendo algo más adelante»

Ante tanta indiferencia y tibieza de aquel joven, me quedé preocupado. Sé que hay muchos jóvenes que tendrán grandes ideales y que lucharán por conseguirlos, pero me preocupa mucho que haya jóvenes sin entusiasmo y sin ganas de luchar y cambiar la historia.

Al escuchar el evangelio de hoy, me parece contemplar a un Jesús joven, idealista, entusiasta y lleno de energía, que a pesar de todos los obstáculos que va encontrando sigue muy firme en su misión y por eso afirma «que mi padre siempre trabaja, y yo también trabajo»

Su misión es hacer realidad hoy y aquí la palabra de su Padre. Bella misión si pensamos que esto dará vida a todos los hombres y los alentará a levantarse de su abatimiento y liberarse de todas las cadenas: Crear, salvar, redimir, liberar, dar vida en la misma forma que lo hace Dios Padre, esta es la misión de Jesús.

La misión de cada uno de nosotros será la misma de Jesús y la misma de Dios Padre.

Que hoy cada uno de nosotros, sus discípulos, no llenemos de ilusión y de entusiasmo porque tenemos una tarea importante. Claro que creer en otro mundo como lo quiere Jesús implica el riesgo de la cruz, pero tendremos la certeza de que Él camina con nosotros.

¿Podremos entusiasmarnos con sus ideales?

Miércoles de la IV Semana de Cuaresma

Jn 5, 17-30

Para nuestros días suena actual y consolador el mensaje que nos ofrece el profeta Isaías.  Hablando al Siervo de Yahvé, afirma Dios: “Yo te formé y te he destinado para que seas alianza del pueblo, para restaurar la tierra, para volver a ocupar los lugares destruidos, para decir a los prisioneros salgan y a los que viven en tinieblas vengan a la luz”

Si relacionamos este pasaje con las palabras que hemos escuchado en san Juan, vamos a descubrir como Jesús realiza esa misión, rompiendo esa oscuridad, restaurando al pueblo y devolviendo la luz.

Aunque se opongan sus perseguidores por hacer curaciones en sábado, aunque lo amenacen de muerte, Jesús ofrece esa posibilidad de encontrar la luz, más allá de una ley, que ciertamente buscaba dar vida, pero que se había convertido en atadura, Cristo busca dar luz y libertad a todos los esclavizados por cualquier tipo de enfermedad o cadena.

Cristo pasa por encima de convencionalismos o de críticas de los poderosos con tal de dar verdadera libertad.  Jesús es libre y da libertad.  Además busca parecerse a su Padre y realiza las mismas obras de su Padre.

El pasaje de Isaías termina con una de las más bellas expresiones: “¿puede acaso una madre olvidarse de su hijo, hasta dejar de enternecerse por el hijo de sus entrañas?  Aunque hubiera una madre que se olvidara, Yo nunca me olvidaré de ti.  El amor de Dios Padre es mucho más fuerte que el amor maternal, y Jesús manifiesta ese amor entrañable de Dios.

Pidamos al Señor que en este día experimentemos este amor paternal-maternal que no puede olvidarse de sus hijos y que Jesús sea para nosotros la luz que rompe las ataduras, que restaura nuestra vida y nos manifiesta la gloria de Dios Padre.