Miércoles de la V Semana de Cuaresma

Dan 3, 14-20. 49-50. 91-92. 95

La verdadera fe se expresa en la fidelidad y la fidelidad se expresa en los momentos de crisis, cuando se puede perder todo, cuando todo puede depender de nuestra actitud hacia Dios, cuando preferimos, incluso la misma muerte, que el ofender a Dios con nuestra infidelidad. Si muchas veces notamos en nuestra comunidad cristiana tibieza, la causa es una falta de compromiso y de fidelidad total a Dios.

En este pasaje hemos leído como estos tres hombres fueron capaces de desobedecer al rey y con ello pusieron en juego su propia vida. Ellos sabían que Dios es poderoso para salvarlos, sin embargo su fidelidad no está basada en la posibilidad de que Dios los salvará, pues a pasar que esto no sucediera, ellos jamás le serían infieles.

Pensemos en cuántas veces nosotros le hemos dicho a Dios: «Haré esto o lo otro si tú me das a cambio…» Nuestro Dios no es un Dios de «trueques». Le amamos o no le amamos, le somos o no fieles, sin que esto dependa de lo que nos pueda o quiera dar. Por ello la crisis y la tentación es la mejor oportunidad que tenemos para probarle a Dios si verdaderamente le amamos y le somos fieles.

Jn 8, 31-42

Hoy la libertad está de moda. Libertad de expresión, de opinión, libertad de experimentación científica, de prensa, lucha por la libertad… Sin embargo, paradójicamente, también nuestra libertad nos puede hacer esclavos. Todo el que comete pecado es un esclavo. La libertad es lo contrario de la esclavitud. ¿Cómo es posible que en nuestro mundo en el cual gozamos de tantas libertades podamos ser esclavos? Nos hemos olvidado de una palabra que es inseparable de la libertad: la verdad. Conocerán la verdad y la verdad los hará libres.

Desgraciadamente hemos separado muchas veces la libertad de la verdad. Sin embargo, no puede existir auténtica libertad si está desligada de la verdad pues son dos eslabones de una cadena que no se pueden separar. Y de aquí surge la gran pregunta ¿qué es la verdad? Jesús nos dice que Él es la verdad y que si nos mantenemos en su Palabra podremos conocer la verdad y ser libres.

Dios no es una verdad más, sino que es la verdad absoluta, es el único que tiene una libertad absoluta. La libertad del hombre es un riesgo. Con la gracia de Dios, la libertad del hombre puede ser encaminada a la verdad, al bien y a la felicidad. Por el contrario, si buscamos una libertad lejos de la verdad, que es Cristo, nos haremos esclavos de nuestras propias pasiones y de nuestros pecados.

Al final del pasaje evangélico, Jesucristo nos invita a una coherencia de vida. Si nuestras obras no reflejan la verdad no podemos decir que realmente somos libres. Si nuestra vida se desarrolla en el campo de la mentira no podemos decir que somos coherentes con lo que Cristo nos ha enseñado. Si queremos ser hijos de Dios debemos actuar con la verdad, si no seremos hijos del padre de la mentira.

Dios viene a librarnos del pecado. Preparemos en esta cuaresma un corazón sincero que nos ayude a recibir las gracias que Dios viene a traernos. Seamos humildes para dejar a un lado la mentira y el pecado, para convertirnos con la ayuda de Dios a una vida libre apoyada en la verdad de Cristo.

Miércoles de la V Semana de Cuaresma

Dan 3, 14-20. 49-50. 91-92. 95

Otra imagen profética de la Pascua.  Los tres jóvenes que hoy escuchamos: Sedrak, Mesak y Abenegó.

La narración nos presenta a tres jóvenes en el destierro que expresan con firmeza, que de por sí no se esperaría de su edad, la fidelidad de su fe que no doblegan ni los honores de los cargos a los que el rey los había exaltado, ni las amenazas de tormentos y muerte.

«El Dios al que servimos puede librarnos del horno encendido… y aunque no lo hiciera… de ningún modo serviremos a tus dioses…».

Es un ejemplo para los demás desterrados en Mesopotamia.

Jn 8, 31-42

La polémica entre Jesús y los dirigentes judíos se va haciendo cada ve más fuerte.

Tres puntos de controversia escuchamos hoy.

A la palabra de Jesús: «La verdad los hará libres», los judíos replican con un optimismo muy patriotero: «Nunca hemos sido esclavos de nadie»; aunque muy objetable la afirmación bajo el punto de vista histórico, Jesús se refiere a otro tipo de esclavitud, la del pecado.  ¿Estamos tratando de buscar esa verdadera libertad?

El otro punto es el de la salvación por pertenecer a un pueblo, a una raza, a un grupo determinado: «Somos hijos de Abraham».   Jesús puntualiza que esa filiación se debe mostrar en las obras.  Abraham es el padre en la fe, que demostró sobre  todo en su fiel obediencia a Dios.

El último punto está centrado en el mismo Jesús.  Él es el enviado del Padre, su Hijo único: «Si Dios fuera su Padre, me amarían a mí».

Mi título de cristiano, seguidor de Cristo, unido a Cristo, ¿se está quedando en título o se está encarnando en mi vida?

Miércoles de la V Semana de Cuaresma

Jn 8, 31-42

Jesús, con sus palabras y con sus hechos, propone un camino de libertad. Es un camino que nace en su persona y ayuda a conocer la verdad que es la que puede convertirnos en personas libres.

En nuestro mundo abundan las ofertas de libertad. Desde las más ramplonas, por ser puramente materialistas, hasta las que, so capa de liberar, hacen más esclavos a los hombres. No faltan, tampoco, invitaciones sanas que buscan apoyar el camino hacia la libertad verdadera. Esa que abarca a toda la persona.

Y es que, en el fondo, en toda persona subyace un deseo profundo de vernos liberados de tanta esclavitud que percibimos en nosotros mismos. El evangelio es una llamada a huir de todo lo que ata y crea dependencias malsanas que nos impiden vivir el amor. Esclavitudes tenemos muchas. La Cuaresma podemos entenderla como momento para descubrir todo aquello que nos ata y nos impide caminar hacia la libertad de Jesús. Él es el hombre absolutamente libre. Y es libre porque nada le impide cumplir la voluntad de Dios. Por eso es nuestro modelo.

Hay que identificar nuestras esclavitudes y sacudirnos el polvo que crean en nuestra vida. Seguramente que, a todos, la fe en Jesús nos ha hecho más libres. Pero un buen ejercicio consistiría preguntarnos sobre la calidad de nuestra libertad. Porque la libertad es un proceso que, en el fondo, nos habla de nuestra madurez humana y cristiana. Nunca seremos absolutamente libres, pero mantener el deseo de luchar por sentirnos y ser cada vez más libre, es un buen indicativo de por dónde anda nuestra condición de cristianos.

Ante tanta oferta confusa que llega hasta nosotros, Jesús invita a mantenernos en él, a guardar su palabra, porque ahí nos convertimos en sus discípulos. Discípulos para aprender de su palabra, sí, pero para entrar en un estilo de vida caracterizado por reflejar conductas propias de quien tiene a Jesús como principio y norma en su actuar.

“Si el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres”. Es la oferta de Jesús. Por eso, para seguir el camino de la libertad, su palabra no puede dejarnos indiferentes. No se puede escuchar y conformarnos solo con oírla. Pide y exige que la llevemos a la práctica.

Para todo cristiano permanecer en Jesús debe convertirse en un objetivo imprescindible. Y no se permanece por puro voluntarismo. Precisa la coherencia de una vida que nace en Él y busca seguirle con autenticidad.

Él ofrece su ayuda. Aceptémosla y asumamos los compromisos que de ella dimanan. No olvidemos que somos portadores de un mensaje de libertad.

Solo quien es libre puede ofrecer libertad.

Miércoles de la V Semana de Cuaresma

Jn 8,31-42

En estos días, la Iglesia nos hace escuchar el capítulo octavo de Juan (8,31-42): es la discusión tan fuerte entre Jesús y los doctores de la Ley. Y sobre todo, se intenta mostrar la identidad: Juan procura acercarnos a esa lucha para aclarar la identidad, tanto de Jesús como la identidad de los doctores. Jesús los arrincona haciéndoles ver sus contradicciones. Y ellos, al final, no hallan otra salida que el insulto: es una de las páginas más tristes, es una blasfemia. Insultan a la Virgen.

Y hablando de identidad, Jesús dice a los judíos que habían creído, les aconseja: «Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos». Vuelve esa palabra tan querida para el Señor que la repetirá tantas veces, y luego en la cena: permanecer. “Permanecéis en mi”. Permanecer en el Señor. No dice: “Estudiad mucho, aprended bien los argumentos”: eso lo da por descontado. Sino que va a lo más importante, a lo que es más peligroso en la vida, si no se hace: permanecer. “Permaneced en mi palabra”. Y los que permanecen en la palabra de Jesús tienen la identidad cristiana. ¿Y cuál es? “Seréis de verdad discípulos míos”. La identidad cristiana no es un papel que dice “yo soy cristiano”, un carnet de identidad: no. Es el discipulado. Tú, si permaneces en el Señor, en la Palabra del Señor, en la vida del Señor, serás discípulo. Si no permaneces serás uno que simpatiza con la doctrina, que sigue a Jesús como un hombre que hace mucha beneficencia, es tan bueno, que tiene valores justos, pero el discipulado es la verdadera identidad del cristiano.

Y será el discipulado el que nos dará la libertad: el discípulo es un hombre libre porque permanece en el Señor. Y “permanece en el Señor”, ¿qué significa? Dejarse guiar por el Espíritu Santo. El discípulo se deja guiar por el Espíritu, por eso el discípulo es siempre un hombre de la tradición y de la novedad, es un hombre libre. Libre. Nunca sujeto a ideologías, a doctrinas dentro de la vida cristiana, doctrinas que pueden discutirse…; permanece en el Señor, es el Espíritu quien inspira. Cuando cantamos al Espíritu, le decimos que es un huésped del alma, que habita en nosotros. Pero eso, solo si permanecemos en el Señor.

Pido al Señor que nos haga conocer esa sabiduría de permanecer en Él y nos haga conocer esa familiaridad con el Espíritu: el Espíritu Santo nos da la libertad. Y esa es la unción. Quien permanece en el Señor es discípulo, y el discípulo es un ungido, un ungido por el Espíritu, que ha recibido la unción del Espíritu y la lleva adelante. Esa es la senda que Jesús nos muestra para la libertad y también para la vida. Y el discipulado es la unción que reciben los que permanecen en el Señor.

Que el Señor nos haga entender esto, que no es fácil: porque los doctores no lo comprendieron, no se entiende solo con la cabeza; se entiende con la cabeza y con el corazón, esa sabiduría de la unción del Espíritu Santo que nos hace discípulos.

Miércoles de la V Semana de Cuaresma

Jn 8, 31-42

Hoy la libertad está de moda. Libertad de expresión, de opinión, libertad de experimentación científica, de prensa, lucha por la libertad… Sin embargo, paradójicamente, también nuestra libertad nos puede hacer esclavos. Todo el que comete pecado es un esclavo. La libertad es lo contrario de la esclavitud. ¿Cómo es posible que en nuestro mundo en el cual gozamos de tantas libertades podamos ser esclavos? Nos hemos olvidado de una palabra que es inseparable de la libertad: la verdad. Conocerán la verdad y la verdad los hará libres.

Desgraciadamente hemos separado muchas veces la libertad de la verdad. Sin embargo, no puede existir auténtica libertad si está desligada de la verdad pues son dos eslabones de una cadena que no se pueden separar. Y de aquí surge la gran pregunta ¿qué es la verdad? Jesús nos dice que Él es la verdad y que si nos mantenemos en su Palabra podremos conocer la verdad y ser libres.

Dios no es una verdad más, sino que es la verdad absoluta, es el único que tiene una libertad absoluta. La libertad del hombre es un riesgo. Con la gracia de Dios, la libertad del hombre puede ser encaminada a la verdad, al bien y a la felicidad. Por el contrario, si buscamos una libertad lejos de la verdad, que es Cristo, nos haremos esclavos de nuestras propias pasiones y de nuestros pecados.

Al final del pasaje evangélico, Jesucristo nos invita a una coherencia de vida. Si nuestras obras no reflejan la verdad no podemos decir que realmente somos libres. Si nuestra vida se desarrolla en el campo de la mentira no podemos decir que somos coherentes con lo que Cristo nos ha enseñado. Si queremos ser hijos de Dios debemos actuar con la verdad, si no seremos hijos del padre de la mentira.

Dios viene a librarnos del pecado. Preparemos en esta cuaresma un corazón sincero que nos ayude a recibir las gracias que Dios viene a traernos. Seamos humildes para dejar a un lado la mentira y el pecado, para convertirnos con la ayuda de Dios a una vida libre apoyada en la verdad de Cristo.