Miércoles de la XXII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 4, 38-44

Mientras leo y medito el Evangelio de Lucas puedo decir como el endemoniado “Sé quién eres: el santo de Dios”. Un endemoniado es quien vive en contra de sí mismo y en contra de Dios. Se retuerce entre sus pensamientos de dolor y sufrimiento, renuncia a la bondad de Dios y teme por la aniquilación.

En el evangelio de hoy la gente se pregunta sobre los signos de Jesús, sobre su autoridad ante la curación del endemoniado, y en el ambiente había una pregunta latente: “¿qué tiene su palabra?”

Quizás, suene un poco pretensioso responder a esta pregunta, pero la única respuesta que encuentro es que el contenido de su palabra es Dios. Enteramente Dios. Su palabra tiene el dinamismo del creador, su palabra tiene el contenido de la misericordia. Su palabra tiene el poder de sanación. Su palabra tiene el contenido del amor y del perdón. Su palabra reintegra la dignidad a los hombres. Su palabra restituye la dignidad de la adúltera. Su palabra actúa como bálsamo ante el pecado de la traición.

Es curioso el encuentro de Jesús con Pedro una vez resucitado. Jesús pregunta reiteradas veces si le ama. Tan sólo esa pregunta, es una muestra para restituir un corazón apesadumbrado por la traición. Una pregunta que restituyera el amor.

La palabra de Jesús, tiene poder de recreación. Recrea cuanto se ha quebrado. Cuando es mayor el peso de la culpa que la gracia que nos viene de Dios, algo no va bien en nuestra fe. El perdón de Dios no puede dejarnos anclados en la culpa; al contrario, ha de restituir nuestra dignidad, y alzarnos en pie dando gracias a Dios por ello.

Miércoles de la XXII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 4, 38-44

Una de las actitudes fundamentales de Jesús, y que sobre todo san Lucas no se cansa de resaltar, es la gran misericordia de Jesús que lo lleva a ser disponible para los demás.

Jesús, una vez entrado en la casa de Simón Pedro, ve que su suegra está en cama con la fiebre; inmediatamente le toma la mano, la cura y la hace levantar.

Luego del ocaso, cuando terminado el sábado la gente puede salir y llevarle a los enfermos, sana a una multitud de personas afectadas por enfermedades de todo tipo: físicas, psíquicas y espirituales.

Jesús, ha venido al mundo para anunciar y salvar a cada hombre y a todos los hombres muestra una particular predilección por aquellos que están heridos en el cuerpo y en el espíritu: lospobres, los pecadores, lo endemoniados, enfermos y marginados, revelándose médico de almas y cuerpo, buen Samaritano del hombre. Es el verdadero Salvador: Jesús salva, Jesús cura, Jesús sana.

Tal realidad de la curación de los enfermos por parte de Cristo nos invita a reflexionar sobre el sentido y el valor de la enfermedad.

Jesús, enviando en misión a sus discípulos, les confiere un doble mandato: anunciar el Evangelio de la salvación y curar a los enfermos. Fiel a esta enseñanza, la Iglesia siempre ha considerado la asistencia a los enfermos parte integrante de su misión.

“Los pobres y los enfermos estarán siempre con vosotros”, enseña Jesús, y la Iglesia continuamente los encuentra por su camino, considerando a las personas enfermas como un camino privilegiado para encontrar a Cristo, para acogerlo y para servirlo. Curar a un enfermo, acogerlo, servirlo, es servir a Cristo: el enfermo es la carne de Cristo.

Cada uno de nosotros está llamado a llevar la luz de la Palabra de Dios y la fuerza de la gracia a aquellos que sufren y a cuantos los asisten, familiares, médicos, enfermeros, para que el servicio al enfermo se cumpla cada vez con más humanidad, con dedicación generosa, con amor evangélico, con ternura.

Recemos a María, “Salud de los enfermos”, para que toda persona en la enfermedad pueda experimentar, gracias a la atención de quien le está cerca, la potencia del amor de Dios y la consolación de su ternura materna.

Miércoles de la XXII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 4, 38-44

Una de las actitudes fundamentales de Jesús, y que sobre todo san Lucas no se cansa de resaltar, es la gran misericordia de Jesús que lo lleva a ser disponible para los demás.

Jesús empieza a manifestarse cercano a las multitudes y las multitudes lo escuchan, lo buscan y se sorprenden de su poder y de su autoridad.

Jesús sana a los enfermos, expulsa a los demonios, hace oración, enseña, y no se limita al círculo que le imponen ni sus familiares ni las costumbres de su pueblo. Todas sus acciones llevan la finalidad de proclamar la Buena Nueva, el Evangelio, que es el anuncio gozoso para todos los hombres de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Y su presencia genera una forma diferente de entender la vida, de relacionarse, de enfrentar la enfermedad, la injusticia y el dolor.

Al anunciar el Reino de Dios, Jesús no viene simplemente a decirnos que tendremos que vivir en justicia, que debe reinar la paz, que debemos salvaguardar la creación. Jesús anuncia sobre todo a Dios su padre, a un Dios vivo que actúa en el mundo y en la historia y que ahora está actuando. Las formas concretas de anunciarlo son la curación, aún de los más cercanos como la suegra de Pedro.

La sanación de todos los enfermos que le llevan, es la respuesta a todas las solicitudes de las personas, su oración y un impulso irresistible de anunciar este Reino de Dios a todos los pueblos.

Hoy, sus discípulos debemos retomar este anuncio, esta pasión y este fuego, y también nosotros debemos hacer presente, en medio de nosotros, a nuestro Padre Dios que vive, que camina con nosotros.

La construcción del Reino es hacer presente a nuestro Padre y dar posibilidad de vivir con la dignidad de hijos a todos los hombres.

La cercanía del Reino y la proclamación que hace del Reino nos deja entrever que Él mismo hace presente el Reino, porque a través de su presencia y de su actividad, Dios ha entrado en la historia de la humanidad de una forma completamente nueva.

Acerquémonos a Jesús, contemplémoslo en toda su actividad y dejémonos cuestionar cómo estamos nosotros viviendo este Reino, cuáles son nuestras prioridades, qué actividad nos lleva a hacer viva en medio de nosotros esta presencia actuante de Dios.