Sábado de la II Semana del Tiempo Ordinario

Marcos 3, 20-21

Sobre el Evangelio de hoy, decimos que el bautismo es la puerta de la fe y de la vida cristiana. Jesús Resucitado dio a sus apóstoles este mandato:

«Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará». (Marcos 16,15-16)

La misión de la Iglesia es evangelizar y perdonar los pecados a través del sacramento del bautismo.

El Bautismo es en un cierto sentido el documento de identidad cristiana, su certificado de nacimiento. Es el certificado de nacimiento a la Iglesia. Todos ustedes saben el día en que nacieron. De verdad, ¿no es así? Celebran los cumpleaños, todos.

Todos celebramos el cumpleaños. Pero voy a hacerles una pregunta que hice otra vez, y que voy a repetir otra vez: ¿quién de ustedes se acuerda de la fecha de su bautismo?… ¿Quién de ustedes? Hay pocos, ¿eh? No muchos… Hay pocos, ¿eh?

Pero hagamos una cosa, hoy cuando regresen a casa, pregunten: «¿En qué día fui bautizado?» Busquen. Éste es el segundo cumpleaños. El primer cumpleaños es el cumpleaños a la vida y éste es el cumpleaños a la Iglesia: es el día del nacimiento a la Iglesia…

El Evangelio de hoy nos comenta que el bautismo está unido nuestra fe en el perdón de los pecados. El sacramento de la Penitencia o Confesión es, de hecho, como un segundo bautismo, que tiene siempre como referente el primero para consolidarlo y renovarlo.

En este sentido, el día de nuestro bautismo es el punto de partida de un camino, de un camino hermosísimo, de un camino hacia Dios, que dura toda la vida, un camino de conversión y que continuamente se apoya en el Sacramento de la Penitencia.

Y piensen también en esto: cuando vamos a confesarnos de nuestras debilidades, de nuestros pecados, pidamos el perdón de Jesús, pero renovemos también el Bautismo con este perdón, eso es hermoso. Es como festejar en cada confesión el día del Bautismo.

Y así, la confesión no es una sesión en una cámara de tortura, es una fiesta para celebrar el día de nuestro Bautismo. La confesión es para los bautizados. Para mantener limpia esta vestidura blanca de nuestra dignidad cristiana.

Sábado de la II Semana del Tiempo Ordinario

Mc 3, 20-21

A primera vista parece que este Evangelio habla mal de Cristo en vez de hablar bien.

Pero si leemos entre líneas encontraremos que no es así. Cristo se consagró al Padre para cumplir una misión dada, concreta e importantísima, que era precisamente la salvación de todos los hombres.

Y Cristo, sabiendo la responsabilidad que tenía y teniendo un amor infinito hacia el Padre, no dudaba en sacrificar nada para cumplir su misión, por amor al Padre y a los hombres.

Si tenía que predicar todo el día, lo hacía, aunque esto implicara quedarse sin comer, aunque no durmiera, aunque apenas tuviera tiempo para descansar. Hasta cierto punto, es normal que sus parientes, al verle, dijeran “está fuera de sí.” Y claro, una persona apasionada por llevar el Evangelio a todas las gentes no puede hacer otra cosa que aparecer como un loco delante de los hombres. Pero delante de Dios, es un héroe, pues su principal motivación es el amor.

Contemplemos el ejemplo de Cristo e imitémosle en esa locura por hacer el bien a los que nos rodean, por amor a Cristo y su Reino.